RELATO 12: "DECISIONES"

"como si fueras a morir mañana"


I. “VAYA TARDE”

“Tú sabes que te va a encantar, y que a veces, lo mereces…”

Tirada en la cama. Boca abajo. Su melena negra y rizada, andaba repartida: la mitad, derramada en la cama. El resto, pegada en las sienes y en la nuca, sobre todo, esas partes en las que el tinte todavía no había empezado a desaparecer, debido al sudor de esa tarde tórrida de terral malagueño.

 

Desnuda y amodorrada, consiguió accionar el aire acondicionado antes de desfallecer del todo.

 

Bueno, otra cosa también había contribuido a ese estado de semi inconsciencia placentera. Ese fantástico cacharrito que le habían regalado el día que se despidió de la farmacia en la que trabajaba para emprender su nueva vida de “mujer Zen”, como la llamaba su compi Mariela.

 

Mariela se había encargado personalmente de comprar uno idéntico al que le hacía feliz a ella, pero de talla L, ya que ella no tuvo hijos, y decía no se qué de la vagina menos ensanchada y esas cosas que se inventaba como excusas que, a su vez, habían provocado que nadie hubiera entrado por ninguno de sus orificios penetrables, excepto el artefacto en cuestión, siendo una adicta del sexo oral cuando conseguía hechizar a algún homo sapiens en sus conjuros.

 

Era como un pequeño huevecito, de silicona, rodeado de pequeñas protuberancias, a modo de granitos, que, con un mando a distancia para la intensidad y el calor, hacía que cualquier humana desarrollada o con su ciclo terminado, obtuviera orgasmos imposibles de definir en ninguna escala de placer. Si es que existían, claro.

 

Esa tarde, había dado buena cuenta de él. Por fin se había decidido. Varias veces, hasta dejarlo sin pilas y quedarse sin fuerzas ni para poder sacárselo.

 

Para ser la primera vez, no había estado mal. Joder con Mariela y sus cositas.

 

Llevaba meses sin tener relaciones con nadie y ya no podía aguantar más.

 

¿Por qué no? Pensó

 

Nada más tocarlo, mientras lo manipulaba para cargarlo y colocar las pilas en el mandito, ya empezó a notar esa sensación tan anhelada. Su cuerpecito empezaba a lubricar su vagina. Sus senos aumentaban de volumen al igual que sus labios, todos. Y una sensación de calor y de impaciencia a la vez por lo que estaba por llegar, recorría toda su espalda, erizando la piel desde los tobillos hasta el cuello. Tenía el cuello muy bonito, se decía a sí misma mientras se acariciaba.

 

¡Guau! ¡Y sólo con tocarlo!

 

La tarde prometía. Y cumplió. Vaya con el cacharrito…

 

Desde que tomó la última decisión de dejar a aquel imbécil, (jefe de una financiera, siempre puesto de coca hasta las manillas, que la tenía como un trofeo para las fiestas pijas y que no quería a mi hijo en la misma habitación que él. Todo, por una concesión de un préstamo de mierda que la sacó del boquete económico en el que se había metido solita. Y del que salió con más cuernos que la Reina Emérita. Sin deudas, pero con una cornamenta de venado macho de la Sierra de Cazorla en plena berrea. Donde Cristo perdió las alpargatas, estaba cerca comparado con donde lo mandó), no había sentido nada parecido.

 

Poco a poco. Pensó.

 

En ese instante, en ese momento en que se encontraba, era lo que necesitaba, desconectar. Y no conocía mejor manera que hacerlo a través del placer sexual, ya que no tomaba nada que no fuese agua, (fruto de otra decisión) para poder analizar bien, qué es lo que le había llevado a esa situación.

 

Lo de preocuparse por lo que vendría mañana o en un futuro más o menos lejano, lo dejaría para después, pensó.

 

Había llegado hasta allí. Cuarenta y cinco años lo certificaban. Cuerpazo de treintañera. Retoques aparte, y salud mental “en reinicio”, a punto de abandonar dicho estado. Un hijo de veintisiete. Gran decisión. Independizado desde que entró en la escuela de Ingenieros del Ejército de Zaragoza y se especializó en Operaciones en el Exterior, se había convertido en un elemento esencial de la Inteligencia militar y andaba siempre de aquí para allá, dándole la información justita, y sólo cuando estaba de vuelta en España. Su amor. Su sangre. Casi su única familia.

 

Sin deudas. Con casa propia y a punto de tomar la siguiente decisión crucial en su vida. Eso sí, con necesidad de analizar el recorrido que la había dejado seca del todo en la cama esta tarde.

 

 

 

 

II. “ AHÍ EMPEZÓ TODO”

“…nunca es para tanto, lo harías otros veinte años más…”

Aquella tarde de 1995, su novio le propuso hacerlo por primera vez. Llevaban juntos desde los 16, lo que antes era 3º de BUP, ya a punto de cumplir ambos los 18, se lo habían planteado varias veces, pensó que sería un buen regalo de Reyes. Lo quería, y él le decía que también. Eran otros tiempos. Confiaba en él. Y después de estar un rato por el centro, se fueron a un descampado que había por detrás del Colegio Cerrado de Calderón. Había varias zonas medio urbanizadas, aunque apenas luz, lo que ayudaba a mantener la intimidad que pudiera dar un Opel Corsa del año de la pera, matriculado en Madrid y con dos letras.

 

Ella estaba nerviosa, no le entraba ni un ron con limón. Él, aparentaba tranquilidad. Más o menos se lo olía. Además, apreció miradas y comentarios al respecto por parte de sus amigos. Así como miraditas de superioridad, de las novietas presentes que ya lo habían hecho, y miradas de desprecio a las muy religiosas que no lo veían bien. Supuso que ya lo sabía media Málaga. Ella no las trataba mucho, pues no pertenecía al Colegio de Maristas, donde todos habían estudiado. El grupo se conocía desde pequeños y se habían criado en el barrio de la Victoria, siendo ella de El Palo. Lo había conocido en una academia de Inglés de Pedregalejo y habían conectado desde el primer día. Él dejó a su novia del colegio, y empezaron a salir. O eso le dijo y ella le creyó, claro. Enamorada hasta las pestañas.

 

Total, que esa noche empezaron a enrollarse en el coche. Él, muy seguro de lo que hacía. Ella, muy nerviosa. Imaginando que eso que había manejado tantas veces, no entraría en su vagina seca de nervios. Aunque con el preservativo…a lo mejor. Al cabo de un rato, cono el coche completamente empañado y un calor espantoso, ella le pidió que parar un momento. No podía, no quería hacerlo así, en un coche en medio de la nada. No estaba segura de nada. Se asfixiaba con su olor a tabaco y alcohol. Necesitaba aire fresco.

 

Y pasó todo lo contrario a lo que deseaba.

 

Él, abrió un poco la ventana. Cuando ella, encima, intentó ir hacia la parte delantera a respirar un poco y pensar, la cogió con fuerza y la empujó violentamente en el asiento trasero.

 

-         A mí, nadie me deja así, le dijo. Y menos una guarra calentona como tú. A ella le dolió el golpe, con el que quedó tumbada boca arriba. Pero más le dolían sus palabras.

 

Se suponía que la quería. ¿Cómo se le puede hablar así a alguien a quien quieres?

 

-         ¡Espera, dame un momento! Le gritó. ¡Déjame, me haces daño!

-         ¡Calla! Ahora verás…

 

Antes de que se diera cuenta, tenía el pene metido a la fuerza. Lo que debía de ser un momento especial en su vida, se estaba convirtiendo en una pesadilla. Y sin preservativo. En apenas treinta segundos, y a pesar de su forcejeo y su confusión, el nene, eyaculó dentro de ella y se desplomó como un perrillo atropellado.

 

-         ¿Ya? ¿Esto era? ¿Para esto me has empujado y forzado? ¿Y yo qué? Yo no he sentido nada, sólo dolor. 

-         Esto es lo que hay, dijo medio dormido. Si no has flipado, es por tu culpa, que no sabes hacer nada.

Se subió los pantalones y se abrochó la camisa.

-         Vístete, que me tengo que ir.

 

Dos años imaginando el super momento con su amor, y la decepción no podía ser mayor. O sí…

 

Mientras se ponía dolorida las braguitas preciosas que había elegido para la ocasión, notaba como un hilillo de una mezcla se sangre, semen y algo más seguro, resbalaba por su muslo izquierdo.

 

No sabía cómo actuar. Su novio, la había ¿violado? ¿follado? ¿hecho el amor? Ella no quería y sin embargo se iba a ir a su casa, mal follada, con dolor y con posibilidad de quedarse preñada sin haber sentido nada.

 

-         ¿Vamos a hablar de esto? Le preguntó con una mezcla de angustia y decepción.

-         Aquí no hay nada que hablar. Ha pasado y ya está. Si quieres, para después de Reyes nos vemos otro día y repetimos.

¿Repetimos? Pero este tío…¿está bien de la cabeza?

 

-         Perdona, pero yo así no lo hago más. No me ha gustado. Podríamos intentar ir a un sitio a cenar y luego a un hot…

Antes de terminar la frase la interrumpió con un grito.

 

-         ¡Mira! Mejor cortamos ahora mismo y punto.

-         Pero, ¿por qué? Yo no he dicho eso, sólo que podríamos intent…

-         ¡A tomar por culo! Le dijo mientras se paraba en una parada de bus. Coge el camino y tira para tu casa. Por mí, hemos terminado. ¡Baja de mi coche!

-         ¿Cómo?

-         ¡Que te largues, puta! Además, el lunes me voy a Inglaterra a estudiar y volveré después del verano. Marta se viene conmigo (la supuesta ex). No quiero una pesada que me esté llamando todos los días. Quiero libertad. ¡Fuera!

 

Se bajó del coche ese llorando sin consuelo. Sí podía ir a peor todo, ahí estaba. Su primer amor, la había tratado como una basura, engañado, forzado y abandonado en cuestión de una noche.

 

No pudo ni mirarlo para decirle adiós o pedir una explicación que no sonara a excusa. La merecía. Lo había dado todo por él. Pegó un acelerón y fue la última vez que supo de él. Ya nada podría ir peor… o sí.

 

Comenzó a andar camino de los Baños de El Carmen. Por el paseo marítimo. Llorado, arrastrando los pies. ¿Por qué a ella? ¿Qué había hecho mal?

 

Hasta lo había hablado con sus padres. Su padre, por supuesto, no quería saber nada de eso y no estaba de acuerdo. Su madre, la apoyaba en sus decisiones, ya que la consideraba más madura de lo que debería ser. Los decepcionaría a los dos. Se sentía culpable de algo de lo que tenía que sentirse. Se sentía asquerosa. Deseaba bañarse. Le dolía todo el cuerpo.

 

Había tomado la decisión de hacer el amor con su novio, con su amor. Pero resulta, que era un pijo malcriado que había jugado con sus sentimientos, con su ser y la había dejado tirada como a un naufrago en una isla desierta, después de haberla dejado hecha una mierda y haberle robado su intimidad.

 

¿Cómo iba a enfrentarse a esto? ¿A quién se lo debía contar? Esperaba las miradas de las chicas, bueno, en realidad, tampoco iba a salir más con ellas. Su amiga de siempre, vecina y confidente, Reme y su amigo Álvaro, más pequeño y gay, le reprocharían algo, seguro.

 

En fin, que el camino a su casa se hizo eterno.

 

Llegó y se duchó sin parar de llorar. Su madre la escuchaba, pero no quería intervenir, prefería hablar con ella con la perspectiva del nuevo día y la luz del Sol, como luego le comentó. Su padre se había ido a trabajar en una obra de Estepona y su perro, un chucho rescatado de una perrera, lloraba con ella en el cuarto de baño. Una postal, vaya.

 

No durmió en lo que quedaba de noche, claro. Ni las siguientes tampoco. Se avecinaba tormenta. Ni su madre ni su padre durmieron en una temporada. Nadie. Bueno, el chucho, sí. Ese dormía constantemente con tal de que no lo sacaran a andar por ahí.

 

Y…pues eso. Que pasó lo que tenía que pasar. O lo que no debía de pasar. O yo qué sé ya cómo explicarlo.

 

Me quedé embarazada. Lo de la obligación a hacer el amor, es decir, una violación de “libro” en el siglo XXI, se dejó pasar por la vergüenza inexplicable, por cierto, y se zanjó con un juramento por parte de mi padre que mejor no reproducir en estas líneas. El embarazo se “vendió” a la familia como un error adolescente pero sólo yo, sabía lo que había pasado. Bueno, Reme, Alvarito y el chucho también.

