PRÓLOGO:
“El Peón”
Bueno,
pues aquí va mi último relato. Espero no daros mucho la lata. Escribo porque me
gusta, sin ninguna pretensión, y en los momentos de más estrés, en los que me ayuda
como terapia. Ha sido un poco más extenso, porque me apetecía hacerlo así.
Siempre con mi mezcla entre realidad y ficción y con vivencias propias e
inventadas. Espero entretener al menos un rato.
Las
entradillas son de Hombres G.
Todo lo
demás, es de mi neuronas pluriempleadas.
Abrazos.
“…Yo no tengo a nadie que me haga sonreír…”
Capítulo
I: “¿Qué es esto?”
Lunes
17:30
El traqueteo del tren, golpeaba
persistentemente mi cabeza contra el ventanal mientras me encontraba en ese
estado en que, ni estás despierto, ni estás dormido. La realidad del dolorcito,
se mezclaba con un sueño en el que andaba por la arena blanca de una playa
caribeña, ojo que nunca había estado en el Caribe ni sitio parecido. Lo más
parecido, las playas de Tarifa, pero como siempre estaba llena de gente, no
cabía comparación con mi sueño, porque en él, estaba solo. Aunque parecía que
perseguía a un culo que caminaba a unos cincuenta metros de distancia, embutido
en un tanga rosa, debajo de una melena rubia y ondulada, que se meneaba en
sentido contrario al movimiento de la cadera, con su caminar pausado, y con las
olas rompiendo en sus tobillos. ¡Vaya “perraca”! -como diría un buen amigo. La
piel morena, sin parte de arriba del biquini y con un tatuaje que se adivinaba
trepando por la pantorrilla a modo de enredadera con florecitas de cerezo
japonés, y ese contoneo…Como me enrollo…
Permanecía sentado pegado a la ventana, en
sentido de la marcha, cuando un movimiento más violento de lo normal, me
terminó de despertar.
En el asiento de enfrente, era la parte en la
que hay cuatro asientos enfrentados dos a dos con una mesita súper incómoda en
medio, y en el lado izquierdo, dormía una señora mayor, bueno, no sé si de mi
edad o no, porque soy bastante malo para las edades de las féminas, además, uno
ya tiene un cuatro delante en su cifra de la tarta de cumpleaños y, aunque se
cree un joven apuesto, el machaque deportivo mal controlado, la cerveza, las
canas y el paso de los años, se notan sí o sí. Profundamente dormida, frita,
vaya. Pues las cabezadas que daba, eran espectaculares. La mandíbula rozaba su
pecho en un movimiento de semicírculo de derecha a izquierda y viceversa. Debía
de doler...
Me empecé a desperezar, y estaba como con una
resaca importante. La boca seca como un pinsapo en un desierto y la lengua como
la suela de una chancla en verano; la cabeza me dolía más que ver a un perrillo
chico atropellado. La espalda, del sueño en el asiento ese, la tenía más
torcida que la carretera de Cómpeta. Las manos, las tenía agarrotadas y los
nudillos raspados. Y no escuchaba a nadie hablando en un vagón que parecía
lleno de gente durmiendo. O la película de las pantallas era muy mala, o el
trayecto demasiado largo. Además, tenía como una picadura de insecto en el
cuello. Cosa rara, pues era alérgico a determinadas picaduras y me ponía
malísimo, me hinchaba como un globo, me ahogaba y necesitaba un pinchazo de adrenalina
o alguna medicina antihistamínica, de lo contrario, sobreviviría a duras penas.
Esta vez, notaba un bulto del tamaño de una canica, que me supuraba líquido
transparente, pero nada más. Y ese olor…Mis axilas olían como a cemento.
Para más “INRI”, no recordaba ni a dónde iba
ni por qué estaba allí. Algunas imágenes se entremezclaban en mi cabeza, pero
no era capaz todavía de identificarlas.
Me propuse ponerme de pie, con miedo a
desplomarme por una lipotimia post resaca, y a dirigirme al vagón restaurante,
por llamarlo de alguna forma, pues en estos trenes, apenas consistía en una
barra con una amable y agobiada azafata, un horno, una cafetera exprés y una
neverita con 4 refrescos y mil cervezas. Hielo y algo de alcohol para los
guiris. De los precios, mejor ni hablar, claro. Pero una botellita de agua y un
ibuprofeno, me vendrían bien para aclararme un poco.
Me levanté, lo conseguí. La cabeza me
estallaba y las piernas me temblaban. Vaya resaca rara. No recordaba ninguna
así de dolorosa ni en mis tiempos más salvajes, en los que las noches
terminaban de día, con pitufo de lomo en manteca en una bar de las “Cuatro Esquinas”
de El Palo, antes de perder el conocimiento hasta las tres o las cuatro de la
tarde, o de empalmar con algún que otro trabajo sin contrato y por cuatro
pesetas de las de antes. Hace tiempo ya de todo eso. Era joven y fuerte, claro;
me recuperaba con rapidez. Ahora, no es que fuera viejo y gordo, pero la falta
de costumbre, hacía que con dos cervecitas y un par de copitas de vino, no
fuera capaz de saber ni de donde estaba mi coche aparcado. Por supuesto,
tampoco de conducirlo. Y los taxistas, no nos cogían en ese estado. Todo un
panorama. Por cierto, ¿mi coche? Me venía una imagen de estar conduciéndolo.
Y…Nada, no me acordaba de nada más.
Me metí la mano en el bolsillo de atrás y no
encontraba mi cartera. Mi teléfono tampoco estaba en el bolsillo de adelante,
donde siempre lo llevaba. Vaya. Esto será una broma de esta gente. Me habrán
dejado en el vagón sin dinero, sin teléfono, sin identidad y andarán por ahí
descojonándose de risa.
O peor que yo, quien sabe.
Pero… ¿Con quién había venido? ¿Qué era, una
despedida de soltero? No me acordaba de nada. Por la resaca, intuía que había
estado de juerga con mis amigos, pero…
Bueno, empecé a caminar dando tumbos por el
vagón, hasta llegar a las puertas. Sabía que el bar estaba al lado de la cabina
del maquinista, en un extremo. Si le daba pena a la azafata, me daría agua por
compasión. Con suerte, no tendría que dar mucho paseo porque no estaba para
nada. Pero, la suerte no me había acompañado nunca, ni un premio de una tómbola
de feria, aunque sí alguna torta con todas las papeletas, je,je. Así que,
seguro que estaba en el último vagón.
Mirando a uno u otro lado, en mi vagón, apenas
había un par de parejas en asientos dispersos. Todos dormidos. Cabeceando como
mi compañera de asiento. Bueno, todos no. Una chica estaba tumbada encima de
otra y había un charco de algo oscuro en el suelo. A estas dos se les ha caído
el café en medio de la pasión, pensé. Pero no conocía a nadie ni a la derecha
ni a la izquierda.
En el siguiente vagón, encontré una flecha
indicando la dirección del vagón que buscaba. ¡Bingo! Había acertado. Me dio
ánimos para seguir hacia adelante.
“..Nadie que me abrace fuerte y me haga reír…”
Capítulo II: ”Escenario
de guerra”.
En este vagón, un numeroso grupo de estudiantes que iban de viaje de fin
de estudios, supuse. Pues estaban por parejas y había grandes maletas por todos
los huecos disponibles, de colores, con nombres visibles. En etiquetas con el
nombre de una naviera española. Irían de crucero, que suerte. Yo había estado un
par de veces y lo había pasado genial, pero era algo mayor que esta chavalería.
Una vez con pareja y otra con la gente de la facultad de Ingeniería. Vaya la
que liamos en esa ocasión, no recuerdo ni el recorrido de navegación ni por
supuesto, desembarcar en ningún destino turístico. Vaya cantidad de alcohol
barato y cócteles explosivos, con orgías de comida y cerveza sin gas. Aunque de
sexo, poco.
Con mi expareja fue todo romanticismo, ya que
nos peleamos la primera noche y casi no nos hablamos hasta la última. En cuanto
bajamos del barco, se acabó la pareja, la amistad y toda relación posible. Todo
por una llamada inesperada que recibí en el móvil por una antigua amiga. Qué
oportuna, la chica. Necesitada de cariño, pero muy inoportuna. (Luego cuando
volvimos, tuve con ella unas cuantas cervezas acabadas en final feliz. Bueno,
en otro momento….) Justo cuando entrábamos al camarote. Un camarote agobiante y
sin ventana, que íbamos en plan cutre para intentar disfrutar de los mares del
Norte. “Delicias Noruegas”, se llamaba el viajecito. Como para olvidarme de
él….
Estos, eran bastante jóvenes, unos 14 ó 15
años. Extrañamente, estaban todos tirados unos encima de otros. Había algunos
por el suelo. Una chica entorpecía el paso tumbada a lo largo. Esta está peor
que yo seguro, pensé. Y la pasé por encima. Si veo a las profesoras encargadas,
les diré algo. El último chaval que estaba en el vagón, estaba echado encima de
una maquinita de esas de videojuegos. El juego estaba activado, era de carreras
de coches de fórmula uno.
En ese momento, me vino un flash. Una imagen.
Mi coche. Un pequeño utilitario negro que usaba cuando bajaba a comer al centro
y que no me importaba dejarlo aparcado en cualquier sitio, hasta poder
recogerlo al día siguiente. Esos días, había lío seguro. De hecho, fue lo que
me costó mi última pareja. Había tenido pareja. Algo más recordaba de mí mismo.
Si no, para trabajo, compras o negocio, bajaba en moto. Una Yamaha V-Max retro
ya, pero mi moto ideal. El coche estaba en un arcén, arrancado y con las llaves
puestas. Frenado por una farola enorme. ¿Qué hacía allí? Me daba la sensación
de haberlo abandonado. De haber salido corriendo de allí. ¡Tenía que ir a por
él! Quizás los arañazos en las manos eran fruto de un accidente. Algo empezaba
a recordar. Habían reventado las ruedas de delante y había perdido el control.
Entonces, ¿la resaca? No me cuadraba nada. La cabeza me dolía más cuando
empezaban los recuerdos.
El tren seguía en silencio. Todo el mundo
tirado y descansando por ahora. Había una gran cantidad de charcos oscuros por
la moqueta del suelo. Tanto café derramado…
El caso es que no olía a café. Era un olor
como a metal, como a vigas de hierro.
Otro vagón, segundo, lleno de estudiantes y por fin el vagón
“oasis”. A ver si le pido agua a la azafata y me entero de hacia dónde va el
tren. Quizás, con eso recuerde qué es lo que hago yo aquí.
Mi gozo en un pozo. Nadie allí tampoco. Ya
empezaba a dudar de si estaba consciente o seguía en un sueño en mi asiento.
