CORTO
6: JAIME
Con ayuda de un par de humanos coherentes, entró
en jardín de la mansión: “La Vida”.
La
puerta estaba abierta. Podría entrar cualquiera. Solo había una condición para
salir: había que participar en sus desafíos. Había varios por persona. Cada
cual escogía los suyos.
A
Jaime, le gustaba meterse en jardines mentales. Por eso, eligió el laberinto.
Entraba una y otra vez porque hacía trampa para salir; pero ya, con cierta
edad, decidió ir por lo legal.
El
laberinto estaba formado por una composición entrelazada de Coronas de Cristo y rosales. Había
entrado tantas veces que se preguntaba el motivo de su reiteración en ese juego
mental. No aprendía. Pero ahí estaba otra vez.
Cada
paso que daba, se pinchaba. Su corazón estaba tan arañado como la piel de un
tigre. Sangraba lágrimas absurdas. Una vez más, su imaginación lo había
introducido ahí. Quizás por la necesidad de agarrarse a una venda que taponara
su sangrado. Quizás, por la necesidad de envejecer con alguien que le mereciera
la pena. Sabía que no era ahí, pero su mente, trabajaba entrenada como un
soldado de los C.O.E.
Y
volvía a la película del laberinto del corazón. Un lugar dañino, solo suyo. No
era culpa de nadie. No conseguía conformarse con dejarlo pasar y entrar en
otros desafíos del tipo: negocios, dejar un legado para los siguientes turnos, aceptar
las distintas etapas, centrarse en su paternidad, etc.
Ahí
estaba, pensando: esta vez sí. Pero esta vez, tampoco era. Avanzaba, basándose
en miradas, en sonrisas, y clavándose todas las espinas de las coronas. Más
avanzaba en su mente, más se introducía en el laberinto sangrante.
Aguanta,
que esto pasa y en unos meses, puede que sí.
En sus ratos de descanso y soledad, daba alas a sus neuronas, abriendo sin darse cuenta, todas las heridas ya cicatrizadas en otras ocasiones. Pero ahí seguía.
Apartaba
con sus manos las flores blancas de los rosales, dañando sus dedos y con ello, la
posibilidad del tacto que aspiraba a sentir. A veces, se daba con las ramas en
la cara, en los labios, que nunca iban a besar, a los que deseaba encontrar a
la salida del laberinto.
El
caso es que había señales claras de la salida de emergencia. Esa que había
tomado otras veces, en la que había un médico para curarle e invitarle a
continuar por los jardines en otras actividades.
Una
flecha en forma de “mensaje no leído”. Una flecha de “buena conexión”. Otra
flecha de “estoy conociendo muchas personas”. Alguna de “hoy no salgo, porque tengo
una fiesta”. Otra más con “ya te llamo, si eso”.
Pero
él seguía desangrando su alma, hasta quedar al borde de la extenuación. No
seguía ninguna de las pistas. Volvía a errar en el devenir de la salida
gloriosa, frente a una cura fácil o el fin de su búsqueda de la felicidad
absurdamente personalizada.
Y
así salió, por enésima vez.
Destrozado;
con los retales de ropa colgando, empapados de mala leche y de ansiedades. La
sangre seca de sus labios, mezclada con la poca saliva que le restaba, deseando
líquido elemental que le salvara la vida. No sería de su reina esperándolo en
la salida. El corazón no era capaz de soportar otra curva más en su interior. No
era suya. Nunca lo fue. Todo estaba en su puta mente. Era una princesa que
reinaría en otro jardín. Bien recortado y sin espinas, delicado, como al que él
la hubiera llevado.
En
esta ocasión, no había nada más que una ambulancia con dos enfermeros, ni
médico ya. Uno de ellos, lo sedaba negando con la cabeza.
Pareces
tonto. ¿Otra vez? Le preguntaba.
No
pudo contestar. Del coma, saldría cuando madurara de una vez y fuera capaz de
entrar en otro juego, saltándose el hiriente laberinto del amor, concebido bajo
su propio concepto. Aceptando las normas convencionales del juego y asumiendo
sus etapas vitales, resignándose a ser otro humano más, del montón, en esta
vida de mierda.
¿Rendición?
JSG
Me gustan mucho tus relatos, muy buenos, y siempre estoy esperando el próximo 👏👏
ResponderEliminarGraciasssss
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