 

La hermana mayor de Reme, muy moderna ella, Lydia se llama. Se ofreció rápidamente a acompañarme a abortar en una clínica de Torremolinos.

 

Decidí que no. El bebé, era parte de mí. Del padre, algo habría. Por supuesto, no fui consciente de que esa primera decisión crucial, iba a cambiarme la vida por completo. Pero fui, consecuente. Fui madre con 18 años, de un niño precioso, sano, muy blanquito como la persona que lo había provocado, con ojos verdes y el pelo negro y rizado de su madre, claro.

 

 

No dejé que mis padres lo criaran como pasaba habitualmente en esa época. Me dediqué a él y a estudiar a la vez en cuanto dejé de darle el pecho. Mis padres me ayudaron económicamente, ya que vivía con ellos y por descontado, a Pepe, nunca le faltó de nada. Ni por los abuelos, ni por mí. El papi y su mega pija familia, lo negaron todo y se desentendieron del niño. Yo pienso que fue, porque no fueron capaces ni de verle la carita. Porque si no…se hubieran enamorado de él. No es porque fuera mío, pero era precioso. Por cierto, no volví a saber de él.

 

Yo trabajaba y estudiaba. Primero auxiliar de guardería, de clínica, luego de farmacia. Después me hice un curso de criminología y me apasionaba el análisis genético, por lo que me pagué toda la formación. Había trabajado de casi todo: bares, jardines de infancia, clínicas dentistas, de comercial, de peluquera…hasta que encontré o me encontraron, en una farmacia en el centro de Málaga.

 

Fue una segunda decisión importante, pues dejé las oposiciones a Policía Nacional a cambio de un trabajo seguro en mi ciudad, desde donde no me separaría de mis seres queridos.

 

Pepe estudió en un buen colegio. Y con una beca, pudo matricularse en una Universidad privada y de prestigio, en Madrid. Fueron años duros, pues no me acostumbraría a estar sola. Pero, el nene, decidió irse al Ejército y hacer carrera militar. Ingeniería y luego Inteligencia, espía, vaya. Aunque no me lo reconociera, “por mi seguridad”, decía el soldadito de ojos verdes, je, je.

 

A mis 45 años, con un hijo de 27, dedicado a la Inteligencia Militar y en misiones internacionales, a punto de casarse y hacerme abuela, tirada en la cama con una mezcla de calor y satisfacción sexual, me preguntaba:

-         ¿Y si no hubiera tenido a Pepe? ¿Hubiera seguido estudiando y buscando un futuro? ¿O me habría dedicado a salir y buscarme un tío para vivir?

-         ¿Y si mis padres me hubieran echado de casa?

-         ¿Si hubiera preparado oposiciones a Policía Nacional, estaría por España dado porrazos y deteniendo a escoria? ¿Estaría en un despacho siendo un mando más?

-         ¿Y si no hubiera estudiado lo de farmacia y análisis… hubiera descubierto mi pasión por la genética?

-         ¿Y si Pepe se hubiera quedado aquí por aquella novieta que quería estudiar en la UMA? ¿hubiera sido ese crack del ejército en que se había convertido? ¿Hubiera sido un niño problemático como casi todos sus colegas vecinos del barrio en que vivíamos?

-         ¿Y si yo no hubiera conocido a Mariela, habría tenido esta tarde multi orgásmica?

 

En fin, preguntas y decisiones. Decisiones que marcan nuestro día actual. Preguntas que sólo sirven para fantasear. Al pasado, no se regresa. Se puede aprender de él. No es nada fácil, eso os lo digo yo. Y en la mayoría de las ocasiones, caemos en las mismas trampas. No se puede estar alerta las 24 horas del día. Pero si conseguimos acordarnos o algo nos marca, deberíamos actuar de forma preventiva, de cara a evitar males hacia nosotras mismas.

 

La teoría está muy clara. La práctica es otra cosa.

 

Somos el futuro de nuestras acciones del segundo anterior. Aunque, por supuesto, nuestro entorno nos condiciona, nos guste o no. Mis decisiones, no las tomé pensando en el futuro. Las iba tomando según mi voz interior, que me chillaba: ¡Vamos, a por ello! Mi corazón me guiaba. Si me hubiera guiado el cerebro como me pasa ahora, otro “gallo” me hubiera cantado, como decía mi padre.

 

 

 

 

 

III. “MI VIDA”

“ …ya se ha dormido la ciudad y quedamos, los de siempre…”

Aunque después del “incidente” nunca fui capaz de enamorarme del todo, sí que tuve hombres que me marcaron en algo menos que aquel cabroncete pijo.

Otra de las decisiones que me trajeron a esta tarde de placer, tuvo mucho que ver con uno de ellos.

Siempre he sido de hacerme películas mentales. Unos guiones en los que inventaba historias que como no, acababan bien. No las compartía. Eran mías. Mi mundo interior.

En ellas, por supuesto que yo, era la protagonista. Todas empezaban con un recurrente en mi vida: “¿ y si…?”

En esta ocasión que voy a contar, yo estaba trabajando como auxiliar en una clínica de una dentista vecina del bloque donde vivíamos. Por lo que me permitía trabajar y bajar a ver a Pepillo en los descansos. Además, pude seguir estudiando temas de Anatomía Patológica y acercarme poco a poco a la genética, cuya emergente pasión ilusionaba a mis neuronas. Muchas y bien puestas, por cierto. Aunque a veces pareciera que se tomaban vacaciones…

Un comercial de cepillos de dientes, Carlos, alto, moreno, windsurfer en Tarifa, con una espalda en la que cabía un autobús de la línea 11, venía a la consulta una vez cada quince días. Impecablemente vestido con su estilo desenfadado a la vista, pero elegido a conciencia para cautivar en las consultas, enfermeras y a sus jóvenes lascivas auxiliares. Y las jefas también, ¿Enh?

Yo, todo inocente de mí, con 21 añitos, pensaba que hacía su trabajo. Siempre me daba algún regalito para mi niño, que “debía ser un sol, como su madre”, decía el caradura.

Y ya está. A los dos meses más o menos, mi mente imparable empezó a crear un guion de ensueño: ¿y si…?

Carlos, entraba un día y me preguntaba que si me apetecía salir a dar una vuelta por ahí. Yo, evidentemente, al principio diría que no, claro. Pero él, insistiría una y mil veces. Un día, que yo considerase oportuno, y que pudiera dejar a Pepe con Reme y su hermanísima, aceptaría la invitación. Me llevaría a cenar a una pizzería por el centro, luego unas copas y un bailoteo en el “Siempre Así”. Allí, bailando una sevillana, y como la que no quería mucho, pero en realidad sí, pero no, o sea, como hacíamos todas, acercaría mi boca carnosa e irresistible a la suya, y tras una fugaz mirada, caída sensual de párpados y…. zasca. Morreo, siendo la envidia de todo el bar.

Luego la penúltima en el “Barsovia”, un poco de Nino Bravo y a su casa.

A dejarme comer desde el cuello hasta los pies. Luego, a la espera de lo que fuera capaz de hacerme. Me imaginaba mis uñitas pintadas de rojo clavadas en esa espalda morena y fuerte, mientras se echaba encima de mí y me metía esa pedazo de tranca que le suponía, hasta la garganta. El orgasmo sería fantástico. Luego me entretendría yo con su cosa, un rato. Tenía ensayadas varias maniobras linguales, y conocía por las clases de Anatomía donde tenía que poner mis deditos, para que eyaculase a modo de pistola de blanquear paredes. Bueno, un poquillo burra, sí que me sentía. Pero daba igual, era mi fantasía, mi peli, y podía hacerla como me diera la gana.

Ese era el problema también. Durante el tiempo que estuve trabajando allí, cada día fantaseaba con verlo entrar y esperaba se cumpliera el guion. Recurrentemente. Sin dar ni un solo paso para que se cumpliera. Pero claro, yo me hacía la película, pero el protagonista no sabía nada de ella.

Poco a poco, la historia iba evolucionando. Cuando mi mente se hartaba de idear principios, pasaba a idear finales. Nos íbamos a vivir juntos a Tarifa. Le daba sus apellidos a mi pollo. Viviríamos felices para siempre y tendría más hijos con él….

Nunca me decidí a dar el paso yo de compartir mis fantasías. Y a lo largo de los años, me había decepcionado con muchas personas, sin que éstas, tuvieran ni idea de por qué. Fue una tónica en mi vida que me hizo mucho daño. Demasiado, quizás. Ahora ya no, claro. He aprendido a ser directa, no tengo ningún tipo de vergüenza y tomo la iniciativa de mi vida.

Quizás, por inmadurez, o por miedo a llevarme una decepción, prefería mantener mi mente activa en esas historias. La decepción no era sólo por los personajes, mis miedos interiores, también estaban alerta. ¿Y si luego no sabían satisfacerme como una mujer? ¿Y si se iba todo al traste por que ya era yo madre? ¿Y si me engañaban con otras y sólo querían disfrutar de mi cuerpazo serrano? Aunque también cabía la pregunta. ¿Y si se cumple? ¿Cómo actuaré?

En fin, una rueda de pensamientos recurrentes y contrapuestos que poco a poco hacían mella en mi imparable cerebro de hembra inteligente, con imaginación sexual y sin un plan claro de futuro. Aunque si esa imaginación la hubiera empleado sin tanto miedo ni vergüenza, no habría conocido el maravilloso inventito de Mariela…hmmmm

El caso es que, cada vez veía más a Carlos. Incluso quiso conocer a Pepe.

Una tarde, subía a la consulta y me encontré la puerta cerrada. Me extrañó.

Llamé y me abrió el marido de la dentista llorando y colorado como un tomate.

-         ¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?

-         Se ha ido, me dijo sollozando. Y no va a volver…

Resulta que el señorito Carlos, iba tan a menudo porque se la estaba follando. Allí mismo, en el sillón de los pacientes. La película se había cumplido pero con ella, la jefa. Estaba buena, pero yo tenía las tetas mejor puestas y desafiaban las leyes de la Gravedad, pues mis pezones apuntaban hacia arriba. Y ella era ya andaba metida en los cuarenta. Por lo visto, le había pedido el divorcio y se habían trasladado a Tarifa a vivir.

Guay.  Con mi cuerpazo, elegir lo otro…fue difícil de digerir.

Así que yo, me quedaba sin mi sueño, sin trabajo y con sentimiento de culpa por haberme inventado una historia que se había cumplido y había destrozado a una familia. No sabía por qué, pero me sentía mal.

Esa tranca entraría en otro sitio que no iba a ser en la vida, mi vagina.

Y ni Carlos, ni Nadia, la dentista, sabrían jamás, que era el protagonista de mi fantasía.

Así que, después de un tiempo sin fantasear ni dañarme a mí misma, me centré en acabar mis estudios, y ponerme en forma, pues me apetecía ser policía y defender la Ley y todas esas cosas.

Un paso más, para acabar trabajando en la farmacia a la que estaba a punto de dejar.

 

 

IV. “MI CASA”

“ …sólo un sobresalto, me recuerda que soy de verdad…”

 

Pepe iba creciendo. Yo ya era una mujer madura, con mucha formación intelectual, toda la que necesitaba para, una vez en la Policía Nacional, poder acceder a Criminóloga, que era mi vocación. O eso creía a mis 25 años.

Mientras, trabajaba en una guardería privada que había en La Cala del Moral, en la subida a la Cueva del Tesoro. Las jefas eran unas tías geniales. Y mi contrato era inmejorable. Me permitía mantenernos, aunque seguíamos con mis padres, y me dejaba tiempo para la academia.

Se acercaba otra decisión.

Las fantasías seguían, pero sin protagonista concreto. Había aprendido a masturbarme, en la ducha, que era el único momento en el que estaba sola y tranquila, con Pepillo ya dormido, y mis padres viendo la tele.

Me excitaba con mi propio cuerpo. No necesitaba hombres. Alguna noche loca, Reme y Lidia, me habían casi obligado a acabar con algún tipo de estos discotequero ligón, arregladito, medio pijillo y de los que olían bien. Luego, claro, mi imaginación iba por un lado, y los personajes estos iban a por otra muesca en su revólver. Poco más. Casi siempre acaba yo solita con mis propias manos y mi cabeza. Esta gente no se enteraba que el alcohol, les bajaba su “cosa”, y bufaban como toros. Apenas un minuto. Luego a limpiarse bien, nudito al preservativo y si te he visto, mejor ni me saludes, tío. Olvidables. Luego un largo tiempo sin dejar a nadie ni tocarme y para adelante.