Algunas latas de refresco estaban sobre la barra y restos de comida se
desparramaban por todo el suelo. Parecía como si hubieran salido huyendo de
allí. Como no había nadie, abrí la neverita y cogí una botella de agua con gas.
Mientras la bebía, observé un letrero que indicaba que iba en un tren de alta
velocidad desde Málaga, hasta Barcelona. En un indicador, en un mapa, se veía
la ruta que ya habíamos hecho y la que restaba hasta la ciudad Condal. Concretamente
a la estación de Sants. Apenas llevábamos un cuarto del trayecto. ¿A Barcelona?
Seguía en blanco. Sólo sentía la necesidad de volver a mi coche. Ya empezaba a
mosquearme la situación.
Me bebí la botella entera de un trago. Era con
gas, así que el eructo posterior, resonó como un trueno en toda la cabina bar.
Tenía hambre y robé un pequeño donut de chocolate que quedaba intacto en una
vitrina sobre el mostrador, engulléndolo de un solo bocado. Uno y uno. Vaya
manera de tragar. Me recordaba a mis tiempos en la penúltima empresa en la que
trabajé y en la que, la ansiedad, hacía maravillas con mi estómago todos los
días y diabluras con mi cabeza en las interminables horas de insomnio, todas
las noches. Era señal de que recordaba más cosas sobre mí. Algo bueno por fin.
Después del refrigerio, me decidí a seguir
hacia la cabina del maquinista para ver si podía hablar con alguien despierto.
Siempre me había llamado la atención, cómo sería el puesto de conductor de
tren, o piloto o comandante o cómo demonios quisieran llamarlo. Incluso,
después de mi ingeniería, intenté hacer un curso para conducir trenes de cercanías o metro, pero otro trabajo de
vendedor inmobiliario en una zona cara de la costa del Sol, se cruzó en mi
vida. Lo pasé genial y conocí a un montón de personas interesantes, sobre todo,
féminas. Quedé perdidamente enamorado de mi jefa, Selene, una estupenda
morenaza que no me hizo caso alguno. Creo que en los meses que estuve allí, ni
mi nombre se aprendió. No existí para ella, je, je. Pero era una maravilla verla
moverse por esos ambientes, con esa soltura y esa elegancia, además de ese
cuerpazo moreno contoneándose…ya están otra vez los contoneos en mi mente. Si
es que no tengo arreglo ninguno. Siempre intuí que tenía el “Don”. Esto era un
tema que tratábamos los amigos, desde la adolescencia hasta bien entrados los
treinta, sobre algunas chicas que tenían un “algo” especial. Una gracia
malagueña, una mirada, un ritmo bailando, un “nosequé” que hacía que creyéramos
que era fantástica en la intimidad más íntima. Una tontería adolescente que nos
dio muchas risas y nos puso los pies en la tierra, todas las veces que nos
equivocamos y en todas las veces en las que no pudimos comprobarlo ninguno de
la pandilla.
Llamé a la puerta, a pesar de estar coronada
por una lucecita roja, y un letrero luminoso que ponía “No molestar al
conductor”. Pero era una emergencia.
Esperé un poco prudentemente y, como nadie la
abría desde el interior, intenté abrir yo.
El escenario que encontré fue un auténtico
cuadro de película de terror de serie B. Una cabeza aparecía machacada encima
del cuadro de mandos. El piloto había sido brutalmente golpeado, y estaba
echado sobre él, salpicando con sus sesos todo el parabrisas frontal. En el
suelo, con un hilillo de sangre que brotaba por la comisura de los labios, una
azafata, una chica con el pelo rojo y ondulado, tintado, pero con el cuello
extrañamente elongado hacia atrás, fruto de la rotura de las vértebras
cervicales producto de un violento giro, los ojos entreabiertos y el uniforme
descolocado. Parecía un maniquí. Apoyada contra la pared y con las piernas
rotas hacia atrás manchadas por heces que se habría hecho de pánico, imagino.
¡Dios mío! ¿Qué es esto?
Me puse a vomitar descontroladamente. Jamás
había visto a una persona muerta. Mucho menos, a dos. Y no eran simples muertos.
Eran cadáveres asesinados de una forma brutal. Me quedé aterrorizado,
paralizado, pero no dejaba de vomitar. Cuando eché todo lo que tenía (lástima
de donut, que estaba que te cagas de bueno), empecé a gritar y pedir ayuda,
pero fue en vano. Nadie contestaba.
En un momento de lucidez, se me ocurrió que el
tren iba sin gobierno, a 300 Km/h, como con la Covid-19, que fue una pandemia
producida por un virus chino, gestionada individualmente por todos los que se
salvaron o murieron, se arruinaron o enriquecieron, se amaron o se divorciaron,
en aquellos años.
Me fijé en el panel de control y, en una
pantalla, un aviso alertaba que, en cuatro horas, pasara a desactivar el piloto
automático y tomar el control manual del vehículo, para aproximación a destino. Por tanto, o hacía algo en cuatro
horas, o a tomar por saco el tren, la estación y todo el pasaje. Incluido mi
menda.
“...No tengo nada que hacer, no tengo con quien vivir, no tengo
nada de nada…”
Capítulo III: “Deva”.
Lunes 16:30
Hola, me llamo Deva. Soy una chica de cuarto
de la ESO, bueno en realidad de tercero pero estoy repitiendo, del Colegio
S.E.C de Málaga. (Sagradas Escrituras Católicas). Tengo dieciséis años. Aunque
estoy más cerca de cumplir los diecisiete. Dicto esto a mi grabadora del móvil
por si no consigo sobrevivir a esta masacre.
Sé que mi nombre es raro, se lo debo a mi
adorable padre. Él, quería llamarme Mónica, en honor a su idolatrada actriz de
la que siempre estuvo enamorado: Mónica Bellucci. De manera idílica, claro. Mi
queridísima mamá, se negó en redondo. Entonces, él, mi papi, se enteró que la
actriz y modelo, a su primera hija la llamó así. Y me puso este bonito y
original nombre, que llevo. La verdad es que, cosas de la vida, nos parecíamos
bastante. Yo, más guapa, claro. El sacerdote no se extrañó de mi nombre, pues
ya en los años de mi bautismo, era común escuchar nombres como Rauw Francisco,
Shakira del Mar, Kevincosner Jesús o Rihana de los Dolores.
Mi repetición de curso, no se debe a mis notas
ni a mi comportamiento, ni a nada parecido. Puede decirse que pasé una crisis
de identidad que me afectó de manera emocional durante todo un curso escolar.
Hace un par de años, empezó a hablarse demasiado de la identidad de género.
Vinieron al colegio diferentes personas a darnos información sobre el tema del sexo y de la
identidad de género. Como mi centro educativo era católico, había opción a
escuchar diferentes posturas enfrentadas y nadie supo ni se atrevió, al final,
a aclararnos nada sobre el tema, que incluía una Ley del Gobierno, que permitía
no sé qué de la auto identificación o algo de eso. Total, que yo me hice un lío
conmigo misma y no sabía ni donde tenía mi sexo, ni de qué género sentirme, ni
nada de nada. Me gustaban cosas masculinas, como el fútbol y el deporte en
general. Por otro lado, me sentía bien con mi cuerpo; desarrollada con una
talla 100 de tetas y una 90 de cintura, un “bombocito”, como decía mi amigo Arturo.
Me gustaba arreglarme y aparecer sexy en mis salidas nocturnas. Tenía una
infinidad de amigos recién salidos del armario y súper amanerados que vestían
como les daba la gana cuando se quitaban el uniforme del cole. “En mis tiempos,
esto era de locas”, decía mi abuelo, pero a ellos les daba igual. Mis amigas,
se enrollaban entre ellas y con ellos. Yo, cuando me masturbaba, tenía
fantasías sexuales de todo tipo, con chicos, con hombres, incluso con mujeres.
Pero me gustaban más los chicos. A pesar de todo, ya me había besado
apasionadamente con algunas amigas, aunque fuera de borrachera, y me había
sentido excitada también con ellas. Total: un lío mental más grande que el pene
de una ballena azul. Todo unido a mis hormonas adolescentes, al bombardeo de la
tele, a la ausencia de mi madre, siempre trabajando, y a la aparición en mi
vida de Gonza, hicieron que me fuera de mi misma y me dedicara a vivir ese año
a mi bola. Gonza era un tío mayor de edad, monitor de Kárate de las actividades
extraescolares del colegio, que me volvió loca. Cuidaba de mí, me mimaba, se
preocupaba, se hizo amigo de mi pandilla y…en cuanto al mundo sexual que me
abrió, pues eso. Que por ahora era femenina, hembra, mujer y todo lo que
quisiera él que fuera mientras me llevaba al multiorgasmo cada vez que nos
veíamos. Parecía que intuía lo que me apetecía en cada momento y siempre daba
con la clave. En estos tiempos de inventos, alguien podría inventar un
succionador neuronal que leyera los pensamientos, tipo satisfayer pero a lo
bestia…en fin, divagaciones antes de la muerte, parecen, je,je.
Así que me puso las pilas y me puse a
estudiar. En ese tiempo, conocí por fin a mi madre. A mi padre, ya lo tenía
bien conocido. Y ya que estaba, pues me apuntaba a lo del viaje crucero de fin
de ESO con mis compis. Que me admiraban
y me miraban con algo de celos por mi Gonza. Y porque les daba doscientas
vueltas en madurez, claro. Pero un viaje así, era una oportunidad de hacer algo
diferente y único. Además, uno de los profes que venían con nosotras, estaba
tan bueno o más que mi amor, y tenía confianza con él, pues me había ayudado
desde la tutoría a estudiar y a centrarme, compaginando el mundo real con el
colegio. Era un tío genial, y digo era, pues supongo que ya estará criando
larvitas de mosca.
Estábamos tranquilos en el tren. Unos jugaban
a las cartas, otros veían “Termitator” en las pantallas, otros dormían o
comían. Yo iba paseando viendo a todos, en busca de los profes para sentarme
con ellos, cuando, un chico alto y holandés, me ofreció acompañarlo a fumarse
un piti en una zona que él decía que conocía y no lo iban a pillar. Yo no fumo,
pero me apetecía conocer el sitio. Fui con él, y el muy capullo me encerró
entre dos vagones y me dejó esperando. Esa ha sido mi salvación por ahora. Estoy
como en un habitáculo con un espejo translúcido. Se ve desde dentro, pero no se
ve hacia adentro. Y tiene cajas con papeleo referente a la línea del viaje.
Además, tiene una ventanilla superior al aire, con un ruido atronador.
Desde mi escondite, pude ver como un tío
mayor, barbudo, así como de cuarenta y tantos años, con los ojos en blanco y la
musculatura extremadamente desarrollada, iba rompiendo cuellos a todo el mundo.
