DOS
Los propósitos para el nuevo año,
quedaron en eso: propósitos. Cayeron en saco roto o, por decirlo de una forma poética:
el viento del Norte, los devolvió a su lugar como devuelve a la calima al
Sáhara.
La cuesta de enero, continua en
este febrero, que para aumentar la agonía, dura 29 días.
Las recurrencias, otrora
acalladas como consecuencia del dominio de herramientas para reparar los males
propios, dejaban entrever la debilidad de un albañil amateur. Con ávida
necesidad de una profesional en arquitectura neuronal, para infundir salud al
hormigón secado a la luz de la Luna. Hormigón que dejaba un muro de contención
sentimental en un corazón que había explotado en varias ocasiones.
El camino se averiguaba entre una
senda rematada por una cúpula celeste de nubarrones negros, cargados de
lágrimas de mi Ángel de la Guarda, a punto de tirar la toalla por enésima vez.
Al fondo, una luz. Al contrario de lo que sería habitual, al caminar hacia
ella, se hacía cada vez más lejana.
Todo en orden. Una gripe de vez
en cuando, una edad bien llevada, algún sueño escondido durante años. Dinero,
lo justo. Familia, deporte y escritura terapéutica y por el propio disfrute de compartir
historias salidas de una mente maltratada por mí mismo.
El cansancio de la nadar contra
mi propia corriente, se manifiesta en bajada de defensas. Quizás, un Karma de
juventud, cobarde, miedoso e inmaduro, devuelve las hostias como panes de
pueblo, de esos de tres kilos. Esa pelea, hasta ser el asesino de mi ego, hace
en este febrero de 2024, que tenga que tomarme otro respiro. Otro reinicio.
No tengo suerte en el azar. En el
amor, siempre me equivoco. Lo pongo todo, sin medida. No aprendo. Mi
intensidad, no baja. La de la otra persona, siempre. El desencanto, que debería
traducirse en hacer realidad los mantras de crecimiento personal: suelta y vive
cada momento. Chocan de frente en una autovía a 120 Km/H con el AVE de la
realidad económica y familia. La convivencia se hace eterna. Cuesta aceptar que
hay que pararse a oler las flores de la cuneta, bajarse de la bici para hacer
la foto, como forma de felicidad, postergando a otro universo con cuarta dimensión,
lo del alma gemela y el sexo Tántrico.
No hay propósitos más allá de
mañana. No hay más guerra que la de autoprotección. No debo dañarme más. No debo
pagar todos mis errores ahora. Pienso aceptar la reencarnación en un reptil
serpenteante y venenoso, repudiado en todos los pueblos. Pero basta ya.
Hay gente buena. Recibo buenas
vibraciones a diario. Personas que pierden su tiempo en escucharme, que no
juzgan y aconsejan desde el corazón.
Las que no me entienden,
tienen la puerta abierta. Pero no se
quieren ir. Ni con agua caliente.
Las ganas de seguir remando se
desvanecen como el sudor en la bañera. A pesar de eso, debo seguir. No sé muy bien
por qué. Pero debo seguir. La motivación no existe ya en mi vida. Necesito
automatizar mis hábitos humanos. Olvidarme de tener sexo y vivir como un abuelete
de casi 53, dando paseítos por la playa. Lo que me falta ya, es buscar un club
para bailar bachata, rodeado de divorciados locos por pillar cacho. Y ya, darme
por socialmente normalizado.
Todo lo anterior, choca otra vez
en esa maldita autovía; en moto; contra un quita miedos como el que recibió a
mi cadera, a mi cráneo y a mi vergüenza eterna. Una segunda oportunidad que no
merezco yo. Sin la cual, mi hija no hubiera conocido a su padre, ni mis hijos
estarían habitando esta dimensión. En aquella encrucijada, mi Mátrix, giró a
barlovento. La brújula me dio en la espalda con la botavara, lanzándome a la
sopa primigenia.
Mi fénix surgió por primera vez.
La segunda y la tercera, fueron
relanzadas por Vasariah y Uriel. La moto fue sustituida por olivares y estómagos
rellenos de píldoras del sueño eterno.
Nada, que no. Que mi momento no
era.
A seguir. La cuarta no ha sido
manufacturada, se ha quedado en un “y si…”
No hay quinto malo.
Espero que merezca la pena
aguantar este castigo de vida. Intentaré escribir y publicar más cosillas,
conocer a más personas de luz. Azules, naranjas, rosas o amarillas. La luz
oscura, la empiezo a detectar de lejos. Las blancas son las del tren. Bonitas,
pero peligrosas.
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