RELATO III. INTERDIMENSIONAL. Completo

 


NOTA DEL AUTOR.

Este relato ha sido escrito desde mi interior. Todo el tema del alma es ficción mía. No está basado en hechos reales. No es un ensayo científico ni espiritual ni nada por el estilo. Es mi ficción.

Por supuesto que espero vuestras críticas y vuestras sugerencias.

La canción en las entradillas de los capítulos en de David Otero (Canto del Loco) y las imágenes han sido descargadas la red.

Todo lo demás, ha salido este mes de octubre de mi cabeza en llamas.

 

” INTERDIMENSIONAL”

“…Solamente oír tu voz, ver tu foto en blanco y negro…”

Capítulo I: “El Prota”.

Como cada mañana, nada más despertarse, (usaba un despertador que sonaba como una alarma de banco) metió la cabeza bajo agua, debajo de la ducha fría. Sólo la cabeza, de rodillas y con medio cuerpo en la bañera. Una postura que iba en contra de cualquier canon erótico o sexual y que hubiera echado del habitáculo a cualquier tipo de ser vivo, excepto, claro, a “Bicho” su inseparable perro. Que aprovechaba la ocasión para intentar lamerlo, patearlo, montarlo….todo en ese momento, a la vez y sin que su dueño fuera capaz de reaccionar en legítima defensa. Así se daban los buenos días y reclamaban cariño mutuo, en los días en los que no había compañía femenina cercana, ya fuera oficial, (en ese momento no había), o producto de una noche de descontrol controlado o de una velada romántica con final demasiado explícito para ser contado.

El apartamento era un ático soleado, en Fuengirola, uno de los lugares paradisíacos del mundo mundial. Lo había alquilado años atrás, cuando en esa zona nadie quería vivir por estar al lado de las obras de una Mezquita y la dueña, le había mantenido el precio de la renta antigua, el intercambio de favores habría influido también en esa decisión (je je). Ahora, recién estrenado el siglo XXI, era todo un caramelito.

 La casera era una más que agradable mujer, siempre impecablemente vestida, acorde con su profesión de cara a un público discretamente rico, no como los nuevos millonarios de la droga que empezaban a verse por aquellos lares, elegante, no muy alta, morena, con ojos aceitunados, muy atractiva para él, madura, unos 10 años mayor, algún que otro retoque estético tan bien ejecutado que costaba acertar cual era; con mucha personalidad y educación, también muy bien educada sexualmente, doctorada, mejor dicho. Las veces que la veía, explotaban fuegos artificiales. Si ya tenían alguno de esos encuentros carnales esporádicos, entonces saltaba la tercera guerra mundial. A él, le daba la sensación de que era usado como objeto de placer en cada uno de esos encuentros, y claro, no se podía estar más en lo cierto. Su cuerpecito bien formado, se contorsionaba de tantas formas que él flipaba con esa elasticidad. Además, le descubría maniobras (o “secretos” como ella los llamaba), de mujer experimentada que luego él, aplicaba en sus relaciones.

Esta relación, no se podría definir con una palabra. Lo mejor de todo, era que los dos estaban de acuerdo y ninguno le exigía o demandaba nada más al otro. No se hacían daño, al menos en los cuatro años en los que mantenían la secreta contienda. Ella no tenía cargas pues estaba divorciada y sin problemas económicos. Tan sólo un hijo mayor de edad ya, que tuvo a los 16 y que vivía con su padre en Italia. Culta, con muchos idiomas hablados y otros “conocidos” (francés, griego, balinés…), de apariencia segura, aunque después de su embarazo prematuro, fue capaz de luchar, formarse y ganarse un hueco en el mundo inmobiliario internacional de la costa, en realidad, tenía sus miedos como todo el mundo. Con su negocio propio ya, empezó desde abajo, como muchas de su clase, pero a diferencia de las que conocía, jamás se ganó nada ni subió el más mínimo escalón, utilizando o dejando utilizar su cuerpazo. No le gustaba estar sola aunque procuraba rodearse sólo de la gente que ella escogía. Nada de babosos ni  de personas tóxicas. Disfrutaba y procuraba cuidarse física y mentalmente en cualquier momento de ocio. Adoraba su chalet en la zona de El Coto, con su piscina climatizada de tamaño XXL en la que nadaba cual sirena a diario, afición que compartía con nuestro protagonista.

Bueno, nadaba y mil cosas más que se podían hacer y de hecho, hicieron en muchas ocasiones.  No se quiso volver a atar a ningún hombre ni de ninguna mujer. Su abierta bisexualidad, se hacía patente en todos los ámbitos de su vida, no la ocultaba y presumía de chicas guapísimas siempre que tenía ocasión. A menudo le decía que le excitaba más la masculinidad asumida por una mujer en el acto sexual hacia ella, o asumida por ella, pero que de vez en cuando, un espécimen masculino era necesario para completar su deseo. Para eso, estaba su inquilino favorito.

Y él, pues eso, alguna relación más larga que otra, presto a disfrutar de los placeres progresivamente desvelados por su ama, pero esperando al amor de su vida, para darle todo el cariño y el buen rollo que desprendía por los poros de su piel machacada por el Sol, la sal, el cloro y el viento; así como de enseñarle todo lo aprendido, claro. Ya empezaba a hacerse larga la espera, pues acababa de cumplir los 30.

Por tanto, podemos afirmar que vivía en un paraíso dentro del paraíso. Las vistas eran espectaculares, de Este a Oeste. En los días claros veía toda la Costa del Sol, e incluso África. Lo que pasa es que cada vez había menos días de esos. Con tanta contaminación, con la calima y con no sé cuántas cosas más y cada vez más frecuentes. Tampoco es que tuviera mucho tiempo para recrearse con sus vistas, las cosas como son. A parte de la enorme terraza, disponía de un salón, cocina americana dentro de un armario y un dormitorio con una claraboya de cristal transparente en el techo que le daba un juego…

En fin, tras el ritual de ablución matutina cabecera, tocaba el ratito de espejo para peinarse y lavarse dientes. Lo de peinarse era fácil, pues llevaba el pelo corto. Lo de encontrar el cepillo de dientes escondido por Bicho, como su reloj, o sus pulseras, era otra historia. Su cuerpo de socorrista moreno, se mantenía fortalecido por el entrenamiento de natación y salvamento combinado con pesas y con algo de running de vez en cuando. Su verdadera pasión era el Wind-Surf, que por supuesto, contribuía a su forma física. Pese a los pocos días de viento favorable, lo practicaba siempre que podía. Ya fuera en Tarifa, en Los Álamos o en el Rincón de la Victoria, los fines de semana, buscaba su jornada de navegación, sólo o con algún amigo (conocía a pocas chicas que navegaran) con su furgoneta, una nevera repleta de cerveza y el equipo…¡al fin del mundo!

 Aunque no era muy alto, ni muy guapo tampoco, excepto para su madre, que lo consideraba el “niño más bonito del mundo”, era atractivo y simpático. Resultón. Un buen amigo siempre le decía: “con ese brazo y con mi inteligencia…harías maravillas…ja ja”. No tenía problema en conseguir chicas, tras la pérdida de la vergüenza total que supuso su entrada en el mundo del socorrismo.

No me enrollo, que va…

Acabado el aseo personal y el arreglo final, a trabajar en el Parque Acuático, pues era temporada alta, final de julio, después del entrenamiento previo en natación en la piscina de olas y técnicas prácticas de salvamento en los toboganes.

Pero esa mañana de martes, se encontraba demasiado cansado. Sabía que había estado soñando, y a pesar de haber estado dormido profundamente, no había descansado. Más que dormir, parecía que había estado sin conocimiento. Le pesaban los párpados y no había realizado sus ejercicios de meditación, pues se le había echado el tiempo encima. Tenía un pequeño recuerdo de su sueño, pero no lograba afinar con claridad en las imágenes ni en las sensaciones. Desde que empezó a meditar, estaba muy familiarizado con todo lo relacionado con los sentidos. Dejó de preocuparse, pues algo le decía que el contenido le vendría a la mente a lo largo del día.

Tras sacar por la zona a hacer sus necesidades al perrito, sin raza definida, por cierto, y ponerle pienso en el cuenco, cogió la mochila con su uniforme y se dirigió a su trabajo con la bici. Sí, también montaba en bici. Además, con la excusa de no tener tiempo, tampoco llevaba desayuno ni alimento alguno en el cuerpo…

 


 

“…Recorrer esa ciudad, yo ya me muero de amor…”

Capítulo II: “Chispazo”.