Clac, clac, con un rápido movimiento, agarrando la frente o la mandíbula con
una mano, y la otra apoyada en un hombro, giraba violentamente la cabeza,
dejando a las personas como muñecas rotas. Mayores, niños, parejas jóvenes, al
guiri…sin miramientos. Al principio no
fui consciente, pero cuando vi como machacaba a los que se resistían, como
hundía narices a puñetazos y lanzaba a gente contra el techo, me acojoné.
Gritaba, pero no me escuchaba, menos mal. Los dos vagones entre los que me
encontraba, habían sido aniquilados sin piedad y a una velocidad terrorífica.
Llevo escondida aquí una hora. No se escucha
nada. El tren sigue corriendo a 260 km/h. En algún momento, debo salir y ver si
queda alguien con vida del pasaje o de la tripulación. Necesito ayuda y no hay
cobertura en el móvil.
Papá, te quiero. Mamá, te adoro. Gonza, nos
volveremos a ver. Siempre estarás en mi corazón y yo, en el tuyo, que lo sepas.
Siento no haber podido defender a nadie y no
haber tenido valor para impedir nada de lo ocurrido.
Adiós.
Deva.
“...Si no te tengo a ti. Si yo no te tengo a ti, si no estás cerca
de mi…”
Capítulo IV:”
Horror”.
Detrás de la puerta del conductor, tropecé con
un extintor machacado y lleno de sangre, lo que me volvió a provocar el vómito.
Dios, ya no tenía nada en el cuerpo que echar, aunque seguía oliendo a hierro.
Salí disparado a buscar un lavabo.
Nada más entrar, me miré en el espejo. No me
reconocí. ¿Quién soy? En el reflejo del espejo, aparecía un tipo, musculado,
culturista. La camiseta me estaba muy apretada. Vaya bíceps, tío, pensé. Me
levanté la camiseta y, como se adivinaba, tenía un “six pack” de abdominales
perfectas. La parte superior de los pectorales, me asomaba por el cuello de la
camiseta. Tenía barba. Una barba larga. Y el pelo largo recogido en un moño
como de luchador de Sumo. El cogote rapado. Ese no era yo. Yo me recordaba
rapado entero y afeitado. Por supuesto, aunque hiciera deporte, no hubiera
estado con ese físico, ni en tres vidas completas entrenando. No me atreví a
mirarme el paquete. Siempre había pensado que los culturistas, con los
pinchazos de hormonas y de esteroides, veían sensiblemente reducido el tamaño
de su aparato reproductor, así como su deseo sexual. Yo ya me había “puesto
firme” dos veces desde mi despertar resacoso, así que, mejor no mirar ahí
abajo. El bulto del cuello, supuraba un líquido que, de transparente, había
pasado a azulado. Intenté apretarlo y terminó de salir. Como sangre, pero azul.
Me picaba. Me picaba tanto como la barba.
Se me ocurrió rascarla y ¡otra sorpresa! El
pelo empezó a caerse, quedándose en mi mano a cada rascada que me daba. En
cinco segundos, ya no tenía barba. El pelo, se deshacía.
La gomilla que sujetaba el moñito, se estaba
soltando, por lo que tiré de ella, quedándome con casi toda la cabellera en la
mano. Parecía como un postizo pero estaba injertado en mi cuero cabelludo. Al
final, abrí el grifo y me eché agua por toda la cabeza, apareciendo yo,
Augusto. Afeitado y rapado.
Me miré de nuevo y ya no me apretaba tanto la
camiseta en los brazos. Incluso mi pecho parecía que se iba deshinchando. A la
mierda las abdominales…a la mierda lo que hubiera colgando…Ni idea de lo que
estaba pasando.
Ahora si recordaba haber tenido un accidente
con mi coche. Pero, sin sufrir daños, haberme bajado a hablar con alguien.
Conocido, pero no sé a quién. Y he salido de casa esta mañana, es lunes y yo no
trabajo. Hemos ido a comer los cinco amigos de siempre. ¿O éramos solo cuatro
hoy? Tengo que volver a por mi coche.
Bueno, voy a ver si encuentro a alguien
despierto y pregunto.
El olor a metal se hacía cada vez más
poderoso. En ese momento caí en la cuenta de que las manchas de café que yo
había visto, no eran de café, sino de sangre, Sangre humana como la que había
en la cabina del maquinista y debajo de la azafata, mezclada con sus fluidos
internos descontrolado por la relajación de esfínteres previas a la agresión
que le produjo su muerte.
En el primer vagón al que accedí, dos parejas
muertas, Un chico con pinta de extranjero con la cara destrozada contra la ventana. Y dos ancianas con el cuello
descoyuntado, carita con carita. Empezaba a darme cuenta del horror. Allí, no
había nadie dormido. ¡Todo el mundo había sido asesinado!
Joder, los niñatos del viaje, también. Segundo
vagón. Todos los cuerpos inertes unos apoyados en otros. Ahora que me fijaba
mejor, la impresión y el vómito me habían despejado un poco más, ni descansaban
ni dormían. Habían dejado de existir. Uno de los profesores, lo supuse por su
asiento, aparecía con la nariz hundida. Un brazo descolgado, pero parecía que
había puesto valiente pero inútil resistencia, pues aparecía en la puerta del
vagón, ya destrozado, y todos los chavales al fondo, como si hubieran sido
conscientes de lo que les iba a pasar, y él, hubiera hecho de parapeto. Ninguno
había sobrevivido. Y estaban tirados literalmente por los asientos. Los del
siguiente vagón, no habían tenido la suerte de adivinar nada, pues aparecían en
sus lugares de viaje. Y así, con el resto.
Llegué a mi vagón, lo supe porque reconocí a
la señora que tenía delante. Ese vaivén del cuello que parecía tan exagerado,
tenía su razón. Así que recorrí todo el tren, sin encontrar a nadie.
Chillé, lloré, di puñetazos a las paredes y
caí de rodillas. Una sensación de terror y de impotencia crecía y brotaba por
mi lagrimal. ¿Qué era esto? ¿Por qué tanto muerto? ¿A qué se debe toda esta
crueldad? Y lo mejor o lo peor: ¿Por qué yo estoy vivo?
Ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado
tal nivel de horror fuera de una ficción. Todo el tren había sido masacrado.
Todos menos yo.
¿Qué hago? Era un auténtico escenario de campo
de concentración nazi.
Un horror. El olor a metal era de la acumulación
de sangre, mezclada con el líquido que me había sacado, pero seguía supurando a
pequeñas gotitas.
Comencé el proceso de intentar tranquilizarme
controlando la respiración. Había empezado a practicar meditación, pero no se
me había ocurrido en esos instantes de confusión y horror. El aire entraba en
mi cuerpo, llegando a todas mis células. El dolor de cabeza empezó a remitir.
El pulso volvía a mis sesenta pulsaciones de oficinista sedentario amante del
vino, la cerveza y el buen chuletón de ternera Retinta de Cádiz. Los
pensamientos empezaban a ser ordenados sin juicios. Luego con juicio. Más
respiración. Luego los sentimientos. Imposible concentrarme con tanto muerto en
un tren a 300 km por hora, sin teléfono y siendo el único superviviente. Más
respiración. Conclusión: Buscar ayuda.
Empiezo a recordar mi día.
De repente, un sonido como de una puerta
corredera detrás de mí.
“...Si no me besas, me abrazas, ¿qué será de mí sin ti?…”
Capítulo
V:”Doctor”.
Dos semanas antes.
Soy el Teniente Coronel Jorge. Tengo 49 años.
Soy militar desde los veinte. En la academia militar del aire, desarrollé mi
carrera de Ingeniería. Ya sé que es raro. Pero es así. Después de pilotar y
entrenar a pilotos el manejo del F-18 E.F. Me dediqué a lo que me apasionaba,
la biología molecular y la Investigación genética. Entré en el Centro de
Investigación Armamentística Nacional, una rama algo desconocida del Ejército.
Más que desconocida, escondida. Concretamente en la rama de armamento
biológico.
Mi vida está muy ligada al aire y a las armas.
Siempre obedeciendo órdenes como militar de vocación. Con dotación para
investigar lo que me hubiera dado la gana, con contactos y acceso a la intranet
y a la Deep web, con los mejores hackers a mi disposición y con un equipo de
trabajo que funciona como un Roléx recién salido de la fábrica. Aunque a veces,
cuando no estamos precisamente trabajando, parece del chino. La cabo Blanca, y
los soldados Pedro y Pablo, como los “Picapiedra”, apasionados del ADN y de sus
misterios. Luego, una científica de enlace con las empresas privadas, que se
encarga de recopilar los mejores trabajos sobre los temas que desarrollamos con
la excusa de Secreto de Estado. Lourdes. Toda una cuadrilla formamos. Militares
con bata blanca y microscopio. Pero perfectamente adiestrados en combate y
armamento. Si el señor ex vicepresidente de nuestro eficaz gobierno hubiera
estado un mes más en el CNI, hubiera sido conocedor de nuestra existencia, y ya estaríamos criando chivos malagueños en
la Axarquía.
Mis cortos períodos de permiso, los paso en mi
Málaga natal, con mis amigos y familia. En la playa, haciendo deporte y
disfrutando de ese Sol, que sólo los de allí conocemos tan bien. Hartándome de
espetos y pescado frito en las playas de El Palo, y codeándome con la mafia
rusa en Marbella en chiringuitos con piscina y champán francés con
hamburguesas.
En realidad soy pacifista e investigador. Pero
la pasión por los aviones, me llevó a la Academia de San Javier a intentar labrarme
mi futuro. Y entró en mí, el gusanillo del ejército. Desde que tuve
conocimiento de lo de la oveja Dolly y la clonación, me interesé también por la
biología y la genética. Las órdenes del último proyecto, son para la mejora de
las capacidades humanas de nuestros soldados. En este momento, estamos
desarrollando el Proyecto Azul. Es azul, porque el suelo que estamos creando es
de ese color, y pretendemos que potencie
las cualidades innatas de cada persona en combate. Capacidad de visión, aumento
de reflejos, fuerza, velocidad y resistencia, así como la capacidad de procesar
estímulos y tomar decisiones minimizando daños. Preferí éste, aunque sé que
después, me tocará el Proyecto Verde: de armas biológicas en el sentido de
contagios masivos de la población, sueros adormecedores y esas cosas.
Siempre he sido fiel a mi segunda familia
militar. El tema de potenciar capacidades, siempre que ayude al ser humano a ser
mejor, me obsesiona.
Quizás porque mi infancia no fue precisamente
feliz. La ausencia de mi padre, me llevó a asumir muchas responsabilidades que
no me correspondían por mi edad. Trabajar desde los 14 años, colaborar en la
economía familiar y mantener un buen nivel en los estudios. Contribuir a que
las personas sean mejores, tiene también una doble lectura. Ayudar a los demás,
por un lado; pero suponer que tienen defectos o posibilidad de ser mejores, por
otro. Y esto último, no gusta a todo el mundo.
