NOTA DEL AUTOR: Os presento un relato fantástico surgido en mis noches de duerme vela. Me ha costado parirlo. Espero como siempre, críticas, sugerencias y comentarios que os apetezcan, y sobre todo, que lo leáis.
Las imágenes son descargas de internet.
La entradilla es una canción de Huecco.
“Los
mejores años de nuestras vidas, las mejores lunas sabor a miel…”
Capítulo I:”Las abuelas”.
Paseaban
por el malecón como cada tarde. July e Irene, cuya amistad se alimentaba ya de
años pertenecientes a dos siglos diferentes. El caminar relajado pero intenso, de todos los días, culminaba después del paseo sobre una
plataforma artificial de hormigón, que unía la parte de la ciudad-península,
con el continente. Era la única vía de salida por tierra de Tiland, que era la
sede más austral de civilización en el tercer continente de los 3 que quedaban
sobre la faz de este reconstruido planeta: “Ausiby”. Limitaba al Norte con un
inexpugnable acantilado. Por lo que, salir de allí, había que hacerlo por la
pasarela. O volando. Junto a una zona habilitada para peatones y vehículos
individuales eléctricos o con motor humano. Limitada por un foso, existía una
vía de un vehículo parecido a un antiguo tren magnético que funcionaba con una
energía limpia no contaminante, que nuestras amigas desconocían por completo. Además,
levitaba sobre dicha vía. El tren era interminable y cargaba desde mercancías,
alimentos, agua, otros vehículos y todo lo que se pudiera transportar. Por
supuesto, a toda aquella persona que necesitara salir o entrar de ese
afortunado lugar.
El
ambiente estaba muy cargado últimamente de energías negativas, comentó Irene.
Su cerebro, atesoraba la sabiduría de casi cincuenta años de experiencia en
múltiples trabajos relacionados con su comunidad, en lo que se llamaba:
Funcionariado social. La mente de July, sin embargo, era un poco más
cuadriculada, aunque igual de sabia, pues había pasado gran parte de su vida
emparentada con las fuerzas y cuerpos de Seguridad de su bello paraíso, como lo
llamaban ambas. Por otra parte, sus cuerpos no reflejaban dichas edades. Hacía
ya casi ciento diez años, unos científicos del ahora continente más avanzado de
los tres, “Eurousa”, habían conseguido sintetizar unas proteínas que
rejuvenecían las células, impidiendo su envejecimiento y deteniendo el proceso
biológico en la edad y en el estado físico elegido por el paciente. Tras un,
cada vez menos complicado tratamiento médico, una proceso nutricional adecuado,
unas pruebas psicotécnicas y un buen montón de bitcoins, la persona conseguía
la eterna juventud. Bueno, no del todo, claro. El cuerpo y la mente, iban
envejeciendo muy lentamente, de manera que veinte años, tenían el impacto de
apenas un año de los del siglo XXI. “Vida Real”, lo llamaron. Y supuso la
creación del segundo continente. Privado, claro, con el dinero conseguido tras
la investigación y la extensión del tratamiento a toda la humanidad:”Bezberg”.
Además,
el tratamiento incluía unas cápsulas de mantenimiento, a razón de una cada año
solar, con unos inyectables y un seguimiento psicológico. La realidad era que,
aunque casi no quedaban personas ancianas, contemplarse siempre joven de cuerpo
pero con la madurez y sapiencia mental de la vida, traía problemas de
comportamiento, relaciones, ansiedad y depresión a mucha gente. Aparte del
consiguiente descenso de la natalidad, ya que pocas personas decidían perpetuar
nuestra indecente especie humana, pues el futuro era incierto y se presumía
desolador en todas las versiones imaginables.
Siempre
podía interrumpirse el tratamiento, incluso existía lo que llamaban “el
antídoto”. Consistía en un provocar un choque anafiláctico en la persona a base
de una sustancia desconocida, que paralizaba inmediatamente el proceso y
conseguía revertir los efectos, provocando la muerte de la persona en apenas
seis meses. Era más cotizado de lo que se pensaba.
Este
invento, “Vida Real”, supuso un importante cambio mundial. Con el control de la
vida, era complicado controlar el aumento de población. Esto llevó a engaños y
guerras masivas, tanto biológicas como nucleares, que llevaron a la ruina a la
Humanidad.
Un
grupo, permaneció indemne a todos estos procesos destructivos, y hacía ya casi
un siglo, habían empezado un nuevo orden mundial. Existían tres continentes con
grandes grupos poblacionales regidos por un solo gobierno, en paz, aunque con
desavenencias y diferencias económicas.
Pero
esto da para otro relato entero.
Así
que seguimos con nuestras amigas.
Irene
percibía esa sensación de ambiente negativo mientras paseaban por el malecón. July,
sin embargo, se dedicaba a saludar a los seres que se acercaban al borde del
límite entre el cemento y el agua. Tras
las guerras y los gaseados bilógicos, el mar se había convertido en lugar muy
interesante. Los peces, tenían rasgos humanoides como caras y dientes, aunque
seguían viviendo en el mar, se acercaban a la superficie a saludar como
mascotas y esperaban las caricias y las migajas de alimento que les
proporcionaban los humanos que paseaban por allí.
Había
otro tipo de seres, más parecidos a las mitológicas sirenas que eran capaces de
comunicarse con un lenguaje rudimentario, incorporando vocablos además de
lenguaje corporal y gestual. Tanto entre ellos, como con el resto de seres.
Irene pensaba que tenían telepatía y que eran más inteligentes de lo que
mostraban a la especie humana. Su tren superior, era muy humano, aunque con la
piel verdosa y sin pelo. Las hembras eran extraordinariamente bellas. La
ausencia de cabello, era contrarrestada por una especie de cresta longitudinal
desde la frente hasta la nuca. Sus ojos eran algo más grandes que los nuestros
y con varios párpados, como los cocodrilos que desaparecieron en el siglo
anterior. Vaya con ésto. Miles de años sobreviviendo a múltiples
civilizaciones, y tuvo que ser la nuestra la que se los “cargara” con tanta
guerra bacteriológica y tanta mierda.
Sus
pechos eran voluptuosos y firmes. A diferencia de los humanos, esos cuerpos sí
envejecían y morían, pero a los ancianos los mimaban en sus cuevas subterráneas
y los protegían del resto de seres vivos y del Sol, pues les abrasaba la piel
si se exponían demasiado. Los machos, eran fuertes y grandes. La expresión se
endurecía con la cresta y parecían más reticentes al contacto con humanos. Sin
apenas grasa corporal, endurecidos por el nado y la caza, daban miedo.
La
parte inferior, se asemejaba a la de las sirenas. Pero a diferencia de éstas,
poseían dos patas acabadas con aletas, con la peculiaridad de poder unirlas y
convertirlas en una sola. No se había averiguado cómo se reproducían, pues no
se habían podido capturar ni estudiar. Los supuestos órganos genitales, no se
apreciaban a simple vista y tampoco se conocían restos de posibles puestas de
huevos. Estos seres tenían nombres y se identificaban por sus rasgos y sus
sonidos peculiares. Los llamaban “Alfamares”.
Existía
toda una variedad de “peces cabezones”, cuya piel cubierta de finas escamas
brillaba en vivos colores y cuyas caras, se asemejaban a muñecos de tipo
“Nenuco” pero con la parte correspondiente al cerebro, trasparente. Se veían
como corrientes eléctricas fluyendo por él cuando se ponían contentos o
asustados. El cuerpo era parecido a un pez, pero más alargado y con las aletas
delanteras muy largas en forma de dedos de alien. Se acercaban a los humanos
como perritos y comían cualquier cosa que se les ofreciera, desde piedras,
hasta chocolate. Los llamaban “Petmares”.
Las
medusas, como las llamaríamos en nuestro tiempo, eran gigantescamente peligrosas.
Normalmente, no se acercaban a las costas. Pero se había comprobado que
devoraban todo tipo de seres. Desde los enormes cetáceos que todavía
sobrevivían, hasta pequeños Petmares. Por supuesto, humanos también. Lo bueno
es que eran muy llamativas y visibles. Todas tenían una parte externa que
flotaba como una vela de barco y de colores muy chillones y fosforescentes. La
parte que permanecía hundida, tenía miles de tentáculos. Con ellos, atacaban a
sus víctimas. Uno servía para inmovilizar con una fuerte corriente eléctrica y
con los demás, en cuestión de segundos según el tamaño de la víctima,
succionaban todo el interior del ser devorado. Cuando sólo quedaba un despojo,
cientos de medusitas parásitas a la mayor, lo desintegraban. El resultado era
que en menos de un pestañeo, desaparecías de este planeta sin dejar ni rastro.