Fantaseaba también con otras chicas, no sé. No se me ocurriría acostarme con ninguna, pero mi mente se excitaba con otros labios suaves, con el tacto de otros pechos, además, seguro que sabrían satisfacerme. Pero tan sólo era hedonismo holístico, por puro placer.

 

 

En la academia, había un preparador, que era Sargento de la Comisaría de La Palma, y estaba fuerte como un limón. Ya con los cincuenta encima, pero con cuerpo de 35. La cabeza afeitada, barba canosa, cariñoso con todos nosotros, pero firme y muy en su papel de preparador. Si hubiera tenido más edad, igual me lo hubiera planteado. Pero mi cabeza no estaba para más frustraciones propias.

También teníamos un entrenador físico. Era más joven, pero pasaba de nosotras. Éramos tres chicas en la academia. Para él, no teníamos nada que hacer en las pruebas físicas y se centraba más en los que estaban más en forma. Sabíamos poco de él. Juan, se llamaba.

Los que llevaban más tiempo, se presentaron en la convocatoria de abril y aprobaron todos. Entraron cinco de cinco. Así que, a los que no pudimos presentarnos, nos dio alas.

En esa época, también me saqué todos los permisos posibles y estaba capacitada para conducir cualquier tipo de vehículo con ruedas. A pesar de Juan, ya hacía dominadas en barra, corría dos kilómetros por debajo de 7 minutos, pero me faltaba la natación. Ahí no había manera. Para colmo, el monitor era un borde de mucho cuidado que ni me miraba, ni me corregía la técnica ni nada. Sólo tenía ojos para Reme, que nadaba a la misma hora que yo, porque si no, no arrancaba la tía.

En idioma iba sobrada y en los psicotécnicos me defendía. Ya, para el año siguiente, me machacaría en leyes y ¡a por mi plaza!

El caso es que nos fuimos de fiesta para despedir a los nuevos alumnos de la academia. Yo no bebía alcohol y al día siguiente Pepe tenía cole y yo trabajaba, así que, estaba poco ambientada. Además, el bar estaba abarrotado y estaba muy agobiada. Antes de irme sin decir ni adiós, salí un rato a tomar el aire. No me di cuenta que Juan salió detrás de mí

Ahí empezó a fraguarse la siguiente decisión. En realidad, tardaría unas semanas, pero fue ahí donde empezó.

Empecé a conocer a Juan, el hombre. No a Juan: entrenador.

 

 

 

 

Era un chico amable, me sacaba cinco años y tenía una hija, Amanda. Era de la edad de Pepe, siete años. Pero, a diferencia de nosotros, ella tenía padre y madre. Estaban a punto de divorciarse, pendiente de unos arreglos económicos. La madre de Amanda, estaba forrada. Él, era Policía Militar, destinado en la base Aérea del Ejército de Málaga. No tenía un gran sueldo, pero lo compensaba con trabajos de preparador físico de oposiciones.

Bueno, pues fue todo un descubrimiento. Con una gran facilidad de palabra, no tenía nada que ver con las clases, en las que siempre mostraba una cara seria y profesional. Le gustaban mucho los niños y los aviones. Y en esa noche, surgió algo. Para ambos. No hubo sexo, y no porque yo no tuviera ganas, pues esa manera de tratarme, de mirarme, ese olor que nunca olvidaré y ese respeto que me tuvo, (al principio), hicieron que llegara con las braguitas empapadas a casa. Por no haber, no hubo ni beso cuando me dejó en casa.

Pero empezamos a quedar, a conocernos y a tener sexo, claro.

Todavía me acuerdo de la primera noche que estuvimos juntos. Creo que fue la primera vez que un hombre consiguió arrancar de mis entrañas tres o cuatro orgasmos casi seguidos. Y yo, conseguí que se viniera ¡tres veces!

Y porque no teníamos más noche…

Reconozco que lo que me hizo empezar en serio con él, además del carácter amable y correcto, que aceptaba y trataba bien a Pepe y que nos fuimos a vivir juntos a los tres meses, fue eso. El placer que me daba. Me dejaba agotada y satisfecha.

Decisión de compartir vida, que tomé llevada por mis sentimientos más que por mi cerebro. No sé, quizás pensé que podría ir bien, pero…

El caso es que su casa, era un chalet de una sola planta, situada en la urbanización de Pinares de San Antón, cerca del barrio de El Palo, que era mi barrio. Bueno, mi pueblo, pues los de El Palo, consideramos que Málaga es nuestra vecina, pero si nos preguntan por el mundo, “Zomos der Palo”.

Algo parecido les pasa a los del barrio de Huelin, “de Huelintown”, como se hacen llamar, pero no es lo mismo je, je. Pera ir allí hay que bajar al “centro”, que está lejos.

Allí que nos fuimos mi Pepe y yo, a compartir una casa que todavía no era de Juan, que tenía la custodia compartida de Amanda. No se llevaba, pero como ya dije, la mami, tenía pasta.

Todo iba genial al principio. Coincidíamos y disimulábamos en su trabajo y hacíamos vida de familia. Coches, perro, niños jardín, sexo con cierta frecuencia, en fin, todo idílico.

Durante casi dos años.

Al empezar el tercero, Juan, tenía que dar un dinero a su ex mujer para poder poner la casa a su nombre. Yo no dudé de él, evidentemente. Las cosas nos iban bien, aunque yo ya había vuelto a mis fantasías para calmar mi apetito sexual, pues Juan se mostraba esquivo y cansado. Y yo, no podía parar. Pero lo veía como algo normal después de tanto tiempo.

Tuvimos que pedir un préstamo a un banco. Lo pusimos a mi nombre, pues él no podía con su nómina de soldadito aviador, y mi padre nos avaló con la mía. Una de las condiciones, me llevó a buscar otro trabajo con una nómina más alta. Por eso, echaba currículums a diestro y siniestro.

Una vez que tuvimos el dinero en la cuenta, me ayudó con vehemencia para que encontrara un trabajo mejor remunerado. Amanda crecía junto a Pepe y todo daba la imagen de un hogar feliz. Con mis oposiciones a punto de abrir inscripciones y el futuro por delante….

Decidí dejar la guardería para empezar en una farmacia cerca del centro de Málaga. Con unas condiciones excepcionales y un ambiente de trabajo genial. No es que estuviera mal en La Cala, pero el contrato era mejor y estaba un poco cansada de trabajar con niños bebés.

Recuerdo esa tarde y no creo que la olvide nunca.

Recogí a Pepe del cole con mi coche, por cierto, tenía que llevarlo a cambiar las ruedas. Fui a por Amanda al suyo, porque Juan tenía guardia en la base. Y, primera sorpresa, la había recogido su mamá. Llamaba a Juan con mi Nokia 8210 con carcasa rosa, pero me daba apagado. En casa, tampoco estaba.

Nos bajamos del coche. Pepe iba ilusionado porque había sacado un 10 con una maqueta de un avión que la habían hecho juntos y gritaba como loco: ¡Juan, Juan, mira mi nota!

Pero Juan no estaba.

Había una nota en la nevera.

“Hola, amor:

La casa es tuya, la has pagado tú. El coche también. No te mereces estar con alguien como yo. Nos vamos a Zaragoza. He pedido destino allí. Se me iba a hacer muy duro decírtelo a la cara. Pero Emma (la madre de Amanda) ha movido todos los papeles y se viene conmigo. Sólo espero que alguien te haga feliz, como te mereces y que Pepe tenga el futuro que tan insistentemente le estás ayudando a conseguir.

Besos y hasta siempre. Juan”

 

¿Cómo? Pensé en ese momento. ¿Pero qué coño es esto?

¿Será cobarde ruin y rastrero, hijo de la gran puta?

¿Qué…qué?

Pues eso. Que se largó dejándome un marrón de mil pares de narices, el corazón con una enfermedad terminal incurable, la vagina seca para meses y una cara de gilipollas, que si alguien la hubiera visto, se hubiera hartado de reír.

Decisión equivocada.

¿Y si no hubiera aceptado irme a su casa? ¿Y si hubiera empezado por mí y poco a poco introducir en la vida de Pepe a alguien como Juan? ¿Y si hubiera comprado una casa nueva en vez de aceptar la suya? ¿Por qué acepté? ¿Sólo porque estaba en el Palo cerca de mis padres y mis amigos? ¿Por qué decidir empezar algo serio en vez de divertirme y punto? ¿Porque me hacía correrme tan bien? Pero si al final volvía a tener que masturbarme.

No sé por qué no lo hablamos. No sé por qué confié. Quizás porque era una hembra humana. Que le daba vueltas a todo. Una chica a la que le gustaba tenerlo todo controlado para tener seguridad. No dejaba nada al azar. Salvo las variables que no dependían de mí. A la larga, sería un inconveniente para mi salud mental y una ventaja en cuanto a organización física.

 

Una persona con falta de autoestima por culpa de lo que me pasó en mi juventud. O no. O todo eso eran excusas baratas para darme consuelo por ser abandonada a mi suerte por la persona que amaba. ¿O sólo amaba su pene dentro de mis orificios penetrables?

 

Yo qué sé. Caí en una especie de depresión. Caía en pensamientos recurrentes y me sentía culpable de la situación. No tenía claro si había amado, si me había amado, si había sido feliz o si añoraba esa seguridad familiar. No comía, no hacía deporte, dejé de estudiar, lloraba y lloraba siempre que Pepe no me veía….

Mis padres, otra vez, estuvieron a la altura de lo que eran: dos excelentes personas, humildes, sin estudios universitarios, pero con toda la inteligencia que cualquier terrestre pudiera desear. Me ayudaron con Pepe y estuvieron a mi lado con elegancia, sin soltar un solo improperio para el soldadito.

Las decisiones nos llevan a estar donde estamos. Es una absoluta tontería cuestionarlas a “toro pasado”. Hay que tomarlas y se toman. La mayoría con pasión e ilusión. El cerebro queda en segundo plano hasta que una es lo suficientemente madura o le han dado palos de todos los colores. Pero en ese momento, a ver quién es capaz de no caer en esos interrogantes. Luego, hay que aprender. La teoría me la sé. Pero…

 

Como la deuda me iba a tener atada durante no sé cuantos años, no tenía más remedio que ir a la farmacia a trabajar. Con razón me había insistido tanto en mejorar mis condiciones laborales…

Tardé un par de meses en empezar a levantar cabeza. Reme y Alvarito, siempre estuvieron ahí, con nosotros, pasando temporadas en casa, en plan ocupas. Pepe, preguntaba por Juan, y yo, no podía ocultarle las cosas a un chaval de casi 10 años ya.

-         Juan, ha tomado una decisión y se ha ido lejos con Amanda y su mamá.

-         ¿Pero mami, y nosotros?

-         Pues nosotros nos quedamos aquí, que mami tiene cosas que hacer.

 

 

Le costó asimilarlo. Como a mí. No dejaba de preguntarme si había sido por mi culpa. No podía pensar mal de él, no quería más bien. Pero la realidad es que me había engañado y estafado, pues volvió con su Emma y me dejó una buena hipoteca.

 

 

En la farmacia, una amiga de la farmacéutica, que era sicóloga, María, me ayudó bastante a llevar el duelo. Cuando se lo pude contar, pues me costó abrirme. Una de las cosas que me enseñó, es que la felicidad es una ilusión, una utopía que se busca fuera. Cuando la realidad, es que se puede ser feliz sin nada material, ni nadie alrededor. No hace falta más que una misma para serlo. Estar en paz interior, cerrar los ojos por la noche antes de dormir, y tener la conciencia tranquila.

Mariela, una compi de turno, también de El Palo, pero de la zona de Echeverría, era dicharachera, simpática y calentona como yo, fue también buena influencia. Me hacía pasar las guardias casi sin enterarme.

Casi tres meses después, fui capaz de volver a la academia para despedirme, pues mi cabeza no retenía ni leyes, ni leches. Tampoco tenía ganas de ir dando vueltas por España, para coincidir que Juan, que sólo Dios sabe, si estaba en Zaragoza o si se fue a Fuengirola a vivir. Ya no me fiaba de nadie.