Nadie es perfecto, ni debemos pretenderlo. De
los errores, se construyen las personalidades. Se aprende a ser. Se aprende a
crecer, a querer, a disfrutar, en
definitiva a vivir. Hay personas que necesitan llegar a un límite para comenzar
de cero. Hay otras que deciden vivir sin ataduras, sin preocupaciones vanales,
sin rencor o sin remordimiento. Con más o menos sinceridad. Disfrutando o no de
su transcurrir. Intentando aprender e investigar cosas nuevas, o siendo felices
permaneciendo estables. Cada uno tiene su elección de vida.
En el ejército, es diferente. Las fuerzas de
élite, de choque o de acción rápida, han de ser entrenados para ser súper
hombres y súper mujeres. De ellos y ellas, depende la estabilidad de países e
incluso de la paz mundial. Un error, una decisión influida por un sentimiento,
puede llevar a un fracaso en una misión de rescate o de ataque, que ponga en
peligro una cantidad incontable de vidas humanas. Con que sea una, vale.
Siempre he sabido llevar el estrés hacia
adelante. No conozco la ansiedad y estoy entrenado para controlar mis nervios y
mis pulsaciones en condiciones extremas. Siempre he conseguido dormir seis
horas seguidas. Y mi cuerpo se mantiene en forma. Lo único que delata mi edad,
son las canas. Tengo las sienes plateadas, pero como me afeito la cabeza,
apenas se nota. Lo de afeitarme, lo hice por primera vez cuando perdí una
apuesta con mi amigo Augusto. Éramos jóvenes y él consiguió a una chica antes
que yo. Desde entonces, no soporto el pelo largo. Ni él tampoco.
En todo mi autocontrol y mi vida militar,
sospecho que ha influido en un alto grado, el no tener familia. No me casé, ni
tuve hijos. Soy de los que piensan, que nací sólo y así me iré. Con mi trabajo
en diseño de armas de última generación, no quiero dejar descendientes a los
que culpar. El ejército, antes tenía un alto componente católico. Ahora, no
tanto. Con la incorporación de todo tipo de personas, se respetan, religiones,
géneros y orientaciones sexuales, siempre que se contribuya al mantenimiento en
número, de la tropa. La verdad es que mis creencias religiosas brillan por su
ausencia. Creo que hay algo superior que ha ayudado a crear este mundo y este
universo. Pero con el acceso a archivos secretos desde el ejercicio de mis
investigaciones, lo de dioses y religiones, pienso que es un invento para
controlar a la población. Evidentemente, he demostrado que el alma existe. Y no
pesa 28 gramos como la película aquella quiso inculcar. Es casi medio kilo. Lo
que no sé es a dónde va cuando abandona nuestro cuerpo físico. Cada vez estoy
más convencido del multiverso, es decir, la existencia de universos paralelos,
con portales entre diferentes dimensiones, en los que el alma se va
desarrollando, va evolucionando, hasta llegar a ser seres de luz, con capacidad
para viajar entre esos universos y transmitir sabiduría y conocimiento. Algunas
personas, inconscientemente, son capaces de abrir esos portales y viajar entre
ellos. Otras, ya iniciadas en la evolución, pero con cuentas pendientes, pueden
hacerlo cada vez que lo necesitan. Además, la Historia de la Humanidad como la
cuentan, no tiene nada que ver con la real. Ya que el Planeta, ha sido testigo
de civilizaciones ancestrales, huidas o destruidas por otros seres superiores,
miles de siglos anteriores a nuestras eras. Pero eso es otra historia que ya os
contaré.
El caso de mi proyecto actual, me tiene un
poco agobiado. Nada que no se quite con un par de horas de vuelo en
helicóptero, llevando a Lourdes a alguna fábrica, con un salto base desde 3000
metros de altura, o con una subida al Veleta en la bici. Si no puede ser, un
par de horas nadando y listo. El agobio en sí, es por los plazos. Mi coronel,
me mete prisa. Hay una convención en seis meses de la OTAN y debe estar
preparado como el producto estrella del Ejército Español. El tanque dron, ya
está listo y las pruebas van como la seda. Pero nuestro suero…todavía no está
probado en humanos. Los efectos secundarios en monos son devastadores. A veces
me pregunto qué harán con esos restos de animales manipulados genéticamente, y
con los residuos de los químicos que generamos. Espero que no los estén tirando
al mar, porque en unos años, podemos liar una parda. Tengo a los “Flint”, como
yo los llamo en confianza, con una secuencia concreta del ADN humano, al que le
están cambiando una conexión. Blanca está segura de esa operación y dispuesta a
ser inyectada. Pero yo, no me fío todavía. Las prisas son para los delincuentes
y para los malos toreros, como decían en mi barrio.
Además, creo que me gusta. No hablo de una
noche de esas locas. Me parece una persona destinada a hacer un mundo mejor.
Está soltera y es algo más joven que yo, pero…no funcionaría trabajando juntos.
Las relaciones en estos trabajos empobrecen la mente. Me explico: no puedo
arriesgar la vida de mi equipo, pero si existe vínculo amoroso, sería peor. El
amor, nubla la capacidad de tomar decisiones. Más que nublar, condiciona.
Cuando acabemos los proyectos previstos, ya veremos. Yo no sé a qué me
dedicaría al salir del ejército, y no lo tengo claro. Pero ella, lo sabe
perfectamente y está loca por acabar el contrato.
“...No tengo nada que hacer, no tengo por quien vivir…”
Capítulo VI:
”Pruebas”.
Una semana
antes.
El siguiente paso que debemos dar, es la
selección de candidatos para las pruebas. Mis científicos de cabecera, han
descubierto que el suero puede afectar al individuo inoculado según el sexo del
mismo. Lourdes, mi científica espía, se está encargando de poner anuncios para
los “conejillos de Indias”, en apps de citas y contactos. Cuando tengamos
candidatos, y con el precio que ofrecemos, nos pondremos a realizar una
selección, incluyendo un profundo test psico-técnico y físico, por parte de
nuestra Sicóloga de cabecera: Inma. Que nos trata a todo el equipo al menos,
una vez a la semana. Y, ¡menos mal!
El rollo es que Blanca, se ha prestado
voluntaria para ser la primera. Sigo pensando que vamos demasiado rápido, pero
somos un equipo. Además, es cabo. Así que…para adelante.
El laboratorio tiene un anexo para pruebas. En
los últimos meses, nos han preparado un escenario que representa un frente de
guerra. Algo así como un poblado ruinoso con recovecos y maniquís a modo de
soldados y rehenes. Escondidos estratégicamente. Al lado, una urna gigante de
cristal irrompible de 8 mm de grosor, con una camilla y todos los aparatos
médicos necesarios para monitorizar las constantes del sujeto inoculado. Se
establece una misión, y se cronometra y graban desde infinidad de cámaras,
todas las reacciones y movimientos del soldado. Luego, se inocula el suero
azul. Si no hay reacción adversa inicial, se encomienda una misión y se deja
libre al individuo, en nuestro caso, individua, para realizarla en modo real. Luego,
ya analizaremos resultados y efectos adversos, para lo que tendrá que estar 24
horas en cuarentena vigilada.
Pues nada, en contra de mis sentimientos, tan
internos y escondidos que a veces no los noto ni yo, la cabo Blanca, se
someterá a la primera prueba humana del “Suero Azul”.
Dos días de estricta dieta sin azúcares
procesados ni alcohol. Sueño inducido de 7 horas seguidas. La química es
fantástica. Ejercicio diario y pruebas de tiro. Todo preparado.
Blanca entra en la urna decidida a probar su
propia medicina. Ha firmado el en consentimiento que es voluntaria y no ha sido
coaccionada, como en las bodas de antes.
Se desviste de la parte de arriba delante del
equipo y de los médicos que se van a encargar de la monitorización. Los
miembros estarían firmes…Porque el cuerpo de Blanca es de modelo “semi curvi”
de ropa interior, si no fuera por la gravedad de la situación. Hasta Lourdes
parece ruborizada. Los médicos visten con equipos de protección integral, y
gente de la Policía Militar(4) vigilan en los flancos armados hasta los
dientes. Firmes, también.
Le colocan a Blanca unos sensores para la
frecuencia cardíaca en el pecho, otros en los cuádriceps, se desviste también
de abajo. Más calor.
Morena, pelo recogido en coleta corta, siempre
con una sonrisa en la cara, en este momento, choca la seriedad que presenta.
Normal, pero ella, segura de sí misma, sin dudas y fuerte, intuyo que valora
las posibilidades de error en la misión de la prueba, más que de otro tipo de
riesgos secundarios.
Le colocan de nuevo el casco, con una cámara y
más sensores cerebrales. Las armas: fusil HK, calibre 5.56 mm, con dos
cargadores de 30 cartuchos y casi 3,5 kilos de peso en carga, que ella maneja
como si fuera una pluma. Con sus brazos trabajados sin exceso, con músculos
ligeramente marcados, no hay problema. Pistola en cartuchera lateral derecha,
asegurada con correas en el muslo. Una Heckler & Koch de 9 mm, parabellum y
varios cartuchos de 19 proyectiles. Peso en carga, unos 800 g. Nada para esas
manos, perfectamente cuidadas de científica con uñas laboriosamente decoradas
en la tienda especializada del centro comercial cercano a la base, y
acostumbradas a disparar casi a diario. Ahora embutidas en guantes de combate.
Los cartuchos y un cargador accesorio, embutidos en el chaleco anti balas que
completa el equipo, chaleco recientemente adquirido por el ejército español,
que se adapta a la fisionomía femenina. Esa fisionomía de nuestra Blanca, en
concreto la pectoral delantera, no cabría de ningún chaleco con diseño neutro.
Desafiantes a las leyes de la gravedad, apuntando hacia arriba. Si es que me
gusta, leche.
Intercomunicador conectado en el cuello y a la
espera de las órdenes. Las órdenes son recibidas en un sobre lacrado. Leídas.
Cuando la cabo, da el “ok”, se abren las puertas de acceso al poblado y
comienza la misión. Es munición real, la
cabo entra sola y se empiezan a escuchar detonaciones y comunicaciones. Todo
grabado y monitorizado, en 15 minutos, entra de nuevo en la urna y se para el
cronómetro.
-
Informe, cabo.
¿Qué tal?- pregunto.
-
Bien, mi
teniente. Contenta con el ejercicio.
-
Descanse.
En ese momento, se quita el casco y entran los
picapiedra y Lourdes. El sudor cae por
su sien y empapa la cinta del intercomunicador. Está estupenda. Uno de los
médicos o médicas porque no se sabe con el EPI, le ayuda a quitarse el chaleco
y ella se desabrocha la botonera de la casaca, dejándonos ver su camiseta color
caqui empapada en sudor. Esas gotitas por el canalillo. Esa anatomía adivinable…joder.