Vaya, como desparece un buitre cuando uno empieza a reiniciarse. O como
desaparece una persona que no hace bien en la vida de otra, cuando ésta última
se da cuenta que sólo vivirá una vez. O una tableta de turrón de chocolate
descubierta cuatro días antes de Navidad, por dos hermanos de ocho y diez años en
una despensa. O un último kilómetro a
sprint, en una carrera de cinco de un triatlón…podría seguir, pero eso será
para otro relato. Que me conozco…je je.
Mientras
July acariciaba pets, Irene, más distante, advirtió la presencia de tres Alfas.
Ya los habían visto otras veces y los conocían. Dos hembras y un macho. Pía,
Mera y Tron. El macho era majestuoso y siempre nadaba más retrasado y alejado.
Las dos hembras eran muy sociables con nuestras protagonistas e incluso
chillaban sus nombres para reclamarles la atención.
Pía,
era muy hermosa, con los ojos azules del color del mar. Su piel no era tan
verdosa como se solía ver en sus congéneres. Sus rasgos faciales eran finos y
sus labios carnosos destacaban por su color rojizo en la cara tersa. Mera, no
es que fuera menos atractiva. Sus ojos eran negros y parecía como si se hubiera
maquillado una raya a lo egipcio en ellos. Sus labios eran más oscuros y su
piel era de un verde pálido y brillante. En la boca, poseían dientes afilados
pero no resultaban desagradables ni advertían peligro. Respiraban por la nariz,
fina, angulosa pero no excesivamente chata, con unos apéndices que cerraban y
abrían a voluntad sus orificios nasales. Ambas tenían las mamas firmes y
turgentes y mostraban pezones de un verde casi negro. No se apreciaba ombligo. Sus
aletas inferiores, aparecían decorados con collares con piedras de colores y
restos de conchas de caracoles, a modo de trenzas rastas.
Periódicamente,
se acercaban para intercambiar y conocer vocablos humanos. Irene, en su
funcionariado, había trabajado unos años como maestra y les enseñaba con
paciencia a vocalizar y a interpretar, llevando a veces, láminas con dibujos
explicativos.
Extrañamente,
esta tarde, fue Tron el que se acercó. Las hembras lo flanqueaban y miraban con
admiración. Fuerte, de rasgos duros, con los dientes más grandes que las
hembras. Ojos verde turquesa y apéndices fuertes y musculados. Alguna fantasía
erótica había tenido July ya con este espécimen. ¿Cómo la tendrá? había pensado
varias veces mientras usaba su succionador neuronal, que era un invento sexual,
que conectaba directamente las células cerebrales encargadas del placer sexual,
con los órganos, de manera que según la necesidad y la apetencia del que lo
usaba, se recreaba la fantasía sexual satisfactoria, creada inconscientemente
por el propio usuario para ese momento. Un par de conectores laser que ni se
notaban y al lío. Todo esto daba como resultado el máximo nivel de placer
necesario en cada momento. Ya me estoy desviando del tema otra vez…
Con una voz ronca, firme y segura, como si
hablara correctamente desde hace siglos, dijo:
-
Irene,
tienes razón. Algo está a punto de pasar.
Irene
no había pronunciado palabra alguna al respecto. Sólo lo había pensado para sí
misma. Se quedó alucinada, no tanto porque el Alfa se hubiera dirigido
directamente a ella, sino porque sabía que le había leído el pensamiento.
En
ese momento, todas las criaturas reunidas en el malecón, se giraron hacia el
Éste.
Un
enorme remolino de agua azul, se elevaba ligeramente por encima de la
superficie. A su vez, una corriente de aire helado, invadía la calurosa
sensación de tarde primaveral. Inequívoca señal de manada de cetáceos
humanizados. No eran más que grupos de mamíferos marinos, como las antaño
conocidas como ballenas y orcas, que habían adquirido genéticamente
características humanas y no precisamente colmadas de bondades. Sus cuerpos
eran hidrodinámicos, con extremidades desarrolladas y fuertes, más parecidas a las
de los animales terrestres que a animales marinos, con más aspecto de tiburón
blanco que de cariñosa ballena. De
tamaño colosal. Se comunicaban con voz, pero en un idioma indescifrable para
los humanos. Los Alfa, sin embargo, los entendían y los temían en la misma
medida. Organizados en diferentes manadas con varias familias y distintas
especies, siempre iban en grupos numerosos, protegidos por avanzadillas de
exploradores y por una retaguardia de defensa. De cuerpos negros con pecho
blanco y con extraños símbolos tribales que distinguían sus familias a modo de
tatuajes. Ojos amarillos con pupilas rojas. Su agresividad, no conocía límites
ni misericordia. Atacaban como forma de vida, a toda especie que se le pusiera
a tiro o que decidieran en ese momento, pero no como forma de alimentarse, sino
por el placer de destruir. Nadie tenía claro si habían sido creados como
experimento que se fue de las manos, o si eran fruto del azar tras alguna de
las gasificaciones o contaminaciones producidas en las guerras del pasado.
Aunque
sus fauces eran terribles y contenían dientes a modo de afilados colmillos,
iban armados con unas especies de arpones, acabados en punta de hueso y con
unos tridentes metálicos que inyectaban veneno y electricidad a sus víctimas.
Una vez, aturdidas, llegaba el acto de destrucción con sus armas bucales y su
fuerza descomunal. Habían conseguido penetrar los blindajes de algunas naves de
defensa humana, y los restos que quedaban de los hombres y las mujeres
atacadas, eran tan irreconocibles, que no se podía distinguir la especie destrozada.
Se presuponía, que estaban aprendiendo a usar de manera inteligente, el
armamento que robaban a las naves flotantes atacadas, pero nadie lo sabía. O
mejor, nadie quería ni imaginarlo…
El
caso es que el nivel de destrucción, era impredecible; lo mismo estaban años
sin aparecer, lo mismo atacaban barcos o ciudadelas flotantes; a veces,
aparecían despojos destrozados de alguna especia aniquilada en alguna cala
recóndita; otras, curioseaban sin más los medios de transporte y viviendas
humanas…
“…tus
manos traviesas nunca se olvidan….”
Capítulo II: “Jubilado”.
Una
tarde de la primavera Austral, paseaba por la feria de Tiland. Era una
ciudadela muy tranquila, situada a los pies de un inexpugnable acantilado. Sus
gentes convivían en paz y sólo se podía entrar y salir por aire, o por una
pasarela, lo que hacía que no fuera objetivo del turismo maleducado. Rodeada de
un mar habitado por todo tipo de criaturas surgidas tras el re inicio del
Planeta y escasas criaturas voladoras. Algunas gaviotas y apenas trescientas
unidades del “Gyps Fulvus”,
comúnmente conocido como Buitre Leonado, aunque, por supuesto, con una
envergadura superior a los cinco metros entre alas y un peso que rondaba los
100 kilogramos. Estos lindos animalitos, aparecían revoloteando al olor de la
muerte y “limpiaban” todos los restos biológicos de las cercanías del
acantilado. Casualmente, siempre me visitaba uno en concreto cuando daba mis
paseos por el muelle. Majestuoso, me gustaba ese animal. Más que esperar que
cayera, parecía que me acompañaba o me vigilaba de cerca y no permitía a otras
criaturas que se me acercaran. Quizás, por miedo a que les hiciera daño. Lo
llamaba “Bill”, y parecía que a veces me contestaba mentalmente, o sería que yo
ya estaba listo de papeles.