Llegué al trabajo pronto, antes que nadie, para variar. A pesar de ser martes, la mayoría del personal había salido de fiesta la noche anterior. Yo preferí recuperar un poco del fin de semana, que había sido movidito en Tarifa: navegar, salidas, carretera…

Tenía una sensación incómoda. Me costaba respirar. Empecé a recordad algo de la noche rara anterior. Me había costado despertarme. Pero no como cualquier mañana normal que uno no quiere salir del catre, sino que me costó recuperar mi cuerpo. Me explico. Estaba soñando, tan metido en el sueño, que no quería volver de él. O mejor sí. Una parte de mí, me quería inmerso en la historia onírica, y otra, me empujaba a despertar. El caso es que tenía un ojo abierto, consciente, es decir, veía mi ventanal y parte de mi almohada, y otro totalmente viendo la “película” de la que era protagonista. Mi cuerpo me pedía moverme, despertar. Mi yo del mundo real, o de lo que yo pensaba que era mi mundo real, me instaba encarecidamente a moverme, a despertarme,  a volver, a respirar en mi realidad actual, pero otra parte de mi subsconsciente, no me dejaba volver. Al final, tras interminables segundos o minutos, no puedo detallarlo, conseguí angustiosamente de nuevo controlar mi cuerpo. Levantándome de un salto de la cama. No era algo nuevo, ya que recuerdo que, siendo adolescente y compartiendo habitación con mi hermano el súper Spiderman, en alguna ocasión ya me había sucedido algo similar. Él, se reía de mí y decía que yo le gritaba para que me despertara, increíble, ¿no?

Espero haberme explicado. Pero, volver ¿de dónde?

 


Al fin, empezaron los compañeros a llegar, acompañados por el jefe de personal que hacía de entrenador e instructor de salvamento. El socorrismo había aparecido en mi vida como una forma de mantener mi independencia económica, aunque poco a poco se convirtió en una pasión que me ayudaba a sentirme bien como persona. Tras algunas bromas y saludos, tiramos a una compañera vestida al agua entre todos los demás, (excepto el jefe que era muy sieso) a modo de bautizo, pues era el primer día que trabajaba con contrato. Por fin. Y empezamos a nadar en la piscina de olas, con un par de corcheras que habilitaban dos calles para no machacarnos entre nosotros.

Pero…..paraaaaaaa…

Vamos: uno de los ejercicios de entrenamiento, se trataba de inmovilizar y poner a salvo a un “nadador asustado”. El papel de extranjero borracho y sin saber nadar, metido de lleno en las olas de la piscina, lo realizaba a la perfección el encantador jefe de personal. A mala leche, para parecerse lo más posible a la vida real, decía el capullito de alhelí. Braceaba, chillaba, se aferraba a ti…todo para que te liberaras, lo tranquilizaras, lo inmovilizaras con el material correspondiente (tubo de rescate o flotador a elección del jefe) y terminaras transportándolo a lugar seguro tras avisar al compañero, pedir ayuda y saltar al agua desde la silla más lejana. Total, todo un partido de rugby en el agua con olas, después de un madrugón y con todo un día calentito por delante. Si sobrevivíamos a la pruebecita, éramos los mejores. Cualquier fallo, se pagaba con horas de vigilancia en la zona infantil (menores de 6 años) durante las horas centrales del domingo más cercano a la fecha de la “cagada”.

Por supuesto, que esa mañana me tocaba a mí, claro, hacer de socorrista salvador…

Y ahí estaba yo, en lo alto de la silla, de pie, con mi tubo de rescate enrollado en la cintura, a lo Mitch Buchannan de los “Vigilantes de la Playa”, esperando las olas más grandes del mundo y al capullo mayor del reino a que se tirara a clavar su papel. Sólo que yo, estaba hecho polvo después de los dos mil metracos nadados sin desayunar, no medía metro ochenta, ni podría repetir la toma usando un súper actor de doblaje mega preparado para la escena triunfal. Se avecinaban horas de domingo aguantando personal de escasa o nula educación y con la entrada pagada con dinero del narcotráfico algecireño, acudiendo en masa al parque acuático, a bordo de una treintena de autobuses con las bodegas llenas de neveritas portátiles con cerveza y sandwiches, escuchando:

 “¡Spencer Ezhú, come here por la blue shorraera y deja de tragá water que te va jogá, sheet!” léase el inglés perfectamente pronunciado y el castellano como andaluz de La Línea.

En un momento vi como un zoom, realizado en el siguiente orden: Vía Láctea, Sistema Solar, la Tierra, Europa, España, Andalucía, Málaga, Mijas Costa, El parque Acuático, La piscina de olas, la silla…y el que escribe: Máximo García. Acordándose de su casera: Selena Peña en una piscina que no era esa, y con preliminares que nada tenían que ver con el momento inminente.

Cuando las olas llegaron a la altura máxima que permitía la maquinaria, que nunca se ponía con clientes reales, el jefe saltó al agua.

Instantes después, tras tocar el silbato con una pitada fuerte y soltar el walky, ahí iba, nadando con mi camiseta, tubo de rescate, gafas colgando y de pelea con las olas. Me acerqué según el protocolo e intenté hablarle y rodearle para abordarlo por la espalda e intentar inmovilizarlo con el tubo. Pero él, muy metido en su papel, braceaba e intentaba agarrarme de cara. En un despiste, y con una ola excesivamente alta que no me esperaba, me cogió por el cuello y me hundió para intentar salir a flote. Puso sus pies en mis hombros y me quedé intentando zafarme para que se hundiera conmigo, y volver a intentar sacarlo.

De repente, todo negro.

La hipoxia cerebral unida al cansancio, la falta de alimento o la vida y el Universo, hicieron que perdiera el conocimiento…

 

 

 

 

 

“…ver la vida sin reloj y contarte mis secretos…”

Capítulo III: “La casa”.

Estaba en mi casa. Muy tranquilito. Leyendo un libro en el salón, sobre “Crónicas Vampíricas”. En un sillón orejero y reclinable. Una mesita auxiliar de metacrilato, servía de apoyo para una humeante taza de té rojo y para la funda de mis gafas. Había un pequeño artefacto en forma de cartera aplastada que yo identificaba como mi teléfono móvil. La cocina, con colores negros y plateados, pequeña,  pero completa en cuanto a electrodomésticos, robots de cocina y todos los utensilios posibles, que se averiguaba detrás de una puerta, olía todavía a la paella que se había cocinado en ella. El Sol entraba de lleno por el ventanal que daba paso a un patio interior comunitario, con un tendedero portátil en el que se alternaban ropas elegantes como americanas y pantalones de pinzas, con sujetadores de fina lencería y una bata de felpa que debía de dar un calor…. De otra de las puertas, que en este caso estaba abierta, partía un pasillo con dos estancias más. Un cuarto de baño a la izquierda, con plato de ducha y mampara de cristal opaca y un dormitorio  algo más lejos a la derecha, con un armario blanco. No era empotrado, pues se apreciaba claramente, pero no reducía la sensación de amplitud del dormitorio en cuestión. Con puertas correderas y de cristal en blanco, ocupaba el lateral derecho. En el lado izquierdo del dormitorio destacaba un cabecero de barras metálicas y una cama de dos por dos. Con un espejo en la pared frontal. La cama estaba cubierta por un edredón decorado con motivos florales verdes y blancos y el armario estaba entreabierto. Lo sabía desde mi rincón de lectura, porque yo lo había dejado así. En el techo de escayola, colgaba un enorme ventilador, con las palas lisas y con cuatro focos orientados a todos los rincones de la estancia. Dos mesitas de noche, con lamparitas verdes y un par de cajones, junto a una ventana frente al armario y una  silla de enea pintada con motivos flamencos, completaban el mobiliario.

A pesar de la tranquilidad de mi momento de lectura, sabía que algo me inquietaba.

Un minuto después, se abrió la puerta de la entrada y entró mi mujer.

-      Tengo buenas noticias. ¡Me han concedido el traslado! Nos vamos de este boquete.

Salté del sillón y nos dimos un abrazo. Venga, va. –decía- Date prisa y recoge tu ropa.

Fui al dormitorio, me dirigí al armario y…había algo de ropa. Sabía que era mía. Pero no la reconocía…del todo.