Las armas han sido comprobadas por el armero y
hay recuento de cartuchos y casquillos.
-
¿Muy complicado,
Blanca? – Le preguntó Lourdes.
-
Lo hemos visto
por las cámaras, dijo Pedro, eres una crack.
-
Sí, me ha
costado, pero lo he conseguido. Replicó ella.
-
Ya sabíamos lo
tranquilos y protegidos que estábamos contigo, Le dije yo mientras me dedicaba
una sonrisa. Estamos muy orgullosos de ti. Ahora en media hora, empieza lo
bueno.
La misión ha sido un éxito. Solo 3 tiros
fallados en primer intento en objetivo. Y parte de la munición reservada e
intacta de regreso a base. 15 minutos y 25 segundos exactos y misión cumplida.
Los análisis espectaculares en cuanto a constantes vitales y todo en orden. Con
un pico de 90 pulsaciones por minuto en el momento de mayor tiroteo. Sesenta
calorías perdidas. Una máquina perfectamente engrasada.
Después de media hora, una ducha y cambio de
uniforme, en la intimidad, claro, comienza de nuevo el proceso. Una vez armada
y con todos los sensores conectados, salimos todos de la urna, menos el doctor
o doctora. Que la ata a una camilla por seguridad. Las armas preparadas en la
entrada al poblado. Todo el aparataje grabando y monitorizando. Órdenes en
sobre lacrado encima de una repisa, al
lado de la puerta. Jeringa preparada llena de líquido azul. Una última
comunicación:
-
Mi Teniente,
quiero que seas tú el que me pinche.
Joder, ¿yo? Es una responsabilidad que no
quería asumir. Pero me sentí muy honrado que me lo pidiera. ¿Débil?
¿Enamoradito perdido? en fin. Todo lo que no creía que fuera. El caso es que me
gustó y me hizo tilín. Total que accedí. Me pusieron una bata y entré en la
urna.
-
Ten cuidado, me
dijo
-
No te preocupes.
Tranquila y a hacer historia.
Alargó el cuello y me dio un beso en la
mejilla. Más que notarlo o sentirlo, lo escuché, porque con su casco, mi
pantalla, las cinchas de sujeción….Pero fue muy agradable.
Empezó una cuenta atrás por parte de Pedro. Al
llegar al cero, en el lugar señalado con un rotulador rojo en su cuello moreno
y de piel suave, que me entraron ganas de morder en vez de pinchar, inoculé el
suero por primera vez a una humana, usando una especie de pistola que
dosificaba la presión en el émbolo de la jeringa introducida en ella. Debo reconocer
con algo de incertidumbre y miedo, miedo por poder provocar daño a una persona
que apreciaba o algo más, por los posibles efectos adversos, pero expectante
ante la valentía de mi compañera y
amiga.
Cinco minutos de espera para comenzar a hacer
efecto.
Me salgo de la urna y me reúno con el equipo
en el panel de control con todo activado.
Las correas se desatan automáticamente y
Blanca, se pone en pie y se dirige a la puerta a recoger las órdenes. El pulso
sube a 100 ppm. La intensidad neuronal aumenta, como reflejan los sensores de
la cabeza. Las comunicaciones son correctas y la sujeto responde adecuadamente
a las preguntas de los controladores. En cuestión de unos segundos, el papel
con la misión cae al suelo. Antes de que toque el suelo metálico, Blanca ha
cargado sus armas y le ha quitado el seguro al fusil. Empiezan a escucharse
tiros, muchos menos que antes, mientras
ella va retransmitiendo sus pasos. En 6 minutos está de vuelta. La misión
cumplida. El pulso mantenido. Munición ahorrada de sobra. Por las cámaras, casi
no se la veía. Apenas unos fogonazos y una mancha entre marrón y verde volando
por el poblado.
Blanca entra en la urna. Descarga las armas y
se tiende en la camilla. Se vuelven a cerrar las presas de las manos y de los
pies.
Todos alucinados. Ha sido impresionante. Las
constantes siguen a tope. Se supone que el efecto del suero durará entre 20 y
45 minutos, por la cantidad inyectada.
Ahora comienza la parte de la recuperación.
Parte peliaguda. Parte acojonante. Pera mí como teniente y jefe, y para todo el
equipo.
La cara de los médicos, aún detrás de las
pantallas protectoras, refleja una mezcla de felicidad y asombro.
Todo ha sido un éxito por ahora.
Blanca cuenta sus sensaciones. Se encuentra
acelerada pero bien. Para ella, han pasado los mismos 15 minutos que la vez
anterior. No ha sido consciente de la velocidad de reacción, de decisión, de su
fuerza ni de su velocidad de desplazamiento. Ha enfocado los objetivos con
mayor facilidad y ha disparado solamente lo necesario para su misión. Sin
errores. Es evidente que el suero funciona, con ella.
Una hora después, con las constantes
recuperadas, entramos a verla. Después de una agradable conversación y más de
una mirada cruzada con su teniente, tan sólo quedan un par de efectos secundarios:
ganas de llorar y un poco de amnesia.
Ducha, cena de equipo. En un asador de los de
verdad. “Txuleta” de 3 kilos para compartir, tras pulpada a la brasa, tabla de
quesos y croquetas de carabineros. Todo regado con abundante cerveza y un par
de botellas de vino de Ribera del Duero,
de tres ceros cada botella. Un postre a base de surtido de delicias dulces de
la casa, café y chupito de orujo de hierbas para culminar con un brindis.
Cena que acaba con final feliz para mí y para
Blanca. ¿El comienzo de algo más? No sé, pero fue espectacular. Afloraron todos
los sentimientos que teníamos reprimidos, nos dejamos llevar y la energía se
conservaba y transmitía de un cuerpo a otro. Más bien de un alma a la otra,
porque no parecía un encuentro casual de una noche. Nuestros fluidos se
intercambiaban de forma ininterrumpida una y otra vez, volando sobre las olas
del mar de nuestro deseo. Los ojos bien abiertos, siendo testigos mudos del
placer compartido. Esa mirada…Me marcaría el resto de mi vida, sospeché. En
nuestros ojos se reflejaban infinidad de sentimientos que no hacían falta
verbalizar. Aunque a lo largo de nuestro camino hacia la luz, que iniciamos
juntos esa noche, los demostramos y dimos forma con palabras. Sin prisas y a
medida que eran auto generadas en cada circunstancia y momento. La luna llena
entraba por la ventana abierta de la habitación. Siempre la luna. Asistía
milagrosamente a todos los momentos especiales en mi vida. El satélite natural,
como un gigantesco foco en un teatro mágico, proyectaba en la pared del fondo,
la sombra de su cuerpo en movimiento, encima, lo que me excitaba cada vez más.
Y a ella, le excitaba que estuviéramos en la ventana apoyados, siendo bañados
por su luz. Menos mal que estaba en buena forma física…
Y acerté. Y el tiempo me corroboró que duraría
hasta el fin de nuestros días.
Mañana nos queda mucho trabajo de selección de
personal para inocular placebos y sueros, me dijo antes de dormirse. Iremos juntos
a la base. Yo me pasé lo poco que quedaba de la noche sin dormir, con miedo,
con alegría con ilusión, con tranquilidad, pero sin dormir.
Ella roncaba como un mero en el suelo de una
barca, pero…nadie es perfecto.
“...No tengo con quien andar, descalzos por Madrid…”
Capítulo VII: ”Escondite”.
El espejo se desplazó hacia un lado,
escondiéndose en el otro, dejando ver una pequeña estancia oculta del vagón.
Sonaba un atronador ruido procedente del exterior que entraba por una pequeña
exclusa situada en la parte superior, a modo de ventanuco.
Con el semblante blanco, mostrando una mezcla
entre pánico y alivio, las lágrimas a punto de recorrer las pálidas mejillas de
una preciosa cara adolescente, pelo negro y rizado, asomaba una chica de la
puerta corredera.
¡Alguien vivo!
-
Ho….ho…..hola,
balbuceó.
-
Hola, ¿qué haces
ahí? ¿Sabes qué ha pasado? ¿Estás bien? Le pregunté.
Rompió a llorar y a temblar. Parecía dudando
si acercarse, salir corriendo, hablar, gritar…creo que le estaba dando un
ataque de pánico.
-
Tranquila. No sé
qué hago aquí ni qué ha pasado. ¿Me puedes decir algo? No te voy a hacer daño.
Después de un buen rato llorando, por fin me
dirigió la palabra. Con la respiración entre cortada, sorbiendo mocos, pero
guardando una distancia prudente conmigo debido a la situación me contó:
Estaba aquí escondida, pues había quedado con
un chico. Como el espejo deja ver desde el interior, pude ver cómo un tío con
barba y que parecía un culturista, con el pelo recogido en un moño, se había
encargado de asesinar a todos los integrantes del vagón. Con las manos. Rompiendo
cuellos y aplastando narices. Lo había visto pasar entre los dos vagones que se
veían desde su escondite, pero imaginaba, e imaginaba bien, que el tren había
sido aniquilado enterito.
Empezaron a temblarme las piernas.
Me llamo Deva, me dijo. Venía con mis
compañeros del Colegio de viaje de fin de curso e iban de crucero, como yo
había supuesto. En ese momento me acordaba de que había dejado el coche
arrancado en una cuneta. Había estado de reunión de amigos, celebrando un
proyecto de un amigo militar: Jorge. Y algo también celebraba yo. A la hora de
la despedida, lo llevaba al aeropuerto
cuando…hasta ahí por ahora. La ansiedad de la situación, se mezclaba con la
necesidad de recoger mi utilitario. El tren seguía literalmente “volando” hacia
un destino predecible con el nombre de catástrofe. Ya en sí, lo era. Pero la
descripción que me daba la chica, me recordaba demasiado a lo que había visto
en el espejo del baño, antes de arrancarme la cabellera y ver mermado mi
cuerpazo.
Horror. Ya tenía casi la certeza de que había
sido yo. Otro yo, pero yo. Había asesinado sin piedad. Había quitado vidas
humanas. No podía ser. Yo no era capaz de matar ni a una hormiga. No me había
peleado en mi vida. Nunca había usado la violencia en ninguna de sus variantes.
Bueno, algún taco en algún enfado.
Pero, ¿cómo
era posible? ¿Con qué motivo? ¿Qué me había transformado? ¿Por qué no me
acordaba de nada?
Creo que la chica empezaba a darse cuenta de
que había sido alguien vestido con las mismas ropas que yo. Aunque las llevaba
sucias y mojadas, notaba la mirada de miedo así como su reticencia a hablarme.