Tendría
una explicación, claro. Mi cuerpo aparentaba apenas treinta años, pero yo
también había decidido tomar el tratamiento de “Vida Real”. Fui de los
primeros, obligado, ya que como militar de Defensa, mi deber era obedecer las
órdenes de mi único superior. Me había ganado mis galones en el ejercicio de la
autoridad y la defensa de los derechos de los ciudadanos del primer continente:
“Eurousa”. En una época convulsa de luchas internas y de guerras físicas, había
dirigido a un ejército completo y luchado codo a codo con mis soldados durante
décadas. En esos momentos, lo daba todo por las causas que me ordenaban. Ahora,
ya jubilado, más maduro y sereno, me cuestionaba todas y cada una de las
actuaciones que tuve. No mi trabajo, sino el fin. Si había merecido la pena y
si podríamos haber actuado con menos violencia. Aunque observando el paisaje de
mi nuevo destino de retiro, no me arrepentía de lo realizado. Esas luchas
cuerpo acuerpo, con escaso material y en defensa de los derechos de los
humanos, me habían convertido en lo que era actualmente y habían permitido la
existencia de lugares como el que pisaban mis pies y deslizaba mi cuerpo. Digo
deslizaba, porque un Capitán de Fragata como yo, en las misiones de finales del
siglo XXI, había sido modificado genéticamente para sobrevivir en el agua. De
manera que con otros pinchazos y entrenamiento sicológico, a los “jefes” nos
convertían en humanos anfibios. Podía sobrevivir días en el mar, con apenas una
toma de aire cada cuatro horas. Mi cuerpo nadaba como criatura marina, veía
bajo el agua y podía comunicarme con otros anfibios como yo y con algunos de
los seres que habitaban los mares, como los Alfa o los cabrones de los
cetáceos. Podía oler las medusas a muchas millas de distancia y, por supuesto,
alimentarme de toda la fauna y flora marina. De vez en cuando, me pasaba unos
días por el mar, recordando y practicando todas esas habilidades adquiridas. En
cuanto a mi fuerza y a mi instinto, pues más de lo mismo: anormalmente
desarrollados. Aunque mi naturaleza, tiraba a lo terrestre, claro. De hecho, mi
descendencia vivía con sus madres en el continente que abandoné. Tres
magníficas madres y tres magníficas niñas. Dudaba si por las terapias
transgénicas, sólo concebía hembras, pero estaba encantado con mis pequeñas. Ya
no tan pequeñas…Era de los pocos que podían permitírselo, pues mis bitcoins,
estaban aseguradas para el resto de mis días, para mí y toda mi familia, debido
a los éxitos conseguidos en las batallas. Además, había sido testigo de
múltiples barbaridades y meteduras de pata de mis superiores directos e
indirectos, y mi silencio, debía estar bien asegurado económicamente.
Manteníamos
contacto diario, y al ser concebidas tras los tratamientos, también eran
anfibios como yo. Les encantaba cuando nos reuníamos y nadábamos libremente por
allí, ya que yo solía subir cada mes a verlas. Esos mares parecían más
tranquilos y menos habitados que estos del sur.
Hoy,
no me había podido comunicar. Había fallos en las redes, supongo.
Paseaba
desde la feria hasta el fin de la pasarela, unos 15 kilómetros. La feria estaba
en la parte baja de la ciudadela, distribuida en una especie de semicírculo.
Tiovivos gigantes, columpios y atracciones de gravedad cero, hacían las
delicias de las personas que la visitaban. Todas las tardes se llenaba de gente.
La atracción central era una especie de tren en el que te subías con unos
sensores de realidad virtual. El trenecito, era conducido por una conductora
real, que transmitía con su voz, una historia relacionada con cada estación por
la que pasaba el transporte. Siempre dudé, que el viaje fuera ficticio, je, je.
Todos los escenarios eran del siglo XXI y cambiaban periódicamente para no
aburrir a la clientela ni a ella misma: bajaban volando al fondo de una mina
(vamos, que tenías que agarrarte para no caerte de cabeza), mientras pasaban
rozándote las vigas que sostenían las desvencijadas galerías y todo el pasaje
“volaba” literalmente en sus asientos. Salían indemnes de un accidente nuclear,
con una inundación y múltiples gases que recalentaban al personal, mientras
asustados y mega protegidos empleados con trajes verdes anti radiación, correteaban por todas
partes. Entraban en un zoo, alimentando a los animales y huyendo de la jaula de
los simios gigantes que con sus enormes fauces y extremidades intentaban
capturarlos. Visitaban una biblioteca, pudiendo tocar y leer los libros,
juraría que se podía oler el olor del papel, cosa que ya apenas existía y
entraban en una urbanización de veraneo, con piscinas y jardines, salpicados
por familias tomando el sol y por toda clase de “domingueros” haciendo picnic,
incluyendo una paradita en un
chiringuito en el que un grupo tocaba música en directo y echaban humos por la
boca. Ella acompañaba el viaje con una retransmisión vehemente, de manera que
lo vivías de una forma demasiado real. Tanto, que al quitarte los sensores, no
sabías si en verdad habías estado allí o no, pues restos de tierra, olor
animal, e incluso, latas de refresco del chiringuito, aparecían por el suelo
del vehículo. La conductora se llamaba María y se había jubilado conmigo,
perteneciente a mi último escuadrón y guerrera como ella sola. Era mayor que
yo, y no había ascendido tanto por sus
reparos a la hora de cumplir las órdenes sin rechistar. Muy reservada, apenas
conocía algún detalle de su vida, como que perdió a su hijo y a su marido en un
extraño ataque de entes desconocidos al navío en que viajaban para su
reencuentro. Siempre mostraba nostalgia de los siglos anteriores. Aunque no
mostraba interés ninguno por socializar con seres humanos de manera íntima. De
ahí su atracción de feria. Si no hubiera
sido porque coincidimos una mañana por la calle, ninguno de los dos hubiera
conocido el destino de jubilación del otro. La encontré, justo a punto de
entregar la solicitud de antídoto. Y después de mucha charla, conseguí
convencerla de no tomarlo. Tras lo cual, encontró el trabajo de la feria que
hacía las delicias de sus pasajeros y la mantenía entretenida y útil. La
visitaba todas las tardes para ver cómo llevaba su vida. Era de las pocas
personas con las que hablaba en esa bonita localidad y confiaba plenamente en
ella, pues nuestras vidas habían sido recíprocamente confiadas en el otro en
varias ocasiones. Nadie mejor que la soldado María para cubrirte en un combate.
Fuerte, ágil como un rayo, no fea…sino algo incómoda de mirar mucho rato, si no
fuera por su cuerpo perfectamente esculpido y siempre enfundado en ropajes
ceñidos, que llamarían la atención de cualquier hombre, mujer o Alfa macho que
estuviera en un radio de un kilómetro a la redonda. Era seria y honrada como
pocas personas.
Desde
la otra parte de la feria, se ascendía al centro educativo, que era lo más
parecido a un colegio de los de antes. Las aulas eran de lo más tradicional,
aunque ni el alumnado, ni el profesorado tenían nada que ver. Los pocos niños
que acudían, eran instruidos en todo tipo de artes y ciencias. Con los
implantes tecnológicos y las terapias génicas, la chavalería aprendía casi sin
enterarse toda las normas de la civilización actual, comportamiento y elementos
académicos varios. Con el contacto directo con el profesorado, se aprendían
valores cívicos y se desarrollaba la parte que más le interesara a cada
individuo. Además, había un fuerte componente de educación corporal y
doméstica, desarrollando completamente la personalidad de los infantes en un
breve período de 8 años, Desde los 6 hasta los 14 años. A partir de ahí, se
ofrecían estudios superiores a través de
chats sensitivos y salas comunes, para especializarse en los oficios necesarios
según gustos propios y demandas de la sociedad. Algo parecido a una
Universidad, pero virtual.
Continuando
por la calle del colegio, aparecía un inmenso centro comercial. Con la palabra
inmenso, me he quedado cortito. Tenía canales navegables por pequeños barquitos
a motor que servían de transporte de pasajeros. Había una playa artificial de
dos kilómetros, en la que se producían olas para hacer surf de todos los
tamaños. Casinos, hoteles de todas las estrellas y toda clase de pistas polideportivas cubiertas
y por cubrir. Una montaña con nieve artificial con remontes y árboles en la que
practicar deportes de nieve, desde el simple esquí, hasta trineos tirados por
perrobots. Senderos artificiales rodeaban la parte más comercial a modo de
parque natural. Y después de las compras y del deporte, existían dos edificios
a modo de torres gemelas repletas de todo tipo de comercios, en cuyos bajos se
adivinaba un circuito de vehículos de carreras de combustión atómica, que
flotaban y chocaban como locos y en los que se apostaba más de la cuenta: desde
cenas, hasta fortunas familiares.
Aunque
jubilado del ejército, cooperaba en mi comunidad como asesor de seguridad.
