RELATO 19: "AWES"

 


Agosto 2025

 

Un barrio obrero de los de toda la vida. Antaño, repleto de trabajadores y amas de casa que, como mucho, colaboraban con la limpieza en algunos hogares ajenos o fueron pioneras en comercios y empresas con labores atribuidas al género femenino.

Duras, eficientes, cuidadoras de sus hijos y esclavas de sus maridos.

Desde los 80, las cosas comenzaron a cambiar. Las mujeres se incorporaron a la vida laboral, adquiriendo derechos, libertades y aportando con su salario a la economía familiar. Pronto, las familias que más elevaron su capacidad monetaria, cambiaban su vivienda a otros barrios, más nuevos, con más comodidades, dejando sus hogares para los que venían de otras comunidades o países. Gente honrada, que venía a por su oportunidad en esa España ochentera, a dejarse las uñas y la salud para huir de la pobreza de sus lugares de origen. Mezclándose y conviviendo en sana armonía con las familias que se quedaron en ellos.

Los menos afortunados, aunque consiguieron enviar a sus hijos a la Universidad y permanecieron viendo el deterioro de sus hogares, paralelo al deterioro de la convivencia.

Esos barrios, con el tiempo, se llenaron de droga, trapicheos, se convirtieron en guetos, en definitiva. Dentro de los cuales, algunos, se resistían a abandonarlos, pues habían pasado por los mejores y los peores años de sus vidas en esos hogares.

Ocurría en todas las capitales de la Península, pero nuestro relato, se centra en uno de Málaga.

En un piso 12º, en la puerta B de la escalera B. 85 metros cuadrados útiles. Y una terracita que, con el tiempo, se había integrado en el salón con unos paneles de aluminio.

Una pareja, más cercana a los 80 que a los 75 años.

 

El marido, había trabajado toda la vida en una fábrica de amoniaco. Sus pulmones estaban resentidos por ello, pero era fuerte y hábil todavía. De hecho, la reforma de la terraza, de la cocina, la renovación de los baños y el parquet del salón, los había colocado cuando se jubiló anticipadamente, a los 56, por problemas de salud. Un buen finiquito, aumentado unos ceros más, para no involucrar a la fábrica con la enfermedad degenerativa pulmonar y dinero invertido en ayudar a sus tres hijas con las hipotecas.

Ella, se encargó de la crianza de sus niñas, durante los primeros años. Entre las chicas, se llevaban dos años de diferencia.

 

 

Cuando la mayor, empezó el instituto, tuvo que buscar un trabajo para colaborar en el hogar. Comenzó dando clases particulares y ahora era Maestra, con plaza en Cádiz, donde conoció al padre de su primer nieto varón.

 

Su hermana menor, dos años después, trabajaba en bares poniendo copas a la juventud de su misma edad, pero ella, quiso estudiar Derecho. Actualmente, se encontraba soltera, trabajando en un despacho con un trabajo bien remunerado.

 

Su tercera hija, no llegó a estudiar más allá de la enseñanza obligatoria, pues se había quedado embarazada a los 16 de su primera nieta. Posteriormente, a los 18, de otro chaval, currante de obra que había asumido la paternidad de la primera y del segundo, que sí era suyo. Ambos habían montado una inmobiliaria sin mucho éxito y ella, intentaba opositar a algo del Ayuntamiento.

 

La madre, había sido limpiadora de habitaciones en hospitales, primero, y de hoteles de lujo, después. Adquiriendo el cargo de Ordenanza, en un hotel de cinco estrellas de la Costa de Sol Occidental.

Actualmente, su movilidad, estaba muy reducida, debido a los problemas de espalda, y su pensión, era ridícula. La silla de ruedas no cabía en el ascensor, y el paseo por el parque con el andador, cada vez se hacía más dificultoso.

 

Compraron ese piso con toda la ilusión de unos recién casados, con trabajo, con un proyecto familiar, con ganas de vivir y con ayudas del Estado. Terminaron de pagarlo con mucho esfuerzo y trabajo. Dos jóvenes guapos, elegantes y con una preciosa boda, organizada por sus padres, tal y como reflejaba la foto que colgaba en una pared del salón. Rodeada, por las fotos de los bautizos de sus hijas, de las bodas de dos de ellas y los bautizos de sus tres nietos.

La pared, hacía un mural de dentro hacia afuera con el centro en ellos, los fundadores.

 

Estaban sentados, delante de un ventilador moderno, de los que se llenan de agua y pulverizan vapor fresco. Un sofá, regalo de su yerno por su aniversario y dos butacas iguales de cómodas. Delante del sofá, una mesita que soportaba dos teléfonos móviles que sonaban poco y un centro de mesa de plata. En la tele daban alguna película de esas para dormir la siesta.