¿Dónde la guardo? - me preguntaba-. Buscaba una maleta una bolsa o algo y no encontraba nada. Sacaba una camiseta azul y aparecía otra dentro. Una sudadera, aparecía otra. Con los pantalones igual. Zapatos, cinturones… Todo se amontonaba encima de la cama.

-      ¡Vamos que tenemos que irnos!, me insistía mi mujer.

Pero, ¿esta quién es? Tampoco me acordaba ya ni de su nombre.

-      ¿Le pagaste al casero lo que le debíamos? Vamos, te espero en el coche. Date mucha prisa que no llegamos al aeropuerto.

Tanta prisa y tanta tensión no me gustaban. Me producían mucha ansiedad. Me ponía demasiado nervioso y no daba pie con bola. De repente sonaba el teléfono móvil. Pero no podía cogerlo. Aparecía el nombre del señor que nos alquilaba la casa. ¿Cómo se coge esto?

-¡¡Venga que nos vamos!!

- ¿Qué hago yo aquí? ¿Dónde estoy? ¿A dónde voy y con quién? ¿Qué tengo que llevarme? ¿He pagado lo que debo? AAggghh.

Justo en el momento en que creía que me iba a explotar la cabeza, todo negro.

-      ¡Máx, despierta!

Abro los ojos y la veo. Jennifer. La socorrista más veterana. Con su cara muy pegada a mí y su mano en mi frente.

-      Tío, ¿qué pasta de dientes usas? Sabe muy bien.

Escuché risas y palabras de alivio, junto a otras de ánimo. Me había desmayado, perdido el conocimiento y me habían reanimado después de sacarme a mí del agua. Mis compañeros, claro. Porque el súper jefe no se dignó nada más que a ordenárselo. Jenny, como buena compi, había tirado de experiencia y me había hecho una maniobra de reanimación que incluía, por lo visto, un boca a boca con lengua, pero había sido efectivo.

Me incorporé con la misma sensación que había tenido esa mañana. Demasiado cansado, confuso y con la cabeza llena de ideas, pero ninguna clara. La verdad es que apenas había tragado agua y tenía hambre. El accidente me exoneró del resto de entreno y me fui a desayunar en compañía de mi salvadora, que aprovechó también para quitarse de en medio. Empecé e mirarla con otros ojos después del morreo y de la invitación al café y al bocadillo de chorizo y queso, que era la especialidad de bar del Parque. O al menos, a nosotros nos flipaba. Bien porque el pan estaba recién hecho, bien porque lo hacían con más cariño porque era para los trabajadores. Una vez recuperado, empezamos el día de trabajo. Por supuesto, yo en el “parque infantil”, claro. Donde estaría vigilando a diez pequeños ingleses con muy mala idea hasta la hora de la comida.

Por la tarde, en el tobogán más alto y solitario: “El Kamikaze”. Donde tampoco pude hablar con nadie. Acabamos, recogimos todo y me fui a casa en mi bici. Justo al salir, Jenny me pidió quedar para tomar una caña y hablar un poco y le dije que sí. No me apetecía pero intuía que me vendría bien comentar la jugada.

Mientras me duchaba, empecé a recordar el episodio de la mañana. Conforme caía el agua fría desde la cabeza a mi espalda (cosa que me encantaba) tenía muy claras las imágenes que surgieron del fondo de la piscina. Bueno, déjalo estar, pensé. Me vestí y me fui a recoger a mi compañera.

Era un bar muy curioso. Fuera del círculo turístico de Fuengirola. Pedías una caña y el camarero te ponía una tapa. Un euro. Si eras capaz de tomarte diez tapas y beberte enteras las diez cañas, te invitaban y no pagabas. Una idea genial. En los años que llevaba, no había visto a nadie capaz de cenar gratis. Y los clientes éramos fieles  y no faltábamos al intento, por lo menos dos veces a la semana.

Con las primeras cañas empecé la conversación:

-      Bueno, ¿qué te pasa a ti?

-      ¿A mí? Perdona, pero el que se iba a ahogar eras tú. ¿Qué te ha pasado, tío? Nunca han podido contigo en el agua. Me he asustado de verdad. Al principio creía que estabas fingiendo para liberarte, pero al ver tus ojos, me asusté y saltamos Fran y yo. ¿Estás viejo ya o qué?

Era un encanto y nos llevábamos genial. Rubia, o con el pelo lacio y quemado como ella decía, pecosilla, con la piel renegrida, de mi altura y con cuerpo de nadadora, demasiada espalda para mi gusto, pero sin un gramo de grasa en exceso y dura como una piedra. Fuera del parque parecía una “guiri” más de vacaciones en Fuengirola. Yo siempre había evitado tener relaciones íntimas con mis compañeras de trabajo, pero con ella, hacía ya años, tuve un encuentro. Fue tras una fiesta de fin de temporada y los dos quedamos en que no se repetiría, y no por que no fuera satisfactorio (¡madre mía con la Jenny!), sino porque ella tenía pareja y opinaba que mantener nuestro lío, sería más lío todavía y acabaríamos mal. Nada como la madurez femenina para hacerte poner los pies en la Tierra. Era un año menor que yo pero parecía más joven, sólo físicamente. Porque en claridad de ideas…Quería montar su propio negocio relacionado con el deporte, pero todavía se mantenía de socorrista para no agobiarse mucho, decía. Un poco antipática con quien no la conocía bien y a pesar de su estricta educación, no le dolían prendas para mandar a donde picó el pollo a todo el que le babeara el uniforme o por la noche de fiesta. Y como socorrista, una fuera de serie, con experiencia y frialdad en cualquier tipo de rescate. Una vez, estando de playa en el día de descanso, me dijo: ¡corre! Yo salí detrás de ella sin saber ni lo que pasaba, pero los sacamos a flote a una pareja de rusos del agua que se estaban ahogando. Pero eso es otra historia.

El caso es que tuvo toda la razón. Con el tiempo ella rompió su relación, pero continuamos siendo muy buenos amigos y con una enorme complicidad.

-      No sé. Es que esta mañana me sentía raro.

Empecé a contarle y conforme me animaba a hablar, se aclaraba todo en mi cabeza.

Resulta que el sueño que había tenido, era en la misma casa en la que me encontraba cuando perdí el conocimiento. Por la noche, estaba muy agobiado porque no sabía si había pagado el alquiler y por la mañana, el agobio era por llevarme la ropa. La casa era exactamente la misma. Por la noche no podía despertar, y tenía un sobre con dinero en la mano y alguien esperándome en la puerta. Por la mañana, tenía ropa en la mano y alguien esperándome en un coche. Pero era todo muy real. O, al menos, era la sensación que yo tenía. Por la noche me despertó Bicho a lametazos. Por la mañana me despertó Jennyfer con un boca a boca.

Mi compañera se quedaba alucinada con mi historia.

 –Pero Máx, ¡qué pasada!

Me estás asustando, me lo creo porque te conozco, pero es flipante. Me dijo.



En esos momentos, con la tercera caña ya, recordaba también que en esa casa había estado en otras ocasiones. En otros sueños, supongo. Conforme hablaba, le podía dar más detalles que veía con claridad: de los muebles, de la zona, del barrio, del coche, de mi mujer no me acordaba, pero todo se andaría…je je. El caso es que era como otra realidad. Pero no era yo exactamente.

Ella, que fue la que me invitó a empezar a meditar y me dirigía las primeras veces, era muy sensitiva y le encantaban todas esas cosa “raras” o desconocidas (siempre me corregía) para el común de los mortales.

-      Tú lo que tienes son viajes fuera de tu cuerpo, viajes astrales. Me miraba y asentía con esos ojos azules transparentes.

-      Tú, es que lo ves todo azul, le dije yo a modo de broma por lo de los ojos y prendado por ellos: transparentes, daban casi miedo.

-      A ver si coincidimos un día de descanso y meditamos juntos por si encontramos alguna respuesta.

 Me sonó bien. Acabamos la cuarta cerveza y nos fuimos a otro sitio. Para bailar Salsa. Con esa pinta de “guiri”, se movía que daba gusto. Después a por un perrito caliente en un puesto ambulante famoso en toda la costa, para llenar el estómago (más todavía). Acabamos bailando “Heavy Metal” subidos en la barra del Crazzy, a las tantas de la madrugada, que era un antro en un callejón frecuentado por todo tipo de individualidades y personalidades, con unas camareras estupendas, la música genial y unos chupitos de tequila…para terminar esas noches previas al sentimiento E.R.A.T.A.(*) o cualquier otra noche, vaya…ya estoy divagando otra vez…

Aunque no nos  liamos (de milagro), nos despedimos con  la promesa de quedar un día para la meditación conjunta.