Lo único que se me ocurrió, es contarle lo que
me había pasado a mí. Aparecí en el tren despertando de una enorme resaca, y
poco a poco iba recordando cosas. Había recorrido el tren y no había
encontrado a nadie vivo. Salvo a ella.
Pareció tranquilizarse un poco.
Yo me sentía muy mal. Había sido yo. Me venían
flashes. Recordaba la necesidad de defender algo o a alguien, para lo cual
debía acabar con el enemigo. Pero esa pobre gente, esos chavales, esos niños,
nadie era mi enemigo. Y nunca hubiera acabado con nadie quitándole la vida.
Hubiera usado el diálogo, la palabra y llegar a un consenso, antes de agredir a
nadie. No conocía artes marciales ni mucho menos, manejo de armas. Por un lado,
no podía creerlo. Por otro, algo dentro de mí, me aseguraba que había
completado con éxito la destructiva misión de defensa, acabando con todo el
tren. Vaya locura.
Todas esas sensaciones volvieron a provocarme
un vómito que culminó en otra pérdida de
consciencia.
Me despertó Deva, abofeteándome. Con mucha
vehemencia, por cierto. Me ayudó a levantarme y me preguntó si sabía cómo
podíamos para el tren. Casi había olvidado ese temilla. La única forma era
llegar de nuevo al vagón de control del maquinista, y desde allí, intentar
algo. Ahora éramos dos cabezas pensantes. Porque parecía que, extrañamente para
su juventud, mostraba una madurez impropia de su edad. La cogí de la mano,
parecía más tranquila, aunque la tenía fría y sudada.
-
Vamos a atravesar
el tren. No mires a los lados. Mira al suelo y ven conmigo. Cuando lleguemos a
la cabina del piloto, espera que te diga para entrar. Creo que debemos intentar
comunicar con alguien, pues no tengo mi móvil.
-
El mío tiene poca
batería, pero lo que no hay, es cobertura -dijo enseñándome un teléfono
envuelto en una carcasa rosa con orejitas de gato- Y el teléfono de emergencia
del tren, tampoco funciona. Lo he intentado desde el terminal que hay ahí
dentro.
Vaya plan. Me acerqué a mirar dentro del
habitáculo, y cogí unas mantas de viaje que había en una estantería. Con la
intención de cubrir al conductor y a la azafata destrozados de la cabina. Volví
a tomar su mano, y empecé a caminar temblando yo también de miedo, hacia
nuestro objetivo.
Cuando llegamos a la cabina del conductor, le
dije que esperara un momento fuera y que iba a entrar yo sólo, pues le
expliqué, que ya había estado anteriormente allí, y el espectáculo no era apto
para menores. Ni para nadie, vaya.
Con mucha dificultad y comprendiendo de
inmediato el dicho de “pesa como un muerto”, conseguí mover a la azafata y tumbarla en el suelo. El rigor
mortis, todavía me permitió alinearle las piernas. Conseguí coger lo que
quedaba del conductor por las axilas. Lo puse encima de la chica. Los tapé como
pude con un par de mantas. Con la que me quedaba, limpié la cristalera del
parabrisas de restos de sangre y cerebro. Así como los mandos. La alerta de
control manual, marcaba poco más de tres horas y ls lucecitas parpadeaban como
locas. Ni idea de qué hacer.
Avisé a Deva y entró acojonada para ver qué
hacíamos.
Tras un vistazo, la chica, llorando, me dijo
que en un panel cubierto, debían de estar los monitores de las cámaras
interiores el tren. Que igual encontrábamos alguna respuesta allí. Ella estaba
más puesta que yo en eso de los grandes hermanos.
Pulsó un botón y de un lateral surgieron 4
monitores y un teclado. Una de las cámaras apuntaba a la cabina. Otra al vagón
restaurante. Las dos restantes, alternaban distintos vagones. Sólo se veían
cadáveres y a nosotros en la cabina.
Empezó a trastear el teclado y consiguió
rebobinar el video de la cabina.
Alucinados nos quedamos. Efectivamente, unas
horas antes, se apreciaba perfectamente cómo una persona, vestida con mi ropa,
o sea, yo, pero con otro cuerpo, con barba y pelo a lo luchador de Sumo
japonés, entraba como un rayo. Tras desnucar a la azafata con un giro de
cuello, seco, violento, impresionante y dejarla tirada como un trapo contra la
pared, cogió el extintor de la cabina y lo estrelló en la cabeza del conductor.
Cuatro veces, con una fuerza descomunal, que hizo que la cabeza se destrozara
como un melón maduro, desparramando pelos, cerebro y sangre sobre el parabrisas
y los mandos. Dejando abollado el extintor.
Deva estaba cada vez más pálida.
-
Pareces tú,
pero….no eres tú, ¿verdad?
-
Joder, ¿qué coño
es esto?, dije.
Temblando, rebobinó las otras cámaras. En
todas, se me veía a mí, desnucando gente, con los ojos inyectados en sangre,
peleando contra todo y contra todos. Matando.
Pero estaba transformado en un ser diferente.
“...Sólo quiero que estés cerca de mí…”
Capítulo VIII:
”Suero”.
Lunes 18:15
Ahora me venían más recuerdos a la memoria. La
comida con mis amigos, había sido para celebrar que me habían escogido para un
ensayo de uno de sus proyectos. Celebrábamos el pastón que me iba a llevar por
ponerme unas inyecciones. Me acababan de despedir de mi último trabajo y unas
deudas hipotecarias que arrastraba, me traían por el camino de la amargura.
Jorge, mi colega militar, me había propuesto como candidato a un estudio de un
proyecto raro de esos que él hacía. Con algo de “enchufe”, supuse, me habían
seleccionado entre cien tíos cachas con pinta de mercenarios paramilitares.
Imagino que también influiría mi coeficiente intelectual con varias decenas por
encima de cualquier masa esteroidea, cultivada en gimnasios y en puertas de
discotecas de Ibiza, Barcelona o Marbella.
El proceso se había realizado en unas
instalaciones alquiladas por el ejército en el desierto de Tabernas, Almería.
Habíamos convivido en espacios cerrados de diez en diez, habíamos obedecido y
debatido órdenes, hechos innumerables tests psicotécnicos, aguantado noches sin
dormir y un montón de chorradas más, hasta quedar sólo ocho. Al final, fui
seleccionado, pero quedaron en avisarme. Cuando salimos, nos dimos cuenta que,
en una nave contigua del mismo enclave, salían ocho chicas también. Si lo
hubieran visto nuestras ministras feministas...ja ja ja. ¡Machos por un lado y
hembras por otro! Encadenados en galeras hubieran acabado. Y nosotros también.
Total que volví a mi Málaga y la semana
siguiente quedamos los amigos de siempre para darnos un festín de carne a la
brasa y de cerveza.
Después de la comida y de algunas copillas, me
ofrecí a llevar a Jorge a su casa. Me estaba contando que el experimento se
trataba de una especie de suplemento para mejorar capacidades físicas y
mentales. También, me contaba algo de que estaba enamorado. De que no era igual
que otras veces. Cuando de repente, fuimos parados por un control militar y
bajados del coche a punta de ametralladora.
Jorge se identificó como militar de alto rango
y en seguida nos separaron. Me llevaron en un furgón camuflado. Negro, Nissan
NV-300, algún día me compraré una de éstas, pensé en ese momento.
Por el camino, una agradable señorita soldado
o soldada, qué sé yo, me informaba de unos procedimientos y de la virtud de no
sé cuál artículo del código del no sé cuantos, iban a proceder a inocularme el
suero del denominado “Proyecto Azul”, al que yo, voluntariamente había accedido
a ser seleccionado.
-
Firme aquí y
aquí. Le voy a grabar su consentimiento expreso: “¿acepta?”. Diga: “sí o no”.
-
Claro, dije, pero
¿ahora? ¿Y Jorge?
-
“Claro”, no, diga:
“sí o no”. Por favor. Me repetía la tía.
-
“Sí o no”. Dije
yo.
-
¿Estáis seguros
de que éste es el “cerebrito” seleccionado? Le preguntó a los otros soldados.
Ofú. Señor: “sí”, si acepta y “no”, si no lo hace. Por dios santo de todos los
infiernos.
-
Ah, vale. “SÍ”,
dije.
-
Grabado. Ahora le
explico: le vamos a inocular 25 cl de suero Azul. A los 15 minutos, cogerá
usted un tren con destino a Barcelona y ejecutará las órdenes que le serán
entregadas en el momento que esté en su asiento. Cuando acabe, permanecerá en
su ubicación hasta que lo recojamos de allí. Nos dirigimos a la estación de
tren “María Zambrano” y será escoltado por estos dos efectivos hasta su
incorporación al convoy.
-
Entienda usted,
que vengo de una comilona y no me he enterado de eso de los efectivos. Comenté.
-
¡Ay, madre! Dijo
ella. Creo que nos hemos equivocado. A ver: Le pinchamos, le acompañamos al
tren, se sienta, lee un papelito, hace lo que le diga el papel y se sienta de
nuevo hasta que llegue yo. ¿Lo ha cogido? Dijo ya con un tono parecido al que
se usa para hablarle a un bebé.
-
Ahora, asentí yo.
Y antes de darme cuenta, tenía una especie de
pistola con una jeringa llena de líquido azul enchufada en mi cuello. Chofs.
Suero metido. Escocía, pero no me quejé, porque la señora no parecía de humor. Su
mirada me recordaba a la de la directora de un cole en la que estaba mi sobrina
que, me odiaba. Por lo visto me había liado con ella y no me acordaba de nada.
Imaginé que ella tampoco. Imaginé mal.
El caso es que estaba pinchado y a la espera
de esas mejoras que me había dicho Jorge. No notaba más que picor. Me
acompañaron al tren dos tíos vestidos de calle. Me senté en mi asiento con dos
señoras delante. A los dos minutos, antes de salir el tren, apareció una
azafata de ensueño, rubia con el pelo largo y rizado, un escote descomunal y
caminando como la del sueño de la playa
(ya se iban atando los cabos) y me dio un sobre azul. Todo azul.
-
Léalo, descanse
un rato y luego cumpla las órdenes. Me dijo con una sonrisa. Que tenga buen
viaje.
-
Gracias, le
contesté.
Lo abrí. Contenía un lápiz, papel celeste con
las órdenes y una libreta con hojas blancas. Decían lo siguiente:
“Ahora, en breve, se dormirá. Cuando
despierte, active el cronómetro de su reloj. Deberá memorizar la cantidad de
personas que reconozca de ambos sexos. Memorizar el número de personas que
estime de la misma edad. Deberá recorrer el tren hasta la cabina del piloto. No
llame la atención. Cuando llegue a la cabina, identifíquese al piloto y pida el
protocolo de actuación frente a accidentes. Elabore mentalmente un plan de
escape y un plan para evitar daños colaterales en caso de una acción terrorista
entre el pasaje. Cuando lo haya realizado, escriba los resultados en la
libreta. Al finalizar, anote también el tiempo transcurrido. Relájese y espere
a la azafata”.