El calor, seguía siendo insoportable en la calle. Con eso del cambio climático o lo que fuera, los veranos en lugares a cinco kilómetros de la costa, elevaban la temperatura a los 40 grados días sí, y días también. A la sombra, por supuesto.

 

Todas las mañanas, muy temprano, daban un pequeño paseo a la panadería de Paco. Que ya no era Paco, era Xi. Pero el pan estaba igual de bueno. Luego, pasaban por la frutería de Abdel y compraban fruta para un par de días. Si necesitaban algo del súper, entraban a una enorme y grisácea planta baja, que antes fue la tienda de Muebles París, y ahora, tenía un supermercado de esos que se suponen más baratos. Caray, con los precios.

 

Entre los dos, “arreglaban” algo para el almuerzo, y lo hacían viendo las noticias.

Siempre, con todo el ceremonial: mantel, cubiertos, servilletas, vino en copas elegantes, regalos de su peque, vasito de agua, los platos nuevos, pan, ensalada de algo verde y un plato principal. Algo de postre y un café descafeinado. Las sobras, para la noche, que cenaban muy ligero.

Luego, una cabezada en el salón. El dormitorio tenía orientación Oeste, y en esquina, por lo que las tardes de verano en él, se hacían insoportables.

 

Su hija abogada, les había prometido un aire acondicionado de regalo de aniversario, pero ahora mismo andaba de viaje con unas amigas por Suiza, escalando montañas.

 

Esa tarde, si el sol daba un respiro, saldrían de paseíto por el parque cercano. El que estaba delante de la iglesia, que ahí, no se metía nadie con ellos. En el de los columpios, tenía sombra, pero siempre había jóvenes bebiendo y fumando porros, y ya habían tenido algún problema.

 

Mientras permanecían adormilados enfrente de la tele, ella comenzó a hablar:

-       Dime, Carlos ¿Lo hemos hecho bien?

-       ¿El qué Mari?

-       Pues eso, vivir.

-       Ay que ya estás otra vez con eso. No te vas a morir ya. Te lo repito.

-       No es eso, Carlos. Otra cosa, ¿tú me quieres?

-       ¡Pues, claro! ¿Cómo no te voy a querer?

-       Pues me quieres, porque no tienes otra cosa que hacer, porque yo soy una vieja impedida y metida en una cárcel de ladrillos.

-       No digas tonterías, anda. Te quiero y siempre te he querido - se levantó y le cogió la mano -. No eres una vieja encerrada, eres mi Mari. Mi niña, la mujer de la que me enamoré y con la que he convivido muchísimos años. Y los que nos quedan por vivir.

-       Ya. Yo también. Lo sabes ¿no?

-       Claro que sí.

-       ¿Y quién se va a acordar de nosotros cuando no estemos?

-       Vaya. Pues es verdad. ¿Tus hijas y tus nietos, por ejemplo?

-       Pero si ya ni nos llaman. Desde que no ando bien, no nos llevan a la playa ni a cenar ni nada…

-       A ver, Mari. Que la última vez que salimos a cenar al chiringuito, te quedaste dormida antes del postre. Y en la playa, sabes que es muy difícil que puedas andar.

-       Ya, pero me siento vacía, sola…

-       ¿Y yo?

-       Si, tú. Tú siempre estás aquí, conmigo. Soy una carga para ti y para todos - comenzando a sollozar -

-       Que no…Que no eres ninguna carga. Todos te queremos mucho. Mira, hemos tenido una hijas, fantásticas, trabajadoras, que han progresado en este infierno de vida. Se ganan sus sueldos, han encontrado pareja, bueno, Lucía todavía no. Pero tienen sus casas, su independencia, viven en zonas buenas; todo es gracias a ti, que las sacaste adelante y les diste la mejor educación, siendo un ejemplo de vida para ellas. Esos primeros años, yo tenía que doblar turnos, pero lo conseguimos. Lo conseguiste. Estudiaron en colegios buenos, tuvieron juventudes sanas; a lo mejor Claudia, se precipitó con los embarazos, pero mírala, sacando adelante a sus dos diablillos. Y Marta, enseñando. ¡Qué profesión más bonita!

-       El dinero lo ponías tú…

-       Lo poníamos los dos. Siempre estás con el dinero. Olvídalo. Tenemos para vivir bien. Ambos hemos cotizado, tú te  has dejado la espalda y yo los pulmones. Pero gracias a Dios, estamos vivos todavía.

-       Pero no te di un varón.

