Relatillo: "Mi Nochee"

 




“¡ MI NOCHEE! ”

Bueno, pues ahí estábamos de nuevo. Toda la panda de golfos. Con carrera, algunos con trabajos ya, sanos, muy deportistas, pero bien cargaditos de whisky y chupitos de tequila malo para quitarnos la vergüenza en la dura tarea de encontrar chicas que merecieran la pena.

Siempre sobre la misma hora, en el mismo bareto del centro. En nuestra esquina preferida desde donde se controlaba desde la puerta de entrada hasta la de los baño.

Los cinco atentos. Pendientes de todas las hembras, conocidas o no, en pandillas, parejas, tríos, con novio…de todas.

Todo apuntaba a que esa noche, sería como casi todas las demás: sólo ligaría uno de nosotros, que ya venía ligado de casa. Los demás, ligaríamos una buena borrachera y mañana sería otro día. Como mucho, acompañar a la amiga de la afortunada a su casa o a coger un taxi en la parada del Málaga Palacio.

En un momento de la noche, me vi ridículo. Cerca de la treintena, allí, esperando un milagro que sólo existía en mi mente. Medio tajao. Rodeado de rostros bailando el musicón que ponían, cada uno a su bola pero todos mezclados. Sólo pero tremendamente apabullado por tanta gente.

-          Bah, me tomo un chupito y me piro sin decir ni adiós.

Después de media hora en la barra, consigo mi tequilita con mi limón. Me pongo sal en el dorso del pulgar. La chupeteo, cojo mi vasito y antes de sentir el dulce amargor del mejicano licor, una vocecita me dice al oído:

-          No está bien beber solo. Lo suyo, es brindar con alguien.

Me lo dijo tan cerca, que pegué un salto. Antes de girarme, pude sentir sus labios en mi oreja. Unos labios gruesos, que con la luz del bar parecían marrones y decoraban una sonrisa brillante. Pelo rizado, con caracolillos, parecido al de las negras de los video clips. Unos ojos que se veían transparentes. No era una belleza típica malagueña, pero tenía algo especial. Delgada, bien armada de delantera y con la parte de atrás de un Porsche Cayanne. Una camiseta negra de licra ajustada debajo de una blusa de color indefinido y unos pantalones vaqueros hechos a medida de ese cuerpo.

-          ¿Qué pasa? ¿Qué no vas a pedir uno para mí? Me dijo sonriente.

-          Los que hagan falta, dije yo sin saber ni qué decir. ¡Ponme otro Luis! Le grité al camarero.

Con los chupitos en la barra, se volvió a acercar y me dijo:

-          Siempre, siempre, hay que brindar mirando a los ojos de la otra persona. Además de buena suerte, atrae la conexión entre almas y por supuesto, al buen sexo.

Flipado, me dejó.

Después de un par de chupitos y de pedir unas cervezas, le pregunté su nombre y de dónde había salido. Por lo visto, la había conocido el fin de semana anterior, era amiga de una amiga que estaba liadilla con uno de los nuestros, precisamente desde esa fecha. Pero yo no me acordaba. Así iba….A cuatro patas acabé, saltando la verja de mi casa y despertando a mi hermano para que me abriera la puerta porque no acertaba con la llave. Una de tantas….

Se llamaba Ivana. Pero la llamaban Ivi. Efectivamente, allí estaba su amiga con el resto de mis colegas. Hoy ligarían dos, pensé.

Se me había pasado totalmente el puntillo del alcohol. Empezamos a hablar de todo tipo de cosas. Me miraba a los ojos. Yo le mantenía la mirada. Ella sonreía. ¿Pero, esto está pasando de verdad?

Bailaba. Bueno, me bailaba. Yo hacía como que me movía pero era y seré un desastre para bailar. Ponían un montón de canciones famosillas y de rock duro y se movía como una diosa. El ambiente acompañaba.

En un momento dado, se acercó el resto y fue cuando pensé, bueno, hasta aquí hemos llegado.

Pero no, se iban. Quedaríamos mañana para comer en la playa y querían dormir.

-          No te preocupes, me dijo, Ivi al oído. Yo te llevo que me he traído el coche. Si te quieres quedar un rato. Yo no tengo ganas de irme.

Magia. Esto es magia, pensé.

-           Claro que me quedo contigo, chillé.

Estaba conociendo a una persona fantástica, deportista, con trabajo, inteligente y que me atraía sobre manera. Nos reíamos. Se le veía a gusto conmigo. Me hacía sentir importante, interesante, que le gustaba a alguien, no sé, era un momento en mi vida en que no andaba con rumbo marcado y me sentía un pedazo de humanidad.

Poco a poco, me sacaba temas y temas. Me escuchaba, rebatía, respetaba mis argumentos, coincidíamos en otros…Magia.

En un momento se encendieron las luces del bar. Cerraban. El tiempo había pasado demasiado rápido, no sabía cómo pararlo y que no pasara. Deseaba que no acabara la noche.

-          Un último brindis y nos vamos, me dijo.

Tras juntar nuestros botellines de cerveza y mirarnos a los ojos, no hubo tiempo para beber. Nos besamos. Dulcemente, sin prisa, pero con ansia, con profundidad. Soltamos las botellas, la agarré por la cintura mientras ellas me sujetaba la nuca y el beso se prolongó, llevándonos a un Universo paralelo en el que habitábamos solos Ivi y yo.

-          Vamos, crack. Que cerramos, soltó Luis cerca nuestro.

Nos separamos y mirándonos a los ojos, sonreímos.

