CORTO
5: MARIO
Creció
creyendo que era igual de feliz que todo su entorno.
Con
apenas una década, comenzó a darse cuenta que su mente creaba ilusiones,
proyectando lo que quería para serlo. Sus hermanos, sus primos, sus amigos del
colegio…
Ninguno
disfrutaba de la complejidad de su mente. En su etapa escolar, sentía la
necesidad de estar dentro de las normas y de aprender lo máximo posible,
siguiendo instrucciones de sus padres y maestras.
Todos,
se conformaban con la facilidad de un balón, una muñeca, una reunión, un cine,
algo asequible. Él, observaba, participaba, pero siempre buscando un objetivo,
satisfaciendo conscientemente la necesidad de sociabilizar.
En
su adolescencia, percibió que ese goce, en realidad era una angustia. Se acordaba
de los nombres de todas las chicas y chicos que conocía en sus salidas. Al fin
de semana siguiente, apenas lo saludaban. Un par de semanas de vacaciones
familiares fuera de su entorno, provocaban su total olvido. La angustia de
sentirse solo, fuera de un grupo, le hacía encerrarse aún más en sí mismo y en
un reducido grupo de seres de luz, que lo acompañaron toda la vida.
Atendía
a cada detalle, cada mirada, observaba todo el contexto antes de actuar.
Siempre con la seguridad del que actúa con seguridad, pues tenía el control.
Muchas
decepciones sentimentales después; muchas historias en su mente frustradas por
la realidad, entró en el juego del amor.
No
daba más que lo que necesitaba recibir. Para las chicas, era perfecto; pero él
estaba sólo al 5%. Por lo que hizo sentir mal a más de una, con su sinceridad
edulcorada.
Luego,
un par de decisiones condicionadas por la incertidumbre de un futuro sin su
círculo privado, lo condujo por una formación no escogida libremente.
La
primera madurez, llegó con el primer desengaño amoroso, una borrachera
imponente y un accidente del que salvó la vida gracias a una médico de
urgencias que le pinchó en el pecho un par de veces, en un par de días.
A
partir de ahí, la vida cambió. Nueva universidad, nuevas ilusiones y la cabeza
en modo apagado.
Con
el paso de los años, la utópica búsqueda de su felicidad, revolvió su espiral
de autoexigencia, pesando demasiado hasta para una mente acostumbrada al
control, considerado como imprescindible para vivir sin miedo al dolor.
Porque
todo era eso: miedo al dolor emocional, miedo a la soledad social; miedo a
encontrar un alma gemela, que pensara como él. No, lo mismo, sino en la misma
cuadriculada previsión vital; pues solo así, podrían luchar juntos, cuando la
pasión pasara a un segundo plano.
La
última madurez, acosó su cabeza hasta que la explotó. No la encontraría. No
estaba en su dimensión. Había que rendirse y aceptarlo, pues el jamón, ya
estaba girado hacia la parte dura. No habría tiempo, más que para seguir
conductas autolíticas o aceptar la puta vida.
Y
se resistía a sí mismo, obteniendo un hongo nuclear color rosa a modo de
cerebro de sustitución temporal.
Pero
nunca lo aceptó. Siempre luchó duro, sobre todo para calmar la batalla entre
sus neuronas y el ego, que inevitablemente, lo llevaban al inicio de su guerra
civil entre lo que hizo y lo que podría haber hecho. Volviendo al principio de
la espiral básica del universo de su imparable mente. Y perdiendo energía
vital, en cada segundo que empleaba en estrellar su nave en un planeta sin
gravedad, en una nave sin retro propulsión.
Tuvo
trabajo, hijos, hipotecas, perros, escribió, plantó árboles, intentó llegar al
80% de generosidad amatoria, pero solamente conseguida hacia sus vástagos.
Se
fue de esta vida buscando, con la batería a cero, antes del tiempo estimado de
salida hacia lo desconocido; acercándose al principio de la cola, empujado por
el sentirse exhausto. Tendría más oportunidades de avanzar espiritualmente, en
cualquier forma de vida que le pusieran por delante. Y lo haría, su alma era
persistente y debía encontrar su luna llena de finales de agosto, para salir
acompañado hacia el escalón evolutivo superior.
¿Pero, cuántos ciclos así? Los que hagan falta.
Hasta que aparezca un beso que muestre que la cruz del tesoro en el mapa, esta vez,
no era una trampa. Ahí es. Ahí será.
Hay muchos Marios pululando por el mundo...a veces crecemos dejandonos llevar y no elegimos el camino adecuado...pero nunca es tarde para reconducir el camino!
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