Nueva decisión.

Aunque volví a hacer deporte y a hacer horas extras como profesora particular en mi chalet. Para que Pepe no estuviera más tiempo sin mí del necesario.

Todo en mi mente y en mi cuerpo, volvía poco a poco a su sitio. Mis pechos firmes, mi culo, duro (cada vez más grande, pero duro). Mis piernas fuertes, y por qué no, estaba más guapa y buenorra para acercarme a los treinta. Con casa, coche, trabajo…Me veía mejor, conforme pasaba el tiempo y se aclaraban los nubarrones como hace el Sol, cuando sale entre las nubes tras una gran tormenta. ¡Qué bonito me ha quedado!

 

 

Incluso mis fantasías regresaban de menos a más a mi mente insana. Con clientes, con personas de la calle, con Juan, con mi cuerpo…Era un no parar je, je. Me retorcía de placer en mis momentos íntimos conmigo misma, nivel experta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V. “PASTA”

“…salgo de mi propio cuerpo, hablo de una forma extraña…”

El tiempo pasó. Fue una época muy movidita. La adolescencia de Pepe empezó a los 10 años. Sus hormonas masculinas enfrentadas a una madre joven todavía y en “edad de merecer”, como decía mi abuela, tuvieron más de un encontronazo. Pero tuve mucha suerte. Mi niño, aparte de ser guapísimo al extremo, como su madre, era un tío muy maduro para su edad.

 

Mis decisiones pudieron haber contribuido a la forja de esa persona noble, con las ideas claras, viviendo sus etapas sin la figura de un padre, pero asumiendo su periplo por esa edad tan complicada con responsabilidad e implicación en el diseño de su propio futuro. Gran deportista y con mucha facilidad para cualquier deporte que se le pusiera por delante, y que nos pudiéramos permitir, claro.

 

Alto, moreno malagueño, no como el padre que recuerdo que parecía transparente, y con los ojos color miel. Un buen partido para cualquier niña. Pero él, muy digno, no se comprometía con ninguna en nada serio, pues en su mente, estaba el irse fuera de su Málaga, para volver con algo con lo que disfrutar de su playa, de sus chiringuitos, de su Monte San Antón, de la escalada en el Chorro, de la subida al cerro Salazar en el Rincón y de la Sierra de las Nieves, algo que le entusiasmaba desde la primera vez que lo llevé con 5 añitos.

 

Soldado, quería ser. Pero no de tropa, sino de los mandos. Yo no tenía ni idea del ejército, pero al hablar con algunos de mis ex compañeros de academia, y con el paralelismo de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, vimos cómo podía realizar su sueño. Acabaría el C.O.U. en su cole, tras lo cual, se prepararía en la academia para entrar en la Escuela de Suboficiales, con la idea de estudiar ingeniería e ir ascendiendo en la escala. Todavía le quedaban un par de años para eso…

 

Decisiones que, si hubieran sido otras, su rumbo quizás se hubiera visto comprometido por alguna borrasca atlántica, en forma de “choque frontal” con alguna autoridad masculina o actitud tirana, debida a una relajación y exceso de mimos por mi parte, lo que no hubiera favorecido esa autonomía que tenía para todo.

 

Sin saberlo me encaminaba hacia la toma de una nueva decisión, desde el corazón y suspendiendo el teórico…

 

Uno de los peores recuerdos que me dejó Juan, llegaría esa mañana de febrero. Todo parecía estar en orden. Pero sonó el timbre.

Un amable cartero, del barrio, el de toda la vida, esperaba en la puerta con cara seria.

-         ¿Qué pasa, Antonio? Buenos días, le dije sonriendo

-         Hola, señora. Le traigo una notificación de Hacienda con acuse de recibo.

Chasssss

Jarra de agua helada por la espalda hacia abajo…

-         Firme aquí, por favor, si se da por enterada.

-         Bueno, a ver qué es, le dije ya con una sonrisa bastante forzada. Y con una curiosidad empañada por el miedo y congelada por la jarra esa que me puso los pelos como los pollos del Pryca.

Resulta que el señor Juan, en uno de sus chanchullos y con las prisas de salir “por patas” con Emma, dirección a Cuenca, hacia donde me había puesto en múltiples ocasiones, había dejado de declarar préstamos y de pagar unos impuestos de no sé qué, que me obligaban a hacer frente a una multa de casi 4 millones de pesetas. Además de tener que devolver el coche, vaya, el dinero que había costado, pero ya no costaba, así como un préstamo de re hipoteca sobre la casa, en un plazo de tres meses, o se la quedaría el banco.

 

 

Total, 9 millones de pesetas, lo que ya eran casi sesenta mil euritos, contando con gastos de abogados y costas.

 

El banco en el que tenía toda mi economía, se desentendió un poco del asunto, afirmando que no se podía refinanciar la deuda de una deuda o historias de esas. Total, que una amiga de Reme, Marina, que era abogada me estuvo asesorando un poco sobre el tema.

 

O pagaba y ya, o adiós a la vida tal y como la conocía. Adiós a los estudios de Pepe, adiós a mi cochecito, bye bye a mi casita y a trabajar mañana y tarde donde fuera y por las noches también para poder sobrevivir.

 

En medio de tanto papel, tanto abogado, tantas reuniones con el banco y trabajando en la farmacia a turnos dobles los fines de semana, porque Mariela estaba de vacaciones (anda que irse en febrero de crucero de solteros…tiene tela, vaya), estaba a punto de rendirme y venirme abajo del todo.

 

Mis llantos nocturnos, despertaban a mi adolescente, que me cuidaba como si él fuera la madre y yo el hijo.

El sexo ni se me pasaba por la mente, lo que tampoco ayudaba a mi bienestar. El deporte era lo único que me relajaba un poco, y salía a correr o a nadar, pero nunca sola, pues llegaba a desorientarme y a perderme.

 

En fin, un cuadro que no parecía tener solución. Y que no podía permitirme por ahora. La salida fácil hubiera sido abandonar, caer en un bache y esperar a que pasara el tiempo para poder volver a subir. Pero no, yo que había subido tantas “cimas”, ahora, no me rendiría por dinero.

Y como casi siempre…hay una luz al final del túnel.

 

Después de negarme el préstamo en varias entidades bancarias, Marina me recomendó una financiera. Yo no me fiaba mucho, pero insistió y me propuso que, al menos, me diera esa oportunidad.

 

Me decidí a ir con ella a las oficinas. Era una empresa que se dedicaba a dar préstamos y con mejores condiciones que los bancos. Se suponía, claro, pero alguna pega habría, pensaba yo.

 

Nos presentamos allí sin avisar, ya que Marina tenía confianza con ellos.

Nos recibió un tipo súper apuesto: Emilio.

Alto, guapo, elegante, olía…hmmmmm. ¡Cómo olía, el capullo! No su capullo, ¿eh?

Fue como un flechazo a primera vista. No me quitaba el ojo de encima, y cuando miraba a Marina, sonreía con unos dientes brillantes, de anuncio de pasta de dientes. Había buen rollo entre ellos, se apreciaban los restos de una relación exclusivamente sexual e intermitente, después de fiestas pijas en cualquier club de golf de la costa, empapado de ese ambiente, dinero, excesos, alcohol y drogas, en el entraría por inercia, y ni me lo imaginaba en ese instante.

Por supuesto que tendría el dinero lo antes posible, en una semana, decía. Que prepararía los papeles y me avisaba.

Todo parecía ir bien, y encima el tipo estaba bueno de narices. Vaya que salí de allí húmeda. Ya no sé si por la emoción hormonal o por la de saber que conseguiría salir del boquete multi funcional y económico que me había comido sin tener culpa, o quizás por mi inocencia y por mi tendencia a no pensar mal de nadie, a pesar de las “pequeñas hostias” que me había dado mi corta e intensa vida.

Cómo me enrollo….

El caso es que esa noche, pedimos unas pizzas y lo celebramos Reme, Álvaro, su “novio” (tenía uno al mes, más o menos, y yo ya…pues la verdad, sus nombres…ni me molestaba en recordarlos), Pepe y una chica monísima y con un tipazo, holandesa, que había conocido en un bar de Pedregalejo.

 

Esa noche hubo tocamientos, claro. Volvía a mi ser, ¡por fin! Y exploté un par de veces, antes de dormir como una marmota.

 

La relación inevitable, me conozco perfectamente, con Emi, no tardó en comenzar.

Yo, caí en todas las trampas y en todos los tópicos del mundo romántico en el que me introdujo el señorito. Pero a mi falta de cariño, no por mi hijo, pero de un buen varón, se unió mi manía de no aprender de mis errores y creerme que todo el que se me acerca, es una buena persona.

Empezó invitándome a cenar el día que firmé mi nueva deuda, que me sacaría de la otra, al menos de momento.

Un restaurante mega pijo, en Benalmádena, cercano a un acantilado, iluminado con velas…de cuento, vaya. No faltaron las flores, en forma de biznaga malagueña, muy de mi barrio, pero precioso símbolo de mi ciudad. Para rematar, unas copas en una discoteca de Fuengirola, exclusiva, a la que había que a ceder a través de una contraseña, en un chalet privado, con una pincha discos desnuda y con un ambientazo de escándalo. No se sabía muy bien quien la daba, pero todo el mundo hablaba con todo el mundo y se comían la boca, sin importar sexo o tamaño.

Yo, no pregunté mucho, porque me veía un poco fuera de lugar, y Emi, sólo me abandonaba a ratos, cuando iba al baño. Luego, abrí los ojos ante esas visitas al aseo, que no eran más que filetazos de coca, speed y demás mierdas que se metía toda esa peña.

 

Todo eran halagos a mi belleza, a mi valentía, a mi forma de bailar y a lo bien que me sentaba el vestidito. Que en realidad era una camiseta, así que…normal la llamada de atención. Con ese cuerpazo que tenía. Y que tengo en la actualidad ¡qué coño!

 

 

Cuando me dejó en casa, me dio un tierno beso y no intentó propasarse ni nada, ¡qué caballeroso! pensé en mi estúpida inocencia de princesita de película mala. Empecé a ilusionarme y a recibir llamadas casi a diario por parte del seductor profesional. Si es que era comercial…y yo sin abrir mis ojazos.

 

Quedamos un par de veces más, pero siempre con otras parejas. Todo eran cenas fantásticas, bares exclusivos, discotecas con reservados, noches en Marbella, Sevilla, musicales en Madrid y regalos para Pepe, al que no conoció hasta tiempo después.

Hasta que una de esas noches que, por cierto, a mí me costaban una pasta en canguros. Menos mal que había encontrado a una chica fantástica y madura también, a pesar de su corta edad. Maca, se llamaba. Guapa y más “apañá” que encontrarse un billete de diez mil pesetas.

Pues eso, esa noche, acabamos en Granada. En un hotel con vistas a la Alhambra. Era primavera y hacía una temperatura fantástica. Cenando en la terraza la vista era de reyes. Yo no trabajaba al día siguiente y el seductor, había cerrado el acceso a la terraza de manera que sólo entraba una camarera vestida de danzadora del vientre y nosotros dos.

 

Con el vino, la cena, la copita, las velas y ese monumento impresionante de fondo, despidió a la camarera y nos quedamos solos allí.

Nos besamos. Nos desnudamos e hicimos el amor. Bueno, su miembro fue el que hizo todo. Porque se limitó a sentarse en la tumbona y a que yo me moviera. “Eso”, no se le bajó en una hora. Y a veces, creo, que se quedaba dormido, pero yo a lo mío, hasta que no me quedé a gusto, no paré. Esa noche no sé ni cómo, nos fuimos a la cama y dormimos abrazados hasta las 10 de la mañana.

Ahí empezó.

Yo pensaba que era un super macho, con pasta y que se había enamorado de mí. Lo de la erección tan prolongada dio alas a mi imaginación mas sucia.

Bueno, de sucia nada, salud sexual, se llama ahora y nunca debería de haber abandonado ese calificativo.

 

Al mediados de verano conoció a Pepe. Fue un choque de trenes.

Empezaron mal, ya que Emi era futbolero y madridista. A Pepe, el fútbol siempre se la había traído al pairo. Intentó ganárselo de manera torpe, con regalos de niño adinerado, como invitarlo al Bernabeu, le compró una video consola, intentó enseñarle a navegar, bueno, que le dieran clases en el Club Mediterráneo, del que era socio, porque él, tampoco tenía ni idea. Sólo subía a barcos para fiestas. Y nos invitó a hacer un crucero los tres para conocernos mejor.