 

 

(*)Del relato ”Superhéroe”: El “síndrome E.R.A.T.A.” era el del Efímera Realidad Amorosa Transitoria Ansiada. Me explico, es una sensación que se produce en muy pocas ocasiones. Además, se debían dar una serie de circunstancias:

1.     Sentimientos a flor de piel, debidos a una ingesta moderada de alcohol o a un estado anímico en el que una persona se siente débil, o bien por un desengaño, o bien por un estado de bajón anímico.

2.     Música que afecte al corazón, es decir, algunas canciones significativas para la  persona que lo está sufriendo, si están a tope en un bar y con las amistades sinceras alrededor, pues mejor.

3.     Coincidencia en un espacio reducido con una persona especial. Con solo una mirada y una sonrisa se establece un vínculo mágico entre los dos.

4.     Unas horas de conversación, de conocimiento mutuo y se entra en un mundo paralelo, un mundo en el que a las dos personas les encantaría estar, pero en el que, al menos una de las dos, no va a pertenecer por más tiempo que esa mágica noche. Todo se para, hay magia, parece amor.

5.     Acaba la noche en una playa viendo amanecer. A falta de playa, puede ser montaña. No hay sexo, aunque sí caricias y besos. Hay promesas que no se cumplirán y sobre todo, hay ganas de que la noche, la tarde o el momento que sea, no acaben, porque va a implicar la despedida de la magia.

6.     Cuando se despierta de la ensoñación, existe un sentimiento de lo que podría haber sido, pero que no será, ya por las obligaciones o relaciones que se tuvieran antes y el miedo a romperlas por inmadurez o por ese punto de locura, que ya con la seriedad y la resaca, se han perdido. O porque una de las dos personas “desaparece” del mapa sin saber más de ella durante, quizás, demasiado tiempo.

 

 

 

 

  

 “…no saber ya si besarte o esperar que salga sólo…”

Capítulo IV: “Más sucesos”.

Pasó el mes de agosto sin ningún acontecimiento reseñable. Mucho trabajo, mucho sol, mucho entrenamiento, cada vez más duro para mí, pero superado, mucha salida nocturna, alguna conversación profunda de cara al futuro laboral del próximo otoño/invierno…

Perdón, sí que hubo algo reseñable: una noche con Selene, mi adorada casera, en la que después de cenar con ella y dos amigas más en su casoplón, concretamente en la terraza, con poca luz, velas, musiquita ochentera con el volumen justo para no distraer la conversación paro para ser escuchada más que oída y con un servicio de catering contratado para la ocasión. Manejaba presupuesto la señora, no  sé para qué me cobraba el alquiler, vaya. Bueno, igual era para mantenerme allí, no sé. Fantasías de bobo.

Después de esa cena espectacular, a base de jamón recién cortado de Cinco Jotas, o de cinco estrellas diría yo, y mariscada con ostras, gambas de Huelva y centolla gallega; a la que siguió un chuletón de Vaca Retinta la piedra hecho allí mismo del que apenas probaron, todo ello regado con vino blanco, cava y un Rioja llamado “Campillo” de reserva, con helado de menta y chocolate de postre, un licor de hierbas y una agradable conversación sobre el mundo en el que vivíamos. Nos quedamos solos y en fin, pues eso. Maravillas sexuales en estado puro. Esta vez fue diferente, pues me pidió que la grabara con la cámara de video mientras ella se recreaba…bueno, esto para otro relato, je je, que me vuelvo a enrollar demasiado.

Llegó el primer día de descanso de septiembre, y decidí desconectar del mundo. Salí del trabajo, recogí al perro y nos fuimos con la furgoneta a dormir a los montes de Málaga. Era una Mercedes “Vito”, roja, claro, muy de salvamento, con muchos años y muchos quilómetros. Salimos por un carril cercano a una venta, cerca del Puerto de El León, que desembocaba en un llano poco frecuentado. Me apetecía estar solo y pensar. Se nos hizo de noche y después de un bocata, un paseo bajo la luna llena, qué casualidad, y un par de latas de cerveza, cerré la puerta lateral del furgón, monté la cama y nos quedamos profundamente dormidos. Tan profundamente que…

 

- ¡Papá, papá! ¡Cierra el impulsor de gravedad!- dijo Jimmy

- Hay que apagar el motor principal, comentaba Louise.

 

La nave se escoraba a estribor. El rumbo se había perdido hace horas, cuando uno de los asteroides impactó cerca de la popa y el C.O.M. (Centro operativo de Mando) aparecía parpadeando en lo que parecía una feria de las del siglo XXI.

Mis hijos capeaban los movimientos de la nave con la facilidad y la experiencia que daban tres años de navegación espacial, entre Marte y la Tierra. Yo estaba más asustado. Como comandante, era el responsable de la tripulación y en este caso, de mis dos vástagos. Me agobiaba que el golpe de ese último pedrusco espacial hubiera causado más daños de los habituales. Cuando Louise apagó los motores, Jimmy y yo reiniciamos el sistema de navegación. Por unos interminables minutos, estábamos en mitad del trayecto, flotando en el vacío espacial como un trozo más de material interestelar. A merced de que una maldita máquina llena de cables y alimentada por un mini reactor nuclear de Plutonio, decidiera encenderse o dejarnos allí por el resto de los días.

La nave, en forma de ala delta piramidal, era de segunda generación aero-espacial. Aunque era del tamaño de una pista de baloncesto con graderío y todo, ya iban por la cuarta en los Estados más avanzados. Nos encargábamos de trasportar suministros naturales. Nuestra bodega parecía un invernadero. Plantones de verduras y cereales, árboles tratados genéticamente para poder crecer en Marte, se distribuían en grandes hileras; fruta congelada e incluso pequeños criaderos de insectos para acabar con las plagas de otros que criaban destruyendo la carga. Teníamos hasta clima propio, ya que se formaban pequeñas nubecitas que hasta llegaban a precipitar en los meses que duraba el viaje. Aparte de mi hija Louise, capitana, mi hijo Jimmy tripulante y yo, no viajaban más, humanos a bordo. Sólo Clark, que era un robot humanoide que se encargaba de la intendencia de la tripulación.

 


El caso es que nos sorprendió una nube de pequeños asteroides, indetectable por el software de navegación y por los radares de pulso de los que disponíamos, debido al tamaño de pelotas de playa de los asteroides. Entre ellos, había uno un poco mayor, y al colisionar, fue el causante del pequeño micro infarto que empezaba a darme.

Mis vástagos que eran mellizos, habían estudiado en la Academia del Aire, sección XAE, que era la que preparaba para este tipo de naves y viajes. Yo ya era veterano y después de muchos años instruyendo allí, había solicitado un traslado a la actividad real. Concedido, por supuesto, después de mi “intachable” hoja de servicio, o más bien, porque no soportaba a la nueva Teniente Coronel al mando: María Lee. Sospechaba yo, que por la cornamenta que decía que le había puesto hacía siglos ya, de adolescentes, y casi sin querer…pero lo tenía muy en su memoria, la jefa…lo que había supuesto más de un encontronazo entre ambos. Total, recomendación de solicitud, solicitud y para Marte. Casualidad que la tripulación fuera familia, o tampoco.

-      ¡Que se larguen los tres!- había dicho en cuanto cerré la puerta después de liar un pollo por recibir la recomendación.

Así que ahí estábamos, los tres y Clark, con esa cara de hierro, sin expresión alguna, pero mirando fijamente por el ventanal de proa, esperando a ver si a la nave le daba por reiniciarse y continuar para nuestro destino. Poco a poco las luces dejaron de parpadear. Se apagaron las de emergencia y empecé a escuchar de nuevo a mis hijos. En este caso,  a mi capitán:

-      Comandante, ¡nos quedamos en silencio!- dijo Louise

-      Papaaaaaá, decía Jimmy

-      Comandante, ¿qué hacemos?, usted mande que yo obedezco- aportaba el robot para ponerme más nervioso

 

El nivel de estrés era superior al de otras ocasiones. Nunca me había quedado en “silencio” en una situación real. Es decir, sin comunicaciones, sin energía, sin gobierno de la nave, vaya, como una gota de agua dentro de un océano…El manual decía claramente lo que hacer: “No poner nerviosa a la tripulación, valorar los riesgos y re iniciar el proceso las veces que hiciera falta”. Muy listo el del manual. Por cierto, lo escribí yo. También sugería que toda la tripulación permaneciera en los puestos correspondientes del puente de mando. Una estancia en la que nos anclábamos por seguridad. Cuando había alguna situación de alerta, al anclaje de los tres puestos en línea, se sumaba unas cápsulas que envolvían a cada uno de los presentes. Como unas mamparas de cristal, con oxígeno de rescate y a modo de protección, antes de saltar al vacío espacial, o explotar, como un ataúd de cristal “irrompible”, decían. Una alegría estar allí dentro.

