FELIPE.CORTO 2

 

CORTO 2: FELIPE.

 

Rondaba los cincuenta. Se había criado en una buena familia, con una educación excelente. Mucho trabajo en su empresa familiar, compaginado con estudios relacionados con la funcionalidad empresarial y con la dirección de empresas. Nunca le faltó de nada. Quizás por la premura con la que accedió a la dirección de su negocio familiar, sobrevenida por una desgracia familiar (un camión sin frenos se llevó a sus padres al otro barrio), perdió parte de su juventud, pero aumentó el volumen de facturación hasta llegar a  niveles de bolsa.

Quizás demasiada exigencia hacia el sexo opuesto para relaciones formales y cierta relajación en relaciones esporádicas, lo habían empujado a un desastroso divorcio de un matrimonio con dos criaturitas faltas de padre y con una madre ligera de cascos por todo Madrid.

Decidió tomarse unas vacaciones solo. Estaba conociendo a un par de chicas rondando los cuarenta. Ambas con sus mochilas. Muy modernas, dedicándose su tiempo y con custodias compartidas. Viviendo los cuarenta, como si fueran adolescentes sin cargas.

Pero las tenían. Aparte del odio a sus ex, en una sociedad en la que la fidelidad no existía directamente, aunque de cara a la galería, lo mejor era echarle la culpa al varón. Quedaba más feminista.

Siempre eran los hombres los que daban el primer paso, porque aún, a pesar del color morado que impregnaba todo, se veía mal que fuera la chica, la que se fuera de su casa por otro hombre o mujer. (Todos los estímulos se organizaban para que se probara según la orientación sexual del instante)

Al final, la falta de comunicación verbal, directa, con el exceso de estimulación sexual de todos los gustos y con el morbo de lo que está prohibido, las personas buscaban fuera de su estabilidad emocional, lo que no encontraban en su inestable gusto sexual. Daba igual el sexo con el que nacieras.

En esas edades, las mochilas además estaban rellenas con hijos. Malcriados, la mayoría, con la educación exclusivamente transmitida desde los colegios, y con falta de atención emocional; convertidos en pequeños tiranos adictos a las tecnologías.

La vida de esas personas expulsadas a la anciano-adolescencia, sufría varias etapas. Desde la euforia del empoderamiento, al principio de quitarse un lastre, una persona negativa de su lado (que, por cierto, ellas mismas habían escogido entre el mercado), y liarse con todo bicho viviente. Hasta la soledad de las noches sin salir, en sus casas, abrazadas a un peluche y viendo películas, como en las películas. En medio, un sinfín de picos de sierra emocionales.

Felipe, se fue al Sur. Unos días en Zahara de los Atunes, en Cádiz; unos días en la Feria de Málaga y de vuelta a la sartén madrileña.

Los primeros días, pintaban geniales. Teléfono del trabajo, en Madrid. Teléfono personal, en silencio. Un hotel de cinco estrellas a pie de playa, en el que no se permitían niños. Separado de lo que es el pueblo. Todo en orden.

Playas paradisíacas, traje de baño, sombrilla con tumbona del hotel, con servicio de catering, algo de viento, soledad, un libro…

A las tres horas estaba harto. Decidió dar una vuelta por la noche y no cenar en el hotel. Igual encontraba algo interesante para hacer Por la tarde. Lo hizo: un paseo en barco, ver delfines y bautizo de buceo. Perfecto.

En la embarcación, conoció a un par de chicas de su edad, con las que, rápidamente, entabló conversación. Fotos, risas y quedar para tapeo. Acabaron en un bar de la zona, con música ochentera en la que ellos, eran los más bailongos. Aunque todo el bar, estaba repleto de personas con sus mismas edades. Y, extrañamente, no se lio con ninguna de las dos.

Camino del hotel, paseando en soledad, le empezó a atacar la morriña. ¿Estoy solo? Sí. Demasiado. Mucho folleteo, mucho gintonic rosita, pero sus niñas en Cantabria, con la madre y su novio; y él, solo allí; por decisión propia. Se sentía fuera de lugar. Una última copa en el bar del hotel que le sirvió para ver como destrozaba su hígado mientras parejas de todas las edades y de todos los gustos sexuales, disfrutaban del hotel con carantoñas y sin necesidad de encontrar el camino que los gurús de la psicología proclamaban a los cuatro vientos. Como un redoble de tambor: busca tu camino, disfruta, la vida hay que vivirla, cada instante, aparta a las energías negativas,  pum, pum, pum…

Allí estaba, en un paraíso. Solo. ¿Qué puta vida era esa? Mucho dinero, éxito empresarial ¿y mi beso de buenas noches? ¿Dónde está Amanda? Nos queríamos. ¿Por qué la dejé sola tantos días? ¿Era necesario tanto trabajo? Mis hijas ya mayores de edad. ¿Qué necesitaban?