 

Pero no resultó. Emilio, no vivió nunca con nosotros en casa. Aunque nosotros sí pasamos alguna quincena en su chalet de Fuengirola, en verano, en feria, no sé, a veces.

Lo del crucero, no fue buena idea. Pues al ver que no congeniaron, Emilio, con muy poco tacto, intentó obviar que estaba Pepe allí. A Pepe le dio igual, pues tampoco quería compartir ratos con él, y apenas lo vimos durante los siete días.

Cuando a veces hablábamos del tema, mi hijo, en su enorme madurez me avisaba. Una de las últimas tardes que pudimos hablar tranquilos, la conversación me quedó grabada:

-         Madre, me decía así, es un mal tipo. Tiene pinta de mentiroso y de drogadicto, te utiliza como florero.

-         Venga ya, Pepillo. Para una vez que tu madre está con alguien normal…

-         ¿Normal, madre? Ay, que parece que te has caído de un guindo. Te fías de los tíos y no les cuestionas nada.

-         ¡Pero si todo va genial!

-         Bueno, Blanca. (Odiaba cuando me llamaba por mi nombre) Mira, es un chulo, los vecinos lo saben. Y saben la cantidad de tías súper buenorras como tú, se lleva a su casa.

-         Pero eso sería antes, niño. Ahora estamos juntos y me fío de él.

-         Tú misma, es tu vida, disfrútala. Pero no me arrastres, que yo tengo claro mi futuro. ¿Tú lo tienes con él? ¿Te quitará de la farmacia para que estés aquí encerrada y no veas nada? ¿Qué pasará cuando se cruce con alguien que no tenga un hijo que le caiga mal? ¿Te ha planteado vivir juntos o compartir algo más que días de vacaciones?

-         Anda, tío, no me rayes. Dame un beso y ve a entrenar.

 

Más razón que un santo, tenía.

Nunca me había hablado de su familia, ni de sus planes, ni de sus negocios, ni de quienes eran sus amigos de verdad. En todas las fiestas, cenas, conciertos y viajes, se le acercaban como moscas, pero a algunos apenas los conocía. A ellas, sí, a casi todas. Yo, en mi enamoramiento nublado por la atmósfera romántica ideal de mi mente mental, no preguntaba por no ofender. Me había hecho una peli, de esas que yo me había hecho siempre, pero esta parecía real. El sexo era bueno, me trataba muy bien, me tenía colmada de atenciones, me invitaba a todo, y me miraba con una ternura con la que me sentía querida y deseada. Todo iba bien. Parecía que la fantasía se cumplía, lo que me daba feedback para continuar fantaseando.

¿Y si me pide que nos casemos? Bueno, ya veremos. Para bodas no estamos.

¿Y si me pide ir a vivir juntos? Bueno, ya llegará. No sé por qué no me lo pidió todavía.

¿Y si me presenta a sus padres? A ver qué pasa. Por cierto, ¿tiene padres?

¿Cómo hará para estar “tieso” toda la noche? No hablamos mucho de sexo. Nos ponemos y ya. Nunca me ha comentado sus gustos ni me ha preguntado los míos. Bueno, pero estoy satisfecha.

¿Y si me lleva un día a la oficina y me presenta a sus compañeros? Tampoco me habla del trabajo.

 

Pues ya está liada la cosa. Yo misma con mis recurrencias, fantaseando y cortándome el rollo a la vez. A ver quién puede más, si mi yo “fantasy” o  mi yo “corta rollo”.

 

Ese fue el principio del fin.

Aunque estábamos bien, hablábamos a diario y quedábamos todos los fines de semana, había algo en su mirada que me atraía hacia él, al mismo tiempo que me hacía desconfiar.

Así que una de esas noches empecé a preguntarle.

En vez de hablar como personas normales en una relación, bueno, lo que yo consideraba normal, se puso hecho un energúmeno. No me lo esperaba. Yo sólo le había preguntado por sus padres y amigos, y la respuesta fue un cortante: “no te metas en mi vida”, acompañada de un “aguafiestas”.

¿Cómo? No me lo esperaba. Después del grito se fue corriendo al baño. Me dejó allí, en la mesa aquella con una pareja y otra amiga suya, fumando porros y bebiendo tequila que apenas alteraron su gesto.

¿Qué no me meta en su vida? ¡Pero si llevábamos un año juntos! ¿De qué va esto?

 Así no iba a quedar la cosa, así que me levanté y lo seguí. Abrí la puerta del baño de un empujón, y ¡sorpresa!

Agachados sobre la cisterna, con el camarero, dos rayas de coca encima de la cartera y un billete enrollado en forma de canutillo. Blanco y en botella. Bueno, blanca y por la nariz.

-         ¡Largo de aquí!, espetó.

-         Perfecto, le dije. Que te vaya bonito.

Me acerqué a la mesa, cogí el bolso y le pedí al portero que llamara un taxi.

Era eso. Drogas. Cocaína, alcohol y algo más. Seguro. Todos los días y a todas horas. Lo que le había separado de su familia y de mí, por supuesto. A mí, un enganchado de estos, no me grita. Vaya que no.

Fui a casa y lloré y lloré. Pero no por él. Por mí. Más bien por mi forma tonta de dejarme llevar por mi fantasía vital. Por haber caído en una trampa. ¡Otra vez! En fin. Qué mal lo había hecho. Por eso lloraba.

Pepe se acercó a mi cama y no dijo nada. Se acostó a mi lado y me abrazó. Vaya crack el tío.

 

Pasaron un par de días hasta que volví a saber de él, de Emi. Todo fueron pedidas de perdón, flores a la farmacia, cartas de amor, llamadas de Marina, regalos y bombones. Dos semanas lo tuve detrás mía.

Cuando se me pasó el enfado, DECIDÍ, volver con él.

No sé por qué, quizás para desenmascararlo del todo, quizás para darme la oportunidad de cortar de otra manera, cerrando un ciclo y no a la carrera por la puta droga. Quizás, porque en su mirada, había sinceridad. O al menos, yo la veía. Y sus palabras también parecían verdaderas. Al pedirme perdón y pedirme volver de una manera más libre y más abierta. Prometiendo hablar y darse a conocer para poder evolucionar, como pareja.

 

Je, je, je…TOOOONTAAAAAA

 

Pues nada, que la noche de vuelta, después de muchas copas intentamos hacer el amor. No funcionaba. Por lo visto, me confesó, que para el sexo, se metía una roquita de “cristal” y media pastillita azul, lo que le hacía estar con el miembro firme el tiempo necesario. Pero esa tarde, su camello, no estaba disponible.

No sé si fue peor la sinceridad…

Me sentí mal. O sea, que las veces que habíamos intimado, ¿estaba drogado? ¿Que las erecciones eran falsas?

¡Claro! Con razón se quedaba dormido mientras me la metía. Y yo pensaba que era un macho alfa. En fin.

-         No te preocupes, no pasa nada, mentí. Mañana por la mañana veremos qué pasa.

-         ¿Mañana? ¿Vas a dormir en mi casa?

-         ¡Claro, amor! Le dije, ya verás como no necesitas drogas conmigo.

-         Es que…mañana tengo trabajo temprano. Además, no tengo nada para el desayuno…y viene la de la limpieza a las siete.

Total, que excusa tras excusa me cortó el rollo. Me cogí el coche y me fui con un cabreo del quince.

 

-         Venga, va. Ya hablamos, chao, le dije.

Y me largué. Y él se quedó como perro sin pulgas.

Estuvo casi una semana sin llamarme. Luego otra semana de peloteo. Otra vuelta con cena y fiesta y…otro fiasco sexual.

Otra semana de off. Y ya me había hartado casi del todo. Pero me planteé plantarme en su casa de sorpresa. Mi niño me había aconsejado que no lo hiciera. Que pasara ya del tema. Pero yo, erre que erre. Me planté allí.

Sábado por la tarde. Aparco en la calle paralela a su casa. Camino, tranquilita, dando un paseíto. Y, otra sorpresa. Rubia, con tetas de silicona, pintada como una puta, (lo era, y de las caras) de la manita de mi amor, subiendo las escaleras que llevaban a la puerta del chalet.

-         ¡Hooooolaaaa! - dije canturreando- ¿Estabas vivo?

-         Ehm…esto no…esto no es lo que parece, dijo riendo.

-         ¿Cómo que no, amol? Dijo la cubana. Vamos a follar con ella también que está bien buena.

Ja, ja, ja, la leche. La fulanita quería un trío. Imagino que cobraría más por eso.

-         Nooo, gracias, le dije. Tú sí que estás buena. Si no tuviera prisa, ibas a ver. Le dije riéndome yo también.

La cara de Emi fue todo un poema. Y hasta allí, llegué.

Putero, drogadicto, mentiroso, pasota y lo peor, la relación con mi hijo.

La verdad es que no sé qué se me pasaba por la cabeza.

Después de dos semanas más dándome el coñazo, tomé la DECISIÓN de olvidarme de él.

Esta vez no lloré. Pero caí en una depresión total. Menos mal que tuve vacaciones en la farmacia y no se enteraron mucho de la movida. Me metí en casa y dejé de salir. De salir de la cama, me refiero. Oye, pero el hambre no se me quitaba…¡Vaya cantidad de chocolate en todas sus variedades!

¡Y vaya cantidad de variedades que descubrí!

 

Esos casi dos años, desde que decidí caer en las garras de otro humano varón, cayeron sobre mí como un puente bombardeado.

¿Me dejé llevar? ¿Qué excusa tenía esta vez para darme a mí misma? ¿Qué es lo que busqué: ¿Sexo? ¿Cariño? ¿Amor? ¿Familia?

¿Cuál fue el momento exacto de obnubilación mental que me llevó a creerme mi fantasía? ¿Es que no me había pasado antes?

Todos esos interrogantes sin respuesta dentro de mi recurrente cabeza, me llevaron a una especie de auto destrucción. Pero no a base de borracheras ni nada de eso, sino de estar sin ganas de vivir, vestirme o todo lo que no fuera ver basura televisiva y quejarme por todo.

Pero, ¿a quién voy a engañar? Claro que tenía respuestas. Lo que pasa es que no quería aceptarlas. La clave estaba, como no, en no aprender de actos anteriores, confiando en que esta vez sí era la buena…

 

Pero, siempre que alguien se cae, hay amistad y familia de por medio, alguien tira fuerte para levantarte del frío suelo…

 

Y no podría olvidar, al chocolate, claro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI. “EL POZO”

“…odio al tipo del espejo, unos siete días por semana…”

 

En mi nueva vida de amargada, cambiaron ciertas cosas.

Para empezar, Pepe, ese gran hombre de mi vida, se encargó de pedirme una cita para un siquiatra de prestigio. El señor en cuestión era de mi barrio. Y uno de sus hijos era amigo del mío. Estudiaban todos los hermanos en Londres y venían en vacaciones. Como jugaban al rugby, un día de casualidad, en la playa de Las Acacias, entablaron conversación y se hicieron amigos para siempre.

¿Yo? ¿Al siquiatra? Ni loca, ja, ja, ja.

Pero, Remedios y mi santa madre, se encargaron de engañarme de tal manera, que, casi sin darme cuenta, me habían colocado uno vaqueros, camiseta y chaqueta de cuero, sentándome en la silla delante del señor siquiatra con renombre internacional.

Me diagnosticó una trastorno ansioso-depresivo y me recetó unas sesiones de terapia con una sicóloga. Esta chica, debía ser joven como yo (je, je) pero de inexperta, nada de nada.

Tras un principio de terapia “de choque”, me encaminó a enfrentarme con mis miedos infantiles, a reconciliarme con mi figura paterna, y a ir aceptándome como yo era, con mis virtudes y mis defectos. Por lo visto, tenía virtudes…y yo sin enterarme.

Los días que iba a terapia, eran días de luz. El resto de la semana, intentaba sobrevivir. Me incorporé a trabajar obligada por mi niño.

En la farmacia, tuvieron que enterarse, pues conocían a la sicóloga. Además, mis ojeras, mi pérdida de peso, muy a pesar de los quilos de chocolate, y mi apatía, no tendrían, si no, ningún tipo de justificación.

En casa, con el tiempo, empezamos a hablar de todo, incluidos los hombres que habían pasado por mi vida, por nuestras vidas, mejor dicho. Hasta de su padre, hablamos.