Fue una noche inolvidable. Nos fuimos en su coche a la playa. Hicimos el amor como si nos conociéramos de toda la vida. Sin complejos, sin tabúes, dándolo todo. Haciéndonos disfrutar mutuamente casi sin decir nada, con miradas y gestos. Con mucho cariño. Cómo se movía. Me hacía sentirme bien, y conseguía trasladarlo a nuestro encuentro. Más que físico, espiritual.

¿Podría ser amor?

Demasiado pronto. No te ilusiones, pensé. Y seguimos “amándonos” hasta que el sol empezó a salir por la zona de levante, iluminando nuestros cuerpos desnudos, cansados pero sin ganas de acabar ni de cerrar ese momento. Permanecimos abrazados y  somnolientos, agotados pero inmensamente satisfechos. Me quedé dormido un momento, y cuando abrí los ojos, se dirigía hacia la orilla, en tanga, para darse un chapuzón. No pude hacer otra cosa que admirarla. Era preciosa. No había sido cosa del alcohol ni de la noche. Era un ser que brillaba con luz propia. Me ponía el corazón a mil quinientas pulsaciones. ¡Guau!

Volvió al coche y me pidió que nos fuéramos que tenía que hacer no se qué cosa. No pude prestarle atención. Me interrumpió con un beso. Ella tampoco acabó de decirlo…

Pero sí, menos mal que nos fuimos, pues entraban a la playa todos los demás que habían dormido y se disponían a montar unas carpas con comida, cerveza y cosas de playa.

Nos tenemos que ir, dijo ella. Bueno, si quieres te quedas y luego vuelvo yo, me dijo.

Y me quedé, total, no tenía nada mejor que hacer y ella dijo que regresaría.

 

Pues no, no volvió.

En esa época, no había móviles como hay ahora. Y no tenía teléfono fijo. Sólo el del trabajo. Mi amiga Mónica, que era con la que venía siempre, me dijo que tenía problemillas en el trabajo y que posiblemente se tuviera que ir fuera de Málaga a trabajar.

Intenté llamarla al trabajo, pero no contacté con ella.

Fue la peor etapa de mi vida. Me dolía el estómago nada más que con pensar en ella. Cuando iba al bar, me entraban ganas de vomitar. ¡Lloraba! Me había enamorado como un tierno adolescente. Sentía una enorme angustia e impotencia porque no había podido hablar con ella, ni despedirme, ni decirle nada, ni conocerla más…

¿Por qué me pasaba esto a mí?

Si yo estaba tranquilito con mis colegas y con pillar alguna noche un rollete. ¿Por qué?

 

El tiempo pasó. Semanas, meses. Nada. Ni un contacto. No le había podido dar mi número, y Mónica tampoco sabía nada más que estaba fuera. Un año. Nada. Empecé a dejar de pensar en ella. Volví a mi rutina de no atarme con nadie, no sólo por mi parte, sino porque tampoco había nadie que quisiera atarse conmigo, y todo quedó en un dulce y bonito recuerdo.

En la feria de Málaga del año siguiente, en una caseta del centro, a tope, con sevillanas, mezcladas con música española. Ya sólo quedábamos dos colegas. Los demás, andaban ennoviados.

-          Niño, te pido una cerveza.

-          Vale, me dijo mi amigo, aquí te espero que esas nos están mirando. Dijo muy serio señalando “disimuladamente” con la mano y con la cara hacia un grupito de chicas espectaculares.

Yo ni las miré, no estaba para ligoteos ese día. Aunque de refilón, pude ver que una se escabullía hacia la barra.

-          Dos cervezas, le dije a la camarera vestida de flamenca.

-          No está bien beber sólo. Lo suyo, es brindar con alguien.

Palabras que sonaron en mi oído izquierdo como un volcán echando truenos.

 

Me giré. Allí estaba. Con el pelo rizado. Con una falda larga, rosa y vaporosa. Una camisa blanca anudada en la cintura y desabrochada dejando ver a la mejor delantera del Real Madrid de todos los tiempos. Y un abanico con las manos en jarras. Arreglada, maquillada y con una sonrisa brillante…

-          Pero, si me vas a dejar un año tirado, no brindo contigo, le dije temblando.

-          No, mi amor, me dijo. Te he buscado todas las noches del último año. Me fue imposible acercarme a la playa y no tenía forma de comunicarme contigo. Te he tenido presente en cada respiración, en cada sueño. Recuerdo tu olor, tu cariño, tu voz. Ha sido realmente duro no poder estar a tu lado. Eres un ser especial, y ya que te he encontrado, no te voy a dejar escapar nunca.

Tras lo cual, sin soltar el abanico, nos fundimos en un beso que volvió a para mi mundo y el suyo, claro.

Lo primero que hice fue darle mi teléfono y apuntar el suyo. Aunque realmente, no hizo falta, pues pasé toda la feria en su casa. También sus amigas y mis amigos, quedando para cenas y botellones antes de salir. Ya estaba definitiva en Málaga y tenía una casa en una de las mejores zonas. Feria que no olvidaremos.

Nos quisimos y unimos nuestras almas hasta quedar sin sentido una y mil veces, haciendo nuestra unión, fuerte e irrompible.

Jamás nos volvimos a separar.

Esa noche, que conseguimos magia mutua, nos marcó para el resto de nuestras vidas. Siempre estaré agradecido a esa alineación planetaria y universal, que se conjuró para que nos uniéramos en esa barra. Creamos una gran familia. Cuatro niñas preciosas y todo tipo de mascotas. En nuestro hogar, siempre había sitio para nuestra familia elegida y supimos compartir nuestro amor sin olvidarnos nunca el uno del otro.

 Sin abandonarnos, manteniendo nuestra magia, hasta el final de nuestros días.

Y luego, pues también.

Pero eso da para otro relato.

 

N.del A.: Síndrome E.R.A.T.A. pero éste, eterno.

 

JSG

 

 

 

 

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