Deva rebobinó la cámara de mi vagón hasta casi
el principio del viaje
Por lo que vi en la pantalla, mi cuerpo ya
había empezado a transformarse. Todo comenzó con unos retortijones de barriga
que me hicieron levantarme al baño. Hasta ahí, recordaba. Abrí la libreta y
anoté algo. Cuando me levanté, ya tenía la espalda más ancha y el pelo más
largo. Cuando aparecí de nuevo, ya era otro cuerpo. Musculado, más alto, el
pelo largo y recogido en un moño.
La cara de Deva era ya de auténtica película
de terror americana.
-
¡No puede ser! –
le dije mirándola asustado yo también. ¡He sido yo el que ha hecho todo esto!
-
Pero, ¿me vas a
matar a mí también? – sollozó-.
-
¿Cómo? ¡Para
nada! Soy incapaz. Algo ha pasado, pero ya no soy ese asesino.
Continuamos viendo el video. En él,
efectivamente, miraba a mis víctimas, como contando y mataba. Si alguien se
resistía, también usaba la fuerza, pegando y destrozando narices. Viejecitos,
niños, bebés, mujeres…acababa con todo. El que más se resistió, fue el que yo
suponía como el profe de los estudiantes. Deva me lo corroboró.
-
¡Qué pena, con lo
bueno que estaba y lo bien que nos entendía! –comentó.
En el momento en que se defendía a puñetazos y
patadas, consiguiendo momentáneamente que me echara atrás, pero sin poder
resistir el segundo empuje del súper asesino en el que me había convertido el
dichoso suero azul.
No dejé títere con cabeza. Las órdenes eran claras.
Pero el suero reaccionó en mí de forma sorprendente. Me hizo creer que todo el
pasaje era una amenaza y debía reducirlo. Me hizo pensar que el tren en sí era
una amenaza e hice todo lo posible por que se destruyera sólo.
Regresé a mi asiento, apunté algo en la
libreta y me quedé plácidamente dormidito. Como si no hubiera roto un plato,
vaya.
Ahora que recordaba todo, no tenía palabras
para describir mis sentimientos.
Siempre he sido una persona muy tímida. Lo
poco que recuerdo de mi edad escolar, es que me costaba mucho hacer amigos. A
los poco que tenía, me costaba mantenerlos. No fui un niño popular en mi
colegio, ni en el instituto, no destacaba en ningún deporte, aunque me
esforzaba en explotar mis pocas cualidades, con lo que conseguía el afecto de
mis compañeros. A pesar de todo no sentí discriminación ni acoso, aunque no
fuera de los “chulitos”, me respetaban, pues ayudaba y pasaba deberes. El tema
de las notas, nunca fue un problema para mí. Con las chicas me pasó igual hasta
que perdí la vergüenza ya casi a los veinte años. Me costaba acercarme, me
costó superarlo. Pero nunca usé la violencia. Si en algo destaqué, fue en
mediar entre mis amigos y en hacer todo lo posible por mantener nuestra
amistad. Por eso, ahora mismo, me sentía como el peor ser del Universo. Se me
pasó por la cabeza saltar del tren y acabar con todo, pero necesitaba una
explicación. Estaba claro que el suero, me había hecho transformarme en un
asesino, pero ése no era el plan. El plan era mejorar mis capacidades, no matar
a inocentes en un tren sin ser consciente de ello.
Se lo intentaba explicar a una ojiplática y
guapa adolescente, cuya mirada pasaba del terror al asco o al desprecio. Llena
de incredulidad y agradecimiento por haber dejado de ver a un monstruo,
observando a un viejo asustado e incrédulo y asimilando que el peligro de muerte estaba siendo
minimizado, aunque consciente de ser la única testigo que permanecía con vida
de este desastre de sangre y muerte.
-
Tenemos que para
el tren o moriremos nosotros también.- Me dijo muy seria.
-
Pero, ¿cómo lo
hacemos?-contesté, mientras intentaba buscar alguna palabra o dispositivo que
pasara del piloto automático a control manual.
En ese momento, milagrosamente, el tren empezó
a perder velocidad y cambiamos a una vía de servicio a nuestra izquierda. Sin
saber qué hacer, tras cruzar nuestras miradas, permanecimos mirando por el
parabrisas, cómo entrábamos en una especie de instalación militar.
“...Yo no te tengo a ti para qué vivir…”
Capítulo XIX: ”Mi
Teniente”.
Una semana
antes.
-
Señor, los
candidatos y las candidatas están preparados para el último control sicológico.
–me informó el cabo.
-
Adelante.
Mándelos por orden de lista a la sala doble.
-
Sus órdenes, mi
TC (Teniente Coronel)
Yo me encargaba de seleccionar a los
candidatos masculinos y Blanca, se encargaría de las féminas. Viva el ejército
feminista y todo eso. Tras cientos de
pruebas anatómicas y fisiológicas, el examen cultural, ahora tocaba el test sicológico
y una entrevista personal de los chicos.
Como yo estaba muy atareado preparando los
últimos detalles del suero, dejé a nuestra sicóloga, Inma, que hiciera los
cuestionarios. Y delegué en ella la responsabilidad de la elección. De todas
formas, no se nos vería, ya que estaríamos detrás del cristal opaco, y las
preguntas y las situaciones, se plantearían por megafonía. Ya estaba avisada
que había un amigo mío entre los candidatos, pero ella no sabía quién era.
Había un pequeño retraso en el centrifugado
del líquido final, y Pablo, estaba muy nervioso y huidizo. Parecía que llevaba
él sólo la carga de la responsabilidad, cuando éramos un equipo. Pero, entraba
y salía del laboratorio como gallina sin cabeza. Mientras, Pedro y yo,
arreglábamos el inyector para el “conejillo de indias”, y Lourdes, no paraba
con el teléfono. Mi cabo primero, Blanca, mi ser de luz, mi…bueno, ella, estaba
en la otra nave. Las chicas iban con más calma en la pre selección, ya que no
había prisa por probar en ellas, después del éxito de Blanca
Cinco horas después, el inyector estaba listo
con el suero colocado y en su contenedor refrigerado. El sujeto seleccionado en
mi despacho y yo a punto de encontrarme con la “sorpresa” de ver allí a mi
colega Augusto.
-
¡Hombreee! ¡Qué
alegría verte, Jorge! –Me dijo
-
¡Aguuuu!
Enhorabuena. Has sido seleccionado para el Proyecto Azul.
Le conté en qué consistía y que esperábamos
órdenes para empezar. Que podría ser en cualquier momento y que ya lo
avisaríamos. Además, le informé que su cuenta bancaria acabaría con más ceros
que espinas un erizo. Quedamos en vernos la semana siguiente en Málaga y comer
con todos los colegas.
El lunes siguiente, estuvimos comiendo en un
asador, junto a dos amigos más de toda la vida. En mi Málaga natal. Con unas
vistas de la bahía, con solecito y buena compañía, afirmaría que el paraíso,
era esto. Buen vino, buena carne, buena conversación, risas…todo perfecto.
Y todo a punto de torcerse, como un universo
se retuerce en una inflexión del espacio-tiempo en un agujero de gusano.
Una vez acabada la comida, Augusto se ofreció
a llevarme a casa. Me había traído a Blanca, ya que había planeado una cena
romántica. Por el camino a mi casa, fuimos sorprendidos por un control militar.
Nos habían monitorizado. El Coronel, mi inmediato superior, que era un enorme
capullo de alhelí, había dado la orden de interceptarnos por sorpresa y
comenzar con la misión de prueba sin avisarme.
Fuimos separados y montaron a Augusto en un
tren camino a Barcelona. A mí, me desplazaron en helicóptero a una estación
secreta del ejército, con acceso mediante vías férreas, y en una sala de
control en la que estaba mi capullo, digo, mi coronel. Allí fui informado del
procedimiento de inoculación. Habían traído a Blanca, a Lourdes, a Pablo y a
Pedro. Todo mi equipo. La sensación era que nosotros estábamos vigilados y no
llevábamos el control de nuestro experimento. Demasiada seguridad presenta,
manifestada por armamento ligero y hombres con caras tapadas. Mediante cámaras
en el tren, veríamos todo en directo, pero no teníamos permiso de interactuar
con el sujeto seleccionado. Es decir, sensación de que no pintábamos nada. Sensación
de ser peones en una partida dirigida por unos estamentos de muy altas esferas,
de los que se ignora su existencia. Sensación, de que había abandonado a mi
amigo a su suerte. Él, más peón que nosotros. Sensación de que, si algo
fallaba, quizás nos apartaran del resto de nuestras investigaciones y quizás,
nuestra vida diese un vuelco de 180 grados en quince minutos. Todos
desilusionados, asustados, menos Pablo. Que estaba completamente descompuesto.
Todo contrarrestado con la ilusión que habíamos puesto en nuestro suero, y lo
bien que había respondido en una mujer.
Una voz de mujer, informó por megafonía que el
suero había sido inoculado.
En ese momento, Pablo, que no podía más, se
levantó de su silla y se dirigió a todos los presentes:
-
Mi coronel, mi teniente
coronel, mi cabo primero, señoras y señores: Quiero dejar claro que mis actos,
han sido consecuencia de un chantaje. Me he visto obligado a cambiar el
protocolo de diseño del suero, presionado bajo amenaza de muerte sobre mi
familia. Dichas amenazas, han sido realizadas hacia mi persona por parte de un
equipo identificado con el Ala superior de mando, cuyo teniente coronel se
encuentra aquí presente. Por lo tanto, asumo completamente la responsabilidad
del resultado y eximo a mi equipo y a mis mandos directos de ella.
Todo el mundo se quedó de piedra.
-
Pero, ¿qué has
hecho? - preguntó Blanca.
-
He modificado
genéticamente la parte XX del cromosoma masculino, de manera que la
potencialidad de cualidades, es muy superior a la aplicada con cromosomas
femeninos de tipo XY. Me obligaron a añadir un enlace molecular diferente, con
conexión neuronal. Yo no quería, pero fui amenazado por él,- dijo señalando al
jefe supremo allí presente-. De esta manera, el sujeto inoculado, será
condicionado por sus miedos más internos e influenciado por sus temores más
profundos, llegando a poseer tanto un físico, como una personalidad contraria a
la suya, siempre que fuera necesario para cumplir la misión.
-
Pero, ¿qué
diablos, Coronel? ¿Puedes matar a un hombre? ¿Cómo no se nos ha informado al
resto del equipo? Mi indignación, ya me había hecho gritar, lo que podría
tomarse como una insubordinación.