De repente, en la espera angustiosa, con la tripulación acojonada, noté cómo desde la parte superior de la mampara del puesto de mando, empezaba a salir un líquido viscoso, transparente, que chorreaba mojando toda la visera del casco del traje de emergencia. Para qué leche queríamos un casco y un traje de emergencia, si no era para alargar la agonía. Al quedarnos a la deriva en el espacio, no había prácticamente posibilidad de rescate y el fin era la única realidad, con la única incertidumbre del tiempo que tardaríamos en morir después de que se agotara el oxígeno respirable de las botellas de reserva. El líquido, no sé cómo me mojaba la cara y lo notaba cálido en mis mejillas. Empezaba a faltarme el aire. Cabeceaba intentando respirar, con un ojo abierto y otro cerrado. Una puerta roja con un ojo, el panel de mando parpadeante en el otro. No puedo respirar… ¿me muero?.

Todo a negro…

Un salto, Bicho moviendo el rabo, lamiéndome, dejándome la cara pringada de baba perruna. Había “vuelto” a mi furgoneta. Seguía en este mundo.

Otra vez.

Otro episodio de viaje astral o de estar en otro mundo. Era absolutamente real. Tenía una vida que conocía a la perfección, era consciente de mi otra infancia, de mi otra adolescencia, de quien era. Un capitán de N.E.T. (nave espacial tripulada) en otra era o en otro mundo, con hijos, con una vida, y en problemas.

¿Qué era esto? ¿Otro sueño? O era algo más. Recordaba mi casa y mi alquiler, con mi ropa que no podía coger, de mi otro “sueño” en problemas también. Parecía que había un nexo de unión: la angustia. También tenía la sensación que el comandante, había tenido protagonismo en otras ocasiones, es decir ya había estado en esa nave otras veces.

Me quedé sentado mirando a mi perro que me había salvado de morir ahogado. O quien sabe, si no hubiera sido por él, quizás estaría en el espacio reparando una nave, o entregando una carga en un planeta, o muriendo con mis hijos y un robot….

Me propuse salir a correr un rato por un sendero que llevaba a un mirador,  así descargaría un poco la tensión. Estos episodios, me dejaban tocado. Desayunaría en la venta más cercana y volvería al pueblo. Lo primero que iba a hacer, era ir a  buscar a Jenny, que era la única que conocía mi tema, pues sólo se lo había contado a ella.

Además, teníamos pendiente una meditación. Tenía ganas de verla, para qué negarlo. Y una imperiosa necesidad de compartirlo con ella.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“…y vivir así, yo quiero vivir así, ni siquiera sé si sientes tú lo mismo…”

Capítulo V: “Ayuda”.

Aparqué la furgoneta cerca de la plaza de toros, al lado de unas obras de un zoo que estaban restaurando. De hecho, se escuchaban ya algunos pájaros raros. Me bajé y tuve que andar un poco hasta su casa. Vivía con sus padres. Llamé al porterillo porque supuse que ya estaría de vuelta en casa después del trabajo. Me abrió su padre. Un tipo encantador. Alto, de metro noventa, casi. Más de campo que un olivo. Muy educado y jubilado ya. Había encontrado al amor de su vida una mañana en la carretera de Mijas, cuando subía con un camión cargado de zapatos camino del mercadillo de allí; un “escarabajo” rosa echando humo y cortando el paso; al lado, una joven belleza holandesa desesperada derramando una botella de agua sobre el capó. La parte de arriba de un bikini blanco y una falda larga sedosa de colores haciendo volantes por allí. Bueno, lo de biquini también es mucho describir, para un par de triangulitos de crochet, que apenas ocultaban los dos puntos principales de su personalidad: firmeza y generosidad.

 Fue amor a primera vista. Para ella, fue su salvador, pues venía de una vida loca en su país buscando ser una ermitaña y estar todo el día colocada. Él, encontró la chispa que le iluminó el camino de lo que deseaba en la vida. Sus vidas cambiaron de rumbo de forma radical. Enseguida se prendaron uno con la otra y viceversa. Tras unos meses, Meyke y Juan, empezaron una vida juntos. Con una herencia de ella y la venta de terrenos de la familia de él, amasaron una pequeña fortuna con la que recorrieron el mundo, educando a sus dos hijas con la mayor exquisitez europea y el mejor sentido común andaluz. Ahora vivían del alquiler de unos locales de copas muy céntricos y de una parte asociada de otro restaurante en la misma plaza de Mijas. Ya me estoy liando otra vez…

Subí a la casa y para mi sorpresa no estaba Jenny.

-      Pasa, pasa, Max- Me dijo Juan- Jenny no está, pero yo estoy más aburrido que un galápago en un cubo.

-      Gracias, Juan. ¿Y, dónde están Meyke y Lucía?

-      Mi mujer y mi pequeña se han ido de compras. Jenny salió a sacar a la perra.

La perrita, Pina, era una chihuahua  color canela, con muy mala leche que no podía ni verme. De hecho, siempre me dejaba algún recadito en forma de bocado en el talón, con esos dientes enanos y afilados. Y con Bicho, sin embargo, se llevaba estupendamente. Aunque él, no le hacía mucho caso las veces que habíamos coincidido en la playa o en el campo.

-      ¿Un café o algo?, me preguntó.

-      Es tarde para un café, pero una cervecilla, me tomo. Le contesté. Había confianza.

-      Venga, vamos a ello. Siéntate donde quieras. Y despareció camino de la cocina.

En cuanto me trajo la cerveza, sonó la  cerradura de la puerta y llegaron Jenny y Pina. Como no, ladrándome, bueno, chillándome para ser exactos, con intención de  echarme del salón.

-      ¡Qué bien os veo! ¿Para mí no hay, papi? Dijo ella.

-      Anda, tómate la mía que os dejo solos. Me llevo a la perra al despacho.

 Se acercó y me dio dos besos. Luego soltó las cosas y se sentó en un sillón al lado mío.

-      ¿Qué tal en el campo? ¿Estás bien? Hace tiempo que no vienes a casa.

-      Uf. Jenny, otra vez me ha pasado lo que te conté- le dije.

-      ¿Si? –parecía emocionada y todo. ¿En la misma casa y con la misma angustia?

-      Que va. Esta vez en una nave espacial. Conforme lo decía, me ponía colorado de vergüenza.

Su reacción, fue tomarme en serio, muy al contrario de lo que yo pensaba.

-      Pues esto ya está pasando de castaño a oscuro. Como tú, que lo ves todo marrón, me dijo respondiendo a nuestra broma del color de los ojos.

Mientras lo decía, sonreía con brillo especial en sus cristales azules. Nos tomamos la cerveza y cuando me iba, llegaron su madre y su hermana. Para su madre, yo era su ideal de hombre para su pequeña, porque decía medio en broma y medio en serio, que su hija mayor era más madura y tenía previsto “casarla bien”. Ese humor holandés, me encantaba, vaya. Pero nos caíamos bien.

-      Te quedas a cenar, Max. Sentenció la matriarca. No puedes decir: “no”.

-      A sus órdenes, contesté yo.

-      Olé, gritó la pequeña Lucía, de 15 años y poniéndome ojitos. ¿Mañana trabajas? Es que vamos a ir unas amigas a pasar el día.

-      Mañana descanso, pero pasado, sí. Toma unas entradas gratis, y le di las que me quedaban en la cartera.

-      Yo mañana también descanso -dijo Jenny-. ¡Vaya cara dura que tienes, Lú! Mis entradas las ha revendido, la tía.

Cenamos muy bien y fue una velada agradable y diferente a la anterior en la furgo, sólo y con el perro. Diferente a su vez, de mis cenas con Selene y sus lujos, pero placentera. Me hacía falta un contacto familiar. Mi familia andaba en Málaga capital y algo dispersa. Y allí, sentado en esa mesa, en ese comedor extremadamente decorado con el recargo propio al estilo “guiri”, me sentía a gusto.

