Voy a pintar de azul la negra
noche…
I PRINCIPIO
Una noche más, caminaba por el
paseo marítimo hacia mi trabajo. Una noche normal de las mías. Digo de las
mías, pues mis noches eran un tanto “diferentes”. Al insomnio habitual desde no
sé cuánto tiempo ya, se le unían una multitud de pensamientos recurrentes como:
la ansiedad por sobrevivir a mi familia, los problemas del trabajo, mi pésima
forma física, la Luna…
Lo de la Luna ya era algo para
preocuparse… je, je. Yo siempre había sido de Sol, mi sol, lo llamaba yo cuando
podía disfrutar de él. Siempre a pildoritas, poco tiempo pero de manera
intensa. Disfrutaba cuando recibía sus cálidas caricias, cuando me “bañaba” en
él, mientras nadaba o corría por la playa cuando entrenaba a gusto conmigo
mismo. Por cierto, a ver si retomo los entrenamientos, aunque debería arreglar
la bicicleta, una bicicleta que...PARAAAA!
A esto me refiero con los
pensamientos recurrentes, empiezo y….
¿Por dónde iba?
Ah, vale. La noche y la Luna.
Desde hacía un tiempo, la verdad
es que no recuerdo desde cuándo, aunque ahora que lo pienso, puede que desde
siempre, tenía la sensación de que algo tenía que hacer pues el tiempo estaba a
punto de acabar.
Era como que me encaminaba a
acabar una misión un cometido, como cuando a uno le quedaba la segunda vuelta
del circuito de carrera a pie en un triatlón de tipo Olímpico, es decir me
quedan 5 km y acabo. Antes lo daba todo en los triatlones en los que
participaba por puro placer, sin necesidad de ganarle a nadie, ya que, ¿a quién
iba a engañar yo? Era imposible hacer un top 10 con mi físico. No era por falta
de entrenamientos, sino porque tenía mis limitaciones, claro. Lo acepté desde
las primeras competiciones. Pero seguía por puro gusto de acabarlos. Aunque ya,
después del último, en la casa de Campo de Madrid, me propuse…..Otra vez….
PARAAAA!
Pues eso. Iba como a punto de
acabar algo. Y con prisas por tener que finalizarlo. Luego estaba la Luna,
llena del todo sobre la bahía de Málaga. Preciosa. Si viera mejor, sería capaz
de distinguir sus cráteres de la superficie. Por alguna razón, tenía la Luna
metida en la cabeza. Me quedaba extasiado mirándola. Su reflejo. Lo cerca que
parecía. Me recordaba frases como “te bajaría la Luna…”, “te quiero de aquí a
la Luna ida y vuelta”, que era la frase favorita de mi primer hijo. Mi primero
y único hijo varón. Una excelente persona que ya cumplía 24 añazos. Me hacía
viejo pero me encantaba estar con él y tener esa confianza que nos teníamos.
Todo, a pesar de su madre. Una preciosa pero inestable mujer, que fue mi primer
amor y que me engañó como a un chino. De ella aprendí a no confiar y luego a
confiar en las personas. Aprendí a perdonar y a no perdonar. A querer y a no
querer. A Pesar de los años y de los daños, nos llevábamos bien mientras
tuviera su cuenta con varios ceros. Mi relación con mi hijo, no se resintió y
ahora trabajaba conmigo en el restaurante, como jefe de sala. Todos los días me
enseña alguna cosa sobre vinos y sobre la vida. En él, me veía reflejado con su
edad, pero sin cometer los mismos errores que yo. Cometía los suyos propios y
yo, sólo intervenía si me pedía ayuda, aunque en esos momentos aprovechaba para
sermonearlo cariñosamente. Quizás, si mi padre hubiese estado ahí….Ya me estoy
perdiendo de nuevo…
Una cosa más que tenía metida en
mi cabeza, era ELLA. La escribo con mayúsculas. Era una mujer que me impresionó
desde el primer día que la atropellé. Si, fue un accidente hace un par de
veranos. Iba yo con la bici y mi hija menor, fruto de mi segundo y último
matrimonio. Doce años la acompañaban. Doce años de no dormir, de papi esto y
papi lo otro. ¿Pero no tienes madre?
-
“Si, pero tú eres más burro, como yo”. Un
dulcecito…vaya.
En fin, también disfrutaba mucho
con ella, con su precoz madurez, con sus intentos por cuidarme, porque no me
dejara el pelo tan corto, por afeitarme la barba con un cuchillo de jamón que
me costó 13 puntos de sutura en la cara, por esos ojazos azules que no sé de
quién son porque su madre es morena y de ojos negros, y yo… en fin, de todo
menos azules. Con mis horarios nocturnos y debido al trabajo de enfermera de su
madre, pasábamos mucho tiempo juntos. Era el ojito derecho de su hermano, con
el que estuve un poco más distanciado en su infancia, pues la custodia era de
su madre, en esos tiempos lo de la custodia compartida no se planteaba y, mucho
menos, dar la custodia a un padre…Ya me dispersé…
El caso es que íbamos haciendo
una ruta con la bici, por el arroyo Granadillas, cuando no sé de dónde salió
esta mujer, pero en un instante, estaba en el suelo con su bici encima de mí,
mientras, mi niña y ella, se reían sin parar. El caso es que me costó una
costilla rota y un par de semanas de reposo. Además de no saber
ni su nombre, ni de donde era, ni que hacía allí, ni de dónde salió, ni nada de
nada. Sonriendo, mirándome a los ojos un segundo que me pareció una hora entera
de reloj, se disculpó y se fue.
Hasta que una de esas noches de
paseo hacia el trabajo o hacia mi casa, pues no recuerdo bien el trayecto, la
volví a ver. Bueno, me vio ella. Venía por detrás con otra bici, por cierto y
me dijo: -“¡Ey, esta vez no me tiras!”. Me miró a los ojos girando la cabeza.
Apenas me dio tiempo a reconocerla y desapareció otra vez con una media
sonrisa.
Es raro, pero las dos primeras
veces, esas dos primeras miradas, me produjeron una paz, una tranquilidad tal,
que fue imposible no asociar esa sensación con ella. Su mirada me paraba la
ruleta de mis pensamientos. E inmediatamente, aparecía en mi mente, la Luna.
Todo muy raro. Además, esos encuentros me producían sueño y ¡dormía!
Sigue, sigue contándonos..muy bonito
ResponderEliminarMe encanta Jose! espero el próximo capítulo ;-)
ResponderEliminar😁
ResponderEliminarInteresante
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