El Control.
Una de mis múltiples taras, recae en
la todo poderosa ansiedad.
Desde siempre he pensado demasiado.
Cada instante para mí, se convierte en una sucesión de escenarios diferentes
con elementos en común. En todos ellos, se desarrollan varias historias: la que
ocurre en la realidad. Otra, la que me gustaría que ocurriera. Una más, la que
ocurriría si pasara un suceso. La siguiente sucedería, si alguno de los actores
o actrices (sobre todo actrices), interactuara conmigo de una forma u otra.
Cualesquiera de ellas, abriría otra escena completamente fantástica.
Mientras la realidad sucede, también
puede variar si yo actuara en ella: o bien dejándome llevar por la espontaneidad;
o bien actuando de acuerdo a lo que “debo” hacer; o bien llevando a cabo
acciones dentro de la norma establecida. Antaño, incluso actuaba en consonancia
con lo que se esperara de mí. Hasta para quedar bien.
A lo descrito con anterioridad,
habría que añadir el componente de prevención y planificación.
Al hilo del post anterior, la
prevención del dolor futuro. Del miedo a sufrir. La inmadurez de no ser capaz
de afrontar dignamente una derrota, hacían que actuara en el teatro A o en el
teatro B. Casi siempre terminaba por aprender algo de la función. A pesar de
mis miedos previos.
Casi siempre también, dejaba al menos
un cadáver por el camino.
Todos estos cadáveres, permanecieron
en mi mente hasta el día de hoy. Acosándome desde sus mazmorras, a las que descendí
hace unos años, solicitando que me perdonara y los olvidara de una vez. Pero
eso será en otro post.
La prevención de los escenarios,
llenaba los back stage de numeroso atrezo. Todo debía estar en su sitio. Todas las
posibles variables (de la A, a la X) debían ser colocadas. Todas sus variantes
con sus correspondientes ecuaciones resueltas. Y el apuntador de mi mente, con
todos los guiones aprendidos. Los de la obra principal, los de la variante a,
los de la variante b, los de la c….
Todo controlado. Y todo fuera de control.
Para una mente como la mía, es altamente improbable que todo esté “ok”.
La consecuencia se mostraba a modo de
espiral de pensamientos innecesarios. Y en el momento en que se alguno de ellos
se queda dando vueltas, todos los demás saltan por los aires.
Así, con todo: desde ir a trabajar a
hacer una tortilla. El deporte, la compra, la ropa, el telediario, leer,
escribir, dormir… Cualquier actividad que requiera un acto consciente, se
convierte en una tormenta mental.
Hay que estar dentro de una cabeza
así para entenderla. Intentaré explicarme:
Una persona sale a la calle. Coge su
coche o el bus. Va a un supermercado y compra leche. Vuelve a su casa y usa la
leche cuando lo necesite. Diez minutos. A otra cosa.
Yo: Tengo que comprar leche. No sé si
comprar leche de vaca, de almendra o de soja. ¿Qué será lo más sano para mí? La
de almendras, que me gusta más. Pero en casa somos cinco hoy. ¿A los demás les
gustará? Bueno, mejor compro de dos clases. ¿Y si no se la beben? Bueno,
siempre puedo guardarla. A mí, como me da igual, si no se la beben me la bebo
yo. Mejor cuando esté allí decido. Me tengo que cambiar de camiseta. Voy a
ponerme la primera que pille. Mejor esta que está limpia. Pero esta me está muy
larga. Venga cojo otra del armario. La leche que me han dado, como está el
armario de desordenado. Tengo que ordenar el armario. Me pongo. No. Tengo que
ir a comprar leche. Venga solo el estante de las camisetas. ¡Anda! Está aquí la
camiseta que buscaba ayer. Me la cambio. Ah, no, que está muy arrugada. Si voy
al súper así, van a pensar que no sé planchar. ¿La plancho? ¿Dónde está la
plancha? Tienes que salir a por leche. Vale, pues me pongo la de antes. Me voy
a poner desodorante. Luego, cuando vuelva, lo primero es ducharme. Aunque ya me
duché esta mañana. No voy a despilfarrar agua, estamos en alerta de sequía. Con
todo lo que ha llovido este año y con sequía. ¡Qué locura! ¿Dónde estará toda
esa agua? Y eso, que hicieron una tubería para abastecer la costa. Y mira que
estuvieron tiempo con el paseo marítimo levantado. Me acuerdo porque iba a
correr. Joder, ya no tengo tiempo ni de correr. A ver si empiezo de nuevo. Esa
lesión me cortó todo el ritmo. Tengo que ir a comprar leche. Y unas zapas
nuevas para cuando vuelva a correr. Al menos puedo andar en bici. Por cierto,
¿he quedado mañana para salir en bici? Tengo que mirar el Whatsapp para saber a
qué hora. Aunque yo, mañana iría a las siete; luego hace demasiado calor. Pero
otro madrugón en vacaciones… En fin, si eso me acuesto una buena siesta luego.