Cuando salía por la puerta, cansado y después de rechazar varias veces un licorcito digestivo “de postre”,  de Juan, Jenny me citó a las 8 en mi casa. Meditaremos y veremos a ver qué pasa. Intenta descansar, me aconsejó y después de darme un beso, demasiado cerca de la comisura de los labios, pensé, me acompañó a la puerta y nos despedimos hasta el día siguiente.

Ah, me olvidaba. Antes de salir de la casa, la adorable canis lupus familiaris, bautizada con el nombre de Pina, me dio un bocado en mi pantorrilla derecha, haciendo amago de repetirlo en la izquierda, cosa que evité con un pequeño empujoncito…pero con cariño, ¿Enh?

A las ocho en punto, pero muy en punto, sonó el timbre de mi casa. Me temía que no fuera Jenny, pues no era el portero electrónico. Me levanté, había dormido de un tirón y no sé si es que no escuché la alarma o que no la puse por la noche.

Corrí a la puerta y abrí sin camiseta y sólo con el traje de baño. De piedra me quedé: allí en la puerta, Selene arregladísima; a su lado, Jenny preparada para una sesión de yoga.

-      Hola – creo que dije- ¡Qué maravilla! ¡Cuánto bueno por aquí! Sí. Me salió  así y, estar medio dormido, no me excusaba el patón metido…

-      Buenos días, señor García, comenzó Selene. Mire usted, lo que me he encontrado en la puerta- señalando a Jenny, que en ese momento, intentaba despegarse a Bicho, que se la comía a lametones- Para mañana, necesito que me haga un favor, si tiene un minuto luego, llámeme a la oficina, ¿de acuerdo?

-      Claro, respondí. Me trataba de usted cuando había gente delante y no estuviéramos de fiesta.

-      ¡Vale ya, Bichoooo! Protestó Jenny. Buenas, ¿puedo pasar? Te recuerdo que habíamos quedado a las 8

En fin. Tras despedirnos de la casera y meter a Bicho que la perseguía también al ascensor (maldito traidor que se iba con cualquier hembra), Nos quedamos en el salón. Le puse un té verde mientras me dedicaba mis cinco minutos de ritual acicalante y nos sentamos en la parte del salón al lado de la cristalera de la terraza, después de tomarme yo un café.

Tratamos de empezar a relajarnos, uno frente al otro. Muy difícil, con las mayas y eso…Además, yo no era capaz de mantener la postura esa del “Loto”, ni la de “Medio Loto”, ni la “piernas cruzadas”, así que me colocaba de forma “Birmana” y cuando ya no podía aguantar más, en “Seiza en cojín”, que era básicamente sentarme en mis talones con un cojín en el culo.

 


Después de un rato de relajación usando la respiración, ella sacó un cuenco tibetano no sé de dónde. Girando el perno o el manubrio sobre el borde del cuenco, empezó a sonar una especie de melodía. Ella, con voz suave, iba dirigiendo los pasos a dar. Poco a poco, empecé a sentir la melodía en forma de una vibración que atravesaba mi cabeza. Siguiendo sus instrucciones, continuaba absorbiendo la vibración. No soy capaz de reproducir las palabras que susurraba, porque estaba como en trance, y podría jurar, que más que escucharlas con los oídos, las escuchaba en mi mente. Nunca había experimentado esa sensación. La esencia del sonido vibraba en todo mi cuerpo, no sentía dolor, ni estaba incómodo con la postura. Alcancé un estado de conexión con el espacio en que estaba. Pero no estaba sólo. Notaba la presencia de alguien que no era Jenny. O sí, no sé, algo notaba yo.

De repente…Todo negro

 

Me desplazaba como flotando. Iba bajando una escalera de un ático de tres plantas. La de arriba, era un solárium y tenía una caseta de perro mordisqueteada por todos lados y un tendedero con un semi-techo de aluminio que sonaba cuando llovía, molestando a los vecinos. En la planta de abajo, se encontraban  los tres dormitorios. El más grande, era el de los padres, (¿yo?) y el mediano era el de la niña. Otro más pequeño, hacía las veces de despacho, con una mesa larga y un ordenador de mesa entre cientos de libros de natación y sicología.

La niña estaba en su dormitorio, sentada en un escritorio pintando una moto que se había estrellado contra un árbol. Qué tétrico, pensé. Al acercarme a saludarla, se cayó una figurita de un gatito de plástico que estaba en la mesita. Ella, se quedó petrificada, con los ojos abiertos de par en paz, la piel de gallina e intentando llamar a su madre:

-      M…m…ma…mami??- decía- Otra vez, ¡papi está aquí otra vez!

-      ¿Qué pasa, mi niña?, decía la madre mientras se acercaba

Estaba claro que eran mi hija y su madre, lo sentía, pero, parecía que no me veían.

-      ¡Ya está papá en casa!- grité.

Pero la reacción no fue la que yo esperaba. La madre, cogió a la niña y salieron corriendo de la habitación. Ella intentaba tranquilizarla. Se sentaron en la cama de matrimonio y llorando le decía que había estado con su papá.

Yo no entendía nada, pero…s¡ yo ¡estaba allí mismo!

Encendí la luz para que me vieran pero, salieron escaleras para arriba corriendo dejándome allí alucinado.

De repente, me veía dándole juguetes en la bañera. La niña me hablaba, pero no me miraba.

Le ayudaba con los deberes, jugaba con ella. No sé por qué, pero crecía de una manera excepcionalmente rápida.

Intentaba hablar con mi mujer, pero siempre estaba como triste y enfadada conmigo. Me reprochaba haberla dejado sola. Yo, seguía sin entenderlo. Y a veces, cuando la ayudaba a vestirse o a arreglarse, salía huyendo despavorida.

Una noche, bajé a verlas después de la cena, para darles un beso de buenas noches. Cuando entré en el cuarto de mi niña…¡no estaba su camita! En su lugar había una litera y mucha ropa en el suelo.

El despacho se había convertido en un gimnasio casero, con un banco para hacer pectoral con una barra y pesas y un espejo enorme. Mi dormitorio, tampoco era mi dormitorio. No estaba mi cama, ni mi cabecero de hierro forjado, ni mi ropa en los armarios…¡Ellas tampoco estaban! ¿Qué pasaba? Me enfurecí y empecé a tirar cosas al suelo que no reconocía. Cada vez que pasaba por una mesa, encendía una lamparita. Un vaso, al suelo. Un cojín, por la ventana. No sé cuánto tiempo pasé así.

Un día, no pude más y empecé a gritar sus nombres tan alto como podía. Varios desconocidos salieron del salón a la calle, pero yo, seguía gritando. Tanto grité, que empecé a quedarme sin aliento. No podía respirar. Cabeceaba intentando que entrara aire en mis pulmones. Por un ojo, veía la puerta de la entrada de la casa, verde oscura. Por el otro, veía una esterilla aislante azul para hacer yoga. Angustiado, no conseguía estar ni en un lado ni en el otro y me ahogaba…

-      ¡Max, despierta!

Y allí estaba, con Jenny encima, sudando como un pollo. Muy angustiado, agotado pero contento pues había tenido una testigo de mi episodio. La mejor testigo que podía tener.

 

 

 

 

 


“..Me desperté soñando que estaba a tu lado…”

Capítulo VI: ”Nombre”.

Había sufrido un episodio más. Esta vez, parece que lo habíamos provocado con el cuenco tibetano o con la meditación.

Jenny me contó que había empezado a abrir mucho la boca y que empecé a poner los ojos en blanco. Mi postura no había cambiado hasta el momento en que me desplomé y ella me despertó. (Esta vez sin beso). Me dijo que gesticulaba como si hablara y que no emitía apenas sonidos, hasta los últimos cabeceos angustiosos en los que pedía despertar. Parecido a lo que me contaba mi hermano de cuando era joven y dormíamos juntos en la misma habitación.

Como lo tenía muy reciente, se lo conté al detalle. Nuevamente, recordaba una casa, diferente a la otra del alquiler. Recordaba unas caras, tenía detalles de mi vida, de la de las personas que me rodeaban. Tenía detalles y, más que eso, tenía certezas. Había vivido o vivía en aquella casa, pero esta vez, era algo distinto, pues no podía interactuar con “mi hija” ni con las demás personas que aparecían.

Tras descansar un rato, cambiamos de sitio, nos sentamos en unos banquitos altos que tenía en mi cocina y nos pusimos una cerveza, pues, a lo tonto, eran ya las doce de la mañana.

