MARTINA. CORTO 1

 

CORTO 1: MARTINA

 

Y se largó. No aguantó ni un momento más. Cogió a los niños y salió con lo puesto, lo que les salvó la vida, al menos a ella. Se metieron los tres en el coche de Ana que, derrapando, se alejó de la casa de las afueras del pueblo, escondida en una nube de polvo marrón. Su amiga se lo había advertido, miles de veces. Pero ella, Martina, no quiso escucharla. Os matará.

Tres palizas, por celos. La última, delante de su hijo mayor, de 5 años.

Martina era una mujer joven, no demasiado guapa, pero muy atractiva, simpática, generosa y muy trabajadora. Su “error”, fue trabajar en la barra de uno de los bares más frecuentados del pueblo. Conocía a Emilio desde el colegio. Bien parecido, trabajador en su finca con los olivos y los animales. No tenía estudios ni tampoco problemas con el alcohol. Como su padre, que lo tuvo esclavizado y llegaba borracho un día sí y otro también, largando hostias a su madre y a él, pagando su desgraciada vida.

Demasiados cubatas gratis y demasiados amigos alrededor de su mujer. No era capaz de asimilarlo y entraba en esa espiral de la que no se puede salir.

Una vez que le levantó la mano por primera vez, apenas una mano abierta en la cara, se arrepintió de inmediato. Miles de perdones y sonrisas. Un par de cenas y se acabó. Sin consecuencias. 

Al poco, otro par de tortas, patadas, empujones y amenazas con el cuchillo cebollero. Luego, una primera paliza, la segunda y de la tercera ni se acordaba con la coca. 

Ella, aguantaba allí por su proyecto de familia, por vergüenza o por su suegra. El pueblo era demasiado pequeño, a pesar de estar a 20 minutos de la costa.

Y porque había visto a su madre dejarse el lomo en su casa, trabajando dentro y fuera de casa, en cualquier oficio que le diera unos euros, mientras su padre cobraba una pensión por incapacidad, que no incluía poder ir al bar todas las tardes, ni llegar a las mil dando tumbos.

En la cuarta paliza, su peque estaba en la cuna y su mayor, en casa viendo una película. Era verano y aguantaban algo más para acostarse. Emilio llegó puesto hasta las cejas. Ella estaba con un camisón que le resaltaba la figura que conservaba a sus 25 años y dos partos. Él, quiso tomarla, por la fuerza, a lo que Martina se negó. Después de forcejear, empezó la lluvia de golpes, con especial ensañamiento. La patada en la nariz, hizo junto a los gritos de su hijo, que todo se desvaneciera a negro. Cuando se recobró el conocimiento, él roncaba en un chaco de vómito. Su hijo, Emi, estaba dormido abrazado a ella en el suelo de la cocina. El peque, lloraba en el piso de arriba. Había perdido la noción del tiempo. Eran las seis de la mañana y tomando su teléfono, llamó a Ana, su amiga.

En apenas diez minutos, el ruido del viejo Seat de Ana, ronroneaba en la puerta.

Bajó con Santi en brazos tomando su biberón. Emi corriendo delante y ella con una bolsa de deportes con la documentación y cuatro cosas que se le ocurrieron en ese momento. Parada en el cuartel de la Guardia Civil. Parada en el Hospital y a desaparecer del mapa.

Un año después, en el juicio, todavía tenía miedo de mirar a la cara al desgraciado de su marido. Que sonreía, mientras su abogada, defendía la teoría de estar bajo la influencia de sustancias estupefacientes y que era la primera vez.

A ella le daba igual ya. Sólo quería el divorcio y nada más. 

Mientras la juez dictaba sentencia o algo parecido, ella estaba absorta en sus pensamientos: habían repetido los patrones aprendidos de su familia. Que, seguramente, habían replicado los mismos. ¿Por qué?

No tenía respuesta. No había. Quizás, con una educación complementada, alejada del ambiente en el que se crió. Quizás, otras compañías que le mostraran lo que era una relación sana y lo que no lo era. Quizás, si a la primera agresión, hubiera respondido con fuerzas suficientes para no volver a permitir otra. Quizás si hubiera escuchado a Ana… ¡Tantos quizás!

Ahora se encontraba en la posición de poder comenzar de nuevo. Podía aprender de lo sucedido y emprender una nueva vida en la ciudad en la que estaba acogida. O, no. También podía buscar un nuevo hombre y cometer sin querer los mismos errores.

En ella estaba en elegir un camino u otro. Por lo pronto, estaba en curso para mujeres maltratadas de formación administrativa y con atención sicológica para los tres.

De ella y sólo de ella, dependía el timón de su vida.

 

Comentarios

  1. Enhorabuena Jose! Realista a la vez de triste. Un relato que te lleva a la vida misma y a recapacitar y pensar y...muchos yyyy abrazos amigo

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  2. Me ha gustado mucho Jose! voy a por el siguiente

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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