Ayudaba a resolver conflictos de forma pacífica. A veces, había que aplicar la
fuerza de forma proporcionada para contener a alguno de los enfrentados, pero
en rara ocasión. Sin embargo, cuando se producía una ruptura grave de la
convivencia, actuábamos con más contundencia. Se trataba más de prevenir que de
curar, como decía mi abuela. No iba armado. Bueno, en realidad sí, ya que mi
cuerpo en sí, era un arma eficaz. Los años de entrenamiento y la experiencia en
combate, me habían convertido en un ser
letal. Podía acabar con la vida de cualquier ser que respirara sólo con mis
manos. Aunque, últimamente, me notaba más violento de la cuenta. Quizás, por la
crisis de los cien. Eran ya los que cumplía realmente, y no me sentaba bien.
Físicamente no envejecía, pero mentalmente era otra cosa. Pensamientos
recurrentes, ansiedad y falta de sueño eran mi día a día. Al principio,
conseguía controlarlo con días en el agua y ejercicio físico. Siempre le había
echado “huevos” a todo y había tirado hacia adelante con lo que fuera. Asumí
miles de responsabilidades insanas para mi mente, pero ahora, ya no podía.
Acudía a una terapia y empezaba a hacerme efecto. La ayuda me estaba viniendo
bien, a pesar de mis reticencias iniciales. Ahora meditaba por las mañanas
antes de ir un rato a colaborar al Centro de Seguridad y paseaba por las
tardes, intentando evitar malos rollos conmigo y con mis semejantes.
La
mayoría de los días, había unas horas en las que me encerraba en mi dormitorio
y simplemente lloraba. Lloraba hasta que no me quedaban lágrimas. Sin un motivo
concreto. En mi mente se mezclaban sentimientos de rabia, ira, impotencia, tristeza y angustia,
mientras analizaba toda mi ajetreada vida. Había cosas de las que me arrepentía
y que ya no tenían solución. Había cosas que podía cambiar, tanto de mi propio
comportamiento, como de mi vida en sociedad. Estaba en ello, pero me sentía
vacío de fuerzas y anhelando situaciones para poder enfrentarme a ellas y
afrontarlas de una manera “madura”. Qué fácil era decirlo, verbalizarlo y
desearlo. Y qué difícil era la realidad en este mundo actual. Un mundo irreal a
los ojos de siglos anteriores. Un mundo que había cambiado por la incompetencia
de unos líderes mundiales dedicados a atesorar bienes en perjuicio de los
ciudadanos. Impunes ante leyes que ellos mismos abolían. Creyéndose y jugando a
ser dioses con las nuevas tecnologías, dando alas a la inteligencia artificial
y a la modificación genética. Todo se fue de las manos. La única solución, fue
una rebelión de países menos avanzados, que culminó en una batalla mundial,
sobre cuyos restos, estábamos intentando vivir. Fui uno de los protagonistas de
la victoria del lado “bueno”, podría haber nacido en el lado “malo”, como
cantaba un mito de mi niñez. Tantas cosas vi, realicé, cubrí y escondí,
asumiendo mi responsabilidad, que ahora, me explotaban en mi cara. Tantas vidas
sesgadas por mis manos, por mis armas, por mis decisiones y por las tropas a mi
mando. Y no sólo humanas. Tanta destrucción en defensa de la vida ahora, me
mataba por dentro. Aunque, verdaderamente, todavía no había sido capaz de
rellenar mi formulario de antídoto, lo pensaba más veces de las que deseaba.
Pero claro, yo, retirarme o rendirme, no existía en mi vocabulario. A pesar de
estar sólo en este momento, sé que sería un acto de cobardía y decepción ante
las personas que me apreciaban a pesar de todo. Así que, esa decisión, flotaba
como Bill sobre mi cabeza afeitada, pero no era fruta madurada que cayera a mis
manos. Aunque estaba visible en el árbol que me cobijaba. Mi propio yo.
Por
las noches leía libros escritos antaño y ya había conseguido dormir 4 horas
seguidas, ayudado por medicación de última generación. Toda una hazaña. Había
veces que me sentía demasiado sólo y echaba en falta una compañía femenina,
pero no me apetecía empezar otra vez una relación ni tener que dar todo tipo de
explicaciones a nadie. Así que me entretenía a mi manera anfibia-humana, a base
de nados, paseos, instrucciones a novatos y con los malditos cacharros esos
sexuales neuronales, que, bueno, no iban tan mal como yo creía. Sin embargo,
donde se pusiera una anfibia-humana, en una laguna en calma, un par de copas de
vino y un chuletón de vaca de granja de las de verdad, con mi intocable Luna en
fase completa...Inigualable, claro.
Otra
manera de pasar el rato, era observar las cápsulas de viaje. Eran unas naves
con forma de pastilla, de unos 20 metros de eslora, cuya parte superior estaba
construida por una cúpula de cristal irrompible. En la parte del casco, había
asientos y una especie de departamento donde se encontraban los mandos de
control. En realidad, estaba programada para realizar el viaje de salida y
entrada de la Tiland, cargada de pasaje con equipaje ligero, por lo que no
llevaba piloto ni capitán. Era curiosas, pues levitaban sobre la superficie del
mar, evitando olas y mareos y siempre iban a mitad de su capacidad, para
aumenta la velocidad. Los rayos del sol al atardecer, se reflejaban en al
cristal, provocando un efecto de invisibilidad o de arco iris, lo que hacía muy
entretenido observarlas. En la antigüedad, los “abuelos” miraban obras. Ahora,
mirábamos “pastillas” llenas de gente…La Humanidad y sus cosas. Además, cientos
de criaturas marinas, se asomaban a verlas, y no había vez, que no encontraras
una más rara que otra entre tan curioso público.
Público,
que se completaba con numerosos paseantes, jubilados o no, niños y niñas,
jóvenes de verdad, jóvenes de los del tratamiento, algún que otro anciano, personas
a punto de terminar el antídoto anti edad, deportistas de todo tipo, algunos
incluso corrían, (¿en serio? ¿correr? ¡Si eso era malísimo para la salud!)
Ciclistas, monociclistas y demás fauna. Yo, solía coincidir con dos hembras
jubiladas con unos cuerpazos que me daban ganas de perder todos mis principios
de austeridad y soledad: Irene y July. Dos morenazas de unos cuarenta de
apariencia, pero con la sabiduría de mujeres fuertes y seguras. Andaban siempre
enredando con los pets y los alfamares. De un breve saludo enarcando las cejas,
con los años, habían pasado a pararse a hablar y todo, algo inusual en estas
épocas. Yo, siempre educado y cortés, siempre daba el primer paso para parame,
pues a ellas les daba como vergüenza. Hablábamos sobre banalidades mundanas y
no entrábamos en intimidades. July, era más cortada. Sus ojos verdes,
destacaban en la bonita cara bronceada por el sol. El pelo negro, sin cana
alguna visible, rizado y largo le caía por los hombros. Sus brazos y piernas
eran delgadas y fortalecidas por la gimnasia matutina, y las posaderas…en fin…prodigios
de la Naturaleza para un soltero de mi edad. El escote siempre tapado pero enormemente
adivinable y siempre con ropa deportiva.
Irene, era más abierta, socialmente, mal pensados. Pelo liso, ojos marrones,
menos morena de piel y con las facciones muy marcadas. Labios gruesos y ojos
alargados, como de gata. El cuerpo bien arreglado por alguna que otra cirugía y
los brazos decorados con tatuajes muy coloridos con motivos marinos y aéreos. También
con la indumentaria muy deportiva siempre y con una sonrisa en la que brillaba
su dentadura como el sol en agosto. Dos “bicharracas”, como diría un colega
sargento de la IV Compañía Aérea, que era más bruto que un cardo borriquero, y
que se mató en una competición de apnea contra sí mismo.
Esta
tarde, la sonrisa de Irene se había desvanecido. En su lugar, había una
expresión seria y de preocupación.
-
Buenas
tardes, niñas- les dije.
-
Hola,
Pepe- contestó July-. Aquí estamos dando nuestro paseíto, pero hoy hay algo
raro en el ambiente.
-
¡Me
acaba de hablar Tron! Exclamó Irene asustada. ¡Sabía que me entendía! Pero,
creo que me ha leído el pensamiento. Llevo toda la tarde con una extraña
sensación, y ese Alfamar, me la ha confirmado.
-
¿Cómo?
Eso no puede ser, mujer – le dije. ¿Y qué te ha dicho, que eres muy guapa?-
bromeé.
-
¡No!
Me ha dicho que algo va a pasar y en ese momento ha aparecido el remolino
helado de los cetáceos – dijo señalando al Éste.