Es increíble, me decía. Eras un ente no físico. Yo no entendía. “Un fantasma, tío”.

La verdad es que cuadraba, me movía, no tenía noción del tiempo y no interactuaba. Su versión es que había algo en mi alma, que me angustiaba. Algo que tenía pendiente con el Universo. Algo que me hacía vivir varias vidas en forma de distintos personajes. Pero más que viajes astrales, se trataba de dimensiones paralelas.

De alguna manera, de forma casual, conseguía abrir los portales inter dimensionales y era consciente por breves momentos de mi vida en ellos. Esta vez, fue provocado, pensaba, ya que la vibración del cuenco, puede inducir a estados de consciencia desconocidos por la mayoría de las personas.

A mí, me sonaba todo como si me hablara en un dialecto ruso de la zona Norte de Siberia. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando. Pero lo decía con mucha seguridad. Ella si estaba iniciada en esas cosas, gracias a la maravillosa Meyke. Juan, decía que había que fumarse muchas hierbas diferentes para pensar así.

Vivimos en un universo, que tiene otras dimensiones en las que se desarrollan un número indeterminado de universos paralelos. Nuestra alma, es una esencia que se debe formar y completar viviendo en los que necesitemos. Cada una de estas dimensiones, es independiente y no debe relacionarse con las demás, para no interferir en esa educación. En cada dimensión, nuestra alma, puede habitar una forma viva, de distintos géneros y especies, según el nivel que tengamos en cada momento. Cuando morimos en un universo, si no hemos completado nuestra función, volvemos a nacer en otro, completamente diferente, aunque parecido en cuanto a las formas de vida, para no destrozar la plenitud y alcanzar los niveles deseados. Dependiendo del estado de evolución, tardamos más o menos en volver para superarnos. Tú debes andar fatal, en primero de Infantil, pues estás viviendo muchos episodios diferentes. Al completar nuestra escala, nos volvemos seres de luz y…

-      ¡Demasiada información para mí!

-      Bueno, ¿me vas a dejar hablar o no?- protestó.

Parece que las puertas inter dimensionales, se abren cuando el ser está cercano a la muerte, de ahí que te ahogues y te creas que te mueres cuando te has dormido tan profundamente, que relajas tus funciones vitales en un estado cercano a “apagarte”.

Jolín, me estaba quedando de piedra.

Un día, lo mismo te dejas ir, no vuelves a tu vida actual y apareces viviendo en otra dimensión sin recordar nada de aquí. El rollo es que te mueres en nuestro mundo. Y además, no nos vamos a enterar de qué te lleva a no evolucionar, por lo que estarás en bucle hasta el infinito y algo más. A mí tampoco me apetecía morirme así, por la cara.

De piedra, es poco decir….

Así que tenemos que provocarlo otra vez. Cosa que no me hizo mucha gracia, pues en realidad, yo lo pasaba fatal. Después de otra cervecilla nos bajamos a comer una cafetería que ponían menú del día muy casero y barato. Luego me entró sueño e intenté despedirme.

-      Yo no me voy, dijo. No paro de darle vueltas a lo de esta mañana. Quizás tenga la culpa de algo por haberlo provocado. Así que, saco a tu perro y luego te despierto de la siesta, nos tomamos un café y ya te dejaré solito cuando me quede tranquila.

Amistad, divino tesoro. Confianza, cariño, sensación de bienestar…¿algo más?

Cuando me desperté de la siesta, no estaba Jenny. Me había dejado una nota:

“Max, duermes como un bebé. Así que me voy. Te he dado un beso, que lo sepas. Espero poder volver a repetir la experiencia. Tengo una idea genial. Me he pedido unos días de vacaciones que me debían y me voy con Meyke a Italia. Cuando vuelva, hablamos.”

JEN

 

 

 

Cenamos algo Bicho y yo, y la vida continuó. Hasta que llamaron al timbre, y no recordaba que debí haber llamado a Selene.

Allí estaba en la puerta, extrañamente vestida de deporte. Me olvidé por completo de llamarla. Lo que ella quería, era ponerse a correr y no tenía ni idea de cómo empezar. Le habían propuesto una carrera benéfica en el trabajo y ella, claro, o ganaba a todas las compañeras o no existiría un “día siguiente”, pues el universo conocido actualmente por “el mío”, se desintegraría en una especie de Big Bang regresivo. Con más pena que gloria me cambié y le di unas cuantas nociones técnicas de carrera, de tiempos de trabajo, de estiramientos y descansos. Por una vez que era yo el que iba a enseñarle cosas, era justo hacer el esfuerzo. Además, verla en la calle, sin los tacones y los elegantes trajes, sin maquillaje y con ese chándal tan feo, era gracioso.

Bajamos al paseo marítimo pero había demasiada gente, así que decidimos entrenar por la parte del Castillo. Algún día, donaré pasta para adecentar esto, decía. No había corrido nunca y le costó coger algo de ritmo. Jadeaba y ¡sudaba! Me gustaba ser testigo de esa faceta “humana” y era consciente que podían contarse con los dedos de una mano (y sobraban), las personas delante de las que se mostraba así. Me parecía hasta vulnerable, pero estaba cómoda conmigo y, a pesar de las bromillas sobre la indumentaria, pasamos un rato agradable. La carrera, pone a cada uno en su sitio, je, je.

Una vez en el portal.

-      Sabes que te lo agradezco de verdad, ¿no? – me dijo. La semana que viene salimos de nuevo si no te importa.

-      Claro. Cuídate, me despedí.

Vaya día pensé, y mañana a entrenar tempranito. A ver qué me depara el día.

 

 

 

 

“…y me quedé pensando, que tienen esas manos…”

Capítulo VII: “Explosión”.

Pasó el mes. Me enfrentaba al último día de trabajo, pues se adelantó el cierre de temporada, debido al mal tiempo. Era lunes y además se incorporaba Jenny. La verdad es que la había echado de menos. Estaba hasta nervioso.

El fin de semana lo había pasado en un hotel en Tarifa con Selene y una pareja de amigas. Ella estaba sola ahora y no le apetecía “aguantar la vela”, de las otras dos y sus dulces arrumacos. Continuos, en todo momento, de día y de noche, en la playa, en la calle, en el bar, comiendo y sin comer…vaya, pastel, dulce hasta hartar. La comprendí en cinco minutos. Pero eran dos griegas con muchísimo dinero para gastar en España, y con ganas de comprar un nidito para dar rienda suelta a su amor amoroso. Así que Selene, las llevaba de aquí para allá, enseñándoles las bondades y los paraísos andaluces, hasta que les vendía una mansión, llevándose su comisión con el “sudor de su frente”, o aguantando ciertos agobios como el que nos llevó a Tarifa. De paso, navegamos un poco y les dimos nociones de wind surf. Pidió una suite con jacuzzi para nosotros y un apartamento en el edificio de al lado para ellas. Los gritos nocturnos eran demasiado, se reía mi casera; así que mejor, cada pareja en un bloque diferente.

Lo del jacuzzi fue para no olvidarlo jamás. ¡Madre mía con las burbujas, el espejo en el techo, la cama esa tan grande, el juego que daban los cojines, el columpio de la terracita, el cuerpo de Selene, esos ojos vueltos, la forma física mejorada con el entrenamiento de running  y la imaginación de esa mujer que era lo siguiente a ser desbordante! Esta vez, no había cámara, pero había un pequeño anillo de goma, no sé de dónde sacaba todas esas ideas, que se colocaba…y…venga va. Otro día lo cuento.

Parece ser que tanto sacrificio tuvo resultado y vendimos la mansión. La comisión, daría para vivir un año a una familia normal. Habría cena de celebración después del día de la carrera, que ya me había enganchado a hacerla con ella.

Pero, volviendo a mi mundo. Había tenido un episodio más que yo recordara, aunque desde el día de la meditación conjunta, me daba la sensación de haber tenido más. Me rondaba un vago recuerdo de ser un cocinero en un restaurante de lujo en un puerto deportivo y comercial, angustiado y buscando algo que no sabía qué era. Pero no recordaba detalles. Sí que sé que había vuelto a intentar pagar el alquiler y a llevarme mi ropa, pero nada, allí seguía esa camiseta azul que no entraba en la bolsa y el sobre en la mano. En cuanto a mi nave y Clark, no recordaba nada por ahora. Algo de un colegio en lo alto de una calle muy empinada y un aula de tercero de primaria con unos compañeros profesores ausentes, pero viviendo una bonita historia de amor con una madre de un alumno. O era mi mujer la compañera. No sé. No tenía muy claro ese “viaje”, pero sí la angustia de no acabar de encajar allí.

