RELATILLO: "LA GASOLINERA"

 

La rutina invadía todos los ámbitos de su vida. Una tarde de viernes más. Esta vez, algo más oscura que de costumbre, pues se acercaba el otoño. Hacía algo de fresco, por fin, pues el verano, que durante el día se dejaba todavía sentir, había sido demasiado húmedo y caluroso.

Húmedo y caluroso, ja, ja. Se repetía las palabras en su mente y él mismo se reía de ellas.

Hacía ya más de diez años, que esas palabras hubieran significado una tarde de imaginación y de fantasías sexuales con su mujer, bajo el aire acondicionado. Si su imaginación volaba a más de quince años, se iba a cualquier noche loca de chiringuito de Tarifa con cualquier madrileña o extranjera, que le diera algo de química, para al día siguiente, salir a navegar con su vela de wind-surf.

Pero, no. Ahora estaba otra vez, después del gimnasio, en la gasolinera barata de al lado de su urbanización. Una urbanización de cinco bloques con quince plantas cada uno. Todos los toldos iguales, todos los balcones con el mismo cierre, todo el césped cortado a la perfección, las pistas de pádel, dando por saco hasta las once de la noche con los vecinos peor educados, para variar y la piscina abarrotada de niños por la mañana y de niñatos por las tardes. Niños y niñas. Eso era. Y perro. Eso, también. Además del trabajo con vacaciones en agosto, el peor mes imaginable para coger vacaciones. Y eso, también. La rutina.

Cuarenta litros de gasoil, por favor. Como todos los viernes.

¿Del bueno? -preguntaba ella- o del otro.

Del otro. En la seis. Como todos los viernes.

La tarjetilla de puntos, por favor. Todo correcto, buen fin de semana.

Gracias.

Miradas cruzadas. Esa mirada que ocultaba casi tanto como lo que mostraba. Una sonrisa. La misma chica de siempre. Guapa, morena, joven, apenas maquillada, pero con mucho gusto. Unos pendientes colgando en forma de arito con una cruz dentro. Y otro brillante en la nariz. Tatuaje de tipo australiano casi oculto del todo bajo la manga corta de su brazo izquierdo. Siempre he querido tatuarme, pero no me atrevo, además, ya no tengo edad. Se la veía currante desde siempre. En realidad, no sabía desde cuándo. Pero todos los viernes la veía.

Ese día que andaba dando vueltas y re vueltas a su cabeza a punto de explotar, mientras ponía gasolina a la vieja Seat Alhambra gris, descatalogada y a punto de ser dada de baja por la D.G.T., pensó en la chica de la caja:

¿Será feliz? Hijos tiene, seguro. Porque esas sutiles arruguitas tras los ojos verdes, no puede ser de la gasolinera. Tiene una sonrisa demasiado agradable, aunque por lo que he visto, sólo me sonríe a mí. Al resto de la cola, apenas les ha dicho nada. Es muy guapa. Y tiene un cuerpazo, aunque el uniforme deja poco que ver. ¿Cómo se llama? Lo lleva en una tarjetilla, pero no me he fijado nunca. Le voy a preguntar. Bueno, no. Qué vergüenza. Soy un viejo para ella y va a pensar que soy un degenerado. El viernes que viene, si eso, me fijo. ¿Qué significará el tatuaje? Sé que los tribales australianos tienen algo que ver con las tradiciones y eso; como las runas vikingas, con los sentimientos, la fiereza en el ataque y la magia.

Se acabó el chorro de gasoil. Antes de montarme en el coche, la miré y me estaba mirando. Me dijo adiós con la mano. Y esa sonrisa…Enarcó las cejas como para decirme algo o salir de la caja, pero yo ya había arrancado y me dirigía a mi casa. Mis niños. Esperándome para sacar al perro. A por mi rutina protectora. Un día más. Por un lado, me quejaba de la falta de chispa. Por otro, me sentía muy seguro sabiendo lo que tenía que pasar de antemano.

Mi mujer con planes, para el fin de semana. Yo deseando tener un rato para mí, que no supusiera trabajar, sino mirar un poco a ver si quedaba algo de lo que quise haber sido, en comparación a lo que ahora era.

Ilusiones. Buscando dentro, ya había aprendido a aceptar que mis fantasías, volaban con mis fantasmas en el castillo bajo mi pelo rapado. De ahí, era muy difícil escapar. El camino de salida serpenteaba entre una cordillera plagada de ochomiles, que había que subir y bajar constantemente. En Siberia, por lo menos. Rusas, las montañas. Por lo menos.