Fue una liberación, y empecé a sentirme mejor. En realidad, no había tenido una vida como las demás, y debía sacar de ahí lo bueno, lo que sí había conseguido.

 

El fondo del pozo, se averiguaba cada vez más profundo, pero yo volaba hacia la superficie.

 

Mi sicóloga, me recomendó que leyera. La verdad es que había tenido poco tiempo para dedicarle a la lectura. Ahora que Pepe era más mayor, tenía mis momentos de soledad buscada. Siempre bajo la vigilancia de mi familia y de mis amigas. Así como de mis compañeras de trabajo.

Descubrí un mundo apasionante. Leía todo lo que caía en mi mano y me fascinaba la facilidad que tenían las personas para escribir sobre todo tipo de temas.

Luego, me atreví a escribir. Escribía pequeños poemas con rimas muy facilonas, a las que siempre les daba mil vueltas, como a mi cabeza, para dejarlas como a mí me gustaba. Luego, escribía mis sueños. Pero no los sueños como metas de vida, sino lo que soñaba por las noches. Había vuelto a dormir, gracias a la medicación del señor siquiatra, y además tomaba unos antidepresivos naturales, que me había recomendado mi compi Mariela, que era muy mística y naturalista. Creo que esa combinación, hacían de mis sueños unas historias intrigantes, fantásticas y con un fuerte componente sexual…bueno, esto último, venía conmigo desde que nací, creo.

Me encantaba levantarme temprano y escribirlo todo al detalle mientras desayunaba y me preparaba para salir a correr, antes de trabajar. Luego, al llegar, meditaba con Pepe y me iba al gimnasio a ver a los colegas de academia que todavía andaban preparando las oposiciones de bombero, ya con más canas que pelo, aprovechando para tonificarme muscularmente

Mi cuerpo, volvía a hacerse apetecible. Sobre todo, para mí misma. Esa era otra cosa que había venido a mi vida para quedarse: pensar en mí y dedicarme mis ratitos sexuales, mis ratios de lectura, escribir mis relatillos, mi forma física y esas cosillas mías.

 

Pepe, se iba al ejército.

Decidí darle mi visto bueno. Tampoco tenía opción. Con su madurez y su preparación física, entraría sin problemas. Además, durante todo el verano, estuvo preparando el examen de acceso al cuerpo de ingenieros. No tenía ni la más mínima duda, que entraría de los primeros de su promoción.

Así, fue. Se me fue. Me quedé como si me hubieran arrancado una parte de mi cuerpo. Coja, manca, ciega o sorda. Aturdida. Con pena pero orgullosa.

Entré en otra dinámica de pensamiento en espiral, recurrente y encontrado. Yin y Yan. Qué bien, pero qué mal. En fin, lo que venía siendo mi vida.

El vacío no se podía describir. Llegar a casa y no estar con mi niño…No hay palabras. Y eso que estaba vivito y coleando, que si no….

Creo que fue en un momento en el que yo estaba mejorando, y con mi sicóloga de cabecera, pude trabajarlo.

Los tres primeros meses de instrucción, fueron los peores, pues apenas tenía noticias de él. Luego, nos envió unos cuantos billetes de tren para que subiéramos a la jura de Bandera a Madrid. Y yo pensando que estaba en Zaragoza…

Durante el acceso y la instrucción, había sido seleccionado para un cuerpo de Élite, era lo único que me dijo. A partir de ahí, sus años de estudio y de misiones, pasaron con mensajes de carta cada tres meses desde los lugares más insospechados para mí. Afganistán, Serbia, Túnez, Filipinas, Australia, Méjico, Canadá, Laponia….No veas el nene la vida que se estaba pegando.

 

Mientras tanto, yo me apoyaba en mi trabajo y en mis letras. Leídas o escritas. Alguna vez, compartí con mi jefa, con Mariela, con Reme, mi madre y poca gente más, mis escritos. A Todo el mundo le encantaban y decían que no lo hacía mal del todo. Yo, sabía que era para animarme, pero sonreía y daba las gracias. Volví a hacer deporte a diario, pues tenía mucho tiempo para mí y me puse más fuerte que un limón.

 

Mi terapeuta, me animó no sólo a escribir, sino a presentarme a algún concurso de relatos y ahí empezó a forjarse la siguiente decisión.

 

 

Fue un concurso de Ciencia Ficción de la Universidad de Málaga. Presenté un cuento sobre la genética y sus posibilidades en el futuro, en cuanto a mejora de la raza humana. El caso es que gané. Ja, ja, ja….Imaginad el nivel que había…

 

En un cóctel posterior a la entrega de premios, a la que me acompañó María, mi sicóloga, me abordaron dos chicas (lo digo porque eran de mi edad, claro) jóvenes y muy elegantes, con una propuesta que no estaba preparada para abordar.

-         Hola, Blanca. Me dijo la más alta. Soy Pau.

-         Y yo Sonia, dijo la otra.

Bien arregladas, con maquillaje discreto,  trajes de chaqueta, taconazos y escotes de vértigo. Las dos con gafas de empollonas para disimular esos cuerpazos. Sin arrugas visibles, pero extrañamente morenas para ser científicas.

Algún día mejoraré mis tetas, pensé. En cuanto ahorre un poquito. Y estas arruguitas del labio y de la frente…No podía pensar en nada más en ese momento. Mariela sabía dónde podría ir. Incluso financiar esos retoquitos. Bueno, pues en cuanto pueda, lo malo es que tendré que aprovechar unas vacaciones o algo…

Bueno, que me lío con mis recurrencias, a ver que quieran estas dos:

-         Mira, hemos leído y nos ha encantado tu relato. De hecho, hemos sido parte del jurado y nos decidimos por ti, sin dudar ni un momento. Comentó Pau.

-         Ay, muchas gracias, guapa -le respondí poniéndome colorada. Qué raro, pero sí, como un tomate de Coín. Era la primera vez que alguien, desconocido, alababa mi forma de escribir. Pero intuía que había algo más que me querían decir.

-         ¿Qué te parecería una beca de formación? Preguntó Sonia.

-         No se… es que ahora… Miré a María como pidiendo ayuda.

-         Pues claro, le vendrá genial -intervino María dejándome a cuadros. Todo lo que sea tener ocupada su mente y además de forma productiva le va ayudar mucho a ocupar el tiempo en cosas que no la lleven a darle vueltas a todas las informaciones recogidas por sus receptores sensoriales.

-         Ja, ja, ja. Reían las tres. Y yo a cuadros.

-         ¿Y tú, eres?

-         Soy María, amiga y sicóloga colegiada.

-         ¡Ah, vale! Sonrió Pau. Nada mejor que el apoyo de una amiga para estas cosas.

-         Bueno, y ¿en qué consiste el tema? Pregunté ya un poco extrañada.

Me llevaron a una salita apartada de la sala 23, en la que se desarrollaba el acto. Con luz suave, sillas cómodas alrededor de una mesa redonda, y una camarera para nosotras cuatro.

-         Sentaros, por favor, que te explico un poco. Bueno, un poco, no. Todo.

El tema consistía en becarme para una formación en Anatomía Patológica para empezar, a distancia, aunque con prácticas remuneradas por supuesto, en un laboratorio. Para luego continuar con un Programa Experimental en Ingeniería Genética que se empezaba a llevar a cabo entre la UMA y otra Organización.

Todo era perfectamente compatible con mi terapia, con mi trabajo y con mi vida. Lo sabían todo sobre mí. Incluso sobre María y sobre Pepe. Ya temía que supieran también las veces que me masturbaba en mi casa. Me conocían ¡mejor que yo misma!

A mí no me iba a costar nada más que mi tiempo y mi interés. Por supuesto que debía poner todo de mi parte y, ahí estaba el truco que yo me intuía, cuando acabara de todo, debía firmar un contrato con ellas y la cooperativa a la que representaban.

-         Tienes un par de días para decidirte, me dijo Sonia. Nos ha encantado tu idea del futuro de la genética y sus usos, no sabemos de dónde la has sacado, pero coincide con nuestros proyectos. A nosotras nos ha supuesto años de investigación, algo que a ti te ha salido de tu mente de forma natural, así que pensamos, que vas a poder ser compañera nuestra en el desarrollo de nuestras investigaciones. Ayudarías a muchas personas en el futuro y personalmente, estarás entre las mejores consideradas de nuestra cooperativa. Puedes cambiar tu futuro con sólo un “Sí” y una firma.

-         Muchas gracias, Sonia, pero creo que una decisión así, requiere al menos un par de días de reflexión.

-         Anímate, que tienes un potencial, que ni te imaginas – apuntó Pau, dándome una tarjeta con sus datos y su número de teléfono.

-         Venga, lo pensamos y os decimos algo mañana o pasado. Esta vez, fue María la que intervino.

-         Vale, encantadas de conoceros y esperamos tu llamada. Disfruta de tu premio, y de la fiesta.

Y se despidieron con dos besitos. También olían bien las tías. Perfumes caros: “Allure”, de Chanel y el famoso: “Nº5”. Algún día, pensé. Pero antes de comenzar esa rueda, me paré a tiempo, y empecé con otra espiral:

¡Claro! Me iba a tomar los dos días de reflexión. Era una DECISIÓN que podía cambiar mi vida. Esta vez, no se trataba de un tío, o de unas oposiciones, o de un bebé, o de otro tío…Ya había aprendido algo. Ya sabía que debía pensar ventajas y desventajas. Dificultades y propuestas de mejora. Yin y Yan. Pero esta vez, no como espiral de ansiedad, sino seriamente y con un fin. Mi vida. Ya había cumplido los 36. Con un hijo en el ejército, independiente, sin deudas y con trabajo. Sin cargas. Con amigos y amigas, estaba en un momento de debilidad o reinicio mental, pero feliz. Debía analizar tranquilamente y DECIDIR. Usando mi pasado, para vivir mi presente y preocuparme lo justo por mi futuro. Nadie sabe si va a estar viva mañana. Así que, paso a paso. Acto a acto y a realizar en el momento lo que se puede realizar. Lo demás, ya llegará. O no. Esa noche nos lo pasamos genial y nos cogimos las dos un buen colocón. Acabamos dándolo todo en el ZZ, con un musicón espectacular, y con dos amigos que siempre estaban en la columna del final, los tíos.

Ya podía estar el bar a tope, el día que fuera, que siempre estaban allí. Muertos de risa, invitando a chupitos y disfrutando de la noche malagueña. Uno era más alto y más guapo. El otro era más bajito pero que daba un morbo…El guapo cuando estaba borrachillo, hablaba poco y se movía como los vaqueros de las películas. El pequeñín, era más simpático y tenía más gracia bailando. Claro, María acabó con el guapo. Y se fueron. Vamos, que se lo llevó a su casa, la tía.

 

 

Yo me quedé bailando y soltando confidencias con el otro. Y…bueno, que eso, que me lo llevé a la mía. No veas. Que amanecer me dio. Temblando me dejó. Sin drogas, pero con una imaginación muy en línea de la mía, sexualmente hablando. Para repetir todos los viernes, je, je. Me preparó un desayuno de lujo, me dejé mimar y repetimos ya entrada la mañana del sábado. Cuando me desperté, me había dejado unas flores y una nota encima de una caja de pastelitos de chocolate de la panadería cercana a mi casa. Vaya detallazo:

“Hasta otra ocasión en que nuestras mentes vibren paralelas en la sintonía musical del amor”

Y un corazoncito con una L de León, como le decía su colega.

 

Me dio vida y serenidad para tomar mi nueva derrota hacia Barlovento, que es desde donde soplaban los vientos de mi rumbo.

Llamé a María, que me respondió la llamada ya de noche. Dice que estuvo muy bien con el guapo, pero que estaba muy perjudicada por el alcohol y se había quedado todo el día con resaca. Las sicólogas también son humanas, je, je.

-         Por mí, sí. Llamas mañana a “Pili y Mili” y les dices que sí. Bueno, no, hazte la interesante y las llamas el lunes.

Pues eso, que sí. Que la decisión estaba tomada. Iban a ser años de formación. Iba a tener la mente ocupada de forma productiva. Iba a trabajar como una leona, iba a estudiar e iba a continuar con mi deporte, mi familia y mis amigos. Así, que, ¿qué podría salir peor que hasta ahora?