Yo
no me había dado cuenta pues iba entretenido con mis pensamientos y mis cosas,
pero a lo lejos, se apreciaba claramente un creciente remolino que provocaba
una corriente de viento de Levante, húmeda y fría, acercándose al malecón.
Esos
malditos bichos eran impredecibles. La fase previa a dejarse ver, consistía en reunir
a sus manadas y nadar en círculos alrededor de un líder. Cuando el remolino
superaba la superficie la altura deseada (podían tardar desde minutos a días),
el líder emergía por el centro y daba la orden de ataque señalando el objetivo
con su lanza y emitiendo unos sonidos que parecían mezcla de oso, lobo y
delfín. Se te helaba la sangre y no sólo por la corriente circular que formaban.
El sonido se introducía en la cabeza y te chirriaban todos los huesos del
cuerpo. Tras la señal, todas las manadas destrozaban lo que fuera. Parecía un
caos, pero estaba perfectamente organizado y cada cetáceo humanizado y cruel,
tenía su función asignada. Unos con lanzas, otros con las fauces, otros con las
extremidades, luego, los cachorros, devoraban restos biológicos y los adultos
destrozaban cualquier material conocido por el hombre o la naturaleza del
planeta. El arma perfecta.
“…tu
boca impaciente sobre mi piel. Siento dentro que se acaban mis días…”
Capítulo III: “Caos”.
Los
Alfamares se acercaron. El macho, alzó los brazos y con la extremidad superior
derecha, zarpa, mano o como quiera que lo llamaran, hizo un gesto como de
cortarse la garganta. Amenazante, nos chilló y gritó:
-
¡Desapareceréis!
Saltó
y se dirigió hacia el remolino. Las hembras, se miraron asustadas, y
dirigiéndose a sus amigas humanas, hicieron gestos para que huyeran del lugar.
Creo que se comunicaron telepáticamente con ellas, pues yo estaba capacitado
para comprender sus mensajes: Poneos a salvo y huir de esta ciudad.
Los
tres nos miramos incrédulos. Los pets, saltaban como locos, y la dulce
expresión que los caracterizaba, se convertía en caras agresivas y amenazantes.
También nadaban en torno al malecón y producían sonidos parecidos a gruñidos,
dirigidos a los paseantes del malecón, que no eran pocos, como cualquier tarde
de primavera.
En
el intercomunicador que llevaba implantado, comenzó a sonar una alarma. Hacía
años que no la escuchaba, pero se me clavó en las sienes como dos clavos
oxidados. Era una alarma de ataque masivo, que precedía a una destrucción
total. Durante las guerras, se usaba cuando una nave era atacada sin solución
ante el colapso, o cuando una ciudad iba a ser bombardeada con armamento que
arrasaría con su biología y sus
construcciones.
Antes
de ponerme en contacto con el Centro de Seguridad, conminé a mis amigas a ponerse a salvo:
-
¡Corred
hacia allí! – les grité señalando el lado más al Éste del malecón, donde se
averiguaba la estación de recepción de cápsulas de viaje. El Salto, lo
llamaban.
-
¿Y tú,
no vienes? – me preguntó Irene.
-
En
cuanto me aclaren lo que pasa, os alcanzo. ¡Corred!
Los
Petmares, saltaban amenazantes hacia la gente desde el agua. Otros nadaban como
delfines hacia el remolino helado de cetáceos. La gente aterrorizada, corría
como por instinto hacia la ciudadela, y chocaban con la gente que huía hacia la
estación de viajes. En medio minuto, se había desatado un caos. Ya todo el
mundo se había percatado de la reunión de cetáceos y de que una nube de color
fosforescente, se acercaba al mismo. La velocidad de las cápsulas, llenas de
aterrorizados pasajeros asustados por toda clase de seres marinos genéticamente
surgidos, se redujo al mínimo. No se escuchaban, pero los gritos eran
evidentes.
Los
Alfamares macho, subían al malecón separando sus extremidades y caminando como
humanos, empuñando armas y dando alaridos. Interrumpiendo el tráfico de todos
los vehículos y arrinconando a las personas en grupos. Eran grandes y fuertes,
reconozco que impresionaban. Las hembras nadaban hacia la ciudad, pero en una
actitud menos agresiva.
Una
explosión en forma de hongo verde, surgió desde la ciudad y me pude dar cuenta
que era el Tren magnético de suministros que volaba por los aires. Cada vagón
con un estruendo propio, uniéndose en una traca de destrucción y terror a los
ojos de los testigos de semejante espectáculo esperpéntico.
Me
enfrentaba a una situación de guerra. Otra vez. Pero sin ejército que me
apoyara. Estaba sólo, por el momento. Había que remar hacia adelante como fuera
y salvar el mayor número de vidas posibles. Todavía no sabía a lo que
enfrentaba, lo que completaba la gracia de la causa.
Desde
el inter comunicador, comenzó una voz femenina a hablar. Repetía un texto
grabado en el que invitaba a los habitantes de la ciudadela a huir ante una
destrucción masiva. No daba más explicaciones. Mis nervios empezaban a sentirse
cómodos de nuevo en mi mente humana, y mis
“dotes anfibias” me subían la adrenalina al mil por ciento. El mensaje
resonaba por todos lados, pues había altavoces por todo el malecón. Mientras
intentaba averiguar algo, me giré y un alfa de tamaño de un jugador de
baloncesto de la NBA, me dio un grito en la cara que me metió los pelos de la
oreja para adentro. Mi instinto de soldado, me impulsó a darle un golpe en la
rodilla, una patada, con la que se desplomó justo delante de mí. Momento en que
aproveché para darle un rodillazo en la boca y dejarlo inconsciente. Me clavó
los dientes puntiagudos, pero no llegué a sangrar por mis pantalones técnicos y
resistentes a casi todo. Además, ya tenía un arma.
Tener
que luchar en desventaja, me recordaba a mi vida entera de antes de mi retiro.
Siempre tirando del carro, con cientos de hombres y mujeres esperando mi señal
para dar el mínimo paso. Con cientos de deliberaciones internas antes de cada
decisión que implicara una orden. Y con la responsabilidad en cada una de
ellas, que suponía ser culpable o héroe, dependiendo del lado que cayeran las
víctimas. Porque víctimas, habría, inevitablemente en cada confrontación. Luego,
después del acto de batalla, aparecían los fantasmas. Como buitres. Como Bill,
mi amigo emplumado. Que merodeaban por mi mente en forma de pensamientos
recurrentes, dándome vueltas a la cabeza. “¿Y si hubiera hecho esto en vez de
lo otro? ¿Y si hubiera dado esta orden antes que esta? ¿Dónde están mis hombres
y mujeres? ¿Qué dolor hemos infligido esta vez? ¿Ha servido para el bien o para
crear más odio?” Así hasta que pasaban días interminables sin dormir. Días en
los que rellenaba la solicitud del antídoto. Pero sin entregarla.
Deseando que todo acabara. Días en los que
acababa superándolo todo, más por vergüenza que por estar sano mentalmente. Más
por orgullo y deber que por otra cosa. Siempre con mis chicas presentes. A las
que no dejaría tiradas por pura cobardía. Así, me enfrentaba a mi vida una y
mil veces. Las que hiciera falta…
Todo
ésto, ya me había pasado mi factura sicológica hacía años. Y, aunque continuaba
con el tratamiento convencido de haberlo superado, en estos momentos me venía
como un tsunami de sensaciones.
Más
explosiones desde la ciudadela. De colores. No lo entendía. Naves de pasajeros
salían del aeropuerto y explotaban a los pocos kilómetros, cada una, en una
nube de color chillón diferente: Rosa, turquesa, naranja, amarillo, etc.
Las
gigantescas medusas, agrupadas frente a la ciudadela con el acantilado a su
espalda, lanzaban nubes de polvo asesino que explotaban cualquier elemento que
oliera a humano. Al igual que el tren y las naves, los edificios eran
destruidos con una facilidad pasmosa. De ahí, las explosiones coloridas.
Una
de las naves, parecía que escapa y se dirigía esquivando hábilmente las bolas
de polvo.
Los
cetáceos, mientras, atacaban las cápsulas de pasajeros que se deslizaban
lentamente. Era como el juego de “tragabolas”. De un bocado, las partían por la
mitad y devoraban los restos del pasaje sin piedad ni esfuerzo. El resto de
barcos, explotaban y se fracturaban desde el interior. Entre sus restos
resquebrajados, y con un ruido ensordecedor, emergían como dinosaurios,
cetáceos de todas las tribus, con una facilidad que parecía que estuvieran
rompiendo barcos de cartón. Todo lo veía mientras me dirigía corriendo yo
también al extremo del malecón.