Nada. Paseo de perro. Pedir comida china y a dormir, que mañana vamos a no sé cuál pueblo a hacer una ruta. El perro se escapará; mi niña pequeña, se cansará rondando el primer km.; mi hijo mayor, estará corriendo como una cabra. Mi señora mujer, esposa y madre, estará todo el camino protestando y yo acabaré harto, con mi niña en la espalda, el perro en brazos y comiendo en cualquier sitio, para que luego suban las fotos de la comida. Fotos de falsa felicidad. Siesta, cena y el domingo a limpiar, planchar, lavadoras y deberes. Un buen plan.

Pero por la noche no pude dormir. Aparecían interrogantes sobre la cajera de la gasolinera. Incluso soñé con ella. Un sueño mojado, como cuando tenía doce años, en el que bailaba encima de mí. Pero no fue un sueño sexual únicamente. Caminábamos por una playa, al atardecer y ¡de la mano! Había paz, había conexión física y química. Había algo…que por supuesto era imposible que hubiera nunca jamás de los jamases…fuera del castillo.

Al día siguiente, fingí tener una rueda floja para aparecer por la gasolinera. Allí estaba ella: Eva.

Vaya sorpresa. ¿Qué necesitas? Amplia sonrisa. Dientes perfectos. Hoy tenía muy bonita cara a pesar de la guardia de 24 horas.

Una ficha para la rueda, por favor.

Toma, es un euro, pero para ti, hoy te sale gratis. Buen sábado.

Salí colorado como un tomate, imaginando cosas que no debía imaginar. Turbado. Se me olvidó lo del aire. Salí de la gasolinera y vi cómo me miraba. Suspiraba. Noté algo de decepción al ver el coche cargado de niños, perro y señora. Pero yo andaba en mi mente. Emocionado como un adolescente. Ya me vale. Había dado un paso de gigante. Fuera de toda racionalidad. Me había plantado allí para verla. Su nombre en ese pecho precioso, terso, suave…

En seguida, se acabó el rollo. Que por qué hemos parado si no has hinchado la rueda. Que si vamos a llegar tarde. Que si por qué te has puesto colorado. Que si esto, que si lo otro...Rutina.

Una y otra vez, volvía a mi reconfortante castillo, con mi princesa Eva.

Y allí me quedaba sin salir. ¿Miedo a una realidad en la que hacer bien el ridículo? ¿Miedo a empezar algo que no iba a salir de la gasolinera? ¿Miedo a un “puteo” de mi señora? ¿Qué pensarían mis hijos, los vecinos, mis padres…?

 

 

 

 

Ocho de la mañana. Viernes. Empieza mi turno. Los niños y la gata, con mi marido. Yo a liberarme en mi trabajo. Liberarme de lavar trapos, preparar la comida, merienda y cena de toda la casa. Ir al “Supeco” a por palets de cerveza, cereales y comida. Recibir gruñidos como saludos de buenas tardes o buenas noches, y agradables comentarios de mi marido/macho, del tipo:

Esta comida no me gusta ¿qué es?

Es una carne en salsa que he hecho con el robot nuevo de cocina que me compré.

Fríeme un par de huevos con papas, anda, que me tengo que ir a currar. Y esto, lo tiras.

Luego salir rápido a recoger a los niños del comedor y llevarlos al fútbol. Correr a casa a preparar la cena y traerlos a casa. Cenas, baños y a esperar a que el señor, vuelva del “trabajo” que acaba a las seis, sobre las once o así, con diez o doce copas encima. Con suerte, se queda frito y no me soba, ni me babea para dejarme caliente y sin orgasmo.

Antes no era así. Atento, dentro de lo que se puede ser, teniendo esas amistades que tenía. Me llevaba a todos lados con él. Más de florero que de otra cosa. Pues mi cuerpazo era increíble. Todavía creo que lo soy, pero mis tetas ya no desafían la Leyes de la Gravedad. Tanto niño chupando… Lo hacíamos casi a diario. Era muy fogoso. La rutina de la relación, se fue haciendo notar, ya cuando salíamos e intentaba ridiculizarme delante de sus colegas. Yo siempre quise estudiar. Pero me iba dejando preñada cada dos años. Hasta que sin que se enterase, me realicé una ligadura de trompas. No me dejaba hablar con los tíos, sólo con las novias, que eran meros floreros, cuya máxima aspiración era, quedar para desayunar después del gimnasio, y merendar después de la siesta, para cotillear sobre todo el barrio. Inútiles y mantenidas.

Al final, dejé de salir. Y ya, cuando fueron apareciendo mis tres soles, pues menos todavía. Su trabajo era físico y no estaba para muchos trotes. Criado como varoncito antiguo por una madre machista, no daba un palo en casa. Ponía su sueldo y poco más. No me hacía sentir mujer, desde…había perdido la cuenta ya.