-       ¿Y eso qué me da? Estás muy antigua, hoy. Me has dado tres soles, todas con la misma fortaleza que tú y alguna con mi narizota. Te adoran, han tenido mucha confianza con nosotros, nos lo han contado todo. Se han convertido en unas mujeres de éxito. ¿Qué más podemos pedirle a la vida?

 

-       Ya, pero no veo a mis nietos.

-       Recuerda que Marta, nos ha prometido un viaje en Navidad. Todos juntos a una casa rural, con chimenea, como la de tus padres. Además te llaman todos los días o te escriben mensajes al móvil. Ahora, están de vacaciones las tres. Cada una a lo suyo. Como hacías tú cuando eras joven.

-       ¿Lo ves? ¡Soy una vieja!

-       Yo no te he dicho eso. Estamos cerca de los 80 y no somos niños. Pero hemos vivido muy bien y hemos cumplido. Al menos yo, estoy muy orgulloso de ti.

-       Y yo de ti. Siempre has sido un hombre bueno, leal y con principios. Aunque cuando te diera por leer esas cosas raras, dejaras de ir a misa. Has respetado nuestro proyecto de vida. Y has luchado con valentía por tu familia. Además, me trataste como una princesa siempre, cuando todavía teníamos sexo. Ahora me cuidas como a un coche viejo.

-       Es injusto que te culpes de lo del sexo. A cierta edad, tampoco estamos los hombres para nada. Además, nuestra relación, ha estado siempre por encima de eso. Fue algo más. Conectamos desde que nos conocimos en aquella fiesta en casa de un amigo tuyo. Siempre se lo agradeceré. Esté donde esté. Y no, nunca como una princesa. Siempre “mi Reina”, a mi lado en mi vida. A la misma altura los dos. Ninguno más que el otro.

-       Pero seguimos en este edificio ruinoso.

-       Tenemos un hogar. Ha sido el hogar de nuestra familia. Otras personas de nuestro entorno, pudieron ahorrar y comprar casas, pero nosotros decidimos, invertir en nuestras hijas. No les ha faltado nunca de nada. Recuerda sus adolescencias. Además, estudiaron en la Universidad; Lucía, en Granada. Fuimos varios años de vacaciones a Galicia, Asturias, Pirineos, Londres, París, Euro Disney… ¡Con las tres niñas! Cambiamos de coche varias veces, compramos ciclomotores…Les dimos una herencia en vida para que pudieran comprar sus propias casas. y en esta época, ya sabes lo afortunadas que son. Por eso, seguimos aquí.

-       Bueno, tienes razón. Cuando me muera, te cuidarán entre las tres.

-       ¡Y dale que dale! ¡Coño, como estás! Me haces que hable mal y todo.

-       Perdona, es que hoy, me siento mal.

-       Es normal, cariño. Hace demasiado calor.

 

 

-       A veces, me cuestiono mi vida. Miro atrás y veo que quizás, si hubiera tomado otras decisiones, todo sería diferente. Me encuentro como vacía. Por otro lado, cuando veo la cara de mis hijas, mis nietos, la tuya, pienso que no estarían aquí si yo hubiera tomado otro camino. Si hubiera estudiado, por ejemplo, como tu hermana. Quizás la pensión nos daría para algo más. aunque a lo peor, no te hubiera conocido. Es muy difícil juzgarse por el pasado y de futuro, nos queda muy poco ya.

-       Bueno, yo también podía haber hecho algo más que trabajar en la fábrica. Pero en nuestro momento, tomamos esa decisión: ser independientes, volar de nuestras casas, y formar nuestra propia familia lo antes posible. Y eso hicimos. Es absurdo mirar atrás con rencor. Pienso que debemos mirar al pasado. Pero para ver las cosas por el lado positivo. De nada sirve volver para criticar nuestras propias acciones.

-       Bueno, la verdad es que no lo hemos hecho tan mal. Pero toda una vida de sacrificio, no creo que sea una buena vida. Hemos tenido nuestros momentos felices y nuestros disgustos. Discusiones entre nosotros y problemas con las niñas. Pero todo parece que salió bien.

-       Eso es. Tenemos amigos vivos, algo de familia nos queda, no nos falta comida, incluso podemos permitirnos algún gasto en los cumpleaños y aniversarios.

 

Mari, se levantó con dificultad y se recostó en el enorme sofá. Haciendo un gesto con la mano, una palmadita, invitó a Carlos a sentarse a su lado.

 

-       Anda, ven, acuesta tu cabeza aquí, que quiero tocar tu cabello un rato, como hace años que no hago.