O no me van a dejar dormir los niños. Venga luego lo miro. Iré de rojo, tengo
que mandarle un mensaje a mi compi, que le da rabia que vayamos del mismo
color. Hostia, que voy a salir a por leche y tengo un 15 de batería. Este
cargador de carga rápida se ha debido de joder, porque rápido rápido…no carga.
Luego pruebo el otro. Me lo llevo para cargar en el coche.
Venga salgo ya. Joder con el vecino
que me deja el coche muy pegado. Y hoy lo tiene limpito. Tengo que lavar el
coche. No recuerdo cuando fue la última vez que lo lavé. Qué pena. Cuando está
limpio, parece nuevo y da muy buena impresión.
De camino al súper, tengo controlados
los números de las matrículas de los coches que tengo cerca, delante y de
frente. Si a esa le cambio un número, se parece a la de mi primera moto. Miro
una que son solo números primos. Otra que tiene el día y el mes de Navidad. Ya
van por la letra N. Sé que la que va a cruzar el paso de peatones va sin
sujetador. Las tetas son puestas, claramente, pues no se menean. La gente tiene
dinero para todo. No lo entiendo. El marido lleva al niño vestido con una
camiseta de una marca que hacía tiempo que no veía. Me cruzo con una bici con ruedas
de perfil de carbono que valen dos mil pavos. Un poco más atrás, vienen los del
equipo de triatlón con toda la escuelita. El presi, se ha comprado la BH de
contra reloj. Esa bici vale 10 mil. Es un pepinazo que anda sola. Quien tuviera
esa pasta para gastar en una bici.
Allí delante, se ha bajado una de un
coche sin mirar y un poco más, y se come al de la moto. Que lleva un tatuaje
horroroso de “Mázinguer Z”. Yo no sé cómo la gente va en moto con camiseta de
tirantes. Te pica una avispa y ves las estrellas. Además que puedes tener un
accidente. Si se cae me hubiera tenido que bajar a ayudar. Como aquel día en
que la chica aquella se empotró con el camión de coca cola. Pobre niña. La
ambulancia tardó 25 minutos. Si hubiera llegado antes, quizás hubiera sufrido
menos. Si se cae este, al menos está cerca del centro de salud. No tardarían
tanto.
Me pita el de atrás porque me he
parado con el semáforo en naranja. Este tío es tonto. La prisa que tendrá.
En el supermercado es otro infierno
mental. ¡Todos los carritos están llenos de cosas para analizar!
Yo debo comprar leche. No veas ese,
que se lleva todo el palet de agua con gas. Y esa señora que seguro que está
organizando un cumple: solo lleva chuches, patatas fritas y galletas.
Esos van de botellón. Esa de
barbacoa. Yo no compraría hamburguesas. Me decantaría por criollos, salchichas
y una buena pieza de carne. A ver qué hay. La de la pescadería no para de
chillar. Me suena su cara. Seguro que es de mi barrio. ¿No era la novia de
Antonio el de bloque tres? Él se fue a Suecia a trabajar. Es que aquí no había
nada de lo suyo. Pero a quién se le ocurre estudiar eso que solo puede
desarrollarse en esos climas tan fríos…
Al final cojo tres leches diferentes
pero solo me quedo con la de almendras. Me he dejado la cartera en el coche.
Bueno, pago con el móvil. Espero que la aplicación funcione. Si no funciona,
¡qué vergüenza! Tengo que dejar la leche y volver al coche. Y si hay cola, voy
a tener que esperarla de nuevo. O, igual, me deja la cajera. ¿Me reconocerá?
Vaya rollo.
Pago sin problemas.
Vuelvo en el coche observando y
controlando todos los objetos y las personas que se encuentran en mi escenario
de actuación.
Llego a casa y antes de soltar la
leche, cargo el teléfono y compruebo la salida en bici de la mañana siguiente.
Mando el mensaje y preparo la ropa. Rojo, dije. Los guantes, no encuentro las
gafas en su sitio. Los niños me lo cambian todo de sitio. Suelto la leche, por
fin. Y ya no es hora de tomar café. Vuelvo a revisar una y mil veces que todo
esté perfecto para mañana en la bicicleta. Limpio el casco. Cargo las luces.
Cargo el Garmin.
10 minutos. Pero agotado mentalmente.
Y continua la tarde….
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