Pero los viernes eran diferentes. Iba al gimnasio y me incorporaba a mi trabajo. De los niños se encargaba mi suegra. Y del suyo, pues también. Me lo había buscado yo. Hice algunos cursos de formación a través de un sindicato y fui echando currículums y solicitudes, hasta que me llamaron de aquí. El sueldo no era para comprarme un Ferrari, pero era mío. Ganado por mí. Y, por tanto, gastado por mí en lo que me diera la gana. Sin explicaciones a nadie.

Además, me permitía estar de cara al público. Relacionarme con gente de todo tipo, sociabilizar y aprender cosas nuevas. Hacía un día de guardia. Descansaba medio. Y trabajaba otro medio. El sábado, podía arreglarme y dar una imagen de mí, que ya no podía dar en mi vida, en mi barrio.

Todos los viernes, por la tarde, aparecía un cliente, un hombre, o un señor, no sé cómo llamarlo que me atraía. Me fascinaba. Era como un reloj atómico y suizo: a la misma hora, el mismo surtidor, la misma cantidad y la misma sonrisa. Me daba la vida. A veces fantaseaba con la vida de las personas que paraban en la gasolinera, pero él era especial. Daba la sensación de estar atrapado en un mundo que no era el suyo. Transmitía seguridad y tranquilidad. Como si su vida estuviera construida ladrillo a ladrillo, perfectamente colocados y planificados. Una persona que mostraba una realidad que me hubiera gustado fuera la mía. Aunque todo estaba en mi cabeza.

 

 

Pero yo me arreglaba un poco el pelo y me echaba mi cacao brillante en los labios.

Todo controlado. Las cuentas a fin de mes, en su sitio. Su ejercicio físico, su ropa elegantemente informal, aspecto limpio y cuidado con extrema educación. Un poco más alto que yo y pareciera que no le había gritado a su mujer nunca. Niños, tendría, pues se apreciaba una sillita ajada en la parte trasera y una jaulita de esas para mascotas. Todo en orden: familia, casa, coche, perro y cuerpo y mente correctamente amueblados. Todo contrastaba con su mirada enigmática. Sonreía, pero por educación. No parecía feliz. ¿Por qué las personas que lo tienen todo tan ordenado no parecen felices? ¿Será porque no tienen sexo? Bueno, yo tampoco tenía y eso no me hacía ni más ni menos feliz…

Parecía como si estuviera siempre pensando. Su mente no estaba en este mundo.

Yo, intentaba siempre rozar su mano. Me daba una especie de calambre. Una excitación, un cosquilleo que me recorría el cuerpo desde la nuca hasta mis genitales más internos. Y luego, una miradilla antes de irse. Que se encontraba con la suya cada vez más a menudo. Me encantaba ese hombre.

Y acababa en mi mundo yo también. No sé si vive cerca o no. Su nombre, sería muy descortés que una cajera de gasolinera le preguntara a un cliente. Además, nunca estaba sola allí. Siempre había una cola enorme debido al precio barato del combustible. No sé por qué, pero me imaginaba hablando con él de cosas trascendentales: de la Luna, de los viajes en el tiempo, de civilizaciones antiguas y su relación con las deidades de todas las religiones...Increíble, pero cierto. Nada de palabrerío barriobajero de: “el coñotuhermana”, “árbitro de mierda”, “niños cabrones”, “ponme un pelotazo, ¿no?” o “mañana te llevas a los niños que voy a sobar toerdía”.

Fantaseaba con palabras cariñosas y respetuosas. Y siempre, paseando por una extensa playa, al borde del ocaso.

Eran tonterías mías. No había nada que hacer.

¿Quién era yo? Una mera cajera. Allí, en una gasolinera cercana a unas urbanizaciones “dormitorio”. Estropeada con mis embarazos y atrapada en un matrimonio de barrio bajo, con un machista al que estaría condenada a soportar hasta no sé cuándo. Y tres niños. Estupendos, mis soles, pero tres. ¿Quién estaría dispuesto a empezar con una mujer como yo? Si me fuera de mi casa, tendría a “don celoso” detrás de mí, haciéndome la vida imposible por toda Málaga.

Me tendría que ir de aquí. Quizás, a Tarifa. Cambiar de trabajo, el colegio, no recibir un euro de pensión…

Y mi gata Lula. Otro “regalito”. ¿Divorciarme por alguien sin conocerlo? Motivos para divorciarme tendría. Pero me daba pánico empezar de cero. Sola, o con otra pareja. A mi edad, cualquier posible candidato, ya estaría también con su propio equipaje. Quizás yo tampoco sería capaz de adaptarme a eso. Aunque mi cuerpo me pedía movimiento todavía.