Con ganas de volver a contarle a Jen y con ganas de acabar la temporada, nos reunió el jefe de personal en la piscina de olas. Ese día no hubo entrenamiento, y jugamos un partido de waterpolo. Fue una guerra de ahogadillas, más que un partido, y entre risas y empujones, acabamos todos desayunando juntos. Quedé con ella cuando acabáramos, para irnos juntos y hablar, mientras el día discurrió sin más pena ni gloria.

Salimos andando, tras despedirnos y con la promesa de vernos en una última cena antes de acabar la semana. Empezó a contarme su viaje a Italia. Estuvo con su madre en un monasterio en el Piamonte de retiro espiritual. Allí, había comentado lo que nos pasó y había leído a San Agustín, que parece ser que escribió sobre el tema del alma.

Yo le hice un resumen de mis “vidas” en el último mes. O era más consciente de ellas, o se repetían los episodios con más frecuencia.

Su idea ya no era que me dejara morir, menos mal, era provocar un estado de viaje inter dimensional, e intentar acompañarme, a ver si pudiéramos descubrir qué pasaba o cuál era el motivo de angustia que no me dejaba evolucionar.

Llevaba el cuenco tibetano en la mochila con el uniforme, o sea, que no había alternativa. Era esa tarde sí o sí. Firmeza, heredada de su mami.

Al llegar a mi casa, sacamos a Bicho a pasear, mientras intentaba que no estuviera nervioso. La notaba más cercana y eso, me agradaba. Fueron una sorpresa  tanto su viaje como sus vacaciones y me había extrañado que no me lo hubiera dicho en su casa el día de la cena o con algo más de antelación, pero así era ella.

Nos pusimos a meditar en el sitio de la última vez. Sentados uno frente a otro, pero esta vez, el cuenco entre los dos y nuestras manos en contacto. Tras la relajación, empezó la vibración y poco a poco se transmitía entre ambos. Al rato, empecé con mi trance. Volví a mi casa, la del alquiler. Buscaba el sobre. No estaba. Alguien gritaba desde fuera, podía oírla por la ventana de la habitación: ¡Vamos, que pierdo el avión!

Yo me afanaba en meter la camiseta en la bolsa. No entraba. Pero de repente, una mano me cogió la bolsa de mi brazo. Increíble, era Jenny. No la veía con claridad, pero era ella, seguro. La camiseta entró en la bolsa, ella la cerró e hizo un nudo tirándola encima de la cama. “Vamos a pagarle al señor ese”, me susurró. La imagen de la entrega del sobre me dio mucha paz.

Rápidamente saltamos a otro escenario, a mi nave. No había manera de que se re iniciase. Todos esperaban, y ella me sacó de mi cápsula de rescate y me acompaño a la bodega a conectar unos sensores que estaban desconectados. ¡Solucionado! La nave comenzó a sonar y a auto repararse, volviendo a su rumbo. Paz.

Saltamos a un puerto deportivo, y estaba muerto en el suelo, mientras alguien me cogía de la mano y me sacaba volando de allí. En ese momento, nos faltaba el aire y nos ayudamos a despertar.

-      ¡Menuda experiencia! Me decía. Creo que por hoy, vale. Pero está claro que tenemos que volver. Tienes muchas más puertas que cerrar.

-      Pero, ¿cómo lo sabes?, le pregunté alucinado.

-      Mira, antes de estar a tu lado, entré en mi mundo yo también. Al estar en contacto contigo, y tú abrir los portales, aproveché y entré en el mío. Lo he visto muy claro. Tienes mucha angustia acumulada. No puedes hacerlo todo tú. Debes apoyarte en los demás y en la gente que te quiere de verdad. Además, tu alma necesita dejar legado, enseñar a vástagos tuyos que también portan parte de tu alma inmortal. No consigues salvarlos ni los conservas en otras dimensiones. De ahí el fantasma, la nave, el colegio, la casa y llevar tu vida, y la de otra persona hacia el futuro. Necesitas pasar el siguiente escalón para cerrar las demás dimensiones durante mucho tiempo, hasta que subas otro o vuelvas abajo, según tu formación astral. Debes dedicarte tiempo. En esta dimensión, salvas vidas como socorrista, ayudas a los demás, enseñas a nadar, a entrenar, cocinas, cuidas a tus amigos, a tu perro, te preocupas por tu familia dispersada, pero tampoco estás completo, pues buscas algo que no tienes. Confianza y amor para compartir tu vida compartiendo la luz de tu alma. Eres muy buena persona y el devenir de tus actos, han desorientado tu camino. En la última escena, te vimos como conseguías ser feliz muriéndote. Yo, no lo voy a permitir en esta. No voy a dejarte, no voy a dejar que te mueras para ser feliz. Al estar en contacto contigo saltando dimensiones, me he dado cuenta de la conexión que tenemos. No es fácil y apenas lo consiguen ciertos gurús de la meditación y algunos monjes muy espirituales. Pero tú, me has, nos has abierto los ojos y he visto el camino despejado.

-      Impresionante, todo lo que me estás contando, es como si yo ya lo supiera y tú, sólo lo estuvieras verbalizando. Es cierta nuestra conexión, por llamarla de alguna manera.

El tiempo había pasado y ya era de noche. Seguíamos allí, cogidos de las manos. Hablando y poniendo palabras a lo que nos había pasado. Mi alma debía evolucionar, enseñando, transmitiendo, ayudando a los demás como siempre había querido, amando profundamente, buscando ser feliz de forma real, con alguien real que me respetara y apoyara, que estuviera presente en el proyecto de esta dimensión. Que me ayudara a formar una familia. Un amor en un plano diferente, no basado en sexo puntual, ni en engaños, desterrando el reproche y respetando la crítica constructiva, sin producir daño gratis ni con palabras ni con hechos.

Debía acabar con muchas rutinas negativas para mí, y empezar por respetarme a mí mismo. Valorarme en mi forma de ser y trabajar. Usar mi formación y continuar formándome para lograr mi objetivo vital de disfrutar enseñando cosas y haciendo a la gente feliz. El futuro estaba ahí mismo, y era “ahora o nunca” acceder de una manera evolutiva o encallarse en repetir patrones en el mismo escalón, dejándome pisar y haciendo cosas que no se correspondían con mis deseos, siempre asumiendo la responsabilidad de mis actos y las adquiridas.

Para todo eso, necesitaría un tiempo de soledad. Conocerme bien y quererme.

 

Mientras pasaba el otoño, las quedadas con Jen, se hicieron habituales. Conectábamos y cerrábamos puertas. Cada vez era más consciente de mi cambio, llegábamos antes a la dimensión y solucionaba mi angustia. Aprovechaba para formarme y conseguí un alquiler de un terreno de Juan, para montar un pequeño sueño que me rondaba la cabeza.

 

 

Selene se fue a Italia a ver a su hijo y se quedó allí por un tiempo que ni ella sabía en ese momento, que sería definitivo. Me dejó un sobre en el buzón con las escrituras del ático como “préstamo”, escribía, con la promesa que cuando volviera, le pagara un mes de alquiler. Mantuvimos el contacto por carta, luego por mail y por último con el teléfono móvil. Pero nos volveríamos a ver.


En la siguiente de las conexiones de meditación, los dos estábamos muy alterados. Cuando comenzamos, aparecíamos Jen y yo en una especie de Camping, con varias casitas de madera a modo de alojamientos. Teníamos una escuela de wind surf, y otros deportes acuáticos, buceo y remo. Formábamos monitores de salvamento y de actividades en la naturaleza para niños y adultos. Un pequeño restaurante con comida exquisita, coronaba la pequeña colina que dominaba las casitas y al fondo, la playa. En una parcela contigua, una casa de una planta con un enorme jardín y tres niñas jugando con un pero pastor, mientras una chihuahua viejecita miraba desde una especie de columpio, alojaba a una bonita familia…¡la nuestra! Nos veíamos perfectamente, nos miramos, nos besamos y despertamos abrazados en el suelo de mi salón.

-      ¿Qué te parece?, le pregunté.

-      Vamos a por ese escalón. Me dijo

 

 

Y de repente, todo negro…

 

 

 

 

Jose.

Comentarios