Decidí
salir de ahí. La ciudad, estaba siendo destruida. Allí, no había nada que
hacer. La población estaba siendo masacrada. El centro comercial, ardía en
color rosa. Salir de Tiland. Salvar la vida. Y si podía, la de todo ser humano
que pudiera.
El
intercomunicador sonó.
-
Jefe,
¿estás ahí?
Era
María. Me llamaba así.
-
¿Dónde
estás? ¿Qué está pasando? Le pregunté
-
Hay un
ataque masivo de seres del mar. Han sido destruidas todas las ciudadelas del
continente. Ha sido de repente, coordinado e impredecible. Tiland, es el último
reducto. Parece que llevaban años organizándose. Estaba en el cuartel de la
Reserva recogiendo material y me he enterado de todo por casualidad. En cuanto
pude, salí con mi “Bicho”. Me dirijo al Salto del malecón.
El
“Bicho”, era una nave que ella había conseguido como parte del pago del
ejército. En principio, no tenía armas, pero estaba perfectamente pertrechada
para volar. Podía transportar todo un regimiento de 100 personas y estaba
equipada con reservas de alimentos y aguas para sobrevivir todos durante meses.
María, poco a poco, en el mercado negro, había repuesto todas las piezas
necesarias para hacer funcionales las
armas inutilizadas en la entrega del “Bicho”, como ella lo llamaba. Con forma
de ave aerodinámica. Ligera y manejable, pese a su tamaño, en las expertas
manos de María, era un auténtico “ser” volador. La simbiosis perfecta entre
humana y máquina en este mundo de seres vivos tan extraños y de inteligencia
artificial descontrolada. Tenía previsto instalar un sistema de camuflaje de
última generación, que invisibilizaba a la nave, pero por lo que se ve, no
había terminado de hacerlo.
-
¡Voy
corriendo hacia allí. Nos vemos en la estación! Le grité.
-
Recibido.
Moriremos matando, jefe. ¡Fuerza y valor!
Los
Alfamares ensartaban con sus pinchos a todo ser viviente, mujeres, hombres,
niños, ciclistas, incluso perros, lo que se pusiera por delante. Acto seguido,
los tiraban al agua para que fueran devorados por las mini medusas. Yo,
avanzaba como podía, defendiéndome con el arma robada e intentando en vano
salvar a alguien más. Parece que mis amigas, habían llegado a la estación,
porque no las veía. Mi visión anfibia, me dejaba ver de lejos, a kilómetros,
con la claridad de unos primáticos. O a lo mejor, ya eran parte del
fitoplancton como el resto de seres, incluidos perros, que caían destrozados al
agua.
Algunos
cetáceos más pequeños, del tamaño de un elefante, subían hacia la ciudad. Se
veía como destrozaban la feria. Olía a sangre por todo el ambiente. Otros
jugueteaban con las cápsulas, que ya no levitaban, flotaban en el agua fría,
helada por el remolino, antes de comérselas literalmente. Los gritos se
mezclaban con las explosiones.
Pude
ver al Bicho de María, que revoloteaba y disparaba con el arma láser principal.
Pero no huía, la muy cabezota. Volvía y acertaba a cetáceos y medusas,
esquivando el fuego de polvo y los manotazos de los más grandes. Parecía un
águila atacando y volando con destreza. Vaya fichaje había sido en el ejército
y vaya vacío que había dejado entre los pilotos que quedaban. Algunos alfa, se
habían hecho con armas humanas, y disparaban a la gente y las naves que
intentaban huir. Parecían comandos especiales, aniquilando y destruyendo todo a
su paso.
El
objetivo parecía claro: acabar con la humanidad que los había “creado” y ahora,
los tenía arrinconados en el mar. Ya habrían caído otros continentes.
Por
el camino que iba, acabaría hoy con todas mis historias mentales. Y con las
físicas. Veía complicado salir de esta. Pero hasta que todo acabara, lucharía,
claro.
Me
acordaba de mis niñas y de sus madres, eran mi única familia viva. Con tantos
años de vida, mis relaciones se habían deteriorado y mi ausencia de un hogar,
había provocado las rupturas de pareja con las madres de mis hijas. Tres, nada
menos. Siempre había sido de enamoramiento fácil, además de híper fértil y sólo
producía hembras, menos mal que lo de los apellidos heredados ya no era
problema. Mi primera relación de la que nació Asia, fue justo en el inicio del
tratamiento vital y anfibio. Cuando la madre me mandó a lo más alto de un
cerro, harta de mis guerritas, me hundí del todo. Hasta que surgió mi segundo
casamiento, del que nació África. Era la más parecida a mí de las tres,
inteligente, fuerte y cabezota…je je. Hicieron muy buenas migas las dos mamis
y, por un viaje de meses que tuve que hacer intercontinental, en el que tuve un
lío con una minera, la segunda, me devolvió al cerro ese. De mi tormentosa
relación con la minera, vino al mundo América. Delicada y más anfibia que el
resto de la familia. Disfrutaba de cada brazada y daba gusto verla deslizarse
por el océano. La madre, dejó la mina a la vez que a mí, por un ingeniero con
millones de Bitcoins y con mansiones en todo el continente. Ahora estaba sólo y
tranquilo, aunque…
Pero
como siempre, mis historias darían para otro libro…
El
caso es que la rabia me invadía al pensar el sufrimiento que habrían vivido
antes de morir. Algo me decía que no habían sobrevivido. En ese momento, me
encontré con el alfa amigo de las niñas: Tron.
-
Despídete
de la vida de mierda que has vivido, porque a mañana no llegas.
-
Vamos,
le dije. Encima chulo, el anchoa este. Y le amenacé con el arma.
Empezamos
a forcejear. Él, no sabía que yo era anfibio y mi fuerza era superior a la
suya. Con un rápido movimiento, me rajó la camiseta de lado a lado del abdomen,
sin apenas dañarme. Salté un poco hacia atrás. Con el arma a modo de martillo,
mientras él miraba que no me había dado bien, le di en la cabeza. Se abrió como
una sandía madura. Me resultó vencerlo menos de lo que me esperaba. Adiós,
chaval. Uno menos. Eso hizo que los que venían detrás de él, se “olvidaran” de
mí y se buscaran otros objetivos. Con lo que gané unos segundos y seguí
corriendo hacia el Salto, pasando por encima del cuerpo viscoso y la cabeza
esparcida por el hormigón. Uno de ellos, empujó los restos al mar, que fueron
inmediatamente devorados por las mini medusas.
“…el
siguiente héroe caído puedo ser…”
Capítulo IV: “Huida”.
El
cielo empezaba a oscurecerse. Entre el humo proveniente de la ciudad y movido
por la corriente helada y la sexta fase lunar, oscurecía en un abrir y cerrar
de ojos. Después de las guerras, el eje del planeta se había desplazado unos
grados hacia el Oeste. Los suficientes para que cambiaran las fases de la Luna
y ahora tenía el doble. Estábamos en la sexta, que dejaba ver parte de la cara
oculta y parte de la que se veía antaño. Dando una impresión de estrellitas
brillantes y luna llena. Preciosa. Pero al oscurecer, la marea se volvía movida
y en varias direcciones. Lo que la hacía peligrosa para navegar, cerrándose el
tráfico marítimo. Además, alteraba a las bestias. Digo lo de estrellitas,
porque a mediados del siglo XXI, se descubrieron unas estructuras colonizadas
por antiguas civilizaciones ancestrales, que ya eran aceptadas y visibles por
lo que quedaba de la humanidad, aunque, no había ni buenas relaciones ni
comunicación alguna con esos seres. O, al menos, eso es lo que teníamos que
aparentar, porque la realidad era otra muy diferente. Otro motivo por el que me
prejubilé con “honores”. Me vuelvo a enrollar demasiado…
Continuaba
corriendo hacia el Salto. Miré hacia el mar y vi como los cetáceos habían
acabado prácticamente ya con todas las cápsulas. Un grupo de ellos se dirigía
al mismo objetivo que yo.