Pues nada. Además, este del coche gris, tendrá otras cosas en que pensar. Seguro que no estoy en su lista de propósitos. Ni existo, fuera de este mostrador.

Prefiero tenerlo para mí, recorriéndome internamente, imaginando su sexo dentro de mí, auto provocándome orgasmos en la ducha, sin que se entere nadie de nada, a perderlo del todo por una metedura de pata.

 

Pues eso. Que ni él, se atrevió a dar medio pasito más, ni ella tampoco. Continuaron las miradas y las fantasías.

Quizás, si hubieran hablado, se hubieran conocido. Quizás, no se hubieran gustado. La poca iniciativa de él, contrastaba con el coraje de ella. Quizás, se hubiesen complementado. Quizás, él, se hubiera atrevido a vivir, por fin con una compañera real, apoyándose mutuamente y creciendo en espiritualidad y felicidad. Quizás, ella se hubiera quitado de encima a ese personaje guaperas de juventud, que resultó ser un fraude como adulto. Quizás, ese tipo, hubiera dado rápidamente con alguna pava que lo hubiera aguantado toda la vida, y no la hubiera perseguido más. A lo mejor, sus niños, se habrían educado de otra forma, respetando a los demás y no imitando al machito alfa del papá.

Quizás, quizás…

Quizás, ese momento, llevó a nuestros amigos a una reafirmación de sus conceptos vitales. O a un cambio real, primero hacia ellos mismos, y luego de cara a la sociedad o a un cambio de proyecto vital.

Todo se quedó ahí. Cobarde la fantasía que supera la realidad. La que llega a un punto, coordinada con la vida en la que vivimos, en que es más fácil no intentarla. Parece más sencillo quedarse en el punto actual. No todo ha sido malo hasta ese momento. Nuestro presente, es el resultado de todo lo vivido. Pero, quedarse estancada o estancado, lo único que hace es frenar nuestra evolución. Sólo tenemos esta vida, hoy y ahora. Es triste conformarse con fantasear y no atreverse a dar un paso adelante, con respeto, con sinceridad. Cuando se ve, que el compromiso adquirido con una persona ha llegado a fin de contrato. Cuando se lucha por mantener algo acabado, algo sin calambres, algo sin excitación, algo convencional, pero que no hace felices a las personas que lo están viviendo.

Los fantasmas, las fantasías, los buitres que nos acompañan en el camino, son señales de que algo debe cambiar. Aunque sólo sea dentro de uno mismo. El amueblado castillo, puede sufrir una re decoración. A veces llega en forma de tromba y no se controla el cambio. Lo que puede derrumbar alguna de las torres más antiguas. Otras, debe venir con su consecuente reflexión, que mantiene vivo los cimientos, pero cambia el aspecto. El paso del re inicio, debe darlo el dueño. La comunicación es fundamental para ver si las partes que firmaron el contrato, siguen de acuerdo con las cláusulas, o necesitan cambiar los términos o la totalidad el mismo.

Los pasos están al alcance de cualquiera.

Pero este cuentecillo, podría tener también un final feliz:

 

Tras un ERE en la gasolinera, Eva fue trasladada a Conil. No era Tarifa, pero allí que se plantó con sus tres churumbeles y Lula. Allí, estaba de encargada, ganaba más y empezó a rehacer su vida ella solita. Poco a poco, su felicidad, apagaba sus fantasías.

El penco del machirulo, cuando se enteró, cogió las maletas y desapareció de la casa. Dicen las malas lenguas, que se fue con una niña que posaba para Play Boy, más joven que él, pero sin salir del barrio. Así que, problemas: cero.

 

Nuestro amigo, decidió hablar en serio con su señora. Nunca lo había tomado en serio, pero se puso en su sitio. Ella, se alegró, pues le estaba ocultando una relación con un compañero de trabajo, que la llenaba en todos los sentidos y la sacaba de su rutina. Quizás, si esta pareja hubiera hablado antes con sinceridad, hubieran solucionado sus problemas, pues ambos necesitaban salir de sus rutinas. O hubieran acabado antes con el contrato.

El caso, es que, le ofrecieron la dirección de un hotel de cinco estrellas gran lujo en Chiclana de la Frontera, y, por supuesto, aceptó. Vería a sus hijos cada dos semanas, pero algo es algo.

Un día, saliendo de una comida con el alcalde de Conil, decidió poner gasolina….

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