El coronel, se sentó y serenamente, comenzó a
dar órdenes a su guardia personal, por no llamarla “pretoriana”.
Inmediatamente, Pablo fue “extraído” de la sala. Fue la última vez que lo
vimos. En su lugar, se sentó otro encapuchado y armado hasta los dientes. La
cara de Pedro, su colega, amigo y quizás algo más, era un poema. Lourdes y
Blanca, bajo el cañón de dos sub fusiles automáticos, arrinconadas a la derecha
y yo, con dos “guardaespaldas” continuaba desafiando a mi autoridad. Pero fue
para nada. La voz femenina, volvió a hablar, dando por iniciado el experimento.
Durante las dos horas siguientes asistimos
atónitos a algo horroroso, hasta para los presentes que estaban acostumbrados
al combate cuerpo a cuerpo.
Con nuestros propios ojos, fuimos testigos de
una transformación física alucinante. Mi amigo Augusto, que siempre había sido
anti deporte, se convirtió en un pedazo de culturista con el pelo recogido en
un moño hippster, él que siempre iba rapado. Además, siempre incapaz de hacer
daño, incluso de discutir, se convirtió en un asesino cruel y eficaz, que en
apenas una hora, destruyó casi 200 vidas humanas, sin despeinarse. La misión, más
que cumplida, todo contado y previsto el plan de escape. El “pequeño” fallo, en
palabras de encapuchado a los mandos del control, estuvo en que consideró
enemigos a toda persona a su alrededor, lo que le hizo acabar con el peligro,
con sus propias manos y un extintor.
Las chicas lloraban, Pedro vomitaba, el
Coronel hablaba por teléfono con cara de satisfacción y yo…pues eso. Mi mezcla
de emociones hacía que no supiera qué hacer.
Me desahogué a base de juramentos, blasfemias
y ostias hacia mis dos guardias asignados, a los que reduje sin ningún
contratiempo. Iba a por el coronel, ya que, me daba todo igual. Moralmente,
habían acabado conmigo. Me sentía responsable del uso de un ser querido para
producir un daño a otros humanos como si fueran insignificantes insectos. Fui
partícipe de un horror, del que nunca podría desprenderme. La ilusión de la
mejora en el campo de las modificaciones genéticas, a la vista de las nefastas
consecuencias, abría todo un abanico de posibilidades de destrucción y de
creación de seres nuevos basados en los actuales.
Para hacerlo peor, los altos mandos lo sabían.
Sabían de los efectos. Me di cuenta que ya estaba probado y que, en esta
ocasión, se hizo una prueba con testimonios oficiales. No les importaban las
vidas sesgadas. No les importaba el asesino que habían creado, veían sólo un
futuro prometedor.
Sólo cesé el intento de cargarme a mi coronel,
cuando el cañón de una nueve milímetros se posó en mi frente y Blanca me pedía
por favor que parara.
-
Y Ahora ¿qué?
¿Vas a matarnos a todos? Le espeté
-
Tranquilo,
Teniente, siéntense todos. Colgó el teléfono mientras veíamos como Augusto se
relajaba, se despertaba y encontraba a una niña viva. Les explicaré los pasos.
Con una parsimonia y la voz conteniendo su
emoción y su triunfo, el señor Coronel nos informó:
El experimento “Proyecto Gen Azul”, ha sido un
éxito. (Menos mal, que le habían cambiado el nombre). El sujeto inoculado ha
cumplido sus expectativas. Desde el Alto Mando, nos vimos obligados a cambiar
el diseño, introduciendo modificaciones secretas para poder crear una verdadera
arma eficaz. El antiguo diseño, funcionaba bien con el género femenino, pero no
con el masculino. Ahora, es una realidad que España posee el arma definitiva,
lo que nos convertirá en breve en una superpotencia en ese campo, con los
beneficios socio políticos y militares que siempre nos han vetado desde
nuestros gobiernos civiles. Las bajas colaterales, serán olvidadas a lo largo
de los siglos y el sacrificio, habrá merecido la pena.
En cuanto a ustedes, han cumplido con creces
sus expectativas y han servido a la Patria y a la Humanidad. Entiendo su
frustración y su incomprensión, pero serán recolocados. En cuanto al tren, las
bajas y los supervivientes…
“...para qué escribir
canciones, a quién quiero mentir…”
Capítulo XX: ”Fin”.
El tren se desvió hacia un andén de la base
secreta. En cuanto se detuvo, los soldados de élite del escuadrón del grupo de
asalto de operaciones especiales, entró en él y detuvieron de inmediato a
Augusto y a Deva. Enseguida los trajeron a la sala. Ambos temblaban asustados.
La chica parecía más entera que él, que ya era consciente de ser culpable de
crímenes de lesa humanidad.
El sudor, el vómito, el miedo, podían olerse a
distancia. Cuando entraron y nos vieron a todos, no sabían qué decir.
-
¡Jorge! ¿qué ha
pasado? ¿Qué me habéis hecho?- lloraba.
-
Tranquilo, amigo.
Ahora te explica este señor.
El Coronel le explicó el resultado del
experimento y le eximió de culpa legal, cómo si eso le sirviera a alguien para
algo…
Para consolarlo, le propuso, reestablecer su
memoria, y someterse a un lavado de recuerdos, con la sugerencia, de que se
expusiera a otro tipo de experimento genético, que le inculcara otro tipo de
mejoras intelectuales, con el objeto de reparar el daño producido.
Mientras le explicaba el plan, se oyó un
disparo. Pablo, había robado un arma a su guardia, y se había disparado en la
boca.
En ese momento, Augusto aceptó. Yo pensé
aterrorizado que lo dejarían como un vegetal, o que no sobreviviría. Pero no
fue así. Lo estuvieron tratando durante meses en nuestras instalaciones, se
convirtió en un ingeniero genético de la élite militar sin serlo, y contribuyó
a la creación de un medicamento que mejoraba la vida celular, con un futuro
prometedor en cuanto a alargar el proceso vital humano. Me volví a preguntar
qué harían con tanto deshecho genético…Aunque claro, todo iba al mar. En fin…
Fue inmensamente feliz y rico. Sin recuerdos
de nada, si volver a su ciudad natal, pero feliz. Por cierto, su utilitario,
allí se quedó.
A Deva le propusieron una terapia parecida de
reordenamiento del recuerdo, dada su juventud. Con la condición de volver a sus
padres, aceptó. Después del tratamiento, se hizo militar y se especializó en el
control y simbiosis entre humano y máquina, como arma. Se presentó voluntaria a
varios experimentos genéticos y llegó a vivir más que nadie. Coincidió
misteriosamente con su amor en el ejército, Gonzalo, a lo que presumo de
contribuir, y sí, fueron muy felices. Aunque él tuvo un misterioso percance ya
casi a punto del retiro, que lo llevó a un fatal desenlace, dejando a Deva, con
sus cuatro churumbeles, sola pero bien cuidada. (eso será otra historia, más
corta vaaaale)
El tren, fue reconducido y presentado al
público civil, como objetivo de un atentado de grupos radicales pro
Independencia de Andorra. Lo volaron literalmente poco antes de llegar a
Barcelona. Las bombas destruyeron cualquier prueba de lo que allí había
sucedido en realidad. En nuestra memoria quedó.
A Pedro, no lo vimos más. Sabía demasiado y
nunca supimos qué fue de él. Inma, estuvo al margen del resultado y continuó su
trabajo en otros proyectos, aunque siempre se preguntó en qué misión
andaríamos. Luego, escribió toda una enciclopedia de auto ayuda y se hizo
inmensamente rica, porque feliz, ya era.
Nos tocó el turno a nosotros. Sabían
perfectamente que estábamos juntos. Que nuestro amor, era incipiente y real.
Así que la propuesta fue la misma para los dos.
Desde hacía varias décadas, los gobiernos
militares, al margen de los civiles, cooperaban en una misión un tanto
diferente. Tanto por su localización, como por sus misiones. Se emplazaba en
una base en el lado oscuro de la Luna. Sí, la Luna. Allí, se investigaba y se
avanzaba en armamento para la defensa del planeta de amenazas exteriores. Se
controlaban los avances técnicos, médicos y sociales, para la conservación de
la Humanidad y se experimentaba con una energía, que hacía que es espacio
tiempo se condensara de manera que alargara la vida humana. Luego
colaboraríamos a filtrar esa tecnología. Aunque no fue muy exitosa, sobre todo,
cuando los residuos crearon vida diferente que pretendió y reclamó su espacio.
Pero…no me enrollaré con el tema.
No lo podíamos creer, pero era real. Así que
allí acabamos investigando, de manera clandestina. Apareciendo en la Tierra
como “desparecidos en combate”, y sin rastro de nuestro futuro. En la base,
había compartimentos a modo de lujosas viviendas. En la vecindad, había
personas “desparecidas”, todo tipo de “genios”, e incluso humanos no
terrestres. Todos en paz, respetándonos, quizás sólo por compartir tan
afortunado secreto. Aunque fuimos esterilizados, nuestra vida continúa después
de siglos en armonía y amor. Qué bonitoooooooo. Jejeje
Me olvidaba de Lourdes. A los dos años
terrestres apareció allí. Como no, estaba a cargo de la intendencia y de los
suministros de nuestro laboratorio, y fuimos “familia” de la que se elige,
hasta el fin de sus días.
Nunca nos pudimos olvidar del daño causado a
nuestros congéneres. Quizás era lo único que nos mantenía unidos a la realidad de lo que habíamos dejado en
nuestra tierra.
Esas víctimas, no eran las primeras ni serían
las últimas en el proceso evolutivo de la vida humana. Simples peones para
ganar el juego, pero que no podrían disfrutar de la victoria.
Ojalá, todas las personas pudieran disfrutar
de manera plena de sus vidas. Desde la lejanía del satélite, todas las
preocupaciones que de manera general, tiene la mayoría de la población, se ven
como simples gotas de agua en un pantano. Debería ser una obligación cuidarse,
mirar por uno mismo, ser muy asertivo y sincero con todo nuestro entorno. Si no
se puede, pues no se puede. Y a por otra cosa. Amar y disfrutar del proceso de hacerlo.
Por supuesto, ser amado como nos merecemos. Y siempre buscar un desarrollo
personal con algo que nos haga disfrutar, una meta diaria, sin presión y que
contribuya a mejorarnos como seres humanos. Si encima, tienes tecnología
inimaginable a tu alcance, procurar mejorar la vida en todos sus aspectos a
nuestro alrededor.
Jose
¡ R.L. Stevenson estaría muy orgulloso de este homenaje "modernizado" y tan bien hilado, cerrando todo perfectamente al final ; lleno de sensaciones fugaces de ésas que dan avisos ( y que hacen creerse después muy listo al lector); con tantas descripciones de hasta el mínimo detalle y con "giro de guión" final: ¡ Mostruozo !
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