Me odian. Las tres.

¿Tuviste que follarte a la del gimnasio? ¿Para qué, para darte cuenta que servías para algo? ¿Para demostrarle a Amanda, que eras capaz de encontrar sexo diferente? ¿No podías haberlo hablado sinceramente con ella?

Al pasado no se podía volver. Y el futuro estaba por escribir. Ahora estaba conociendo a otras dos. Una ejecutiva de alto nivel, con dos niñas muy pequeñas. Otra, CEO de otra empresa internacional, colombiana, cuerpo perfecto con un hijo adolescente. No se decidía.

Y con estas dos de hoy, ni lo intentó. Prefirió bailar y desinhibirse un poco. Beber. Demasiado, pensó.

 En fin. A dormir.

Los tres días restantes, pasaron muy rápido. Un curso de navegación, más buceo y tapas conociendo gente en frío: entro solo y salgo hablando con alguien para seguir la noche veraniega llena de madrileñas.

Acababa con Eva y Silvia en el garito ochentero. Las invitó a la Feria de Málaga. Ellas estaban un poco a la aventura, curando sus propias heridas, haciendo deportes de cierto riesgo y experimentando su crecimiento espiritual. Vaya, que se habían liado y tenían que buscar un pretexto de cara a sus entornos cercanos. Aceptaron con gusto una habitación del ático en la zona de La Térmica, que le había prestado un amigo suyo, que estaba en Australia.

 

Recordaba la Feria del Centro. Málaga, era peculiar hasta para la feria. Tenía un recinto ferial, pero la feria que se desarrollaba en el mismo centro de la ciudad era impresionante. Ambientazo, música en directo en las plazas, discotecas y bares abiertos desde las dos de la tarde, hasta que el cuerpo aguantara.

Una vez en la ciudad malacitana, unos espetos en un chiringuito para empezar y la tarde al centro, para cenar en el real de la Feria y bailar hasta el amanecer.

Pero la realidad, de un zarpazo, destrozó las expectativas. Como casi siempre. Un centro vacío de españoles y repleto de extranjeros rosados. Apenas un par de pubs abiertos. Repletos de nostálgicos de aquellos tiempos. Todos cincuentones desfasados, sudorosos, borrachos y buscando echar un polvo extra relacional o, simplemente, tontear calentando bragas y braguetas.

A las chicas, les apeteció arreglarse de cara a la noche y lo dejaron solo allí. Decidió dejar de beber, para poder aguantar por la noche y observar su alrededor. Miserias. Gente haciendo como que se lo pasaba bien. Gente que se lo pasaba bien de verdad. Gente que no sabía ya ni dónde estaba. Gente que sabía que estaba allí por trabajo del tipo: descuideros, metiendo mano a todos los bolsos colgados de sudorosas axilas, y carteras apretadas en los culos embutidos en cortos pantalones. Y del tipo, he venido a follar y follo.

Una vez más, se sintió solo, desubicado, fuera de juego. Yo no quiero esto, pero soy parte de este teatrillo. Negando todas las invitaciones a las congas y a las rumbitas, con su botella de agua, se fue. Se fue de aquel entorno. Decidió que debía cambiar. Que iba a hacer lo que en realidad le apeteciera. Iba a encargarse de él mismo. Aprendería a estar solo. No le costaba trabajo hacer amigos. De hecho, tenía a dos acogidas en casa. No perdió la esperanza, de que la noche fuera diferente, que hubiera algo que lo motivara a salir, a beber, a bailar y a ver si ligaba algo. Aunque todo eso no le llenara.

Divagando en sus pensamientos, camino del hotel, por un paseo marítimo desierto y con poca luz, fue abordado por varios jóvenes que le requirieron amablemente todas sus pertenencias. Tan amablemente, que antes de que uno de ellos hablara, ya tenía la nariz rota de un golpe con una defensa extensible salida de nadie sabe dónde. Con el siguiente, en la rodilla, cayó al suelo sangrando. Se levantó y se dispuso a luchar contra los cuatro. Sabía defensa personal y empezó a darles lo suyo de uno en uno.

Hasta que, sin darse cuenta claro, cuando tenía a tres semi inconscientes e iba a por el cuarto, un quinto le apagó la luz de un tiro en la nuca.

Antes de irse, pensó en la puta madre de todos los gurús, que quizás, tuvieran algo de razón. En sus niñas y en su madre; no le dio tiempo a más.

JSG

Comentarios

  1. Crudo, introspectivo, sensible, de párrafos que caen como cántaros de la realidad del máximo goce en el mínimo tiempo. Deambulando sobre la idea de estar muerto incluso antes de morir. Enhorabuena por tu relato corto. Fdo: Inma

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  2. Qué barbaridad! Me he quedado sin palabras... la crudeza del relato es que puede llegar a ser tan real como las vidas de cualquiera hoy.

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