RELATO 18: LA GOTA

 

Parecía que sólo fuera una gota de agua.

Procedía de uno de esos nubarrones grises, tirando a negro, electrificados, pesados y que oscurecían el azulado y otrora iluminado cielo de Málaga.

Caía de las primeras. Tras un trueno que estremeció hasta los cimientos fenicios de esta ciudad y sus alrededores, demostrando lo insignificantes que somos en la Naturaleza de este minúsculo punto del Sistema Solar.

Ella, se pensaba muy especial, única e irrepetible. El combinable doble Hidrógeno con el solitario Oxígeno, le proporcionaba la identidad que deseaba.

Aunque no lo recordaba, en otras precipitaciones se las había visto negras para completar su eterno ciclo. Pero en esta, se sentía la mejor. La más inteligente, la primera en llegar.

Pero, ¿llegar a dónde? ¿Cuál era la prisa por la carrera hacia abajo?

Da igual. Es mi función, nací para eso, pensaba ingenua.

Seguía volando hacia abajo. Rápida. Esquivando otras nubes menos densas que esperaban su turno para precipitar. O que, quizás, no llegaran a caer, pues su nube era la más cargada. Siendo esas otras gotas insignificantes en su huida al principio. Ya que estaban en el vagón equivocado, en la cola, no eran gotas profesionales. Eran como simples unidades que se dejaban arrastrar por los vientos que mueven a las mayorías mediocres.

Ella, era lo más. Nubarrón y la primera en bajar.

¡Iguálamelo!

No tenía la mejor forma de gota, pero no estaba mal. Se gustaba. Adoptaba posiciones aerodinámicas, que hacían del descenso una vorágine emocional difícil de explicar con palabras.

Acercándose a la cima de una enorme montaña, oscurecida por la sombra de su magnífica tormenta, una racha huracanada y fría, evitó que probara el seco suelo tan pronto. Ni ella, ni las gotas que llevaba a rebufo, iban a tener un fácil final. Se desplazaría el máximo tiempo posible, alargando su vuelo, retardando su misión, dándolo todo.

Más rápida, mejor formada como gota. En la avanzadilla del ojo de la tormenta, cargadita de la mejor calidad de pura y cristalina agua, transformándose en un pulcro espejo de la perfección con las imperfecciones de los demás entes existentes.

Acercándose a una población. Anunciadora de lo inevitable tras un nuevo trueno, que le pareció más fuerte que el suyo. Pero, será un error por la lejanía. El mío fue el mejor.

De repente el viento cambió de dirección.

Repentino. El flash de un rayo se reflejó en su parte delantera, como cuando te encuentras con una pared de cara que no te esperas ahí. Como cuando suena una canción que te trae, de lo más interno de tu masa cerebral, un recuerdo de alguien, que entra por la puerta en ese instante y te mira a la cara. Cruzas tu mirada y te sonríe. Provocando el crecimiento exponencial de tu dopamina, testosterona y todo tipo de hormonas relacionadas con el placer de ese primer beso.

Dirección Este.

¡Oh, my God!

Derechita a una charca.

Con todo el perfeccionamiento auto instruido a lo largo de su vida. Con todas las preocupaciones por estar tres escalones por encima de cualquier otra gota. Con el ansia de mirar a todas las demás por encima de su perfil. Con la autoestima por encima de la nube estratosférica más elevada de la Atmósfera.

Y a un charco. A alcanzar su misión, sin pena ni gloria.

Curita de humildad.

Como una miserable parte de un charco de una pradera pisoteada por las patas de cualquier mamífero o roedor.

Ella, y sus compañeras de avanzadilla, rellenando un agujero como cualquier otro.

Una gota más.

Sin pena ni gloria.

Siendo absorbida y filtrada por el calizo suelo, siendo deslizada hacia la mar, por debajo, donde formará parte del océano infinito para ella.

Hora de mirar atrás.

Hora de aprender del inútil esfuerzo de ser la mejor. De vivir por y para su misión. De no disfrutar de las nubes menos cargadas. De conocer otras gotas y dejarse enamorar. De no haber podido cambiar su rumbo cuando tuvo aquella oportunidad de vientos del Sur. Ni aquella otra cuando rozaba una cumbre nevada. Ni cuando su gota compañera cambió de nube y ella no. Ni cuando sus moléculas le pedían: “para y déjate llevar por el viento”. Pero ella, a lo suyo.

Toda la intensidad puesta en el trabajo, en su misión, con su nombre en una orden superior firmada por su propio Ego. Con el sello de la obligación de ser, algo que la alejó de lo más importante. Vivir.

Ahora, era una gota desaprovechada. Manchada de barro del subsuelo. Sin brillo. Al llegar a la gran masa de agua, se diluyó junto a su escuadrón. Todos diluidos.

 

Nada de aquellas hechuras de espejo, de velocidad, de perfección.

Como cualquier otra gota, acabó en la nada. Pensando que no había merecido la pena.

El firme propósito de no repetir sus errores, llegó demasiado tarde.

Como cualquier otra, pero con ganas de más. Ganas de haber disfrutado de esta parte consciente del ciclo.

No sabrá nunca si lo recordará o no. Pero la intención, antes de fundirse con la salada masa de agua, fue esa: lo haré de otra forma.

Pero el ciclo comenzó de nuevo. Pasando por encima de todo. En su universal programa de vida. Absorbiendo moléculas sin selección.

Tras la tormenta, llegó la calma.

Con el fin, llegó el comienzo.

A ver qué toca esta vez.

 

 

 

Jose

 

 

 

 

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