-       ¡Ay, la loca! ¿Y luego quién me levanta a mi? Además, mi pelo no es el de antes. Los rizos están con mis pulmones en el limbo, je, je - pero se recostó en su regazo -

-       Mira, Carlitos, he pensado una cosa - le decía en voz baja mientras redondeaba sus rizos con sus dedos - Me vas a llamar loca, pero llevo un tiempo con eso en la cabeza y no te lo he dicho.

-       ¿Te has liado con el vecino?

-       ¡No! ¿Estás peor de lo que pensaba?

-       Venga, dime.

-       Nos quedan unos años de vida, quince o veinte como mucho.

-       Tienes razón, sigue.

-       Podríamos vender la casa. Con el dinero que saquemos, irnos a otro lado, cerca del mar que tanto nos gusta. Ver los atardeceres, la Luna llena sobre el mar, las mareas y el cielo sin tanta luz de ciudad. Viviríamos un merecido final, después de tanto sacrificio.

-       Pero ¿ahora meternos en reformar, amueblar y todo ese lío?

-       He buscado en internet.

-       ¡No me digas!

-       Si. hay una residencia en Fuengirola, que es más bien un apartahotel. Para mayores. Con piscina climatizada, gimnasio, asistencia médica total e inmediata. No tendríamos ni que cocinar, si no queremos. Grandes jardines y todo tipo de servicios. Además, permiten visitas cualquier día y a cualquier hora.

-       ¡Pero, Mari! ¿Y por qué no me lo has dicho antes?

-       Pensé que ibas a decir que no. Que preferías morirte aquí, en casa.

-       Pero ¡si yo estoy aquí por no quitarte la ilusión de tu barrio!

-       Bueno, pues ¿qué te parece? Ya sabemos ambos, que el barrio no es el mismo en el que empezamos nosotros a vivir.

-       Me parece que es una fantástica idea. Mañana hablamos con Claudia para poner a la venta el piso.

-       ¿En serio?

-       ¡Pues claro! Nos lo merecemos, el tiempo que nos quede, a vivir. Tienes toda la razón.

-       ¿Seguro que no me lo dices para callarme?

-       Claro que no. Mira, la mayoría de las decisiones, las planteaba yo, y tú, me corregías u orientabas, para que ambos estuviésemos de acuerdo. Pero esta vez. Te apoyo al cien por cien. si no aprovechamos estos años, nos va a saber a poco la vida.

 

 

La venta del piso, fue todo un éxito por suerte. Dos almas destinadas a mantenerse unidas en esta dimensión, conjuraron sus espíritus y su esfuerzo, enfocando el objetivo de manera positiva y visualizando en conjunto la realidad futura.

El sueño de su otoño vital, calificado como una dulce locura por parte de sus hijas, se convirtió en realidad, antes de lo previsto. Se instalaron en el mismo mes en el que vendieron su piso de toda la vida. Ropa, fotos, documentos y un par de recuerdos, sólo se llevaron lo imprescindible. Toda una vida entre esas paredes, pasó a reorganizarse en sus cerebros.

Unos cerebros que no dejaron de generar endorfinas, en una lujosa estancia de un apartamento con una enorme habitación, un baño adaptado y un salón que era dell tamaño de su casa del barrio. Televisión inteligente, domótica y mucha ilusión por dominar esa tecnología. A todo lo bueno, se le unió una fisioterapeuta, que consiguió que Mari, pudiera volver a caminar con autonomía, mientras los pulmones de Carlos, se regeneraban con la brisa marina; por lo que los paseos al atardecer, fueron incontables.

Un final de vida merecido, rodeado por gente como ellos y con más visitas de las esperadas por parte de sus hijas y nietos. Una sonrisa perenne, nuevas amistades e ilusiones en aquel nuevo hogar, incluso, algún viajecito que otro, alargaron 20 años más las vidas de nuestra pareja.

 

Una duda sobre la vida, removió los cimientos del proyecto y ambos reiniciaron su ciclo vital de cara a su incuestionable final. Transformando su sacrificada vida en una existencia de luz e ilusión.

 

Un día de abril, cuando Carlos ya tenía los cien años, y Mari se acercaba a los noventa y ocho, el asistente del desayuno, encontró dos cuerpos dormidos, abrazados en forma de la llamada “cucharita”.

-       ¡Buenos días, pareja! ¿Puedo pasar?

No hubo respuesta. Ambos pasaron al juicio externo de sus almas, en la misma noche, unidos, sincronizados y con algo en común: una sonrisa que reflejaba su amor, la paz mental, el deber cumplido, su conciencia tranquila y el haber contribuido con sus enseñanzas y experiencias a hacer un  mundo mejor.

¿Permanecerán unidos en otra dimensión vital? ¿O tendrán que buscarse un par de veces antes de encontrarse?

 

 

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