Lo que más me costaba era lo del contrato o firma con ellos, pero bueno. Como ya había reflexionado antes, pasará en ese momento lo que tenga que pasar.

El tema de la Genética, el ADN, lo de la oveja esa clonada, las posibilidades inexploradas aún, las corrientes de pseudo ciencias que presentaban las antiguas modificaciones de los genes ante el enorme salto evolutivo que podrían haber sido alteradas por civilizaciones ancestrales…Ese mundo, me tenía apasionada. Así que. ¡A por ello!

 

 

VII. “REINICIO”

“…casi ya no veo el puerto, sólo hay una cosa clara…”

 

Fueron años duros. Pero no fueron demasiados, la verdad. Con las primeras titulaciones becadas, no tuve apenas problemas. Estaba perfecta y cuadriculadamente organizada:

-         Levantarme temprano a correr.

-         Ducha y meditación o viceversa.

-         Ir a la farmacia a trabajar.

-         Comer algo y estudiar. Comer algo y a terapia con María. (Una vez cada 15 días).

-         Alguna tarde de trabajo. Si no, más estudio.

-         Gimnasio o piscina, días alternos.

-         Teléfono: Pepe, padres míos, Mariela, Reme a días alternos y alguien más.

-         Lectura y/o escritura. Meditación.

-         A dormir. Ducha con temblor de piernas, o no.

-         Salir sólo lo necesario para mantener mis amistades.

-         Repetir.

Tuve que trabajar duro en terapia los momentos en los que mi horario se me descuadraba por cualquier imprevisto, tipo: una guardia nueva, piscina cerrada, algún que otro proceso gripal, lesión, llevar a mi padre al médico, comidas con Pili y Mili, bueno, con Sonia y Pau, que ya eran como de mi familia, retoques estéticos, de pecho y bótox, o alguna visita de “mi Pepe de mi arma”. Incluso alguna noche en casa de mi colega el de ZZ, que me daba un morbo que no lo podía soportar, je, je.

Mi niño, se graduó y fui a verlo a Madrid.

Hermético en cuanto a su trabajo, no dudaba en contarme sus sentimientos. En esta ocasión, me presentó a una chavalilla que se había echado de novieta, aunque por sus miradas cruzadas, eso, seguro (más vale el diablo por vieja), que iba para largo. Y acerté, claro. Bruja, que es una…

 

En cuanto a su próxima misión, era “Top Secret” hasta para mi nuera Almudena.

Aunque su nombre era claramente madrileño para mí; su simpatía y sociabilidad, parecían de Málaga. En seguida, me cayó genial. Guapa, alta, morena de pelo, aunque blanquísima de piel, normal, pero bueno, eso con tres días en la playa de Valdevaqueros en Tarifa, tendría solución. Alegre y deportista. Su delantera era espectacular, a nivel de sus caderas que también lo eran, acabando en culo de pera, en el que se podían agarrar varias manos. Que malas somos las suegras.

Esa delantera fue la que me dio el último empujón, para arreglarme la mía. Pero muy poco, ¿enh?, que no me hacía tanta falta con este cuerpazo que tengo. Y Ya que estaba puesta, pues DECIDÍ, coger cita para estirarme las arruguitas de la frente y del labio superior.

Todo se basa en decisiones.

Pasamos un par de días geniales los tres y se les veía felices. Además, no me hicieron sentir que era una pesada con tantos besos que le daba a mi hombre, y al final a Almu, pues también. Estudiaba para acabar Derecho ese mismo verano y tenía muy claro, que pensaba encerrarse a opositar a Fiscal. Los viajes de Pepe fuera de Madrid, la ayudarían a estar más concentrada.

Y Pepe desaparecía y aparecía cada tres meses más o menos.

 

Ya tenía yo acumulados dos titulaciones y empezaba con la última de Ingeniería Genética, en una Institución privada.

 

Estábamos apenas 5 personas en España, y dábamos las clases en un aula de la UMA que me habían preparado para mí solita, a distancia. En una pantalla, nos daban las explicaciones desde no sé qué lugar súper secreto, y las dudas y las comunicaciones, las hacíamos con una especie de radio. Cuando me sentaba allí, me sentía como la presentadora de un telediario. En pantallitas pequeñas alrededor del Profesor, aparecíamos los 5 alumnos. Los temas y los diagramas, así como los resultados de las pruebas o las tareas, me llegaban al instante a través de “mi impresora”, conectada a “mi ordenador”. Era una privilegiada y lo estaba aprovechando a tope. Además, disponía de unos laboratorios nuevecitos para mis trabajos y proyectos, contando con la ayuda de otras estudiantes súper empollonas que me hacían las tareas más pesadas. Se me pasaba el tiempo allí volando. Y no me importaba echar las horas que hicieran falta para acabar mis tareas y proyectos.

En total, estuve casi 8 años “currándomelo” día y noche.

Se acercaba el fin del curso.

Ese último trimestre fue muy duro. Yo estaba empeñada en un proyecto de fin de carrera en el que iba mi alma entera. Pedí un permiso en la farmacia, y mi jefa, se portó genial conmigo, como siempre. Nunca una voz más alta que otra, nunca una mala cara o un mal gesto por los errores cometidos que fueron muchos y alguno…pues eso, más importante de la cuenta, como cuando no interpretaba bien una receta y despachaba un medicamento equivocado. Siempre pendiente de Mariela y de mí, de que estuviéramos contentas y de que pudiéramos tener vida fuera del trabajo. Ella, estaba viuda desde muy joven y su vida era su farmacia. De hecho, vivía en un piso justo encima. Pero entendía que para nosotras era sólo eso, un trabajo; muy bien pagado y en el que nos sentíamos, las dos, en nuestra propia casa.

A la hora de elegir el proyecto, los Profes, nos presentaros 5 posibilidades. A mí, por mis calificaciones mejores con diferencia de las de los demás, me dieron a elegir la primera. Y yo, toda chula dije: elijo que mis compañeros (todos hombres) elijan primero y me quedaré con el proyecto que no quiera ninguno. Ahí lo lleváis, chavalotes.

Así que me tocó la oveja negra. O la oveja imposible, porque era como de fantasía. Trataba de cómo mejorar las capacidades humanas a través de la modificación genética. Como de cómic de súper héroes, vaya. Enchufar una inyección y correr más, saltar más, o pensar mejor durante un tiempo más o menos determinado.

Creo que tenía las claves. Los sujetos de estudio eran ratoncitos, pero funcionaba unos segundos.

De todas formas, me faltaba tiempo para justificar todas las pruebas, análisis, presentación, la redacción y la defensa… un plan.

Así que estuve dos meses con mi “agenda” alterada. María como loca conmigo, yo que me estresaba con los cambios, Sonia y Pau empujándome para que acabara y triunfara, no sé cuánto interés. Bueno, sí, habían invertido “una pasta” en haced de mí una experta en Genética a nivel… ¿nacional?

Para colmo, Pepe mandando postales desde una zona de guerra en Afganistán. Pero, ¿qué cojones hacía el niño en la guerra? ¿No podía esperar a que acabara con esto? Pues no.

Almudena llorando por teléfono todas las noches. Reme que ya vivía con su novio. A buenas horas, guapa, casi 45 cumplía ya. Álvaro, que no encontraba un buen gay que lo llenara. ¿Más? Mis padres pachuchillos que se iban a vivir a un pueblo de la Serranía de Ronda: Yunquera. Habían descubierto allí un paraíso donde pasar sus últimos años, solos, me reprochaban con pena mientras se mudaban a un casoplón alucinante. Mariela empeñada en su Yoga y en que lo hiciera con ella, (el Yoga, no lo otro) y en que probara un cacharro que decía que hacía maravillas con el clítoris. Para clítoris estaba yo. Para colmo, mi desahogo del ZZ no aparecía por allí ni cogía el teléfono. Con lo bien que me hubiera venido…bueno, ya lo cogeré.

Para remate, la “otra” Institución que había colaborado en mí, se llamaba: Ejército Español, en concreto el cuerpo de Ingeniería de Desarrollo y Mejora de los Recursos Humanos.

¡Toma ya! El mismo ejército que tenía a mi hijo espiando en una guerra y quién sabe en cuántas otras cosas secretas. Total, que ansiedad y estrés, eran palabritas minimalistas, para lo que estuve viviendo esos dos meses. Al tercero, DECIDÍ incorporarme porque ya sólo quedaba esperar la cita para exponer mi proyecto y tener la calificación que me dotara del título correspondiente.

 

Todo el trabajo de terapia había dado sus frutos. Fui capaz de pensar sólo en lo que podía hacer en cada momento. Me organizaba mis tareas en el laboratorio, en el ordenador, en el deporte y en todos mis ámbitos. Si no podía cumplir con alguna de las cosas, pues me repetía: “no pasa nada, ya lo haré, ahora tengo que hacer esto. Cuando acabe, ya veremos”. Me funcionaba la mayoría de las veces.

 

Pero también tuve mis momentos de bajón. En los que me dedicaba a llorar y llorar sola, contra un cojín del salón, y de los que no sabía salir. Lloraba de rabia, de impotencia, de no querer tener ninguna obligación ni deber, pero a la vez, de querer hacerlo todo perfecto y desear salir de esa situación. Mi cabeza y sus cosas. Incluso a veces, reflexionaba sobre la decisión de quitarme de en medio… Luego me hartaba de llorar o miraba alguna foto y me apoyaba en todo lo que había logrado. En mis cosas positivas. Había criado a mi hijo. A pesar de todo y de lo tonta que había sido con los hombres, ahora había aprendido y no iba a dejar que nadie robara mi corazón sin mi permiso consciente. No tenía deudas importantes. Mi cuerpo funcionaba a la perfección. Lo de la cabeza era otra cosa, pero bueno. Mejoraba. Tenía mi casa y mis necesidades cubiertas, trabajo, dinero y formación. Amigas de lo mejorcito de Málaga y varios ex, que me habían hecho abrir los ojos. Había superado una violación juvenil en toda regla, hasta poder disfrutar como loca del sexo. No tenía enemigos conocidos y me relacionaba bien con mis iguales, incluso con los bebés. Se me daba bien escribir y había encaminado mi vida a través de la genética, con la suerte de que no me había costado un agujero en mi economía y además, había sido seleccionada con otras cuatro personas solamente, en todo el país. La teoría estaba muy clara. Ahora, llevarla a la práctica era otra cosa.

 

Y llegó, llegó el día en que un uniformado militar vestido de azul, de la Base Aérea que había en Málaga, intuí por las alas bordadas en el hombro, se presentó en la farmacia preguntando por la señorita Blanca.

Mi jefa, inmediatamente, con Mariela, se echaron a reír y comentar la película de “Oficial y Caballero”. Vaya par. Yo estaba en la trastienda buscando un medicamento y despachando a una clienta, Paquita, que era la que lo sabía todo de cualquier habitante y/o turista que pisara la calle Larios. Para más cahondeo.

-         Soy yo, dije poniéndome roja entera desde las orejas hasta el cuello.

-         Siiiii, es eeeella… dijo con tonito de la jefa.

-         Hummmmm, ronroneaba Mariela.

A Paquita, le faltaban las palomitas. No se iba a ir de allí sin cotillearlo todo, claro.

-         Es una citación para la exposición de su proyecto, dijo el soldado. Largo como un domingo sin fútbol e impecablemente uniformado, hasta con guantes blancos. Previamente, deberá usted acudir a una entrevista en el salón de reuniones número 6 del Hotel Málaga Palacio, esta tarde a las 15:50. Sea usted puntual, por favor. Gracias.

De piedra me quedé, hasta que Paquita chilló:

-         Niñaaaa, vete ya que son las dos y no te da tiempo a “maquearte”.

Como si fuera la jefa, vaya.

-         Es verdad, mi vida. Vete a casa y ponte impresionante pero discreta. Elegante y bien vestida. Sea lo que sea, te los comes con “papas”. Me dijo mi jefa, que era como una madre. Te lo mereces, añadió con lo que parecía una lagrimita rodando por su mejilla redondita.

-         Luego, me cuentas y lo celebramos. Mariela y sus cosas. No te preocupes, que yo llamo a María para contarle. ¡Vete!

