Pues va a ser que no.
No te veo. Ni te siento. Pero
estás en mis recuerdos.
Y estás muy cerca, en un
huequecito de este panal de abejas que compone a mi corazón, y sin embargo estás
demasiado lejos, porque no sé ni donde vives ahora.
Las marcas de aquel amor,
cicatrizaron como la nieve borra una huella de un senderista solitario.
Solitario, precisamente, no me quedé cuando todo se acabó. Las diferentes voces
con las que me auto exijo y critico a mí mismo, se encargaron de ello.
Otras marcas, siguen ahí.
Pendientes de abrir la carpeta de “vida joven” y ser restaurados en el
escritorio de mi memoria.
Incluso, las heridas, fueron
mortales. Pero eras una mujer fuerte, estabas viva. Yo era cobarde, mi mochila
cargada de deseos sin cumplir y rebosante de inmadurez, me impedía subir a tu
nivel. Mi ilusión adolescente, hacía que me percibiera vivo también. No puedo
decir que las lleve tatuadas, pero en el hoy de mis días más negros que grises,
apareces.
Lejos. Pero cerca.
La química que intenta arreglar a
esa semi vacía cueva que corona mi cuerpo, reconecta ancestrales conexiones
neuronales que remueven mi conciencia. Una conciencia blanca, que no dorada
aún.
Pero con ciertas ganas de seguir
descubriendo el mundo actual que se abría en esas edades, con infinitas
posibilidades, pero con lo que intuyo correcto ahora. Siempre en aprendizaje.
Las decisiones tomadas entonces,
bañan el instante actual.
Igual que la Luna llena de hoy,
que me manda con su manto blanco, seres de luz y musas protectoras, en mi
periplo profesional, vital y pasional.
Mi Luna. Así de lejos: puedo
tenerla como faro nocturno a miles de kilómetros y sin embargo asirla con mis
manos. Lejos como un día de otro y lejos como el primer segundo del año con el
último del anterior. A la vez, tan cerca, apenas con un instante de diferencia.
Cerca como el Sol que se pone con
el horizonte de Poniente, y sin embargo tan lejos de que salga por Levante.
Eras tú, la que me hiciste feliz.
Eras tú, la que, sin querer, me construyó mi personalidad.
Lejos y cerca.
Por eso: no quiero volver a saber
de ti, y, por tanto, necesito hablarte. Pedirte perdón para poder perdonarme.
Estabas ahí. Yo creía que
también. Me fui, y creí que te fuiste.
Ni lo uno, ni lo otro. Las cuatro
cosas a la vez.
Aunque ya sabías que yo no
estaba. Y yo erraba, pensando que tú tampoco.
Crecí unos años. A cusa del
devenir de mis vivencias, sin madurar, por causa de las mismas y muy a mi
pesar.
De nada sirve volver al pasado.
Pero sí, el recuerdo del mismo. Realizar actos en el presente, para conseguir
firmar la paz no conseguida, en el futuro. Esa paz, que cubierta de tequila, de
labios y cuerpos deseados, que no amados, permanecía en la incertidumbre del “vive
ahora, sin mirar atrás, que te llevarás lo vivido”.
Me hice daño. Hice daño. Fui
feliz e hice feliz. La infiel no felicidad feliz de algunos instantes, me llevó
delante de mi propio juez, del jurado compuesto de materia gris. Gris ceniza,
como la vida actual.
Luego, el pago de esos delitos
del corazón, me llevó a pasar varios años y un día en mi propia cárcel, en
aislamiento preventivo, intentando purgar los actos cometidos a base de una
coraza, otra vez gris. Como el hormigón de las aurículas de mi bomba sanguínea,
anti bombas de Putin.
Pero claro, no poco a poco. Como
haría cualquiera. Nada de borrar y a hacer otra firma. Si no, con demasiada
intensidad y precipitación. Sin dejarme iluminar por ningún tipo de luz
natural.
Encabezonado en mi pasión. En
vivir arreglándolo todo. Puedo con eso. Con lo que sea. Soy un organismo
invencible, pensaba: no puedo ser un paquete de tío.
Hasta el punto explotar unas
cuantas veces más y requerir combustible medicinal para arrancar el motor de
una búsqueda, una guía, una paciente Rosa de los Vientos, cuya mágica aguja, me
enseñara de manera transparente, como el agua en la que flota, la dirección de
mi propio corazón, antaño cobarde, actualmente en proceso de remodelado.
Sin malas intenciones, pero
empapado de una oscura capa de egoísmo, que envolvía mi dignidad, haciendo
torpes trucos malabaristas, para no herir, desvelando mis cartas, la pureza de
algunos sentimientos, que peleaban por entrar en mí y no me los creía posibles.
Mala magia. Sin protección rúnica ni amuletos.
Pero sí que fueron posibles. Y
reales. Ahora soy consciente.
No sólo fuiste tú, que no vas a
leer esto en tu vida. Ni tú, que vives feliz en tu matrimonio. Ni tú, que estás
sola y crees que todavía estás en esos años. Ni tú que has triunfado en los
negocios. Tampoco tú que tuviste que cambiar de profesión y elegiste no ser
madre. Tú, la que tomó la decisión de ser madre soltera o tú, que ahora eres
lesbiana. La que vive con un marido que la maltrata, ni tú, que vives tu vida a
tu manera y me enseñaste la Luna. Tampoco serás tú, la que te fuiste a vivir
fuera por otro amor y me enseñaste la montaña; ni tú, que me guiaste hacia el
Sol. Tampoco tú, que no sabes ni quien soy, aunque haya soñado contigo mil
veces. Ni tú, que me diste un tesoro, ni tú, que ya perdiste tu atracción por
mí, ni por supuesto, tú, que me ignoras interesadamente ignorando mi existencia…
Fueron todas esas tú, además de ti,
por supuesto.
Deseo pedir disculpas; por todos
los pedacitos de mierda esparcidos. Uno a uno. Por todas las lágrimas
provocadas: una a una. Desengaños, decepciones y risas devoradoras de
confianza. Egoístamente, pero con tu permiso, deseo estar en paz con mi yo.
Deseo poder perdonarme con tu clemencia. Deseo eliminar cualquier resquicio de
odio hacia mí; me conformo con que me quites apenas medio punto del carnet de
la vida.
Sé que no me va a dar tiempo a
arrodillarme ante todas las “tú”, a retirar todos los saquitos de estiércol, a
empapar mi pañuelo con esas lágrimas derramadas, a mostrarte que sirvo para
algo y ponerme serio para hablarte.
Por encima de todo, deseo tener
la oportunidad de verte sonreír. De recordar con cariño y no con vergüenza.
Salir del escondite y enfrentarme al enemigo del pasado, con el pecho sin
chaleco anti miedo. Estar cara a cara contigo, para demostrarte mi re inicio y
que conseguí, tener los recuerdos ordenadamente felices, al fin.
Un beso.
Puede haberle pasado a
cualquiera…
Nada de auto biografías, pero en
todos los relatos hay pedazos de mi…
Tan cerca, tan lejos…
Abrazos y Fuerzas
JOSE
Brutal💜 Me ha encantado.
ResponderEliminarGracias, Marta. A mí, me ha encantado tu libro, y espero impaciente más.
ResponderEliminar