María
seguía luchando. Por primera vez, empezaba a verla con otros ojos…
El
Salto era la estación receptora de cápsulas y del tren de transporte. En la
estación de pasajeros, abajo, se cambiaba de ciudad y de transporte, pudiendo
acceder a carreteras y vías normales. Estaba al borde del acantilado. Se podía
acceder a pie, pero sólo a la entrada, que se encontraba en la parte superior.
Para ello, existía un sistema de absorción.
Consistente en un túnel, con capacidad para dos o tres personas, que absorbía
al personal, “chupándolos” hacia arriba. A su lado, existía una red, a modo de las
que se usaban en los barcos antiguos para subir a los palos, por la que se
podía uno entretener y subir escalando. El conjunto, estaba diseñado como los
restos de un viejo galeón encallado en la roca, naufragado. Arriba, a modo de
torre de vigía, había un mirador con una entrada a la estación. Desde allí, se
divisaba el interior con los intercambiadores de máquinas, algún restaurante y
cochecitos de transporte de personas y equipajes. Se entraba por una especie de
tobogán con varias curvas para atenuar la bajada.
La
gente hacía cola para subir al mirador y era destrozada por los Alfamares y por
cetáceos de tamaño mediano. Los mayores, ya atacaban la estructura. Algunos
subían por la red. Pude ver que había gente arriba en el mirador, a un centenar
de metros sobre el malecón, gritando desesperados. Otros intentaban acceder a
la estación por los huecos que quedaban de las vías del tren flotante. Las
personas que saltaban al mar, eran inmediatamente devoradas por las medusas. Un
caos total.
Me
acerqué al túnel de absorción peleando con la lanza. Me enfrentaba a grupos de
alfas pues me atacaban de tres en tres. En una defensa, me hice con un arma
humana, que le arrebaté a uno de ellos, por lo que mientras descargaba el
cargador de balas, caían como sardinas y descansaba un poco mi musculatura. Que
ya no estaba yo para muchos trotes tampoco.
El
Bicho con María dentro, disparaba a los cetáceos más grandes. Las defensas antiaéreas
ubicadas alrededor de la estación, hacían lo propio con los más pequeños, pero
nubes de colores, las iban destrozando.
La
ciudad estaba completamente arrasada, dejando ver el ocaso solar, que, por
ejemplo ayer, no se veía con los edificios de viviendas en pie.
Llegué
a la base. A mi derecha, la red estaba repleta de supervivientes, pero los
alfas, escalaban rápido, dándoles caza. Cuando vi que no tenían ya posibilidad
de llegar arriba y salvarse, con el arma, corté los tensores de las cuerdas, cayendo
todos al suelo, alfas y humanos, siendo todos devorados sin distinción por los
cetáceos tamaño elefante, que en su orgía de muerte, no distinguían ya entre
amigos y enemigos. Los que caían al agua, también sufría el mismo fin. Joder
con las medusitas, qué hambre gastaban. Los encantadores pets, ayudaban en la
fabricación de plancton marino. Saltaban y brillaban por todas partes.
Los
cetáceos entraron a la estación por las vías. Ellos, sí que podían abrirse
camino fácilmente. Los gritos resonaban por todos lados. La humanidad estaba
siendo destruida. Y yo seguía en pie, sin rendirme, peleando con lo que tenía a
mano, con ganas renovadas de sobrevivir, no sabiendo exactamente a qué iba a
sobrevivir ni qué iba a hacer si lo conseguía.
Me
di la vuelta para subir al túnel y vi a un chaval joven que estaba paralizado
viendo como cascaba sandías maduras. Iba vestido de deporte, y era el único que
había sobrevivido de su equipo de “Extrem Race”, pues lo ponía en su equipación.
Eran unas carreras que combinaban obstáculos, resistencia y velocidad por
tierra, mar y aire, que formaban parte de la formación de los jóvenes
universitarios. Eran unos cachas todos y todas y la preparación rozaba lo
militar pero sin armamento ni lucha. Yo había participado en alguna que otra de
modo aficionado, pero no tenían secretos para un anfibio de mi experiencia y
años. Me vuelvo a enrollar….Levantó las manos y grito:
-
¡No,
por favor! Gimió acojonado.
-
¡Súbete
conmigo! Le grité.
Y
los dos fuimos chupados para arriba. En cinco segundos estábamos en el mirador.
Nada más salir, una pequeña nubecilla de color rosa chillón, lo rodeó y se
esfumó. Me quedé inmóvil un momento.
Las
hembras Alfamares, que no participaron, en principio, o eso creía yo, se
encargaban de rescatar los vehículos que quedaban en funcionamiento y se
dirigían a los restos de la ciudad. Estaban estableciendo allí nidos seguros
para subir a sus ancianos y a sus bebés.
Al
final del mirador, escondidas tras unas chapas metálicas caídas, aprecié un
movimiento humano. No pude dirigirme inmediatamente, pues seguía luchando con
las dos partes que me quedaban de la lanza, después de que me la partieran en dos.
La sangre verdosa chorreaba por mis brazos. Imagino que la cara la tendría
también salpicada con una mezcla de vísceras marinas y sangre mía, pues algún
golpe me había llevado. Aunque bien encajados, los sentía.
El
tubo aspirador, sonó como un trueno cuando se estrelló contra el suelo,
arrancado por dos “elefantes” que escalaban hacia mí. Lancé los restos del
último sirénido por el acantilado y justo cuando llegaban arriba, un rayo del
“Bicho” los partió en dos. ¡Qué mal olían, los cabrones! María y su puntería me
habían salvado una vez más. Mientras la veía volar para encarar a otros
objetivos, las últimas naves voladoras, eran engullidas por el mar, tras ser
atacadas por medusas: Chop, chop, chop.
Intuía
mi final. Estaba cansado ya de luchar. Mi musculatura estaba tensa y me
resentía de los golpes. No sé cuánto tiempo llevaba corriendo y matando, pero
ya había anochecido. Me tomé un segundo de respiro entre el caos. Mi cabeza
tampoco daba para mucho más. No me rendía, pero sí era consciente de que el fin
se acercaba. No tenía miedo, no me quedaba más responsabilidad aparte de
acercarme a ver si quedaba alguien vivo detrás de las chapas. Introduje aire
limpio en mi cuerpo y noté como el oxígeno enrarecido penetraba en mi cuerpo.
Por un instante dejé de escuchar las explosiones, los gritos y los gruñidos
infernales. Todo había acabado. No existía comunicación con nadie. No quedaba
nadie aparte de seres extraños surgidos después de años de contaminación
genética. Habíamos conseguido sin
querer, unas razas que nos habían castigado con la destrucción de la
nuestra. En vez de cuidarlas y
preocuparnos, las habíamos desterrado a un medio en el que pudieron construir
su mundo y planear su venganza. Tantos inventos para alargar y mejorar la vida
de forma egoísta, se pagaban ahora con la aniquilación de humanidad en el
planeta. Miré hacia el océano. Me sentí mal. Cuando deje de ser, de existir,
dejaré de hacer daño haciendo daño a las demás criaturas. Pasaré a ser parte de
lo que queda de este planeta y me fundiré con el mar, con el agua, cuna de la
vida y receptora de restos biológicos. Justo en ese momento, fui testigo de
cómo el cetáceo humanizado, engullía la penúltima cápsula de escape con
humanos, que flotaba en un océano embravecido por la marea de la sexta marea
lunar. Por otro lado estaba tranquilo. Había cumplido con las expectativas de
todo el mundo. Incluso con las mías. También había sido un buen padre, un buen
amigo, bueno en mi profesión, había disfrutado de mi condición genética, de mi
retiro, había vivido cosas impensables, viajado y luchado por el espacio,
contra todo tipo de seres, ayudado a quizás hacer el mundo mejor a quien me
rodeara en cada momento. Quizás me quedaba reponerme mentalmente de todas mis
dualidades y asentarme en el sentimiento positivo de lo que fue vivir.
Mirando
a la Luna, preciosa, brillante, limpia, testigo de la vida durante milenios,
arrojé las lanzas por el acantilado y lloré. Lloré como no lo había hecho
nunca. De rabia, de impotencia, de miedo. De vergüenza. De no querer acabar
así. Devorado por animales. Pensé en lanzarme al hormigón, pero tampoco deseaba
eso. Cuando estaba a punto de tirarme al suelo a esperar, escuché una voz.
-
¿Pepe?
La
voz salió de detrás de las chapas. Era July. No podía creerlo. Me levanté de un
salto secándome la cara con el antebrazo. Las lágrimas habían lavado un poco la
sangre verde y la que me salía de la nariz.
