Relato I. "IZENA". Cap. I

 


Voy a pintar de azul la negra noche…

I PRINCIPIO

Una noche más, caminaba por el paseo marítimo hacia mi trabajo. Una noche normal de las mías. Digo de las mías, pues mis noches eran un tanto “diferentes”. Al insomnio habitual desde no sé cuánto tiempo ya, se le unían una multitud de pensamientos recurrentes como: la ansiedad por sobrevivir a mi familia, los problemas del trabajo, mi pésima forma física, la Luna…

Lo de la Luna ya era algo para preocuparse… je, je. Yo siempre había sido de Sol, mi sol, lo llamaba yo cuando podía disfrutar de él. Siempre a pildoritas, poco tiempo pero de manera intensa. Disfrutaba cuando recibía sus cálidas caricias, cuando me “bañaba” en él, mientras nadaba o corría por la playa cuando entrenaba a gusto conmigo mismo. Por cierto, a ver si retomo los entrenamientos, aunque debería arreglar la bicicleta, una bicicleta que...PARAAAA!

A esto me refiero con los pensamientos recurrentes, empiezo y….

¿Por dónde iba?

Ah, vale. La noche y la Luna.

Desde hacía un tiempo, la verdad es que no recuerdo desde cuándo, aunque ahora que lo pienso, puede que desde siempre, tenía la sensación de que algo tenía que hacer pues el tiempo estaba a punto de acabar.

Era como que me encaminaba a acabar una misión un cometido, como cuando a uno le quedaba la segunda vuelta del circuito de carrera a pie en un triatlón de tipo Olímpico, es decir me quedan 5 km y acabo. Antes lo daba todo en los triatlones en los que participaba por puro placer, sin necesidad de ganarle a nadie, ya que, ¿a quién iba a engañar yo? Era imposible hacer un top 10 con mi físico. No era por falta de entrenamientos, sino porque tenía mis limitaciones, claro. Lo acepté desde las primeras competiciones. Pero seguía por puro gusto de acabarlos. Aunque ya, después del último, en la casa de Campo de Madrid, me propuse…..Otra vez…. PARAAAA!

Pues eso. Iba como a punto de acabar algo. Y con prisas por tener que finalizarlo. Luego estaba la Luna, llena del todo sobre la bahía de Málaga. Preciosa. Si viera mejor, sería capaz de distinguir sus cráteres de la superficie. Por alguna razón, tenía la Luna metida en la cabeza. Me quedaba extasiado mirándola. Su reflejo. Lo cerca que parecía. Me recordaba frases como “te bajaría la Luna…”, “te quiero de aquí a la Luna ida y vuelta”, que era la frase favorita de mi primer hijo. Mi primero y único hijo varón. Una excelente persona que ya cumplía 24 añazos. Me hacía viejo pero me encantaba estar con él y tener esa confianza que nos teníamos. Todo, a pesar de su madre. Una preciosa pero inestable mujer, que fue mi primer amor y que me engañó como a un chino. De ella aprendí a no confiar y luego a confiar en las personas. Aprendí a perdonar y a no perdonar. A querer y a no querer. A Pesar de los años y de los daños, nos llevábamos bien mientras tuviera su cuenta con varios ceros. Mi relación con mi hijo, no se resintió y ahora trabajaba conmigo en el restaurante, como jefe de sala. Todos los días me enseña alguna cosa sobre vinos y sobre la vida. En él, me veía reflejado con su edad, pero sin cometer los mismos errores que yo. Cometía los suyos propios y yo, sólo intervenía si me pedía ayuda, aunque en esos momentos aprovechaba para sermonearlo cariñosamente. Quizás, si mi padre hubiese estado ahí….Ya me estoy perdiendo de nuevo…

Una cosa más que tenía metida en mi cabeza, era ELLA. La escribo con mayúsculas. Era una mujer que me impresionó desde el primer día que la atropellé. Si, fue un accidente hace un par de veranos. Iba yo con la bici y mi hija menor, fruto de mi segundo y último matrimonio. Doce años la acompañaban. Doce años de no dormir, de papi esto y papi lo otro. ¿Pero no tienes madre?

-          “Si, pero tú eres más burro, como yo”. Un dulcecito…vaya.

En fin, también disfrutaba mucho con ella, con su precoz madurez, con sus intentos por cuidarme, porque no me dejara el pelo tan corto, por afeitarme la barba con un cuchillo de jamón que me costó 13 puntos de sutura en la cara, por esos ojazos azules que no sé de quién son porque su madre es morena y de ojos negros, y yo… en fin, de todo menos azules. Con mis horarios nocturnos y debido al trabajo de enfermera de su madre, pasábamos mucho tiempo juntos. Era el ojito derecho de su hermano, con el que estuve un poco más distanciado en su infancia, pues la custodia era de su madre, en esos tiempos lo de la custodia compartida no se planteaba y, mucho menos, dar la custodia a un padre…Ya me dispersé…

El caso es que íbamos haciendo una ruta con la bici, por el arroyo Granadillas, cuando no sé de dónde salió esta mujer, pero en un instante, estaba en el suelo con su bici encima de mí, mientras, mi niña y ella, se reían sin parar. El caso es que me costó una costilla rota  y un  par de semanas de reposo. Además de no saber ni su nombre, ni de donde era, ni que hacía allí, ni de dónde salió, ni nada de nada. Sonriendo, mirándome a los ojos un segundo que me pareció una hora entera de reloj, se disculpó y se fue.

Hasta que una de esas noches de paseo hacia el trabajo o hacia mi casa, pues no recuerdo bien el trayecto, la volví a ver. Bueno, me vio ella. Venía por detrás con otra bici, por cierto y me dijo: -“¡Ey, esta vez no me tiras!”. Me miró a los ojos girando la cabeza. Apenas me dio tiempo a reconocerla y desapareció otra vez con una media sonrisa.

Es raro, pero las dos primeras veces, esas dos primeras miradas, me produjeron una paz, una tranquilidad tal, que fue imposible no asociar esa sensación con ella. Su mirada me paraba la ruleta de mis pensamientos. E inmediatamente, aparecía en mi mente, la Luna. Todo muy raro. Además, esos encuentros me producían sueño y ¡dormía!

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