Y eso hice. Me fui volando. No comí porque el hambre se había escondido con mi niño en no se cuál rincón del mundo. Dediqué unos minutos a pensar en qué me iban a decir en la entrevista además del lugar, día y hora de presentación del proyecto mientras me duchaba. Luego me vestí con un traje de chaqueta azul marino (mi color preferido) con una falda por la rodilla, un tacón de vértigo y una camisa con escote que insinuaba y dejaba ver lo justo para diferenciar mi elegancia con la ordinariez. Me maquillé un poco los ojos y los labios con tonos suaves. Mi perfume y a volar. Cogí un maletín que me había copiado de María, de cuero. Introduje el proyecto pasado a limpio, mi documentación y llamé a un taxi.

Llegué al centro de nuevo y entré al hotel 10 minutos justos antes de la reunión. Una amable recepcionista, me dijo:

-         Si, Señorita Blanca, la están esperando en la sala 6. En unos minutos vendrán a recogerla. Espere, por favor, sentada en el salón. ¿Quiere usted un café o algo?

-         Muchas gracias, contesté. Un vaso de agua, por favor.

-         Enseguida.

Y allí me senté muy recta. Con mis piernas cruzadas hacia la derecha, y el maletín cerca de mis taconazos. Me miré en un espejo que tenía enfrente y aluciné con lo que vi: un pedazo de mujer, hecha y derecha, segura de sí misma, guapa, elegante y con la cabeza amueblada. (De genética, claro).

En cuanto un camarero me trajo una botella de agua, apareció el soldado de la farmacia; bueno, en realidad era un Sargento de Protocolo, pero yo todavía no lo sabía.

-         Buenas tardes, Señorita Blanca (y dale con la “señorita”). Soy el Sargento de Protocolo del Ejército del Aire, Juan Gómez, ¿sería tan amable de acompañarme?

-         Miré disimuladamente el reloj. 15:49. Exactitud militar. Por supuesto, contesté, gracias.

Estaba a punto de enfrentarme a una proposición que me llevaría a otra decisión, de las más importantes. ¿O hasta las más triviales lo son? La verdad es que soy el fruto de las decisiones que tomé. Estaba allí, en ese momento, era mi presente y mi “ahora”. Había llegado con mi esfuerzo, con mis pasiones, con mi organización mental, con mis buitres acechando, con mi generosidad vital, con mis errores y mis aciertos, con mis objetivos conseguidos, con otros fracasos… Tenía que aprovechar mi momento. Estaba segura de mi trabajo y mi mente no se revolvía contra mí misma. Así que…¡Al toro!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIII. “A VIVIR”

“…fuimos demasiado lejos y ninguno se cubrió la espalda…”

 

En la sala de reuniones, una mesa rectangular con setecientas sillas. Una pantalla de cine en la pared de fondo y un cuadro de unos dioses griegos en la otra. Sentado en el lugar presidencial de la mesa, un militar uniformado de verde con muchas estrellitas y medallitas colgadas de su parte izquierda del pecho. A su derecha, Otro con cara de empollón. A su izquierda, otro apuesto militar, con el pelo rapado pero canoso, de muy buen ver, me recordaba a mi amante de ZZ. Con dos vinos, los hubiera confundido seguro.

Por una puerta lateral, aparecieron Paula y Sonia, con traje de chaqueta militar. Esos uniformes, sí los reconocía. Eran de la Guardia Real. ¡Vaya sorpresa!

-         Siéntese -dijo el coronel- por favor.

Los caballeros de los lados se levantaron de inmediato y Sonia, me ofreció una silla cercana al guapo rapado.

-         Buenas tardes, dije.

-         Hola, Blanca - me saludaron mis amigas.

-         Buenas tardes, señora -dijeron los otros dos al unísono.

 

EL empollón me informó que la presentación del proyecto, sería en dos días en esa misma sala, a la que acudiría el Jemad y personal de apoyo, a las 11:00 de la mañana.

Cuando acabaron los formalismos, Sonia empezó a hablar y me puso al tanto de toda la situación, de forma menos formal que el coronel y sus “secuaces” je, je.

Habían seguido toda mi formación, habían apostado por mí y habían ganado. Consideraban que era una eminencia en mi campo y que estuviera tranquila, que el proyecto había sido un éxito. Sólo había una pequeña pega. Al firmar el contrato de “permanencia”, me había comprometido a trabajar para ellas.

Trabajo no me iba a faltar, pero…

-         Blanca, queremos que forme parte de nuestro proyecto “Suero Azul”- interrumpió el coronel- Es un programa experimental del Ejército, y lo mejor, sería que usted formara parte de él, debido a su extrema confidencialidad.

-         Le ofrecemos un contrato de por vida con nosotros, en la rama de Investigación y Desarrollo; dispondrá de los mejores equipos y tendrá a las mejores mentes trabajando para usted – esta vez, habló el empollón-. Su proyecto fin de carrera ha sido brillante.

-         Si toma la decisión adecuada, que es la que le estamos proponiendo, deberá abandonar unos meses su ciudad, para realizar la instrucción militas en las fuerzas especiales, y luego trabajará con nosotros en unas instalaciones ultra modernizadas, cuya ubicación no puedo revelarle. Ahora hablaba el Guapo.

¡Guau! pensé. Verás tú Mariela la que me va a liar….

-         Bueno, pero todo dependerá de la exposición del proy…

-         No se preocupe por eso. Ni mis más preparados ingenieros han sabido explicarlo como, seguramente, hará usted en un par de días- comentó el coronel.

-         Bueno, es una decisi…

-         Tiene usted dos días para tomarla. El día de la presentación, firma usted su nueva vida, o se ancla en la formación de futuros ingenieros. Recuerde que firmó trabajar para nosotros - interrumpió el borde del empollón señalando a mis amiguis.

-         Doy por finalizada la reunión, y convoco a los presentes para dentro de dos días, a las 11:00. Sentenció el Sargento, estaba allí y yo ya no sabía ni dónde.

Se levantaron y se fueron por la puertecita. Pau, se quedó a mi lado, sentada. Yo tenía una especie de mareo y una espiral mental machacando mi ordenada vida. Por un lado, era un verdadero privilegio la consideración hacia mi mente. Por otro, no sé si serviría para el ejército. Dejar la farmacia. Salir de mi zona cómoda. Mis amigas. La que me iba a caer por parte de Pepe si entraba en el ejército…mi colega del ZZ. Mis papis. Mi casa y ¡mi vida!

Todo podía dar un vuelco. Empezar casi de cero, pero con todas las posibilidades del mundo de desarrollarme en mi pasión investigadora.

Era una DECISIÓN demasiado importante para tomarla en dos días. En menos, ya.

Pau me miraba y parece que me leía la mente.

-         No te preocupes. Piénsalo. Vas a ganar si entras en el Ejército o no. No se está tan mal. Nosotras hicimos esa instrucción y, para una tía fuerte como tú, está chupada y además te vas a poner más fuerte que un chupito de vinagre. Aprenderás a disparar, defensa personal, supervivencia y ascenderás rápidamente en la escala. No entrarás en conflicto si no quieres y lo mejor, tu hijo estará más orgulloso de ti, si se puede estarlo más. No te lo he dicho, pero lo conocemos bien en el departamento de Inteligencia. Es un auténtico crack, como su madre.

-         Pero, en realidad no soy fuerte, estoy cagada de miedo.

-         Anda, anda. Eres la mejor. Venga, vete a casa y nos vemos en dos días. Cualquier duda, sobre cualquier cosa, me llamas. Si tengo yo alguna sobre sexo, te llamaré también, dijo riendo para romper un poco el hielo de la situación. Además, no estarás sola. Nos tendrás a tu lado en todo momento. Somos tus mentoras y tú eres una de las nuestras.

Pues ya que estaba en el centro, me pasé por la farmacia. Allí me hicieron una ola.

-         Noooo veeee que bombonazoooooo. Gritaba Mariela.

-         Ven aquí, mi niña y mi jefa-madre, me dio un abrazo que casi me saca las tetas por los ojos.

Les conté todo. Todo de todo. Mi jefa lloraba de alegría y Mariela lloraba porque sí, porque no y porque ella lo valía, vaya.

-         Bueno, yo no me lo pensaría más, me dijo la jefa. Está claro cual es tu futuro y siempre te apoyaremos, ¿verdad Mariela?

-         Verdad – saltó Paquita que casualmente pasaba por allí- aunque ¿qué hay que apoyar?

Pues eso, que tocaba decisión. De las buenas.

 

Me quedé hasta que cerró la farmacia y fuimos las tres a tomar algo. Al rato, se nos unió María. Mariela insistía en que me fuera y, a los cinco minutos me rogaba que no. Mi jefa, celebraba mi futuro de éxito como jefa del Estado Mayor. María no paraba de darme títulos de libros y de decirme que me quería como a su hermana. Yo, que no tomaba alcohol desde hacía ya varios meses, las veía como se iban calentando. Al final, acabamos, como no, en el ZZ. María, se encontró con su “vaquero” y se perdió rápidamente. Mi jefa se fue diciéndome que mañana tendría el día libre y disfrutara. Mariela, me dio un regalito. Una caja con un cacharro que me había comprado y que decía que, sexualmente, era mejor que cualquier varón que pudiera encontrarme en mi vida. Que lo probara por favor. Que iba a necesitarlo en mis noches de meditación en la montaña de supervivencia y que en mis investigaciones sobre genomas, me ayudaría a reconciliarme con los seres vivos de la tierra. Y yo, mientras buscando al amigo del vaquero que no estaba, claro. Total que nos dieron las tantas y acabé en casa hecha polvo después del día tan largo y completo de emociones.

Un día antes del evento, decidí probar el cacharrito. Vaya con el cacharrito.

Pero lo importante fue la decisión que tomé.

 

DECIDÍ por mí misma, consciente de mi proyección vital, aceptar la entrada en el ejército. Estuve horas barajando pros y contras. En contra, tenía dejar de lado mi vida. A favor, desarrollarme como persona, elegir por una vez mi propio destino. Aprender cosas nuevas y avanzar más en mis investigaciones, que me apasionaban, por cierto. Poder experimentar con los mayores avances conocidos puestos a mi disposición. Mi hijo, lo vería bien. Estaría acompañada en el camino y quien sabe, lo mismo mi corazón encontraba alguien con quien congeniar.

 

La presentación fue todo un éxito.

La firma fue ante notario, con muchos súper jefes a los que ya conocería. Mis mentoras me acompañaron. Mis amigas y hasta mis padres fueron invitados y transportados a la sala sin que yo lo supiera. Por último, como traca final, a través de una video conferencia vía satélite desde un lugar “unknown” apareció Pepe para mandarme un beso y felicitarme. Me faltó Almu, que se examinaba ese mismo día. Aprobó la tía. Qué máquina.

 

Bueno, pues como yo.

Una mujer en un equipo puntero de investigación a nivel de Europa. Con un éxito arrollador y una compañía fantástica, mandada por T.C. Jorge, que supondría un avance a nivel mundial y cambiaría el futuro de la humanidad.

 

 

EPÍLOGO

En este relatillo he querido contar la vida de uno de mis personajes favoritos: La cabo Blanca, del relato “Peón”

Desde mi ignorancia, he escrito sobre el sexo femenino y sobre la bien podía ser "una personalidad peculiar", luchadora y un tipo de mujer que podría congeniar conmigo. Todos mis personajes están relacionados entre sí y tienen algo de mí.

Gracias por aguantar mi tostón y llegar hasta el fin de este cuento.

La canción es de Leiva. La foto de internet.


Comentarios

  1. Querido "Joselete":
    ¡ Me he "quedáo muelto"! No tenía ni idea de que escribías y es lo primero que leo tuyo, pero... ¡vaya nivelón ! Me ha encantado tu manera de narrar y de conseguir completamente la atención de principio a fin ¿De dónde has sacado tanta técnica literaria, sólo de leer....? Pero además es que tienes una forma muy natural ( y con mucha gracia " malaguita"), de contar las cosas , aunque como diría tu abuelo Guillermo: ¡ menudas "cositas", de pronto !
    Desde luego me ha impresionado tu manera de meterte en la mente femenina, porque se reconoce - además de bastante atrevimiento - mucha experiencia en el asunto (je,je).
    Supongo que tú si te habrás presentado a algún concurso literario , porque si no lo has hecho.... ¡ ya estás tardando ! Se edita cada "bluff" por ahí que a veces da como vergüenza ajena y esto tuyo, de verdad que tiene un alto nivel.
    Seguiré leyéndote, porque veo aquí que has escrito bastante, así que tengo p´a rato...
    Un abrazo muy fuerte y ya seguiremos comentando.
    Er tito Enrique

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