-
¡July!
¡Estás viva!
-
Vente
aquí, me dijo. Está Irene herida y hemos escondido a un niño con nosotras.
Me
acerqué corriendo. Volvieron a sonar explosiones y gruñidos. Algún cetáceo
rondaba por el malecón y era cuestión de tiempo que nos oliera y subiera. Irene
estaba con una herida en la pierna izquierda, pero no era grave, pero sí le
impedía correr. Quizás al esconderse inmóviles habían salvado la vida. Las
chapas hacían un hueco al estar apoyadas en la pared y debajo estaban las
chicas y un bebé.
Le
hice un vendaje en la pierna y la ayudé a levantarse.
-
Pero,
¿a dónde vamos a ir? No queda nada en pie y la estación de abajo está destrozada.
Dijo Irene.
-
Tienes
toda la razón. No tengo ni idea, pero aquí no podemos quedarnos. Buscaremos
otro escondite.
Salimos
del parapeto, los cuatro. La luna hacía sombra a nuestros cuerpos renqueantes.
Intentamos acercarnos a la entrada de la estación, a ver lo que quedaba, cuando
rugió un cetáceo que escalaba por el acantilado, bramando como loco. Nos había
olido. Nos miramos, nos abrazamos los tres y nos quedamos esperando el fin con el
bebé en brazos. Las chicas lloraban. Yo ya, no. ¿Dolería? Me preguntaba. Me
hice una imagen en la cabeza de mis niñas y apreté los dientes.
En
ese momento, una detonación nos sacó de la espera. Un ruido como de turbina nos
envolvió desde arriba. ¡María!
-
¡Vamos!
¡Subid por la rampa! Sonó por un altavoz, mientras la rampa de carga del Bicho,
bajaba hacia nosotros.
Las
empujé literalmente hacia la nave y subí detrás. La muy crack, había estado
repostando en una estación militar secreta que existía detrás del acantilado
que rodeaba la ciudad. Y había venido a rescatarme. Subimos al puesto de mando
y bueno, no tengo palabras de la inmensa alegría que teníamos en ese momento.
María
sudaba por toda la cara. Los brazos le brillaban de manejar la nave. Llevaba
horas luchando, matando e intentando salvar a alguien. Sola. Su ropaje ceñido
la hacía más atractiva de lo que en realidad era. Yo pensando en lo único,
incluso a punto de morir, de verdad. Puso el piloto automático y nos fundimos
en un abrazo. Un abrazo lleno de sudor, sangre, hormonas y lágrimas. Lloraba
ella también. Se me clavaron sus pechos en el mío y en ese momento sensible,
empecé a notar un levantamiento general de…paraaaa.
-
No
queda nada, Pepe. La civilización tal y cómo la conocimos, ha sido arrasada.
Quedamos nosotras tres, tú y el bebé.
-
Somos
5, dijo July. Yo estaba embarazada y espero seguir estándolo. Se había
inseminado hacía un par de meses.
-
¿De
verdad? Dijo Irene. ¡No me habías comentado nada! ¡Vaya momento para la
noticia! Y se abrazaron ellas también, mientras el bebé rescatado, lloriqueaba
en una cuna improvisada por el abrigo de María.
María
continuó contando. Todas las naves, edificios y personas, han sido borradas del
mapa. Los seres marinos estaban perfectamente organizados para lanzar un ataque
coordinado que acabara con todo. He intentado comunicarme con otras ciudades de
otros continentes y no hay comunicación posible. Di una pasada por si había
alguien a quien subir, y no encontré supervivientes. Pero sabía que tú eres
hombre de palabra. Y si me habías dicho que nos veríamos en el Salto, allí estarías.
Así que reposté y vine a por ti.
Tenemos
combustible para ir donde queramos y víveres para años. Incluso tengo
tratamientos renovadores para todas. No he traído antídotos, así que nos espera
una larga supervivencia.
Bueno,
les dije. Buscaremos algún humano en algún sitio del planeta.
“…no
quiero leyendas de valentía…”
Capítulo V: “Vida”.
Estuvimos
durante meses dando vueltas por los continentes y buscando seres humanos por
todos los rincones susceptibles de ser habitados. Pero nada.
Toda
esta civilización, desapareció. Éramos los únicos. Repostábamos en estaciones
que quedaban en pie. Afortunadamente, cada repostaje de combustible, duraba
unos 6 meses y había reserva de sobra. Los Alfas se establecieron en las ruinas
humanas. Los pets, no se veían por ningún lado. Habían sido usados como
alimento y casi no quedaban. Por lo que empezaron a aprovechar cultivos y a
criar ganado para alimentarse. Probablemente, tendrían prisioneros que usaban
como alimento, pues algunos restos frescos apreciamos en alguna ocasión que
bajábamos a tierra segura. Las medusas se adueñaron de las entrañas de las
fosas marinas y tampoco se veían en manadas como antes. Alguna salía a cazar
cetáceos. Los cetáceos humanizados, vivían en lagunas y habían empezado a enfrentarse
con los Alfas. Las rencillas territoriales eran algo innato en la vida de
cualquier forma o genética. Los cetáceos más grandes, se habían internado en
tierra y se establecieron en lagos y pantanos. En los que se alimentaban de
ganado salvaje. Otra civilización empezaba a emerger. El ciclo del Planeta.
¿Cuántas habría habido antes y cuántas quedarían por aparecer?
Sam,
el bebé, crecía en la nave. Era su mundo mientras encontráramos algún sitio
seguro para establecernos. No podíamos saltar al espacio, pues el Bicho, no
estaba preparado para salir de la atmósfera. El embarazo de July, dio su fruto
en una preciosa niña que se llamó Gaia. El parto fue todo un poema. Yo me
desmayé nada más empezar y me lo perdí, pero me lo contaron mil veces al detalle.
Sobre todo la parte en la que yo rodaba por el suelo. Bicho estaba
perfectamente equipado con un hospital de campaña y María, con sus
conocimientos del ejercicio militar y sanitario, podía con eso y con lo que
fuera.
Echaba
de menos a mi amigo Bill. ¿Qué habría sido de él? De vez en cuando volábamos
junto a manadas de aves y fantaseaba con encontrarlo. Seguro que me
reconocería.
Entre
María y yo, surgió una relación. Era el único hombre vivo, claro. Y con su
permiso, también me relacionaba con Irene. July con el bebé, tenía suficiente
por ahora.
Estábamos
en una oportunidad de reiniciar nuestras vidas. Como nómadas, recorríamos el
mundo. Buscábamos sitios para estar durante cada vez más tiempo. Cada mes era
más seguro estar en tierra, y algunos Alfas que nos habían atacado, más por
obligación que por otra cosa, habían mordido el polvo, por lo que no eran
problema. Habían perdido a casi todos sus guerreros y sus nuevas generaciones
eran pacíficas. Los cetáceos eran otra cosa, pero se olían a kilómetros. Poco a
poco nuestro instinto luchador se convertía en búsqueda de un asentamiento cerca de víveres y alejado del
mar. A pesar de lo cual, me escapa a nadar de vez en cuando.
Teníamos
toda la vida que quisiéramos por delante. Con libertad, con relaciones sanas,
sinceras, con discusiones familiares, claro. Pero solucionados por el bien de
nuestra pequeña comunidad. Una noche, María, que se había convertido en un ser de
luz desde que no mataba, si no era para comer, me dijo que se había quedado
embarazada también. Tendríamos un niño.
Sam,
Gaia y ahora Rafa. Si se quedaba Irene
también, Habría sangre para otra generación al menos. Todo se andaría, con
voluntad y esfuerzo, je,je. Yo estaba en un paraíso a pesar de las
circunstancias planetarias. Todo era armonía, supervivencia, organización de
tareas, navegación, sexo, períodos de enseñanza y aprendizaje, con y sin futuro
previsto o por prevenir. Estaba en un estado anímico inimaginable después de la
noche en el Salto.
De un fin inminente, a un reinicio total y una vida por delante.
Fue
una noche de navegación hacia unas islas volcánicas, el radar alertó una
extraña señal confusa de socorro. María puso el piloto automático hacia esas
coordenadas y vino a hablar conmigo.
Me
lo dijo en un momento en el que estaba descansando medio dormido. De la ilusión
que me hizo, me dio una especie de ahogo. No podía respirar, sentía que me
moría. La veía con un ojo y con el otro no sé qué estaba viendo.
De
repente....¿todo en negro?
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